Carta Pastoral (16-30 de junio de 2025)
LA EUCARISTÍA DEL DOMINGO
En una conversación que pude mantener a mediados de los años 80, siendo seminarista, con don Antonio Palenzuela, Obispo de Segovia, le escuché, entre otras cosas, dos afirmaciones que me han acompañado a lo largo de los años. Una muy sencilla respecto de la organización de la propia vida, decía Don Antonio, “no se pueden tomar los dos frescos”, haciendo referencia a que no se podía, al mismo tiempo, trasnochar y madrugar, pensando en una vida del Seminario, en la que levantarse temprano para orar y estudiar era algo importante y también era preciso cuidar el sueño. Pero él hizo también otra afirmación, que a mediados de los años 80 seguramente no comprendí del todo. Nos dijo a los seminaristas de la Región: “Mirad el futuro de la Iglesia en Castilla, pero no solo en estas tierras, va a tener mucho que ver con cómo vivamos la Eucaristía del Domingo”. Esta afirmación fue guardada por mí en el corazón y ahora la comprendo muy bien.
Quizás, en un primer momento pude pensar que relacionar la Eucaristía del Domingo y la Iglesia en Castilla tenía que ver con los numerosísimos altares que tenemos en miles de parroquias extendidas por nuestro territorio, algunas con una población ya muy menguada; también con un número más escaso de presbíteros que pudieran, en el nombre del Señor, presidir la Eucaristía y entregarnos su propio Cuerpo. Un problema cuantitativo, de organización, del que surgen interrogantes: ¿Dónde podemos celebrar la Eucaristía del Domingo? ¿Cómo vivir el Domingo?
Pero, don Antonio, se refería a algo seguramente más profundo, sin desdeñar la problemática cuantitativa, la importancia de la Eucaristía del Domingo como signo de pertenencia de la Iglesia, como expresión de nuestra comunión y renovación del envío misionero al que todos los bautizados, como discípulos misioneros, estamos convocados. Sí, la Eucaristía del Domingo nos permite celebrar, semana a semana, la Pascua. Es la Pascua semanal que nos permite adentrarnos en el misterio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, escucharle de nuevo ascendido a los cielos, en su bendición y envío; es la ocasión de acoger el Espíritu Santo, que no solo viene sobre el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino que también viene sobre la asamblea para que sea ofrenda permanente, víctima agradable, un pueblo que tiene la forma del cuerpo de Cristo.
La Eucaristía del Domingo no es solo un acto devocional en el que cada cual puede elegir ir aquí o allá en las ciudades en función del horario o de la organización del fin de semana. Tampoco es una expresión de la pertenencia a mi propio pueblo, a mi propia tierra, precisamente porque la Eucaristía nos une a la católica, es expresión de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, pues ya prácticamente en ninguna de nuestras parroquias, pequeñas o grandes, podemos decir que se identifiquen comunidad cristiana congregada el domingo y la sociedad, los habitantes del municipio o del barrio donde nuestras parroquias están establecidas.
Es muy importante descubrir en la Eucaristía del Domingo un signo de pertenencia y vivir también el esfuerzo de sabernos convocados y congregados en torno a un altar concreto, el altar donde nos reunimos con otros cristianos, el altar donde juntos decimos “Padre Nuestro”, escuchamos la Palabra para ser sus discípulos misioneros, comulgamos el Cuerpo de Cristo para ser enviados en su misma misión. Envío misionero en el que nuestra propia manera de vivir y de estar realiza la condición sacerdotal que el “Haced esto” que escuchamos en el corazón de la Plegaria Eucarística nos invita a realizar existencialmente.
La Eucaristía del Domingo, en la medida en que nos regala la Iglesia que brota permanentemente de la Pascua de nuestro Señor Jesucristo, que nos congrega como un pueblo y nos hace descubrir una pertenencia concreta —hermanos con los que rezamos juntos, responsables de todo lo que acontece alrededor de la Eucaristía del Domingo y enviados para que en el territorio, en el ámbito donde se realiza nuestra existencia—, nos dispone para obedecer al “Id” que en cada final de Eucaristía nos lanza a la misión de anunciar el Evangelio que edifica la paz.
Vivir el Domingo, incluso en la situación conflictiva que significan hoy la organización de los días trabajo, las condiciones familiares y laborales, o bien la vivencia del fin de semana y los desplazamientos de unos lugares a otros, nos está invitando a descubrir cuál es el territorio existencial donde se realiza nuestra vida cristiana, cuáles son los hermanos concretos con los que compartimos la fe, esa comunidad que se reúne en torno al altar y que va descubriendo en torno al altar su vocación, los ministerios que realiza en favor de la comunidad y el alimento de Palabra, Espíritu, Cuerpo del Señor y de la presencia y compañía de los hermanos, para, así fortalecidos, salir y anunciar el Evangelio.
Esta misma comunidad que se reúne en torno al altar lo está también en torno a la pila del Bautismo, porque sin una comunidad que en torno a ella que acoge la acción del Espíritu Santo, los neófitos, que son presentados por sus padres y padrinos o adolescentes o adultos que quieran bautizarse, no encontrarán quien pueda acompañar esta gestación de la vida cristiana, que significa la iniciación en esta misma existencia.
Celebramos en estos días el Corpus Christi. Es un verdadero homenaje a la Eucaristía que sale además a las calles y a las plazas. Es una parábola de lo que estamos llamados a vivir cada Domingo: alegrarnos viviendo la presencia del Señor resucitado, acoger su entrega por nosotros, que transforma nuestras vidas y nos congrega como pueblo santo de Dios que sale y se entrega como el mismo Cuerpo de Cristo que comulga. Eucaristía del Domingo que refuerza nuestra fraternidad y renueva el envío misionero para que seamos testigos de la presencia de Jesucristo, presencia redentora en favor de todos los hombres.
Que la fiesta del día solemne del Corpus Christi nos haga amar más la Eucaristía del Domingo y comprometernos a que sea verdaderamente el punto de referencia de la reforma comunitaria y misionera que nuestra Iglesia está llamada a vivir.