Misa funeral por los fallecidos por el Covid-19 en la catedral de la Almudena

Misa funeral por los fallecidos por el Covid-19 en la catedral de la Almudena

Misa funeral por los fallecidos por el Covid-19 en la catedral de la Almudena

7 julio, 2020

Ayer noche la Catedral de la Almudena acogió una Misa Funeral por todos los fallecidos a causa de la pandemia Covid-19, organizada por la Conferencia Episcopal Española, que estuvo presidida por el Card. Carlos Osoro Sierra, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la CEE. Han concelebrado con él los señores cardenales, arzobispos y obispos miembros de la Comisión Permanente, los señores cardenales residentes en Madrid, el señor Nuncio Apostólico y los obispos auxiliares de Madrid. 34 prelados entre los que estuvieron el cardenal arzobispo de Valladolid, don Ricardo Blázquez, y su obispo auxiliar, don Luis Argüello.

También concelebraron algunos sacerdotes que desarrollan su labor en la CEE, así como miembros del consejo episcopal de la archidiócesis de Madrid y del cabildo catedral, y un grupo de representantes de los capellanes de los hospitales de Madrid.

Así mismo, en la celebración estuvieron presentes los 4 diáconos permanentes que son capellanes de centros hospitalarios en Madrid, que precedieron al Evangelio en la procesión de entrada.

En la nave lateral derecha, bajo la imagen de Santa María la Real de la Almudena, se situóun grupo de más de 70 familiares de fallecidos a causa de la pandemia.

En la nave lateral izquierda se situaron los representantes de las Iglesias y de las confesiones. Junto a ellos estuvieron también una representación de los agentes sociales y eclesiales que durante esta pandemia están trabajando en favor de los demás:

– Personal sanitario.

– Voluntarios de Pastoral de la Salud, de Cáritas y de la Orden de Malta.

– Miembros de las Fuerzas Armadas, de los cuerpos de Seguridad del Estado y de los Bomberos.

El Card. Osoro, arzobispo de Madrid, acompañado del Card. Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la CEE, y del Secretario general de la CEE y obispo vallisoletano, don Luis Argüello, recibieron a su llegada a SSMM los Reyes y a sus hijas en la puerta de la Catedral después de que lo hicieran las autoridades civiles.

SSMM los Reyes y sus hijas accedieron al templo por el pasillo de la nave central mientras sonaba el Himno nacional y se situaron en 4 sitiales en la primera línea del lado del Evangelio de la nave central.

Tras el canto de entrada de la celebración, el Requiem, y después después del saludo del presidente de la celebración, Card. Osoro, el Card. Omella, presidente de la CEE dirigió unas palabras a los presentes.

Tras la proclamación del Evangelio, el presidente de la celebración, Card. Osoro, arzobispo de Madrid, pronunció la homilía.

Al finalizar la celebración, don José María Gil, obispo de Ávila, que estuvo ingresado durante más de un mes a causa de la COVID-19, leyó, dirigiéndose a la imagen de Nuestra Señora de la Almudena, la oración compuesta por el papa Francisco para este tiempo de pandemia.

Finalizada la celebración, el señor cardenal-arzobispo de Madrid, acompañado del señor cardenal-arzobispo de Barcelona, acompañarona SSMM los Reyes y a sus hijas a la puerta de la Catedral y allí se despidieron de ellos. En este recorrido les acompañaron también los 5 representantes de los poderes del Estado y el vicesecretario para asuntos económicos de la CEE.

 

 

Palabras de cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española

 

Majestades, Autoridades

Hermanos obispos y sacerdotes Hermanos todos en el Señor

A consecuencia de la grave crisis sanitaria de la Covid-19 muchas personas han padecido esta enfermedad y desgraciadamente demasiadas han fallecido. La Iglesia que peregrina en España hace suyo el dolor, el sufrimiento de los familiares de los difuntos y quiere, a través de la Comisión Permanente, ya que la Asamblea Plenaria no se reunirá  hasta  el mes de noviembre, pedir al Dios y Padre de la misericordia, por todos los fallecidos, no sólo por el coronavirus  sino también  por los que han fallecido por otras causas y que, durante el tiempo de confinamiento, no han podido recibir la despedida merecida.

Es profundo el dolor que ha provocado en nosotros no solo su muerte sino también las condiciones de su partida, lejos del contacto de sus familiares y amigos, sin poder cruzar palabra, sin poder despedirnos de ellos. Rezamos por todos ellos y por sus familiares.

