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Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Bautismo (1)

8 de enero de 2014


Temas: Bautismo.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140108_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 48; Ecclesia LXXIV/3.710, enero (2014), 84-85.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy iniciamos una serie de catequesis sobre los sacramentos, y la primera se refiere al Bautismo. Por una feliz coincidencia, el próximo domingo se celebra precisamente la Fiesta del Bautismo del Señor.

El Bautismo es el sacramento en el que se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y a la Confirmación, forma la llamada “iniciación cristiana”, la cual constituye un único y gran acontecimiento sacramental que nos configura con el Señor y hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor.

Puede surgir en nosotros una pregunta: ¿Es verdaderamente necesario el Bautismo para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un acto formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o a la niña? Ante esta pregunta, es iluminador lo que escribe el apóstol Pablo: «¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el Bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6,3-4). Por lo tanto, no es una formalidad; es un acto que afecta en profundidad a nuestra existencia. Un niño bautizado no es lo mismo que un niño no bautizado; una persona bautizada no es lo mismo que una no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el mayor acto de amor de toda la historia; y gracias a ese amor podemos vivir una vida nueva, ya no en poder del mal, del pecado ni de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos.

Muchos de nosotros no tenemos el menor recuerdo de la celebración de este sacramento, y es obvio, si hemos sido bautizados poco después de nacer. Lo he pedido dos o tres veces aquí, en la plaza: quien de vosotros sepa la fecha de su Bautismo, que levante la mano; es importante saber el día en que fuimos inmersos en esa corriente de salvación de Jesús. Y me permito daros un consejo, o, más que un consejo, una tarea para hoy: en casa, buscad, preguntad la fecha de vuestro Bautismo, y así sabréis bien ese día tan hermoso. Conocer la fecha de nuestro Bautismo es conocer una fecha feliz; no conocerla conlleva el riesgo de perder el recuerdo de lo que el Señor ha hecho con nosotros, el recuerdo del don que hemos recibido, y así acabaríamos por considerarlo solo un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado —y ni siquiera por voluntad nuestra, sino de nuestros padres—, y por lo tanto sin incidencia ya en el presente. Debemos despertar el recuerdo de nuestro Bautismo.

Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo como realidad actual de nuestra existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestras limitaciones, nuestras fragilidades y nuestros pecados, es precisamente por el sacramento mediante el cual hemos sido convertidos en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. En efecto, en virtud del Bautismo, liberados del pecado original, hemos sido insertados en la relación de Jesús con Dios Padre, y somos portadores de una esperanza nueva, porque el Bautismo nos la da: la esperanza de andar por el camino de la salvación toda la vida; una esperanza que nada ni nadie puede apagar, porque, recordad, la esperanza no defrauda, la esperanza en el Señor no decepciona. Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y amar incluso a quien nos ofende o nos hace daño, y logramos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro del Señor, que nos visita y se hace cercano: el Bautismo nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, incluso en nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Todo eso es posible gracias a la fuerza del Bautismo.

Un último elemento, que es importante. Hago una pregunta: ¿Puede una persona bautizarse por sí sola? No, nadie puede bautizarse por sí mismo. Podemos pedirlo, desearlo, pero siempre necesitaremos a alguien que nos confiera en nombre del Señor este sacramento, porque el Bautismo es un don que viene dado en un contexto de solicitud y de compartir fraterno. En la historia, uno siempre bautiza a otro, y el otro a otro más... es una cadena, una cadena de gracia; pero yo no puedo bautizarme a mí mismo: debo pedir a otro el Bautismo. Es un acto de fraternidad, un acto de filiación en la Iglesia. En la celebración del Bautismo podemos reconocer las características más genuinas de la Iglesia, la cual, como una madre, sigue engendrando nuevos hijos en Cristo, en la fecundidad del Espíritu Santo.

Pidamos entonces de corazón al Señor poder experimentar cada vez más, en nuestra vida de cada día, esta gracia que hemos recibido con el Bautismo. Que nuestros hermanos encuentren en nosotros auténticos hijos de Dios, auténticos hermanos y hermanas de Jesucristo y auténticos miembros de la Iglesia. Y no olvidéis la tarea de hoy: buscad, preguntad la fecha de vuestro Bautismo; como conocemos la fecha de nuestro nacimiento, así debemos conocer la fecha de nuestro Bautismo, porque es un día de fiesta.

(Saludo a los peregrinos de lengua española)