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Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Unción de enfermos

26 de febrero de 2014


Temas: Unción de enfermos.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140226_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 62; Ecclesia LXXIV/3.717, marzo (2014), 364-365.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera hablaros del sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se la llamaba “Extremaunción”, porque se entendía como un consuelo espiritual ante la inminencia de la muerte; en cambio, hablar de “Unción de los enfermos” nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.

Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que se trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del “buen samaritano”, en el Evangelio de Lucas (Lc 10,30-35). Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre por estar gravemente enfermo o ser anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada año, en la Misa crismal del Jueves Santo, precisamente para la Unción de los enfermos; el vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo, que brotan del don de su vida por nosotros y se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, se confía a la persona que sufre a un hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y la salvación.

Este mandato se recalca de manera explícita y precisa en la Carta de Santiago, donde se dice: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y lo unjan con el óleo en nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado» (St 5,14-15). Se trata, por tanto, de una praxis ya en uso en tiempos de los Apóstoles. Jesús, en efecto, enseñó a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por quienes sufren, y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando, en su nombre y según su corazón, alivio y paz, a través de la gracia especial de ese sacramento. Esto, sin embargo, no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de cualquier modo la curación, sino darnos la certeza de la cercanía de Jesús al enfermo y también al anciano, porque cualquier anciano, cualquier persona de más de sesenta y cinco años, puede recibir este sacramento, mediante el cual es Jesús mismo quien se acerca a nosotros.

Cuando hay un enfermo, muchas veces se piensa: “Llamemos al sacerdote para que venga”. “No, después trae mala suerte, no le llamemos”, o bien, “el enfermo se asustará”. ¿Por qué se piensa eso? Porque existe cierta idea de que después del sacerdote llega el servicio fúnebre. Y eso no es verdad; el sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano, y por eso es tan importante la visita de los sacerdotes a los enfermos. Es necesario que el sacerdote acuda junto al enfermo, y pedirle: “Vaya, dele la unción, bendígale”. Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza y esperanza, para ayudarle, y también para perdonarle los pecados; y eso es hermoso. No hay que pensar que es un tabú, porque siempre es bonito saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: en efecto, el sacerdote y quienes están presentes durante la Unción de los enfermos representan a toda la comunidad cristiana, que, como un único cuerpo, se reúne alrededor de quien sufre y de sus familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho de que quien se hace presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada —ni siquiera el mal o la muerte— podrá separarnos jamás de Él. ¿Tenemos esa costumbre de llamar al sacerdote para que se acerque a nuestros enfermos —no digo enfermos de gripe, de tres o cuatro días, sino cuando es una enfermedad grave— y también a nuestros ancianos, y les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante? ¡Hagámoslo!

(Saludo a los peregrinos de lengua española y al Cuerpo de Bomberos presente, y llamamiento para que en Venezuela cese cuanto antes la violencia y se trabaje para favorecer la reconciliación, invitando a todos los creyentes a elevar súplicas a Dios para que el país vuelva a tener pronto paz y concordia)