Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Carta

Jornada Pro orantibus 2014

A los contemplativos

10 de junio de 2014


Temas: vida contemplativa.

Publicado: BOA 2014, 173.


Queridos hermanos y hermanas de la vida consagrada contemplativa:

Con ocasión de la Jornada Pro orantibus, me ha parecido oportuno escribiros esta carta; por medio de ella quiero mostraros, como obispo de la Diócesis, mi cercanía y gratitud por vuestra vocación, vida y misión en la Iglesia. Desde la ocultación, el silencio, la oración, la fraternidad y el trabajo participáis de manera relevante en la misión confiada por el Señor a sus discípulos: «Id al mundo entero» (Mc 16,15).

Vuestra vida arraiga en Dios, Padre nuestro; en su Hijo Jesucristo, nuestro Señor; y en el Espíritu Santo vivificador. Sed alabanza de la gloria de su gracia (cf. Ef 1,6); con palabras de la Fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad: «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; al Dios que es, que era y que vendrá». Vuestro espíritu está habitado por la presencia insondable del Dios viviente; vuestra esperanza es la gloria de Dios, que no tiene comparación con los sufrimientos de ahora. «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abba, Padre!”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, de modo que si sufrimos con Él, también seremos glorificados con Él» (Rm 8,14-17).

Vuestra vida está escondida para el mundo, no solo por la soledad del claustro, sino también en su auténtica significación. Sin la fe, la esperanza y el amor a Dios; sin la participación personal y comunitaria en el misterio pascual de Jesucristo, que murió por nosotros, resucitó y está vivo para siempre; sin el servicio de intercesión que cumplís en favor de la humanidad; y sin la imitación de María, la Virgen Madre de Dios, feliz por su fe (cf. Lc 1,45) y por la memoria meditativa del corazón (cf. Lc 2,19-51), el sentido más hondo de vuestra manera de vivir queda oculto.

En la escuela de Jesús habéis aprendido que la pobreza es una liberación profunda del ídolo esclavizador del dinero (cf. Mt 6,24), que abre el corazón y las manos para compartir con los demás, y nos permite mirar al futuro con la confianza en el Padre Dios, que nos cuida con mayor solicitud que a las aves del cielo (cf. Mt 6,25-34). Si Dios es vuestro tesoro, en Dios estará vuestro corazón (cf. Mt 6,21); en el Evangelio aprendemos que la pobreza en el seguimiento de Jesús es un valor sublime.

La comunicación con Dios Padre nos hermana a todos; cultivad y amad la vida en comunidad (cf. Hch 2,42). Si la autosuficiencia desune a las personas, la verdad del Evangelio, el amor y la humildad hacen familia. ¡Que vuestra concordia gozosa y servicial sea luz en un mundo egoísta y dividido! La vida en comunidad es fruto de «la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo» (2Co 13,13). Si el corazón se nutre de la comunicación con Dios, recibe fuerza interior para la comprensión, la misericordia, el perdón y la reconciliación. Dios Padre se nos ha manifestado y comunicado por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo.

Desde el principio, el papa Francisco ha insistido en que debemos salir, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza y está siempre “en salida”; no es un salir para curiosear, sino para evangelizar. El salir misionero también es posible viviendo en el claustro, como dice el lema de la Jornada de este año: “Evangelizamos orando”. El claustro no es un repliegue miedoso, sino concentración en Dios; no es ensimismamiento cerrado por el egoísmo, sino ofrenda de la vida a Dios para que la reparta en beneficio de los demás.

Os hace sufrir la perspectiva del mañana de vuestras comunidades. Humanamente, se comprende; pero levantad la mirada al designio de Dios. Dad gracias a Dios por vuestra vocación, y vividla en el Espíritu, que reparte sus dones y hace participar de sus frutos (cf. Ga 5,22-25); que las lamentaciones por las ausencias no nos arranquen el gozo de la vida nueva recibida del Señor. Si agradecéis a Dios la vocación, presentadla a otros como un regalo; temamos nuestra infidelidad y no temamos los caminos insondables de Dios. ¡Dios es nuestro tesoro, «solo Dios basta» (santa Teresa de Jesús), «solo Dios, solo Dios» (Hermano Rafael)!

Para discernir los caminos de Dios en nuestro tiempo, es muy importante comprender que en la penuria actual de vocaciones hay también motivos históricos y sociológicos que nos mueven a descubrir de nuevo el sentido del “resto” de la historia de la salvación. No es lo mismo resto que residuo: este resulta por agotamiento; el resto, en cambio, es débil por las pruebas padecidas, pero, en manos de Dios, puede convertirse en promesa de futuro. Acompasad vuestro espíritu a los ritmos de Dios; únicamente Dios tiene las llaves del futuro. Si nos fiamos de Él y le somos fieles, Él nunca nos fallará; el Señor se ha fiado de nosotros y nosotros sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza. Pocos o muchos, jóvenes o ancianos, vuestra vocación procede del corazón del Padre, y vuestra misión tiene un sentido precioso en las raíces de la Iglesia. Incluso en medio de nuestra sociedad, vuestra forma de vivir es relevante; ante una sociedad que se caracteriza por las prisas, por la fragmentación y dispersión de los lugares de atención, y por la provisionalidad en las decisiones vitales, vosotros podéis ser, por vuestra serenidad, por vuestra sobriedad en la forma de vivir, y por vuestra concentración en “lo único necesario”, un referente orientador sobre lo verdaderamente valioso.

Sed fieles a vuestra vocación tanto en los momentos luminosos como en las horas oscuras y grises; con la paciencia junto a la cruz victoriosa de Jesús, se va templando y acendrando nuestra fidelidad. Aunque la presencia de Dios no siempre repercute en nuestro interior, ni el amor de Dios reverbera siempre en nuestros sentimientos, la fidelidad no es más verdadera cuando es más sentida. En el discurrir de la vida contemplativa se va tejiendo un tapiz de muchos colores; vamos poniendo a los pies del Señor una alfombra de flores diversas.

Siempre me ha llamado la atención cómo una mujer o un varón consagrado llega a la última fase de la vida con sencillez y transparencia, sin amargura ni resentimientos, sin complicaciones retorcidas; el encuentro con Dios le ha iluminado para ver con mayor claridad sus pecados, para reconocerlos con humildad y sin agobios, y para no salpicar a otros con sus fallos, buscando pretextos o justificaciones. La acción del Espíritu va purificando y simplificando el corazón; tal sencillez no es una forma de simpleza, sino manifestación de la sabiduría del Evangelio. ¡Esa es la madurez humana y cristiana!

Queridos amigos, os necesitamos y os queremos; nuestra Diócesis sería inmensamente más pobre sin vuestra presencia. Pedimos por vosotros y nos encomendamos a vuestra oración.