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Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Orden sacerdotal

26 de marzo de 2014


Temas: Orden sacerdotal.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140326_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 144; Ecclesia LXXIV/3.721, abril (2014), 526-527.


Queridos hermanos y hermanas:

Hemos tenido ya ocasión de destacar que los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía constituyen juntos el misterio de la “iniciación cristiana”, un único y gran acontecimiento de gracia que nos regenera en Cristo; esa es la vocación fundamental que nos une a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. Hay luego dos sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas: se trata del Orden y del Matrimonio, que constituyen dos grandes caminos a través de los cuales el cristiano puede hacer de su propia vida un don de amor, siguiendo el ejemplo y en el nombre de Cristo, para así cooperar en la edificación de la Iglesia.

El Orden, compuesto por los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, de apacentar su rebaño; y esto, no con el poder de la fuerza humana ni con el poder propio, sino con el poder del Espíritu y según su corazón, el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo y el diácono deben apacentar el rebaño del Señor con amor; si no lo hacen con amor, no sirve. Y en ese sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para ese servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en nombre de Dios y con amor.

1. Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados son puestos al frente de la comunidad. Están “al frente”, sí, pero para Jesús eso significa poner la autoridad propia al servicio de los demás, como Él mismo demostró y enseñó a los discípulos con estas palabras: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,25-28 / Mc 10,42-45). Un obispo o un presbítero que no está al servicio de su comunidad no hace bien, se equivoca.

2. Otra característica que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en ese pasaje de la Carta a los Efesios donde san Pablo dice que Cristo «amó a su Iglesia: se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Ef 5,25-27). En virtud del Orden, el ministro se entrega por entero a su comunidad, y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo y el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad, y la aman profundamente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio: el esposo ama a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. El ministerio sacerdotal y el del matrimonio, dos sacramentos que son el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor, son un gran misterio de amor.

3. Un último aspecto. El apóstol Pablo recomienda a su discípulo Timoteo que no descuide, es más, que reavive siempre el don que está en él, el don que le fue dado por la imposición de las manos (cf. 1Tm 4,14; 2Tm 1,6). Cuando no se alimenta el ministerio, el del obispo o el del sacerdote, orando, escuchando la Palabra de Dios, celebrando cotidianamente la Eucaristía y frecuentando el sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente por perder de vista el sentido auténtico del servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con Jesús.

4. El obispo que no reza, que no escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no se confiesa regularmente, y lo mismo el sacerdote que no hace estas cosas, a la larga pierden la unión con Jesús, y se convierten en mediocridades que no hacen bien a la Iglesia. Por ello, debemos ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a confesarse habitualmente. Esto es muy importante, porque concierne a la santificación de los obispos y sacerdotes.

5. Quisiera terminar con algo que me viene a la mente: ¿qué se debe hacer para llegar a ser sacerdote? ¿Dónde se venden las entradas para el sacerdocio? No, no se venden; es una iniciativa que toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno de los que Él quiere que lleguen a ser sacerdotes. Tal vez haya aquí algunos jóvenes que hayan sentido en su corazón esa llamada, el deseo de llegar a ser sacerdotes, las ganas de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios: catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, atender a los enfermos... y toda la vida así. Si alguno de vosotros ha sentido eso en el corazón, es Jesús quien lo ha puesto allí; cuidad esa invitación y rezad para que crezca y dé fruto en toda la Iglesia.

(Saludo a los peregrinos de lengua española)