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Mensaje

48ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2014

Comunicación al servicio
de una auténtica cultura del encuentro

1 de junio de 2014


Temas: comunicación social y fraternidad.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/communications/documents/papa-francesco_20140124_messaggio-comunicazioni-sociali.html

Publicado: BOA 2014, 133; Ecclesia LXXIV/3729, mayo(2014), 808-809.


Queridos hermanos y hermanas:

Vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más “pequeño”; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes; sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global, vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas; nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza, así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, y a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros y a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros; necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y en el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no solo a dar, sino también a recibir de los demás; los medios de comunicación pueden ayudarnos en esa tarea, especialmente hoy, cuando las redes de comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos, y en particular Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; eso es algo bueno, es un don de Dios.

Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no nos permite expresarnos de una forma equilibrada ni adecuada. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que solo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos; el mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado, sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social —por alguno de tantos motivos— corren el riesgo de quedar excluidos.

Estas limitaciones son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión mutua en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma, lo cual requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros; la persona se expresa con plenitud, no cuando se siente simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el deseo genuino de escuchar a los demás, aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones, pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados por el cristianismo; por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, y los principios de solidaridad y subsidiariedad, entre otros.

Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar a una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestras limitaciones y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir, un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos reformularla así: ¿Cómo se manifiesta la “proximidad” en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano; el buen samaritano no solo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto al que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro; comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta llamar a este poder de la comunicación “proximidad”.

Cuando la comunicación tiene como objetivo principal inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta, como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, según leemos en la parábola. El levita y el sacerdote ven en él, no a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, les condicionaban las leyes de la purificación ritual; hoy, corremos el riesgo de que nos condicionen algunos medios, hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta transitar por las “calles” digitales, es decir, simplemente estar conectados; es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos; necesitamos amar y ser amados, necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad ni la verdad de la comunicaciónl; el mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno a la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: una red no de cables, sino de personas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente; solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador; precisamente por eso, el testimonio cristiano, gracias a la red, puede llegar a las periferias existenciales.

Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autorreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive y es accesible efectiva y afectivamente; entre ellas, las calles digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar ese rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia, y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación, es necesario que la Iglesia logre llevar calor y encender los corazones.

No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de darse a los demás «a través de la disponibilidad, para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la 47ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013) .

Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir, a Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a lo que nos rodea y sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, y acoger su punto de vista, sus propuestas; dialogar no significa renunciar a las ideas y tradiciones propias, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.

Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, vertiendo sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría; que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y ternura, a quien encontremos herido en el camino. No tengáis miedo de haceros ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo; una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías e imaginación renovadas para transmitir a los demás la belleza de Dios.

Vaticano, 24 de enero de 2014, Fiesta de san Francisco de Sales.