Homilía del Domingo de Ramos de monseñor Luis Argüello: “La Semana Santa nos ayuda a descubrir la senda que lleva al cielo”

Homilía del Domingo de Ramos de monseñor Luis Argüello: “La Semana Santa nos ayuda a descubrir la senda que lleva al cielo”

14 abril, 2025

Tras la bendición de las palmas en el Patio de los Cipreses de la Santa Iglesia Metropolitana Catedral de Valladolid, a la que acudieron el deán de la Catedral, José Andrés Cabrerizo, miembros y colaboradores del Cabildo Catedralicio, el consiliario de la Junta de Cofradías de Semana Santa, Guillermo Camino, fieles, representantes de las 20 cofradías de Semana Santa, el presidente de la Junta de Cofradías, Miguel Vegas, el alcalde de Valladolid, Jesús Julio Carnero, y la concejal de Turismo, Eventos y Marca Ciudad del Ayuntamiento vallisoletano, Blanca Jiménez, el Arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), don Luis Argüello, presidió la celebración de la Santa Misa de Domingo de Ramos en la Seo vallisoletana.

A continuación, reproducimos íntegramente la homilía del prelado vallisoletano:

“Queridos hermanos y amigos, saludo con afecto al señor deán de la Catedral, a los miembros del Cabildo y demás presbíteros. También, de una forma muy especial, a vosotros, queridos hermanos y hermanas de las cofradías vallisoletanas; querido Miguel, que presides la Junta de Cofradías. También me alegra poder saludar a la concejala de nuestro Ayuntamiento presente entre nosotros (Blanca Jiménez) y a todos vosotros, queridos hermanos, hijos de Dios, miembros de este pueblo santo que vuelve a realizar en estos días un singular diálogo con el espacio y el tiempo. Vamos a acoger un acontecimiento que ya es eterno: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Es eterno y por eso emerge en el hoy del tiempo y nos permite hacer en esta semana, en nuestro programa de Semana Santa, un programa de 10 días, un ejercicio en el que a lo largo de estos días ya estamos contemplando la cruz, ya miramos al Señor en sus llagas, ya contemplamos a María con un velo de dolor, de angustia, de piedad, de soledad. Ya caminamos con Jesús hacia la cruz, pero todavía este diálogo con el tiempo es más ancho, porque la segunda de las lecturas que la Iglesia hoy ha proclamado, tomada de la Carta de Pablo a los Filipenses, nos habla de ese recorrido del Hijo de Dios, que estando junto al Padre y al Espíritu en las moradas celestes, decide hacer un camino de bajada, decide tomar nuestra propia carne, que es lo que en este año 2025 celebramos de una manera especial: la encarnación del Hijo de Dios, el nacimiento, su vida entre nosotros. Desciende en una senda singular de obediencia a la voluntad del Padre, de humildad, de pobreza, de sacrificio, y su descenso en el Sábado será un descenso a los infiernos, para desde ahí, desde las partes más bajas, iniciar su victoria.

Nosotros hoy ya nos hemos arrodillado ante la muerte de Jesús, pero nos hemos vuelto a poner de pie y celebraremos ahora en la Eucaristía su presencia real, resucitado. No jugamos con las cosas, no jugamos con el tiempo, sino que queremos año a año poder acoger con mayor hondura este acontecimiento eterno de salvación, que yo quiero que hoy, Domingo de Ramos, apuntéis como una palabra en el corazón: Pasión. Hemos leído el relato de la Pasión. Hemos comenzado esta gran Semana de Pasión, que la Iglesia ya nos ha preparado en la quinta de Cuaresma. Pasión. Es la pasión de Dios por nosotros, es su amor apasionado por todos y cada uno, que quiere también entrar en diálogo con nosotros, para que respondamos con pasión.

La pasión que tenéis, queridos hermanos Cofrades, pasión estética a la hora de adecuar bien vuestros pasos, a la hora de disponer todo lo mejor posible para vivir los cultos y las procesiones de estos días. Pasión por querer vivir el mandamiento nuevo que Jesús nos ofrece el Jueves Santo: amaos unos a otros, como yo os he amado. ¿Y cómo nos ama el Señor? Con pasión, con un amor tan apasionado que le lleva a dar la vida por nosotros.

