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Francisco

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Catequesis

Audiencia General

Iglesia (pueblo)

18 de junio de 2014


Temas: Iglesia (Abraham).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140618_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 224; Ecclesia LXXIV/3.733, junio (2014), 977-978.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Y felicidades porque habéis sido valientes, con este tiempo que no se sabe si llueve o no llueve... ¡Valientes! Esperemos terminar la audiencia sin agua; que el Señor tenga piedad con nosotros.

Hoy comienzo un ciclo de catequesis sobre la Iglesia. Es un poco como un hijo que habla de su madre, de su familia; hablar de la Iglesia es hablar de nuestra madre, de nuestra familia. La Iglesia no es una institución enfocada solo en sí misma, ni una asociación privada o una ONG, ni mucho menos debe restringir su mirada al clero o al Vaticano. Cuando se dice: “La Iglesia piensa”... la Iglesia somos todos. “¿A quién te refieres?”. “No, a los sacerdotes...”. Ah, los sacerdotes son parte de la Iglesia, pero la Iglesia somos todos; no hay que reducirla a los sacerdotes, a los obispos o al Vaticano... son partes de la Iglesia, pero todos somos Iglesia, todos familia, todos con esa madre. Y la Iglesia es una realidad mucho más amplia, que se abre a toda la humanidad y que no fue creada en un laboratorio, no nació de repente; fue fundada por Jesús, pero es un pueblo con una larga historia a sus espaldas y unos antecedentes muy anteriores al propio Cristo.

1. Esa historia o “prehistoria” de la Iglesia se encuentra ya en las páginas del Antiguo Testamento. Hemos escuchado el libro del Génesis: Dios eligió a Abrahán, nuestro padre en la fe, y le pidió que se pusiera en camino, que dejara su patria terrena y que fuera hacia otra tierra que Él le indicaría (cf. Gn 12,1-9). Y para esta vocación Dios no llamó solo a Abrahán, como individuo, sino que implicó desde el inicio a su familia, a sus parientes y a todos los que servían en su casa. Una vez en camino —sí, así comienza a caminar la Iglesia—, Dios ampliará aún más el horizonte y colmará a Abrahán de su bendición, prometiéndole una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como los granos de arena en la orilla del mar. El primer dato importante es precisamente ese: comenzando por Abrahán, Dios forma un pueblo para que lleve su bendición a todas las familias de la tierra. Y en el seno de ese pueblo nace Jesús; es Dios quien forma ese pueblo, esa historia, la Iglesia en camino, y allí es donde nace Jesús.

2. Un segundo elemento: no es Abrahán quien construye un pueblo a su alrededor, sino que es Dios quien da vida a ese pueblo. Normalmente era el hombre el que se dirigía a la divinidad, tratando de acercar distancias e invocando ayuda y protección; la gente rezaba a los dioses, a las divinidades. En este caso, en cambio, se asiste a algo inaudito: es Dios mismo quien toma la iniciativa. Lo repito: es Dios mismo quien llama a la puerta de Abrahán y le dice: “Adelante, deja tu tierra, comienza a caminar y haré de ti un gran pueblo”. Ese es el comienzo de la Iglesia, y en ese pueblo nace Jesús. Dios toma la iniciativa y dirige su palabra hacia el hombre, creando un vínculo y una relación nueva con Él. “Pero, padre, ¿cómo es posible? ¿Dios nos habla?”. “Sí”. “¿Y nosotros podemos hablar con Dios?”. “Sí”. “¿Realmente podemos tener una conversación con Dios?”. “Sí”. Eso se llama oración, pero es Dios quien da comienzo a todo esto.

