Con la ordenación de Felipe y José María, se eleva a 12 el número de diáconos permanentes al servicio de la Iglesia en Valladolid

Con la ordenación de Felipe y José María, se eleva a 12 el número de diáconos permanentes al servicio de la Iglesia en Valladolid

2 junio, 2025

Son ya 12, un número especialmente significativo para la Iglesia. Con la ordenación de Felipe Olmedo y José María Sánchez, el pasado 1 de junio, coincidiendo con la celebración de la Ascensión del Señor, la Archidiócesis de Valladolid incorporó dos nuevos diáconos permanentes y fue testigo, así, de cómo esta vocación propia, recuperada por el Concilio Vaticano II, hace ensanchar también la “asamblea de llamados” que es la Iglesia. Llamados, como Felipe y José María, a “asumir la gracia”, acogida como “obligación de vida” con su acceso al primer grado del Sacramento del Orden, a unirse aún más “a Jesús” y al “pueblo santo de Dios”, como significó el Arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, don Luis Argüello.

“La Santa Madre Iglesia pide que ordenes diáconos a estos, nuestros hermanos”, afirmó desde uno de los ambones de la Santa Iglesia Metropolitana Catedral el presbítero Miguel Ángel Vicente, también delegado de la Comisión para el Diaconado Permanente. “¿Sabes si son dignos?”, preguntó desde su cátedra el prelado vallisoletano, mientras Felipe y José María aguardaban desde el mismo presbiterio su aprobación. Y de su dignidad “doy testimonio”, respondió Vicente, dando pie a que Arzobispo, presbíteros, diáconos y pueblo fiel se unieran en oración, cantando: “¡Demos gracias a Dios!”.

Arrodillados ante esa misma cátedra, estrechando sus manos con las del Arzobispo, prometerían fidelidad y obediencia a monseñor Luis Argüello y a sus sucesores antes de tumbarse ante el altar, convencidos de la voluntad manifestada para su ordenación diaconal, mientras la Seo vallisoletana rogaba a todos los Santos, con sus Letanías, para que cuando el prelado impusiera sus manos sobre las cabezas de Felipe y José María actuara, efectivamente, como un “cauce” del Espíritu Santo.

Ya revestidos con la estola diaconal y la dalmática, ambos recibieron el Evangelio “del cual has sido instituido mensajero”, les recordó uno a uno el prelado vallisoletano, con la petición de convertir “en Fe viva lo que es” y enseñarlo (el Evangelio), cumpliendo también lo que ya como diáconos permanentes enseñen durante una de las funciones que les son propias: la proclamación de la Sagrada Escritura.

Diáconos y esposos

Recibieron el Evangelio y recibieron también el abrazo emocionado del resto de diáconos permanentes, con quienes comparten ya “caminar”, como lo siguen compartiendo tras su acceso al ministerio ordenado con sus respectivas esposas. Porque Felipe y José María acceden al diaconado permanente como hombres casados y “vuestra ordenación”, les recordó el Arzobispo, “no anula vuestro matrimonio, sino que implica a vuestras esposas” cuyo consentimiento por escrito, de hecho, fue necesario para que estos dos vallisoletanos pudieran confirmar su vocación diaconal. Y las implica “no solo funcionalmente”, advirtió monseñor Argüello, reconociendo que “aceptar los servicios que el obispo os pida pueda complicar la vida familiar”, sino también desde la hondura de la vinculación “que existe entre el ministerio ordenado y los bautizados”.

Ante un “desafío apostólico de primera magnitud” como el que vive la Iglesia en la actualidad, “estamos llamados a caminar todos juntos”, quiso remarcar el prelado vallisoletano. Y si los diáconos permanentes “ayudan a los presbíteros a entender que su relación con el pueblo de Dios es una relación de servicio”, afirmó monseñor Argüello, “en el diaconado de los hombres casados la vinculación a vuestra esposa hace visible una vinculación singular”. “Porque vuestras esposas”, prosiguió el Arzobispo en su homilía, “viven la vocación laical y la viven también en la condición esponsal que os vincula”.

Funciones del diácono permanente

El diaconado permanente es una vocación propia, diferente a la del presbiterado, regulada por el Código de Derecho Canónico, donde se establece que pueden acceder a ella aspirantes no casados y casados. Estos últimos, “con el consentimiento de su mujer” y cumplidos “al menos 35 años” de edad.

Sus funciones, además de asistir al obispo o a los sacerdotes en la celebración de la Eucaristía, incluyen dirigir las celebraciones de la Palabra —sin posibilidad de consagrar el pan y el vino—, leer la Sagrada Escritura, celebrar exequias e impartir algunos sacramentos, como el Bautismo o el Matrimonio, entre otras.

Precisamente, tras su ordenación, y guiados por el delegado de Liturgia, Francisco José García, los dos nuevos diáconos permanentes comenzaron a desempeñarse en sus nuevas funciones. Ya fuera en el altar, disponiéndolo todo para que el Arzobispo pudiera dirigir la Plegaria Eucarística; distribuyendo la Comunión, con especial cariño a sus familiares, que llenaron los primeros bancos del templo; o en la cátedra, junto al prelado, poniéndole y quitándole el solideo o despidiendo a los fieles, como hizo Felipe: “En el nombre del Señor, podéis ir en paz”.