Sin embargo, Dios nunca abandona a sus hijos. La solidaridad de tantas personas implicadas en ayudar a las víctimas de la pandemia es el signo sencillo y palpable de la cercanía de Dios. Damos gracias porque hay en nuestra sociedad una gran reserva de humanidad y de caridad, de acción solidaria

Ahora, estamos ofreciéndoles el mejor regalo que podrían recibir: nuestra oración y acción de gracias por todos y cada uno de ellos.  Es precisamente en la celebración de la Eucaristía por su eterno descanso cuando oramos por ellos a Dios para  que  los acoja en su Reino, pedimos también perdón por sus fragilidades y pecados, y damos gracias a Dios por sus vidas y por su Misericordia y Bondad para con ellos.

¿Qué será de nuestros familiares y amigos que han sufrido una muerte injusta y en soledad? ¿Se ha acabado todo para ellos? Hemos experimentado cómo el anuncio de esperanza en la vida eterna lanzado por Jesucristo coincide con el deseo más profundo de nuestro corazón. La muerte es el paso desconocido que hemos de cruzar para pasar a la vida plena en Dios y el tránsito para el reencuentro con nuestros hermanos que nos han precedido.

Ojalá, hermanos y hermanas, que esta experiencia vivida sea también una oportunidad para avanzar en el camino  espiritual. Que todo lo vivido y sufrido sea acogido como una llamada a volver nuestra mirada y nuestra existencia hacia Jesucristo. Que podamos hacer nuestras estas bellas palabras del poeta:

¿Qué quiero mi Jesús?… Quiero quererte, quiero cuanto hay en mí del todo darte, sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.

Quiero olvidarlo todo y conocerte, quiero dejarlo todo por buscarte, quiero perderlo todo por hallarte, quiero ignorarlo todo por saberte.

Quiero, amable Jesús, abismarme en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme.

Quiero por fin, en Ti transfigurarme, morir a mí, para vivir Tu vida,
perderme en Ti, Jesús, y no encontrarme.

[Calderón de la Barca (1600-1681)]

Que esta Eucaristía nos ayude a meditar lo sucedido a la luz del Evangelio y bajo la acción del Espíritu de Dios, de modo que se pueda obrar en nosotros una transformación interior que se concrete en una mayor implicación por la construcción de un mundo más humano, más justo, más fraterno y más abierto a Dios.

 

Homilía del cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española

 

Queridos hermanos:

Vivimos un tiempo en el que parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas y calles, nuestros pueblos y ciudades se han llenado de tristeza. Por culpa del coronavirus hemos perdido a miles de personas con nombres y apellidos, entre ellas a muchísimos mayores con experiencia y sabiduría, y no hemos podido estar junto a nuestros seres queridos. En los distintos encuentros que he tenido con quienes padecían en sus carnes esta pandemia y con sus familias, en sus gestos y miradas, he visto que se encontraban asustados y perdidos. Pero también en estos meses he vuelto a sentir que no estamos solos, que Dios nos acompaña y que no nos deja. Es la experiencia de Job, que hemos escuchado en la primera lectura y que deseo sea la de todos. Ante la cercanía de la muerte, Job exclama: «¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y con plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que mi redentor vive […], veré a Dios. Yo mismo lo veré y no otro; mis propios ojos lo verán». Dios vive y está presente.

Queridos hermanos, esta pandemia nos ha sorprendido a todos y ha roto nuestros esquemas. Nos ha pasado como a Marta y a María con la muerte de su hermano, Lázaro. Lo primero y más humano es llorar como ellas y sentirnos solidarios con las lágrimas de miles de personas que ha perdido a sus seres queridos y que aún viven las consecuencias de un duelo tan complejo… Como narra el Evangelio, Jesús se encamina a visitar a esta familia con la que tantas veces había estado en su casa y nos visita a nosotros. Marta salió a buscarlo al camino y, cuando encontró al Señor, expresó lo que llevaba en su corazón: «Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

De alguna manera se repite lo que en otra escena del Evangelio les pasó a los primeros discípulos, cuando fueron sorprendidos por aquella tormenta y parecía que se iba a hundir la barca en la que estaban con Jesús. ¡Cómo nos sorprende y duele cuando un padre, una madre, un hermano o una hermana, o un amigo mueren! Una tormenta inesperada y furiosa llegó a nosotros con esta pandemia. Nos hemos sentido frágiles y desorientados en este tiempo. Pero Jesús se dirige a nosotros, como lo hizo con Marta o con los discípulos en la barca, para decirnos: «Tu hermano resucitará» y «¿por qué tenéis miedo?, ¿aún no tenéis fe?».