Así, Dios forma un pueblo con todos aquellos que escuchan su Palabra y que, fiándose de Él, se ponen en camino. Fiarse de Dios es la única condición; si te fías de Dios, lo escuchas y te pones en camino, eso es hacer Iglesia. El amor de Dios precede a todo; Dios siempre es el primero, llega antes que nosotros, nos precede. El profeta Isaías —o Jeremías, no recuerdo bien— decía que Dios es como la flor del almendro, porque es el primer árbol que florece en primavera, para decir que Dios siempre florece antes que nosotros. Cuando llegamos, Él nos está esperando, nos llama, nos hace caminar; siempre se adelanta respecto a nosotros. Y eso se llama amor, porque Dios nos espera siempre. “Pero, padre... no puedo creerlo, porque si usted supiera... mi vida ha sido muy mala, ¿cómo puedo pensar que Dios me espera?”. “Dios te espera. Y si has sido un gran pecador, te espera aún más y con mucho amor, porque Él es el primero”. Esa es la belleza de la Iglesia: que nos lleva a este Dios que nos espera; precede a Abrahán, y precede también a Adán.

3. Abrahán y los suyos escucharon la llamada de Dios y se pusieron en camino, a pesar de que no sabían bien quién era ese Dios y a dónde los quería llevar. Ciertamente, Abrahán se puso en camino fiándose de ese Dios que le había hablado, pero no tenía un libro de Teología para estudiar quién era ese Dios; se fía del amor que Dios le hace sentir. Eso, sin embargo, no significa que estuvieran siempre convencidos y fueran siempre fieles; al contrario, desde el inicio hubo resistencias, repliegues en sí mismos y en sus intereses, y la tentación de regatear con Dios y de resolver las cosas con métodos propios. Esas son las traiciones y los pecados que marcan el camino del pueblo a lo largo de toda la historia de la salvación, que es la historia de la fidelidad de Dios y de la infidelidad del pueblo. Dios, en efecto, no se cansa; tiene paciencia, mucha paciencia, y a lo largo del tiempo sigue educando y formando a su pueblo, como un padre a su hijo; Dios camina con nosotros. Dice el profeta Oseas: «Yo he caminado contigo y te he enseñado a caminar como un padre enseña a caminar al niño». Hermosa, esa imagen de Dios; es así con nosotros: nos enseña a caminar, y es la misma actitud que mantiene en relación con la Iglesia. Incluso nosotros, en efecto, en nuestro propósito de seguir al Señor Jesús, experimentamos cada día el egoísmo y la dureza de nuestro corazón; sin embargo, cuando nos reconocemos pecadores, Dios nos colma con su misericordia y su amor, y nos perdona, nos perdona siempre. Es precisamente eso lo que nos hace crecer como Pueblo de Dios, como Iglesia: no es nuestra bondad, no son nuestros méritos —no puede ser eso, nosotros somos poca cosa—, sino que es la experiencia cotidiana de cuánto nos quiere el Señor y cuánto se preocupa de nosotros. Eso es lo que nos hace sentir que somos verdaderamente suyos, que estamos en sus manos, y nos hace crecer en la comunión con Él y entre nosotros. Ser Iglesia es sentirse en las manos de Dios, que es Padre y nos ama, nos acaricia, nos espera y nos hace sentir su ternura. Y esto es muy hermoso.

Queridos amigos, este es el proyecto de Dios. Cuando Dios llamó a Abrahán, pensaba en esto: formar un pueblo bendecido por su amor y que llevara su bendición a todos los pueblos de la tierra. Ese proyecto no cambia, está siempre en marcha; se ha cumplido en Cristo, y todavía hoy Dios lo sigue realizando en la Iglesia. Pidamos, pues, la gracia de ser fieles al seguimiento del Señor Jesús y a la escucha de su Palabra, estando dispuestos a salir cada día, como Abrahán, hacia la tierra de Dios y del hombre, nuestra verdadera patria, y llegar así a ser bendición, signo del amor de Dios para todos sus hijos. A mí me gusta pensar que un sinónimo, otro nombre que podemos tener nosotros, los cristianos, sería este: somos hombres y mujeres que bendicen. El cristiano, con su vida, debe bendecir siempre, bendecir a Dios y bendecir a todos. Nosotros, los cristianos, somos gente que bendice, que sabe bendecir. ¡Esta es una hermosa vocación!

(Saludo a los peregrinos de lengua española)