Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Artículo

Semana Santa 2014

Mirar a Jesús y dejarse mirar por Él

4 de abril de 2014


Temas: Semana Santa (Valladolid).

Publicado: BOA 2014, 100.


La Semana Santa crea en la ciudad de Valladolid un ambiente en el que el descanso laboral no es simplemente ocio; es un tiempo disponible para las celebraciones litúrgicas, para las procesiones por las calles y plazas, y para la reflexión y la oración. La memoria de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo atrae la atención de sus moradores y visitantes, marca el ritmo de vida de las personas, niños, jóvenes y adultos, e impregna a todos de sentimientos profundos y purificadores.

La pasión y muerte de Jesús es una escuela de virtudes. El Hijo de Dios se hizo hombre para redimirnos y darnos ejemplo de vida, decía el antiguo Catecismo con palabras de santo Tomás de Aquino; pues bien, a lo largo de la pasión, los ejemplos se condensan. En el Huerto de los Olivos y en la misma cruz, Jesús es modelo de oración ante las pruebas y la muerte. Ejercitó la paciencia humilde ante la traición y negaciones de sus discípulos, y ante los insultos y escarnio de sus enemigos. Obedeció al Padre sometiendo su voluntad al designio divino. Nos dio la prueba suprema del amor, ya que «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Y murió por nosotros, por nuestros pecados, en lugar nuestro.

Jesús es modelo singular de compasión y de misericordia, como atestigua la Sagrada Escritura y han plasmado los imagineros, uniendo genialmente la inspiración artística con la piedad y la fe. Tengo dos experiencias que, llegada la ocasión, siempre reviven y se acrecientan en mí; una en Lourdes y la otra en la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid. A medida que se entra en el recinto del Santuario de la Virgen de Lourdes, el ambiente religioso va invadiendo a la persona, y al llegar a la gruta de las apariciones, experimento una atracción a rezar, ayudado por el silencio exterior —que favorece el silencio interior—, por la oración de otras personas, por la contemplación de la imagen de la Virgen en la hendidura de las rocas, y por la memoria de lo acontecido allí. Pues bien, algo parecido experimento cuando paso delante de la imagen de Cristo atado a la columna de Gregorio Fernández (1619). Las heridas están abundantemente marcadas en su cuerpo, pero su mirada es serena y nada convulsa por el sufrimiento; busca la comunicación con quienes contemplan la imagen. Gómez Moreno escribió de Gregorio Fernández: «Hace escultura como quien hace oración». El rostro mira compasivo y sin altivez; sus ojos suplican, pero con dignidad. Cristo atado a la columna sería la expresión y la medida de la excelencia artística y del sentido religioso del autor. Ante esta imagen me he sentido repetidas veces retenido como por un imán, he contemplado y me he dejado contemplar; ponerse bajo el amparo de esta representación de Jesucristo en su pasión invita a la renovación de la vida y del corazón.

En su pasión, Jesús pidió y ofreció misericordia. Suplicó misericordia en la oración del Huerto y colgado en la cruz; quien pasó haciendo el bien y curando (cf. Hch 10,38) apeló a la misericordia cuando fue arrestado, ultrajado, flagelado, coronado de espinas, condenado a muerte y colgado en la cruz entre terribles tormentos. Las dos formas de mirar —pedir compasión y ofrecer compasión— las manifiesta el Cristo atado a la columna esculpido por Gregorio Fernández, que dejó en Valladolid obras admirables y admiradas; aquí, la belleza habla también el lenguaje de la piedad y de la fe.

La misericordia es el poder del amor que prevalece sobre el pecado. Ciertamente, nuestro mundo necesita respeto a los derechos humanos de todas las personas, particularmente de las más débiles e indigentes; necesita que triunfe la justicia para poner orden entre las personas y dar a cada una lo que le corresponde; pero la misericordia, sin negar la justicia, es el amor que perdona y reconcilia. Más allá de lo estrictamente requerido por la justicia, el amor muestra una generosidad que abraza al hijo pródigo, regenera el corazón del perdido y devuelve la dignidad de hijo; para la vida en común, para abrirnos juntos a un futuro de esperanza, necesitamos la fuerza del amor, que inclina a la misericordia.

La celebración de la Semana Santa nos invita a acercarnos a Dios y a pedirle un corazón nuevo. El atractivo de nuestra Semana Santa debe mucho a artistas como Gregorio Fernández y a la tradición viva de generación en generación de los sentimientos humanos y religiosos más profundos. Siguiendo el estilo de Jesús, el amor se hace especialmente visible en contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza y el pecado.