Qué cambio experimentó en su existencia Marta cuando el Señor le dijo con fuerza y claridad: «Tu hermano resucitará», como nos dice hoy a nosotros. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre». ¿Creemos esto? En la respuesta que demos está el poder abrir caminos de esperanza y de vida. Al decir, como Marta: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo», descubrimos que todos somos necesarios e importantes, que estamos llamados a remar juntos, que necesitamos confortarnos mutuamente. Es hermoso ver en medio de la tempestad a Jesús en la barca descansando en popa, con confianza absoluta en el Padre. Los discípulos lo despiertan en plena tormenta y Él se dirige a ellos, y en ellos a nosotros: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? ¿Es que creéis que no tenéis importancia para mí?». Hermanos, a Él le importamos más que nadie.

Estas páginas desenmascaran nuestra vulnerabilidad, dejan al descubierto nuestras falsas y superfluas seguridades, con las que construimos nuestros proyectos, agendas, rutinas y prioridades. El encuentro de Jesús con Marta o la tempestad calmada ponen al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos: la certeza de que Dios está con nosotros y de que eso ha de cambiar nuestra forma de obrar.

Nos hemos reunido en esta celebración de la Eucaristía para orar por nuestros hermanos que han fallecido con motivo de la pandemia del COVID-19, que aún estamos sufriendo y que asola a todos los pueblos de la tierra. Esta noche decimos con el salmista: «Desde lo hondo a ti grito, Señor», con el deseo de que Tú ilumines todo lo que estamos viviendo. «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra», con la seguridad de que «del Señor viene la misericordia, la redención copiosa». Sabemos que nos llamas en estos momentos a una elección: hemos de separar lo que es necesario de lo que no lo es; es tiempo de establecer el rumbo de la vida hacia ti y hacia los demás.

En este tiempo la humanidad necesita recordar dos sustantivos: hijos y hermanos. Somos todos hijos de Dios y, por eso, hermanos entre nosotros. Olvidar estos sustantivos y vivir de adjetivos, como tantas veces hacemos, es un suicidio. Frente al sectarismo, a la crispación y al enfrentamiento, en esta pandemia hemos visto cómo muchas personas, creyentes y no creyentes, sacaban lo mejor de sí mismas y daban una sencilla lección de solidaridad hasta dar la vida por cuidar la ajena, conscientes precisamente de que somos hermanos. El personal sanitario y farmacéutico, los transportistas, los empleados de supermercado, las personas de limpieza, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, los docentes, los periodistas, los voluntarios de Cáritas y otras muchas organizaciones sociales, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los padres y madres, los abuelos y abuelas… no han vivido para sí mismos en estos meses, sino para los demás. Y ahora, cuando afrontamos una crisis económica y social sin precedentes, hay que seguir cimentando nuestra sociedad así para que nadie se quede atrás.

Impulsados por Jesucristo, en este momento los cristianos decimos: Señor, creemos que tú eres la resurrección y la vida, que estás vivo y que una vez más te acercas a nuestras vidas en el misterio de la Eucaristía, te acercas como lo hiciste con Marta y con todos los discípulos que, desde hace XXI siglos, han conformado la Iglesia que tú fundaste.

1) A los que vivimos la comunión con Él, nos pide que defendamos el derecho a la esperanza. Es una esperanza nueva, que viene de Dios, de sentirnos en sus manos siempre. Viene de la certeza de que el Señor conduce todo hacia el bien porque incluso hace salir de la tumba la vida. Aprendamos a dar esperanza practicando las bienaventuranzas. El Señor reunido en el monte con gentes que habían llegado de diversos lugares nos habla de males que perduran en nuestro tiempo y que hay que combatir: pobreza, sufrimientos que hacen llorar a tantos, situaciones de hambre, de sed de justicia, de falta de misericordia… Estamos llamados a vivir con limpieza de corazón, a trabajar por la paz y la justicia, a establecer la libertad verdadera. Jesús nos ofrece los modos de salir.

2) El Señor nos pide también que demos ánimo. Es una palabra que en el Evangelio está siempre en labios de Jesús: «Ánimo, levántate que Jesús te llama» o «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré». Para ello basta con que ayudemos a abrir el corazón.

3) Por último nos pide que no guardemos este tesoro que es Jesucristo para nosotros. El Señor nos precede siempre, camina delante de nosotros, visita nuestra vida y nuestra muerte y nos dice: «Id y anunciad el Evangelio a todos los hombres», «id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea», que era el lugar más lejano de Jerusalén y donde más desconocedores de Dios había.

El Señor, que se ha dirigido a nosotros con sus Palabra, ahora se hace presente en el misterio de la Eucaristía aquí en este altar. Recibámoslo, dejemos que entre en nuestra vida. Con su cercanía, al darnos su vida, nos hará estar cercanos a todos los hombres para dar vida. Amén.

 

Oración ante la pandemia leída por Excmo. Rvdmo. Sr. D. José María Gil Tamayo, Obispo de Ávila

 

Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.

Confiamos en ti, Salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y se ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita! ¡Amén!