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Mensaje

39ª Jornada Mundial de la Juventud 2014

«Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos»
(Mt 5,3)

13 de abril de 2014


Temas: Bienaventuranzas, felicidad y pobreza espiritual.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/youth/documents/papa-francesco_20140121_messaggio-giovani_2014.html

Publicado: BOA 2014, 26.


  • (Introducción)
  • 1. Fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas
  • 2. Valor de ser felices
  • 3. Bienaventurados los pobres de espíritu…
  • 4. ... porque de ellos es el Reino de los cielos

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    Queridos jóvenes:

    Tengo grabado en mi memoria el extraordinario encuentro que vivimos en Río de Janeiro, en la 38ª Jornada Mundial de la Juventud . ¡Fue una gran fiesta de la fe y de la fraternidad! La buena gente brasileña nos acogió con los brazos abiertos, como la imagen de Cristo Redentor que, desde lo alto del Corcovado, domina el magnífico panorama de la playa de Copacabana. A la orilla del mar, Jesús renovó su llamada a cada uno de nosotros para que nos convirtamos en sus discípulos misioneros, lo descubramos como el tesoro más precioso de nuestra vida y compartamos esa riqueza con los demás, los que están cerca y los que están lejos, hasta las últimas periferias geográficas y existenciales de nuestro tiempo.

    La próxima etapa de la peregrinación intercontinental de los jóvenes será Cracovia, en 2016 . Para marcar nuestro camino, en estos tres años quisiera reflexionar con vosotros sobre las Bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de san Mateo (Mt 5,1-12). Comenzaremos este año meditando la primera de ellas: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3); para 2015 propongo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8); y por último, en 2016, el tema será: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7).

    1. Fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas

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    Siempre es beneficioso leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las proclamó en su primera gran predicación, a orillas del lago de Galilea. Había un gentío tan grande que subió a un monte para enseñar a sus discípulos; por eso, a esa predicación se la llama “Sermón de la montaña”. En la Biblia, el monte es el lugar donde Dios se revela, y Jesús, predicando desde el monte, se presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés. Y ¿qué enseña? Enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre, que Él mismo es, y lo propone como camino de la verdadera felicidad. Durante toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta la muerte en la cruz y la resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas; todas las promesas del Reino de Dios se han cumplido en Él.

    Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna; no es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos desafíos están presentes en nuestra vida; pero, si abrimos la puerta a Jesús, si dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él las alegrías y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que solo Dios, amor infinito, puede dar.

    Las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad contrario al que habitualmente nos transmiten los medios de comunicación, a la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz; en la lógica de este mundo, los que Jesús proclama bienaventurados son considerados “perdedores”, débiles, y, en cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder, y la afirmación de uno mismo en perjuicio de los demás.

    Queridos jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos qué camino queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o preferían irse por otros caminos (cf. Jn 6,67), y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de contestarle: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Si sabéis decir “sí” a Jesús, entonces vuestra joven vida se llenará de significado y será fecunda.

    2. Valor de ser felices

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    Pero, ¿qué significa “bienaventurados” (en griego makarioi)? Bienaventurados quiere decir felices. Decidme: ¿Buscáis de verdad la felicidad? En una época en la que nos atraen tantas apariencias de felicidad, corremos el riesgo de contentarnos con poco, de tener una idea “pequeña” de la vida. ¡Aspirad, en cambio, a cosas grandes! ¡Ensanchad vuestros corazones! Como decía el beato Piergiorgio Frassati: «Vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, y sin apoyar en lucha continua la verdad, no es vivir, sino “ir tirando”. Nunca debemos ir tirando, sino vivir» (Carta a Isidoro Bonini, 27-2-1925) . En el día de la beatificación de Piergiorgio Frassati, el 20-5-1990, Juan Pablo II lo llamó «hombre de las Bienaventuranzas» (Homilía en la Santa Misa: AAS 82=1990, 1518) .