Responderemos nosotros, amigos, con pasión a la pasión. Pasión de la razón para descubrir la verdad, la verdad de quién somos, la verdad de Dios, la verdad de nuestra vida como peregrinación hacia el cielo. Pasión del afecto para amarnos unos a otros, como Jesús nos ama, para reconciliarnos, para perdonarnos, para dar la vida en los pequeños detalles de cada día.

Pasión de la voluntad para decir, como Jesús en Getsemaní, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Sabemos de nuestra debilidad como la de aquellos que en el primer Domingo de Ramos aclaman a Jesús como nosotros: “¡Hosanna al hijo de David, bendito al que viene en nombre del Señor!”. Y solo unos días después, en el mismo sitio: ¡Crucifícale!

Es bueno que caigamos en la cuenta de esto porque nos pasa, porque podemos gritar aquí, celebrar, vivir en nuestras cofradías, en nuestras comunidades cristianas, en nuestras familias, “¡Hosanna!”, y lo mismo, al rato, “¡Crucifícale!

Cuando negamos nuestra pasión, cuando no respondemos con amor, con perdón, con servicio, cuando cedemos a la mentira, a la injusticia, cuando vivimos como si Dios no existiera, nuestro “¡Hosanna!” se transforma en un “¡Crucifícale!”. Pero, ¿sabéis? Lo peor sería, más que gritar “¡Crucifícale!”, más que traicionar el “¡Hosanna!”, sería la indiferencia, la falta de pasión. Seguramente este sea uno de los problemas de nuestra época, la indiferencia, la falta de pasión.

Incluso algunas personas, algunos de nuestros familiares, vecinos, contemporáneos, les falta pasión de vivir y entran en formas depresivas de existencia, en formas de melancolía, de tristeza, de nostalgia, en formas de vida sin pasión. Pidámosle, amigos, al Señor que nos permita acrecentar en estos días la pasión por ser cristianos, la pasión por formar parte de la Iglesia Católica, la pasión por acoger la misión del Señor y anunciar la Buena Noticia a quien quiera oírla. Para eso, además de este coloquio con el tiempo, haremos en estos días un coloquio con el espacio.

Vamos a vivir en nuestras calles rasgos de lo que pasó en Jerusalén y traemos acontecimientos de Jerusalén a Valladolid para vivir un coloquio entre Jerusalén y Valladolid, para que cosas que pasaron en Jerusalén —los ramos, la Pasión, la oración del huerto, el viacrucis, el sepulcro, el gólgota— traigan aquí a nuestra tierra, a nuestras calles y plazas, la posibilidad de una novedad que nos haga caer en la cuenta de que somos peregrinos hacia la Jerusalén celestial, de que caminamos hacia allí donde el Señor quiere regalarnos la Pascua Eterna, la pasión sin cansancio, la alegría sin lágrimas. Vamos hacia el cielo y la Semana Santa nos ayuda a descubrir la senda que lleva al cielo.”

Bendición desde el balcón de la Vera Cruz

Distintas autoridades eclesiásticas, entre ellas, el Arzobispo de Valladolid, don Luis Argüello, se incorporaron a la Procesión de las Palmas, que se vio interrumpida por la lluvia cuando ‘La Borriquilla’ accedía a la Plaza Mayor, por lo que tuvo que resguardarse durante unos minutos en la Iglesia de Jesús.

Finalmente, y aunque el resto de las cofradías se vieron obligadas a emprender el camino de regreso a sus sedes antes de lo previsto para salvaguardar de la lluvia a sus secciones infantiles, la Procesión concluyó con la tradicional bendición del prelado vallisoletano desde el balcón de la Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz, donde emplazó a “mover las palmas” al tiempo que agradeció la “paciencia” y la “presencia” de algunos cientos de personas que acudieron a la calle Platerías cuando, tras cesar la lluvia, la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz retomó, ya en solitario, la Procesión de las Palmas de regreso a su sede.

Precisamente, el Arzobispo de Valladolid significó que “esta peregrinación” desde la Santa Iglesia Metropolitana Catedral hasta la Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz “en medio de alguna inclemencia del tiempo, es también una parábola de lo que tenemos que estar dispuestos a hacer con las dificultades de la vida”.