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Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Bautismo (2)

15 de enero de 2014


Temas: Bautismo.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140115_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 50; Ecclesia LXXIV/3.712, febrero (2014), 164-165.


Queridos hermanos y hermanas:

El miércoles pasado comenzamos un breve ciclo de catequesis sobre los sacramentos, empezando por el Bautismo . Y hoy también quiero centrarme en el Bautismo, para destacar un fruto muy importante de este sacramento: que nos convierte en miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirmó que quien recibe el Bautismo es incorporado a Cristo, casi como su mismo miembro, y es agregado a la comunidad de los fieles (cf. Summa Theologiae, III, q. 69, a. 5; q. 70, a. 1) , es decir, al Pueblo de Dios. En la línea del Concilio Vaticano II, hoy decimos que el Bautismo nos hace entrar en el Pueblo de Dios, nos convierte en miembros de un Pueblo en camino, un Pueblo que peregrina en la historia.

En efecto, como de generación en generación se transmite la vida, así también de generación en generación, a través del renacimiento en la fuente bautismal, se transmite la gracia; y con esa gracia, el Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que irriga la tierra y difunde por el mundo la bendición de Dios. Desde el momento en que Jesús dijo lo que hemos escuchado en el Evangelio, los discípulos fueron a bautizar; desde ese tiempo hasta hoy existe una cadena en la transmisión de la fe mediante el Bautismo, y cada uno de nosotros es un eslabón de esa cadena, una etapa más, siempre, como un río que irriga. Así es la gracia de Dios y así es nuestra fe, que debemos transmitir a nuestros hijos, a los niños, para que ellos, cuando sean adultos, puedan transmitirla a sus hijos. Así es el Bautismo. ¿Por qué? Porque el Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios que transmite la fe. Esto es muy importante: un Pueblo de Dios que camina y transmite la fe.

En virtud del Bautismo, nos convertimos en discípulos misioneros, llamados a llevar el Evangelio al mundo (cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 120) . «Cada uno de los bautizados, cualesquiera que sean su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador (...). La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo» (ibíd.) de todos, de todo el Pueblo de Dios, de cada uno de los bautizados. El Pueblo de Dios es un Pueblo discípulo, porque recibe la fe, y misionero, porque transmite la fe; y eso hace el Bautismo en nosotros: nos da la gracia y nos transmite la fe. En la Iglesia todos somos discípulos, y lo somos siempre, para toda la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el sitio que el Señor le ha asignado; todos, porque el más pequeño es también misionero, y quien parece más grande es discípulo. Pero alguno de vosotros dirá: “Los obispos no son discípulos, lo saben todo; el papa lo sabe todo, no es discípulo”. No, incluso los obispos y el papa deben ser discípulos, porque si no lo son no hacen el bien, no pueden ser misioneros, no pueden transmitir la fe. Todos nosotros somos discípulos y misioneros.

Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión mística y la dimensión misionera de la vocación cristiana, ambas radicadas en el Bautismo. «Al recibir la fe y el Bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo, que lleva a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”, Padre. Todos los bautizados y bautizadas... estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues la evangelización es una llamada a la participación en la comunión trinitaria» (Documento conclusivo de Aparecida, 157) .

Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, somos Pueblo de Dios, y en esa comunidad compartimos la hermosa experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al mismo tiempo nos pide ser “canales” de la gracia los unos para los otros, a pesar de nuestras limitaciones y de nuestros pecados. La dimensión comunitaria no es solo un “marco”, un “contorno”, sino que es parte integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización. La fe cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación de un nuevo miembro a Cristo y a su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. ibíd., 175 b).

A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la comunidad cristiana en Japón, que sufrió una dura persecución a inicios del siglo XVII. Hubo numerosos mártires, los miembos del clero fueron expulsados y miles de fieles fueron asesinados; no quedó ningún sacerdote en Japón, todos fueron expulsados. Entonces, la comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la fe y la oración en el ocultamiento; y cuando nacía un niño, su padre o su madre lo bautizaban, porque todos los fieles pueden bautizar en circunstancias especiales. Cuando, después de casi dos siglos y medio, los misioneros regresaron a Japón, miles de cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer; habían sobrevivido con la gracia de su Bautismo. Esto es grande: el Pueblo de Dios transmite la fe, bautiza a sus hijos y sigue adelante; y conservaron, incluso en lo secreto, un fuerte espíritu comunitario, porque el Bautismo los había convertido en un solo cuerpo en Cristo: estaban aislados y ocultos, pero seguían siendo miembros del Pueblo de Dios, miembros de la Iglesia. Podemos aprender mucho de esta historia.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, y exhortación a los fieles de lengua árabe procedentes de Jordania y de Tierra Santa a ser verdaderos testigos de Cristo y de su Evangelio, auténticos hijos de la Iglesia, siempre dispuestos a dar razón de su esperanza, con amor y respeto)