Fernández Lubiano, en su glosa del Paño de la Verónica: “Siento que me mira, me conoce y me ama”

Fernández Lubiano, en su glosa del Paño de la Verónica: “Siento que me mira, me conoce y me ama”

10 marzo, 2025

El vicario general de la Archidiócesis de Valladolid, Jesús Fernández Lubiano, glosó el pasado 8 de marzo, primer sábado de Cuaresma, el Paño de la Verónica que portará en sus manos esta imagen que forma parte del conjunto escultórico ‘Camino del Calvario’ (Gregorio Fernández, 1614) y cuya realización se encargó este 2025 a la pintora Helen Fernández.

A continuación, reproducimos el texto íntegro de su intervención ante una concurrida Iglesia Parroquial de San Andrés Apóstol:

“Buenas tardes.

Después de la imagen viene la palabra.

La Cofradía del Santísimo Cristo Despojado, Cristo camino del calvario y Nuestra Señora de la Amargura, en la persona de su Presidente me habéis invitado a glosar este paño que lleva pintado el rostro de Jesús, el paño de la Verónica de esta semana santa vallisoletana del dos mil veinticinco. Os lo agradezco sinceramente. Bien sabéis que me une a esta Cofradía un vínculo de devoción, colaboración y amistad desde el inicio de mi ministerio sacerdotal hace ya treinta y un años.

Hacer una glosa es poner palabras a las palabras. Anotar palabras que expliquen o aclaren otras palabras. Pero de lo que aquí se trata es de poner palabras a una imagen. Una bellísima imagen. El rostro de Jesús, su santa Faz.

Hace justo una semana que vi este lienzo por primera vez. Nos habíamos reunido en el Centro de Espiritualidad, tres miembros de la cofradía, la autora con su esposo, y un servidor. Buscamos un lugar luminoso, el día estaba gris y lluvioso. Helen, autora de esta imagen, colocó en una mesa el lienzo enrollado. Fue soltando la cinta que lo sujetaba. Percibí en todos, una serena expectación. En Helen por ver nuestra reacción. En nosotros por ver la obra.

Cuando lo mostró y vi el rostro de Jesús, su santa Faz en el lienzo moreno, me quedé en silencio, impresionado, sin palabras. No sabía qué decir. Algunos se aventuraron a expresar lo que la imagen reflejaba, pero yo seguía sin palabras, bueno, más bien se me llenó el alma de silencio. Y me sentía atraído por el rostro de Jesús y no podía dejar de mirarlo, en silencio, sin palabras. Le hice una foto con el teléfono, y durante esta semana la he seguido contemplado, en la pantalla del ordenador, en silencio, atraído por un no sé qué, que me llevaba a mirarla y el alma permanecía en silencio y cuánto más la miraba más me enamoraba.

Os soy sincero, me ha costado mucho ponerle palabras a esta Santa Faz que ahora también vosotros podéis contemplar y admirar, y sentiros atraídos por una seducción que te hace enamorarte de este rostro dulce, manso, humilde y bello. 

Helen, ¡qué bien has plasmado en el lienzo el momento, el instante!

Los fotógrafos buscan captar el instante preciso, el segundo exacto, la expresión que no se repite. Tu ojo fotográfico ha captado el instante preciso, en que a Jesús, que camina hacia el Calvario con el patibulum a sus espaldas, se le acerca una mujer con una paño, seguramente su velo,  para enjugarle el rostro, golpeado, humillado, vejado y abatido; cubierto de polvo y sudor, de sangre y de lágrimas.

Cuántas veces nos reprenden porque al posar para la foto salimos con los ojos cerrados y hay que volver a repetirla para que los ojos abiertos llenen de expresividad el rostro y de luz el semblante.

Pero el rostro de Jesús que quedó grabado en el paño de aquella mujer y  que tú has pintado, capturando el instante, tiene los ojos cerrados y sin embargo llenan el rostro de expresividad que a mí aún me sigue cautivando. Y sigo mirando su rostro, que con sus ojos escondidos tras los párpados, siento que me mira y me conoce, parece que siente mi presencia y me ama.

Si. Veo la mirada de Jesús que se ha cruzado con la mirada de una mujer. Era una de tantas personas que llenaban las calles de Jerusalén en aquellos días de fiesta. Era la Pascua. ¿Se conocían? ¿Era una discípula del maestro, del profeta de Nazaret? O ¿Era una desconocida? No lo sé. Pero… quiero pensar que sí.  Que sus miradas se habían cruzado en otra o en otras ocasiones. Si. Era la mirada de una, tantas mujeres, que se encontraron con el mirar de Jesús, con aquellos ojos llenos de la infinita ternura de Dios, espejo de su alma divina y humana, humana y divina a la vez.  

