LA IGLESIA “DESPIERTA EN LAS ALMAS”

LA IGLESIA “DESPIERTA EN LAS ALMAS”

25 mayo, 2017

Carta Pastoral (16-31 de mayo de 2025) 

LA IGLESIA “DESPIERTA EN LAS ALMAS”

La Pascua nos permite contemplar cada año cómo surge la Iglesia. El acontecimiento fundante, la muerte y resurrección de Jesucristo, su ascensión a los cielos y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, se hace un recorrido que leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

La Iglesia surge en el corazón de los fieles que acogen el anuncio del Evangelio. “Despierta en las almas”, como dijo Guardini. La Iglesia se va plasmando en comunidades que van extendiéndose en el arco mediterráneo y que llegan a los finisterres conocidos de Oriente y Occidente. La Iglesia va adquiriendo, además, sus diversos ministerios, sus instituciones, su forma de organizarse para expresar que, siendo un pueblo, tiene una forma, la forma del cuerpo de Cristo en el que hay pastor y rebaño, esposo y esposa.

La Pascua 2025 nos está dando la oportunidad de ver este surgir de la Iglesia de una manera singular. Al igual que hemos escuchado en los relatos de las apariciones de Jesús cómo se encuentra con Simón Pedro y le pregunta “¿Me amas más que éstos?” y Pedro le responde “tú sabes que te quiero”, nosotros, hoy, también hemos tenido la oportunidad de asombrarnos con la llamada a un nuevo sucesor de Pedro, con la respuesta enamorada del nuevo sucesor de Pedro, con la centralidad de Jesucristo que León XIV ha expresado en sus primeras manifestaciones públicas.

Hemos podido también contemplar en estos días cómo la Iglesia brota en el corazón de millones de creyentes y se asoma de una manera nueva a millones de personas que tienen otros credos o que viven en el agnosticismo o en la indiferencia religiosa. Sí, de una manera serena ha surgido en nosotros, desde el dolor por la muerte del Papa Francisco, la conciencia viva de sentirnos todos reunidos en torno a sus restos en la Plaza de San Pedro, invocando al Espíritu Santo en el cónclave y experimentando la alegría al conocer al nuevo Papa. Se ha abierto paso una serena alegría, a veces un entusiasmo o júbilo, cuando en el balcón del Vaticano aparece León XIV, cuando contemplamos al nuevo sucesor de Pedro.

Seguramente, desbordados, sin que nuestras razones o lo que habíamos leído en los periódicos pudieran sorprendernos o suscitar en nosotros pensamientos o emociones, hemos experimentado una alegría que no nacía, sin más, en nuestro corazón. La alegría de encontrarnos con un enamorado de Jesucristo. Pues, más allá de las distinciones habituales, entre sensibilidades de un corte o de otro, entre diversas maneras de interpretar la fidelidad, la continuidad, la tradición, la novedad, la reforma, las iniciativas, estamos contemplando de nuevo, insisto, a un enamorado de Jesucristo y a esto no nos acostumbramos, afortunadamente. Siempre nos sorprende y viene a hurgar en esos rincones de nuestro corazón que se acostumbran rutinariamente a la vida cristiana, que se acostumbran rutinariamente a aceptar, sin remedio, las situaciones personales, o las de la Iglesia, o las del mundo.

Sí, en esta Pascua estamos contemplando de nuevo cómo la Iglesia renace en el corazón de los fieles, de los hombres y mujeres. Por eso, nuestro desafío está en cómo acogemos este renacer aquí en casa, en nuestras propias comunidades y parroquias, en la Iglesia diocesana, en las Iglesias que peregrinan en España.

No podemos cargar todo el peso de la vida de la Iglesia en el sucesor de Pedro. No podemos contentarnos con que sea él el que tome iniciativas, el que grite pidiendo la paz en el mundo, el que nos convoque a la comunión y, sobre todo, a seguir y amar a Jesucristo. Hemos de ser nosotros, queridos hermanos, los que en nuestra Iglesia particular queramos, experimentando la alegría del Evangelio, la paz que nos ofrece el resucitado, impulsemos nuestra comunión misionera, estrenemos de nuevo la vida cristiana, rompamos con las costumbres superficiales, con ese acostumbrarnos a una vida mediocre o desesperanzada. Renovemos el enamoramiento de Jesucristo, impulsemos de nuevo la comunión entre nosotros y salgamos a la misión. Hagamos de todas las oportunidades de nuestra vida, de todas las relaciones, de todas las presencias, de todos los diálogos y miradas una ocasión para anunciar el Evangelio.

La trayectoria del nuevo Papa, León XIV, nos ha sorprendido por sus tantas capacidades, por todo lo que el Señor ha ido preparando en él para que llegara a ser el sucesor de Pedro. De todo ello, quizás, el subrayado mayor es decir que Robert Francis Prevost es misionero, misionero agustino, misionero de la Iglesia. Es también para nosotros una llamada, la llamada a la misión, la llamada a salir de nuestras posiciones a las que nos vamos acostumbrando, la llamada a renovar nuestros propios procesos en las relaciones, en las tomas de decisión, en el seguimiento de nuestra comunión misionera.

Sí, que la alegría que estamos experimentando en estas horas baje a lo profundo de nuestro corazón para que se traduzca en un impulso a la comunión misionera, a la que el Papa, a la que los papas de los últimos años, de las últimas décadas, están convocando a la Iglesia. La referencia del concilio Vaticano II es el punto fundamental de unión en los papas de las últimas décadas.

Vivamos también nosotros esta fidelidad a la palabra, a la liturgia, a la comunión y al diálogo con el mundo en salida misionera. Así, como asamblea de llamados y viviendo cada uno según nuestra vocación, anunciemos el Evangelio, anunciemos la alegría de pertenecer a la Iglesia, alegría que hemos renovado en esta Pascua y que “ha despertado” en el corazón de muchos.