    Si dejáis emerger de verdad las aspiraciones más profundas de vuestro corazón, os daréis cuenta de que hay en vosotros un deseo inextinguible de felicidad, y eso os permitirá desenmascarar y rechazar las numerosas ofertas “baratas” que encontraréis a vuestro alrededor. Cuando buscamos el éxito, el placer y la posesión egoísta, y los convertimos en ídolos, podemos llegar a experimentar momentos de embriaguez, una falsa sensación de satisfacción, pero al final nos hacemos esclavos, nunca estamos satisfechos, y sentimos la necesidad de buscar cada vez más. Es muy triste ver a una juventud “llena” de cosas, pero débil.

    San Juan, al escribir a los jóvenes, decía: «Sois fuertes, la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno» (1Jn 2,14). Los jóvenes que escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra y no se “atiborran” de otras cosas. Atreveos a ir contracorriente; sed capaces de buscar la verdadera felicidad; decid “no” a la cultura de lo provisional, de la superficialidad, y del usar y tirar, que no os considera capaces de asumir responsabilidades ni de afrontar los grandes desafíos de la vida.

    3. Bienaventurados los pobres de espíritu…

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    La primera Bienaventuranza, tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, declara felices a los pobres de espíritu, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos. En un momento en el que tantas personas sufren a causa de la crisis económica, poner la pobreza al lado de la felicidad puede parecer algo fuera de lugar. ¿En qué sentido podemos hablar de la pobreza como una bendición?

    En primer lugar, intentemos comprender lo que significa “pobres de espíritu”. Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió un camino de pobreza, de humillación; como dice san Pablo en la Carta a los Filipenses: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2,5-7). Jesús es Dios despojado de su gloria. Aquí vemos la elección de la pobreza por parte de Dios: siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9); es el misterio que contemplamos en el belén, viendo al Hijo de Dios en un pesebre, y después en la cruz, donde la humillación llega a su máximo.

    El adjetivo griego ptochós (‘pobre’) no tiene solo un significado material, sino que también quiere decir ‘mendigo’. Está ligado al concepto judío de anawim, los ‘pobres de Yahvé’, que evoca humildad y conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que dependen de Él.

    Jesús, como entendió perfectamente santa Teresa del Niño Jesús, se presenta en su encarnación como un mendigo, un necesitado en busca de amor. El Catecismo de la Iglesia Católica habla del hombre como un «mendigo de Dios» (n. 2559) y nos dice que la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed (n. 2560).

    San Francisco de Asís comprendió muy bien el secreto de la Bienaventuranza de los pobres de espíritu; de hecho, cuando Jesús le habló en la persona del leproso y en el Crucifijo, reconoció la grandeza de Dios y su propia condición humilde. En la oración, el Poverello pasaba horas preguntando al Señor: «¿Quién eres Tú? ¿Quién soy yo?». Se despojó de una vida acomodada y despreocupada para desposarse con la “señora Pobreza”, imitar a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco vivió inseparablemente la imitación de Cristo pobre y el amor a los pobres como las dos caras de una misma moneda.

    Me podríais preguntar: “¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de espíritu se transforme en un estilo de vida que se refleje concretamente en nuestra existencia?”. Os contesto con tres puntos.

    1. Ante todo, intentad ser libres en relación con las cosas. El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo; se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarnos de tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia del tener, del dinero idolatrado y después derrochado, y pongamos a Jesús en primer lugar; Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos. ¡Fiaros de Dios, queridos jóvenes! Él nos conoce, nos ama y nunca se olvida de nosotros; así como cuida de los lirios del campo (cf. Mt 6,28), no permitirá que nos falte nada. Y para superar la crisis económica también hay que estar dispuestos a cambiar de estilo de vida, a evitar tanto derroche; igual que se necesita valor para ser felices, también es necesario para ser sobrios.

