Sede Apostólica
Santo Padre
Francisco

Imprimir A4  A4x2  A5  

Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Matrimonio

2 de abril de 2014


Temas: Matrimonio.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140402_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 147; Ecclesia LXXIV/3.722, abril (2014), 562-563.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre los sacramentos hablando del matrimonio. Este sacramento nos conduce al corazón del designio de Dios, que es un designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros; un designio de comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de la creación, se dice: «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó... Por eso, abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gn 1,27; 2,24). La imagen de Dios es la pareja matrimonial, el hombre y la mujer; no el hombre solo, ni la mujer sola, sino los dos. Esa es la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y eso es hermoso: fuimos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor; y en la unión conyugal, el hombre y la mujer realizan esta vocación mediante el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.

Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en ellos sus propios rasgos y el carácter indeleble de su amor; el matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y ese es precisamente el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia. La Biblia usa una expresión contundente, y dice «una sola carne»; así de íntima es la unión entre el hombre y la mujer en el matrimonio. Y el otro misterio es que el amor de Dios se refleja en la pareja que decide vivir juntos. Por eso, el hombre deja su casa, la casa de sus padres, va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente a ella que los dos se convierten —dice la Biblia— en «una sola carne».

En la Carta a los Efesios, san Pablo pone de relieve que en los esposos cristianos se refleja un gran misterio: la relación instaurada por Cristo con la Iglesia, una relación nupcial (cf. Ef 5,21-33). La Iglesia es la esposa de Cristo; esa es la relación. Esto significa que el matrimonio responde a una vocación específica y debe considerarse como una consagración (cf. Gaudium et spes, 48 ; Familiaris consortio, 56): el hombre y la mujer son consagrados en su amor. En efecto, los esposos, en virtud del sacramento, son investidos de una auténtica misión: la de hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor que la Iglesia recibe de Cristo, quien sigue entregando la vida por ella, en la fidelidad y en el servicio.

Es verdaderamente un designio magnífico lo que es connatural en el sacramento del Matrimonio; y se realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana. Sabemos bien cuántas dificultades y pruebas tiene la vida de dos esposos... Lo importante es mantener viva la relación con Dios, que es el fundamento del vínculo conyugal; y la relación auténtica es siempre con el Señor. Cuando la familia reza, el vínculo se mantiene; cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo, ese vínculo llega a ser fuerte.

Es verdad que en la vida matrimonial hay muchas dificultades; que ni el trabajo ni el dinero son suficientes, que los niños tienen problemas. Son muchas dificultades, y muchas veces el marido y la mujer llegan a estar un poco nerviosos y riñen entre ellos; pelean, siempre se pelea en el matrimonio, y algunas veces vuelan los platos. Pero no debemos ponernos tristes por eso, la condición humana es así; el secreto es que el amor es más fuerte que el momento de riña, y por eso aconsejo siempre a los esposos no terminar una jornada en la que se haya peleado sin hacer las paces. ¡Siempre! Y para hacer las paces no es necesario llamar a las Naciones Unidas para que vengan a casa; es suficiente un pequeño gesto, una caricia, y ¡adiós, hasta mañana! Y mañana se comienza otra vez. Esa es la vida, llevarla adelante así, con el valor de querer vivirla juntos; y eso es grande, es hermoso. La vida matrimonial es algo hermoso, y debemos custodiarla siempre, además de custodiar a los hijos.

He dicho otras veces en esta plaza algo que ayuda mucho en la vida matrimonial. Son tres palabras que se deben decir siempre, tres palabras que deben estar en la casa: permiso, gracias y perdón, las tres palabras mágicas. Permiso: para no entrometerse en la vida del cónyuge; “¿Me permites hacer esto? ¿Que te parecería?”. Gracias: dar las gracias al cónyuge; “gracias por lo que has hecho por mí, gracias por esto”. ¡Qué hermoso es dar las gracias! Y como todos nos equivocamos, esa otra palabra que es un poco difícil de pronunciar, pero que es necesario decirla: Perdona. Permiso, gracias y perdón: con estas tres palabras mágicas, con la oración del esposo por la esposa y viceversa, y con hacer siempre las paces antes de que termine la jornada, el matrimonio irá adelante. Que el Señor os bendiga y rezad por mí.

(Saludo a los peregrinos de lengua española)