Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II

Juan XXIII

16 de mayo de 2014


Temas: Juan XXIII.

Publicado: BOA 2014, 167.


En el Credo, los cristianos profesamos que la Iglesia es santa: «Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia...». La acción del Espíritu de Dios en la Iglesia se manifiesta de manera relevante en la santidad de sus hijos más fieles: son fruto precioso de la tierra fecunda que es la Iglesia; son modelo y estímulo para nosotros del seguimiento de Jesús e intercesores ante Dios; y podemos acogernos confiadamente a su protección. El 27-4-2014, en una espléndida celebración, fueron canonizados los papas Juan XXIII y Juan Pablo II . Los papas de los últimos decenios son no solo grandes personalidades y excelentes obispos de Roma y sucesores de Pedro, sino también santos. Si en algún tiempo se pudo decir que era necesaria una reforma “en la cabeza y en los miembros de la Iglesia”, reconocemos con gratitud que los últimos papas han sido santos de altar; su autoridad ministerial ha estado acompañada por la imitación transparente del Buen Pastor, que es Jesucristo.

En esta carta quiero detenerme en la figura de Juan XXIII; en la próxima, Dios mediante, subrayaré algunos aspectos de Juan Pablo II , muy cercano en el tiempo y consiguientemente más conocido por nosotros.

Juan XXIII fue elegido papa ya anciano, y su pontificado fue corto (1958-63). El papa Francisco subrayó en la homilía de la Eucaristía de canonización la docilidad de Juan XXIII al Espíritu Santo; se dejó guiar por Él de tal forma que, a los pocos meses de pontificado, rompiendo inercias y superando el miedo a la previsible complejidad, anunció su determinación de convocar nada menos que un Concilio Ecuménico . El anuncio de una empresa de tal envergadura tuvo lugar en la Basílica de San Pablo Extramuros, al concluir el Octavario de oración por la unidad de los cristianos, incluyendo por ello la orientación ecuménica en la ingente obra del Concilio. Él confesó que había sido como un susurro del Espíritu de Dios en su corazón; probablemente el haber vivido muchos años, desde 1925 hasta 1953, lejos de Roma —en Bulgaria, Turquía, Grecia y Francia— le proporcionó la perspectiva para apreciar que la Iglesia necesitaba una reforma a fondo. De esta forma, el anciano Papa abrió el camino al mayor acontecimiento de la historia en el tiempo moderno, siguiendo la llamada secreta del Espíritu Santo. Los decenios posteriores en la Iglesia han transcurrido a la luz del Concilio Vaticano II, poniéndolo en práctica y siendo guiados por él como brújula.

El papa Juan XXIII está estrechamente unido al Concilio; tanto es así que, después de haber sido beatificado y canonizado, su memoria litúrgica se ha hecho coincidir con el día 11 de octubre, inolvidable fecha de la inauguración solemne del Vaticano II en 1962 . Soñó el Concilio como un “nuevo Pentecostés”, es decir, como una nueva efusión del Espíritu para la evangelización en el mundo moderno, en la actual encrucijada de la humanidad, en una época con muchos, profundos y acelerados cambios, o incluso en un cambio de época. A este mundo concreto, con sus luces y sombras, el Señor envía a sus discípulos, para inyectar en las venas de la humanidad la savia vivificante del Evangelio. La Iglesia, renovada profundamente por la vuelta a las fuentes del cristianismo, podría salir a evangelizar, no como portadora de amenazas y negros augurios, sino como mensajera de buenas noticias de parte de Dios; de paz y fraternidad, de amor y esperanza. Esa actitud alienta en los documentos del Concilio. Una palabra clave de aquel momento fue “aggiornamento”, que significa ‘actualización’, ‘puesta al día’. Se creó un clima de actitud abierta y confiada, de renovación y de acercamiento al mundo moderno; y la humanidad percibió en el Papa bueno un padre y un referente orientador. La Encíclica Pacem in Terris (11-4-1963) se dirige no solo a los católicos, sino también “a todos los hombres de buena voluntad”; de la Constitución conciliar Gaudium et spes son destinatarios católicos, otros cristianos y “todos los hombres”.

Juan XXIII, siendo patriarca de Venecia, visitó España en 1954 con ocasión del Año Santo Jacobeo, al que fue invitado por el arzobispo de Santiago, cardenal Fernando Quiroga, que había sido canónigo en Valladolid; en ese viaje, pasó por las ciudades de Bilbao y Valladolid. D. José Ignacio Tellechea, sacerdote de la Diócesis de San Sebastián que después sería profesor de Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia de Salamanca, y también Mons. Sebastián Laboa, acompañaron al cardenal Roncalli. Más tarde, el profesor Tellechea contó esa epopeya en un librito encantador, titulado Estuvo entre nosotros (Madrid BAC, 2000) .

Cada día, Roncalli escribía sus impresiones más importantes en un diario . En Bilbao, el 19-7-1954, antes de comer visitaron la Basílica de Begoña, que describió con estas palabras: «A las 14 horas, en el Santuario devotísimo y noble de Begoña, hicimos nuestras oraciones»; una placa recuerda el lugar en el que reposó después de la comida. Desde Bilbao, por la costa, prosiguieron camino hasta Comillas (Santander). En Valladolid estuvo, de vuelta, el 26-7-1954; era entonces arzobispo de nuestra Diócesis Mons. José García Goldáraz, nacido en Hernani (Guipúzcoa), amigo de Laboa y de Tellechea. El futuro papa consignó en su diario lo siguiente: «El obispo, antiguamente vinculado a la Nunciatura de Madrid, era muy bueno, campechano y jovial»; después comentaría con sus compañeros: “Aquel arzobispo fumaba y fumaba”. Celebró «la misa en la iglesia votiva del Sagrado Corazón». Y esta es su impresión del magnífico Museo de Escultura: «Interesantísima la visita al Museo de Arte español en el antiguo Colegio de San Gregorio».

Juan XXIII anunció, convocó y presidió solo el primer periodo del Concilio, ya que murió el 3-6-1963; le sucedió el papa Pablo VI, elegido el 21-6-1963 . El papa Montini asumió el espíritu que el papa Roncalli había infundido al magno acontecimiento conciliar; con mano firme, con fidelidad al Señor, con auténtico estilo conciliar y con mirada amplia, condujo el Vaticano II a buen puerto. Si se confirman los rumores de su pronta beatificación, aumentaría la serie de personalidades, papas y santos de extraordinaria talla en nuestro tiempo.

Los últimos días del papa Juan XXIII fueron seguidos con una insólita atención mundial; eran noticia no solo entre los católicos y en las naciones cercanas, sino también, por ejemplo, en Moscú y en La Habana, en Rusia y en Cuba. La humanidad percibió en Juan XXIII un hombre bueno, una llamada a una humanidad nueva, y un signo de Dios, por quien en todas las latitudes y épocas el hombre siente una querencia inextinguible. La canonización ha renovado entre nosotros el impacto de su persona, dócil a Dios y amigo entrañable de todos; con su actuación, se abrió un horizonte nuevo en la Iglesia.