    2. En segundo lugar, para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la conversión en relación con los pobres: tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os encomiendo de modo particular la tarea de volver a poner la solidaridad en el centro de la cultura humana. Ante las viejas y nuevas formas de pobreza —el desempleo, la emigración, los diversos tipos de dependencias—, tenemos el deber de estar atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia. Pensemos también en los que no se sienten amados, no tienen esperanza en el futuro o renuncian a comprometerse en la vida porque están desanimados, desilusionados o acobardados. Tenemos que aprender a estar con los pobres; no nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre ellos, sino acerquémonos, mirémosles a los ojos, escuchémosles: los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre.

    3. Pero los pobres —y este es el tercer punto— no son solo personas a las que les podemos dar algo; también ellos tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! Un santo del siglo XVIII, Benito José Labre, que dormía en las calles de Roma y vivía de las limosnas de la gente, se convirtió en consejero espiritual de muchas personas, entre las que figuraban nobles y prelados. En cierto sentido, los pobres son para nosotros como maestros; nos enseñan que una persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta bancaria. Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad y la confianza en Dios. En la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14), Jesús presenta a este último como modelo porque es humilde y se considera pecador, y también la viuda que echa dos pequeñas monedas en el tesoro del templo es un ejemplo de la generosidad de quien, aun teniendo poco o nada, da todo (cf. Lc 21,1-4).

    4. ... porque de ellos es el Reino de los cielos

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    El tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es el Reino de Dios en persona, es el Emmanuel, Dios-con-nosotros, y es en el corazón del hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece. El Reino es al mismo tiempo don y promesa; ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe cumplirse en plenitud. Por eso pedimos cada día al Padre: «Venga a nosotros tu reino».

    Hay un profundo vínculo entre pobreza y evangelización, entre el tema de la pasada Jornada Mundial de la Juventud, «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19) , y el de este año, «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). El Señor quiere una Iglesia pobre que evangelice a los pobres. Cuando Jesús envió a los Doce, les dijo: «No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre, ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento» (Mt 10,9-10); la pobreza evangélica es una condición fundamental para que el Reino de Dios se difunda. Las alegrías más hermosas y espontáneas que he visto en el transcurso de mi vida son las de personas pobres, que tienen poco a lo que aferrarse; y la evangelización, en nuestro tiempo, solo será posible por medio del contagio de la alegría.

    Como hemos visto, la Bienaventuranza de los pobres de espíritu orienta nuestra relación con Dios, con los bienes materiales y con los pobres; ante el ejemplo y las palabras de Jesús, nos damos cuenta de cuánta necesidad tenemos de conversión, de hacer que la lógica del ser más prevalezca sobre la del tener más. Los santos son los que más nos pueden ayudar a entender el significado profundo de las Bienaventuranzas. La canonización de Juan Pablo II el segundo Domingo de Pascua es, en este sentido, un acontecimiento que llena de alegría nuestro corazón; él será el gran patrono de las JMJ, de las que fue iniciador y promotor, y en la comunión de los santos seguirá siendo un padre y un amigo para todos vosotros.

    El próximo mes de abril se celebra también el trigésimo Aniversario de la entrega de la Cruz del Jubileo de la Redención a los jóvenes . Precisamente a partir de ese acto simbólico de Juan Pablo II comenzó la gran peregrinación juvenil que, desde entonces, continúa a través de los cinco continentes. Muchos recuerdan las palabras con las que el Papa, el Domingo de Pascua de 1984, acompañó su gesto: «Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo, os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad, y anunciad a todos que solo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención».

    Queridos jóvenes, el Magníficat, el cántico de María, pobre de espíritu, es también el canto de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones llaman “dichosa” (cf. Lc 1,48). Que Ella, Madre de los pobres y Estrella de la nueva evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las Bienaventuranzas en nuestra vida y a atrevernos a ser felices.

    Vaticano, 21 de enero de 2014, Memoria de santa Inés, Virgen y Mártir.