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Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Reconciliación

19 de febrero de 2014


Temas: Reconciliación.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140219_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 59; Ecclesia LXXIV/3.716, marzo (2014), 326-327.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

A través de los sacramentos de iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Durante la vida terrenal, todos lo sabemos, llevamos esa vida nueva «en vasijas de barro» (2Co 4,7); estamos aún sometidos a la tentación, al sufrimiento y a la muerte, y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por ello, el Señor Jesús quiso que la Iglesia continuara su obra de salvación también en sus propios miembros, en especial con los sacramentos de la Reconciliación y de la Unción de Enfermos, que se pueden unir con el nombre de “sacramentos de curación”.

El sacramento de la Reconciliación es un sacramento de curación. Cuando voy a confesarme es para sanarme, curar mi alma, curar mi corazón y curarme de todos mis errores. La imagen bíblica que mejor expresa esto en toda su profundidad es el episodio del perdón y curación del paralítico, en el que el Señor Jesús se revela como médico de las almas y de los cuerpos al mismo tiempo (cf. Mc 2,1-12; Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).

1. El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua, el Señor se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,21-23). Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir que me perdono los pecados; el perdón se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, un don del Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que solo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y eso lo sentimos todos en el corazón cuando vamos a confesarnos con un peso en el alma, con un poco de tristeza, y al recibir el perdón de Jesús estamos en paz, esa paz del alma tan bella que solo Jesús puede dar.

2. A lo largo del tiempo, la celebración de este sacramento pasó de una forma pública —al inicio se hacía públicamente— a la forma personal y reservada de la Confesión. Sin embargo, su contexto vital sigue estando dentro del seno de la Iglesia, y esto no debe perderse. En efecto, la comunidad cristiana es el lugar donde se hace presente el Espíritu, quien renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una sola cosa en Cristo Jesús. He aquí, entonces, por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humilde y confiadamente los pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa solo a Dios, sino también a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, y que le alienta y le acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Uno puede decir: “yo me confieso solo con Dios”. Sí, tú puedes decirle a Dios “perdóname”, y explicar tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia; por ello, es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote.

“Pero, padre, me da vergüenza”... incluso la vergüenza es buena; es sano tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un “sinvergüenza”; pero incluso la vergüenza hace bien, porque nos hace humildes, y el sacerdote recibe con amor y con ternura la confesión, y, en nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarnos, es bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote esas cosas, que tanto pesan en nuestro corazón. Y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. No hay que tener miedo de la Confesión; uno, cuando está en la fila para confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza, pero después, cuando termina la Confesión, sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco, feliz. ¡Eso es lo hermoso de la Confesión! Quisiera preguntaros a cada uno —pero no lo digáis en voz alta, que cada uno responda en su corazón—: ¿cuándo fue la última vez que te confesaste? Piensa en ello... ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Pregúntatelo y haz cuentas, y si ha pasado mucho tiempo, no pierdas un día más; ve, que el sacerdote será bueno, y Jesús está allí, y es más bueno que los sacerdotes; Jesús te recibe con mucho amor. Sé valiente y ve a la Confesión.

3. Queridos amigos, celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso, el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la hermosa parábola del hijo que se marchó de su casa con el dinero de la herencia, lo gastó todo, y luego, cuando ya no tenía nada, decidió volver a casa, no como hijo, sino como siervo; tanta culpa y tanta vergüenza tenía en su corazón. La sorpresa fue que cuando comenzó a hablar, a pedir perdón, el padre no le dejó hablar; le abrazó, le besó e hizo una fiesta. Pues yo os digo: cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza y hace una fiesta. Sigamos adelante por este camino; que Dios os bendiga.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los participantes en el Curso Internacional de Animación Misionera, y llamamiento para que en Ucrania cese la violencia y se busque la concordia y la paz)