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Catequesis

Audiencia General

Dones del Espíritu Santo: Ciencia

21 de mayo de 2014


Temas: ciencia (don del Espíritu Santo).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140521_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 218; Ecclesia LXXIV/3.729, mayo (2014), 814-815.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el don de ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, en cambio, no se limita al conocimiento humano: es un don especial que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios, y su profunda relación con cada criatura.

1. Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor, lo cual suscita en nosotros un gran estupor y un profundo sentimiento de gratitud. Es la sensación que experimentamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo eso, el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde el fondo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

2. Ya al inicio de la Biblia, en el primer capítulo del Génesis, se pone de relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: «Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,12.18.21.25); si Dios ve que la creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esa actitud y ver que la creación es algo bueno y hermoso. He ahí el don de ciencia que nos hace ver esa belleza; por lo tanto, alabemos a Dios y démosle gracias por habernos dado tanta belleza. Y cuando Dios terminó de crear al hombre, no dijo «que era bueno», sino «que era muy bueno» (Gn 1,31): a los ojos de Dios, nosotros somos lo más hermoso, más grande y mejor de la creación; incluso los ángeles están por debajo de nosotros, como hemos escuchado en el libro de los Salmos. El Señor nos quiere mucho, y debemos darle gracias por ello. El don de ciencia nos coloca en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su juicio; y en esa perspectiva, logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos y hermanas.

3. Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas:

  • La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad de la cual podamos disponer a nuestro gusto, ni mucho menos es una propiedad solo de algunos, de unos pocos: la creación es un don, un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
  • La segunda es la tentación de detenernos en las criaturas, como si estas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en ese error.
  • Quisiera volver a la primera vía equivocada: disponer de la creación, en lugar de custodiarla. Debemos custodiar la creación porque es un don que el Señor nos ha dado, el regalo de Dios a nosotros; somos custodios de la creación. Cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios; destruir la creación es decir a Dios: “no me gusta”, y eso no es bueno: he ahí el pecado.

    Cuidar la creación es precisamente custodiar el don de Dios, y es decir a Dios: “Gracias; yo soy custodio de la creación para hacerla progresar, nunca para destruir tu don”. Esa debe ser nuestra actitud respecto a la creación: custodiarla, porque si destruimos la creación, la creación nos destruirá; no olvidéis esto. Una vez que yo estaba en el campo, una persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba, me dijo: “Debemos cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado. La creación está para que la aprovechemos bien; no explotándola, sino custodiándola, porque Dios perdona siempre, los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca; y si tú no la cuidas, ella te destruirá”.

    Esto debe hacernos pensar, y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el don de ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor, que es el ser humano.

    (Saludo a los peregrinos de lengua española, particularmente a los grupos del Colegio Mexicano en Roma, de la Archidiócesis de Madrid y de la Diócesis de Nezahualcoyotl; y anuncio del viaje a Tierra Santa, para el encuentro con Bartolomé I , en el 50º Aniversario del encuentro de Pablo VI con Atenágoras I , y para rezar por la paz en esa tierra que tanto sufre)