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Catequesis

Audiencia General

Dones del Espíritu Santo: Consejo

7 de mayo de 2014


Temas: consejo (don del Espíritu Santo).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140507_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 214; Ecclesia LXXIV/3.727, junio (2014), 738-739.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado el pasaje del libro de los Salmos que dice: «El Señor me aconseja; hasta de noche me instruye internamente» (cf. Sal 16,7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el don de consejo. Sabemos lo importante que es, en los momentos más delicados, poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren; pues bien, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo adecuado de hablar y de comportarnos, y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este don en nosotros?

1. En el momento en que lo acogemos y albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios; al mismo tiempo, nos conduce a dirigir cada vez más nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con nuestros hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para elegir opciones concretas en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo ni de nuestro modo de ver las cosas; así, el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.

La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre al mismo tema: ¡la oración!; es algo muy importante. Rezar con las oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero también rezar con nuestras palabras; decir al Señor: “Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer ahora?”. Y con la oración abrimos un espacio para que el Espíritu venga y nos ayude, nos aconseje sobre lo que debemos hacer en ese momento. ¡La oración! ¡Nunca hay que olvidar la oración! Nadie, nadie se da cuenta cuando rezamos en el autobús o por la calle; rezamos en silencio, con el corazón. Aprovechemos esos momentos para rezar y pedir que el Espíritu nos dé el don de consejo.

2. En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: “¿Cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta a Ti?”. De ese modo, se desarrolla en nosotros una sintonía profunda, casi connatural, con el Espíritu, y se experimenta cuán verdaderas son las palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo: «No os preocupéis de lo que vayáis a decir o de cómo lo diréis: en ese momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10,19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejar sitio al Espíritu para que nos pueda aconsejar; y dejar sitio es rezar, rezar para que Él venga y nos ayude siempre.

3. Como todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solo en la intimidad del corazón, sino que nos habla también a través de la voz y del testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un gran don poder conocer a hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.

Recuerdo que una vez, en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había un muchacho muy moderno, con aretes, tatuajes... todas esas cosas, y vino para decirme lo que le sucedía; era un problema grande, difícil. Me dijo que le había contado todo eso a su madre, y ella le había dicho: “Dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer”. He ahí a una mujer que tenía el don de consejo; no sabía cómo salir del problema de su hijo, pero le indicó el camino adecuado: dirigirse a la Virgen. Eso es el don de consejo; esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. Y en efecto, este muchacho me dijo que había mirado a la Virgen y había sentido lo que tenía que hacer. Yo no tuve que hablar; ya lo habían dicho todo su madre y el propio muchacho. Eso es el don de consejo. Vosotras, madres, que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos; el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.

Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendeciré al Señor, que me aconseja; hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor; con Él a mi derecha, no vacilaré» (Sal 16,7-8). Que el Espíritu infunda siempre esta certeza en nuestro corazón y nos colme de su consuelo y de su paz. Pedid siempre el don de consejo.

(Saludo a los peregrinos de lengua española)