Arzobispo  -  Carta
A los religiosos de vida contemplativa (muy similar a la carta a los contemplativos del bimestre anterior; imágenes de la comparación dejadas en \\datos\comun\cancilleria)
1 de julio de 2014


Queridos hermanos y hermanas:

Quiero ante todo mostraros como Obispo de la Diócesis mi cercanía y gratitud por vuestra vocación, vida y misión en la Iglesia. Desde la ocultación, el silencio, la oración, la fraternidad, el trabajo participáis de manera relevante en la misión confiada por el Señor a los discípulos: “Id al mundo entero” (Mc. 16, 15).

Estáis arraigados en Dios Padre nuestro, en su Hijo Jesucristo nuestro Señor, en el Espíritu Santo vivificador. Vuestro espíritu está habitado por la presencia insondable del Dios viviente. Vuestra esperanza es la gloria de Dios, que no tiene comparación con los sufrimientos de ahora. «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abba, Padre!”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados con él» (Rom. 8, 14-17).

Vuestra vida está escondida al mundo no sólo por la soledad del claustro sino también en su auténtica significación. Sin la fe, la esperanza y el amor a Dios; sin la participación personal y comunitaria en el misterio pascual de Jesucristo que murió por nosotros, resucitó y está vivo para siempre; sin comprender el servicio de intercesión que cumplís a favor de la humanidad; sin la imitación de María la Virgen Madre de Dios, que fue feliz por su fe (cf. Lc. 1, 45) y por la memoria meditativa del corazón (cf. Lc. 2, 19-51), el sentido más hondo de vuestra manera de vivir queda oculto.

La pobreza evangélica es una liberación profunda del ídolo del dinero (cf. Mt. 6, 24), abre el corazón y las manos para compartir con los demás, y mira al futuro con la confianza en el Padre Dios que cuida de nosotros con mayor solicitud que a las aves del cielo (cf. Mt. 6, 25-34). Si Dios es vuestro tesoro, en Dios estará vuestro corazón (cf. Mt. 6, 21). En el Evangelio aprendemos que la pobreza en el seguimiento de Jesús es un sublime valor.

La comunicación con Dios Padre nos hermana a todos. Cultivad y amad la vida en comunidad (cf. Act. 2, 42). Si la autosuficiencia desune a las personas; la verdad del Evangelio, el amor y la humildad hacen familia. ¡Que vuestra concordia gozosa y servicial sea luz en un mundo egoísta y dividido! La vida en comunidad es fruto de “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo” (2 Cor. 13, 13). Si el corazón se nutre en la comunicación con Dios, recibe fuerza interior para la comprensión, la misericordia, el perdón y la reconciliación. Dios Padre se nos ha manifestado y comunicado por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo.

El Papa Francisco desde el principio ha insistido en que debemos salir, ya que la Iglesia es por naturaleza misionera y está siempre “en salida”. No es un salir para curiosear sino para evangelizar. El claustro no es un repliegue miedoso, sino concentración en Dios; no es ensimismamiento cerrado por el egoísmo sino ofrenda de la vida a Dios para que en sus manos la reparta en beneficio de los demás. Evangelizáis orando.

Os hace sufrir la perspectiva del mañana de vuestras comunidades. Humanamente se comprende; pero levantad la mirada al designio de Dios. Dad gracias a Dios por vuestra vocación, vividla en el Espíritu que reparte sus dones y hace participar de sus frutos (cf. Gál. 5, 22-25). Que las lamentaciones por las ausencias no nos arranquen el gozo de la vida nueva recibida del Señor. Si agradecéis a Dios la vocación, presentadla a otros como un regalo. Temamos nuestra infidelidad y no temamos los caminos insondables de Dios.

Es muy importante para discernir los caminos de Dios en nuestro tiempo comprender que en la penuria actual de vocaciones hay también motivos históricos y sociológicos que nos mueven a descubrir de nuevo el sentido del “resto” en la historia de salvación. No es lo mismo resto que residuo; éste resulta por agotamiento. El resto, en cambio, es pequeño pero en manos de Dios puede convertirse en promesa de futuro. Acompasad vuestro espíritu a los ritmos de Dios. Únicamente Dios tiene las llaves del futuro. Si nos fiamos de El y le somos fieles, Él nunca nos fallará. El Señor se ha fiado de nosotros y nosotros sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza. Pocos o muchos, jóvenes o ancianos, vuestra vocación procede del corazón del Padre y vuestra misión tiene un sentido precioso en las raíces de la Iglesia. Incluso en medio de nuestra sociedad es relevante vuestra forma de vivir. Ante una sociedad que se caracteriza por las prisas, por la fragmentación y la dispersión de los lugares de atención, por la provisionalidad en las decisiones vitales, podéis ser vosotros por la serenidad, por la sobriedad en la forma de vivir y por la concentración en lo “único necesario”, referente orientador sobre lo verdaderamente valioso.

Sed fieles a vuestra vocación en los momentos luminosos y en las horas oscuras y grises. Con la paciencia junto a la cruz victoriosa de Jesús se va templando y acendrando nuestra fidelidad. Aunque la presencia de Dios no repercute sensiblemente en nuestro interior y el amor de Dios no reverbera siempre en nuestros sentimientos, sin embargo no es más verdadera la fidelidad cuando es más sentida que cuando es paciente en la oscuridad.

Siempre me ha llamado la atención cuando una mujer o un varón consagrado llega a la fase última de la vida con sencillez y transparencia, sin amargura ni resentimientos, sin complicaciones retorcidas. El encuentro con Dios le ha iluminado para ver con mayor claridad sus pecados, para reconocerlos con humildad y sin agobios, para no salpicar a otros con sus fallos buscando pretextos y justificaciones. La acción del Espíritu va purificando y simplificando el corazón; tal sencillez no es una forma de simpleza sino manifestación de la sabiduría del Evangelio. ¡Esa es la madurez humana y cristiana!

Queridos amigos, os necesitamos y queremos. Nuestra Diócesis sería inmensamente más pobre sin vuestra presencia. Pedimos por vosotros y nos encomendamos a vuestra oración.