Quizá pudiera ser una de tantas “María Magdalenas” que vieron, que se encontraron con la mirada misericordiosa de Jesús, que expulsaba los demonios y en nombre de Dios perdonaba los pecados. O sería aquella mujer a la que presentaron como adultera y condenada a morir apedreada, y tuvo la dicha de cruzarse con la dulce mirada del “tampoco yo te condeno. Anda y no peques más”. Tal vez fuera la mujer de Samaría que tenía los ojos llenos de sed y se encontró con la mirada del que junto al pozo de Jacob le pedía de beber. Podría ser Marta o María las hermanas de Lázaro que vieron los ojos del amigo lleno de lágrimas ante la tumba del amigo que llevaba cuatro días muerto. Estas hermanas que habían acogido tantas veces a Jesús en su casa, del que María recibía enseñanzas estando sentada a sus pies con el oído abierto y la mirada embelesada; o Marta que le servía de forma nerviosa y acelerada y se encontró con la mirada tierna del reproche cariñoso.  Podría ser cualquiera de aquellas mujeres que le habían seguido desde Galilea y que ayudaban al Maestro con sus bienes; que arrebatadas por la fuerza de su Palabra y de su mirar, habían descubierto en sus ojos, las ventanas por donde se asomaba su alma, las puertas por donde se nos invita a entrar para vivir en su corazón.

Era una hora temprana, en las calles de Jerusalén, llenas de peregrinos, bulliciosos por la alegría de la Pascua, y por el griterío de los que se divierten al paso de los condenados a morir en el patíbulo. Se miraron, se cruzaron las miradas y se reconocieron y el que tantas veces había mostrado compasión ahora la recibe de esta mujer. Y sucedió, que al acercarle el paño al rostro, como un acto reflejo que todos hacemos al secarnos la cara, Jesús cerró sus ojos y su rostro y su mirada oculta tras los párpados, quedaron impresos en el paño con que le seca el sudor, la sangre, las lágrimas. Con la delicada ternura de las manos se le devuelve al rostro dignidad y hace aflorar una sonrisa con la que agradece el gesto intrépido y la compasión. 

Helen, qué bien has sabido captar este instante que plasma todo el misterio de Dios hecho hombre, que se deja ver y a la vez se esconde. El misterio del Amor.

Un rostro dibujado con armonía de tonalidades, con rasgos prominentes pero serenos. Muestran un rostro proporcionado por la serenidad, del que acepta voluntariamente amar y sufrir; rasgos muy varoniles del que con la humildad del que todo lo puede, se deja ayudar.

Es el rostro de Dios humanado. El color ocre da armonía al rostro. Y a mí me recuerda el color de la tierra. Dios creó al hombre, a Adam del barro de la tierra. La tonalidad ocre de este rostro es el color de la humanidad de Dios que también ha querido ser de barro.

El barro es fragilidad. Dios hecho de tierra, se ha hecho vasija frágil que guarda como tesoro escondido su divinidad que ha asumido la fragilidad de la condición del hombre, pecadora y mortal.

El barro en las manos del alfarero se deja modelar, es dócil, obediente, se va dejando hacer. Así Jesús, el Hijo obediente, dócil al querer de Dios, su Padre, obediente hasta la muerte y muerte de cruz. El color del barro es el color de la obediencia.

Y sobre su cabeza la corona de espinas, corona de la burla de los soldados, que se mofaban de él, el Rey de los judíos, y cuyo reino no es de este mundo. También así Jesús, ha querido esconder su condición de Rey Universal.

La compasión de una mujer, de la Verónica, es la compasión de Helen, que al pintar la corona en la cabeza de Jesús, parece que la agudeza afilada de la espinas solo salen hacía fuera y no se clavan lacerantes en la cabeza del que es Cabeza del universo. Solo un hilito de sangre brota y recorre la frente, y como si fuera una lágrima que nace en los ojos y resbala por la mejilla. La Verónica ha aliviado el sufrimiento de Jesús con su paño, y tú lo has querido hacer con el pincel.

Las palabras de esta glosa se van acabando, pero ya no habrá silencio porque quedará para siempre el eco de una voz en el interior, de una oración incesante. ¿No la escucháis? Oigo en mi corazón a Dios que dice: “buscad mi rostro”, y uno que le responde: “tu rostro buscaré Señor. No me escondas tu rostro”.

Ahora cesarán mis palabras y quedará esta bellísima y cautivadora imagen de Jesús, la Santa Faz. Y una vez más será verdad que una imagen vale más que mil cuatrocientas setenta y cuatro palabras. Gracias.”