Archidiócesis de Valladolid

Carta pastoral: Acción Católica diocesana

16 de octubre de 2025


Experimentamos la llamada a edificar el pueblo santo de Dios. Para ello contamos con los instrumentos que la Iglesia nos ofrece: el primer anuncio, la iniciación cristiana, la celebración de la Eucaristía del Domingo, la propuesta de presencia pública y de ser misioneros en nuestras familias, ambientes e instituciones.

Estos instrumentos, estas piedras que nos da la Iglesia para edificar el pueblo santo de Dios, precisan otras ayudas. Así, hoy quiero presentar la Acción Católica General, como propuesta que la Iglesia realiza, ya en el Concilio Vaticano II, para facilitar la vida asociada de los laicos, especialmente los de nuestras parroquias.

Toda la misión de la Iglesia —anuncio, catequesis, liturgia, caridad— precisa personas que quieran responder a la llamada del Señor como discípulos misioneros. Para ello hace falta un cauce comunitario y formativo.

La iniciación cristiana culmina en la celebración de la Eucaristía y en la inserción en la vida de la Iglesia. Es necesario que haya una referencia comunitaria concreta, visible; pienso que la Acción Católica puede ser esa comunidad que acoge a aquellos que han sido iniciados en la fe; no solo eso, sino que ayuda, desde su sección de niños y de jóvenes, a realizar esta iniciación cristiana. Se puede ofrecer también a los padres que presentan a sus hijos al Bautismo y a la iniciación, sabiendo que muchos de ellos no podrán o no querrán participar en experiencias de este tipo, pero seguramente algunos sí y podrán formar parte, en la vida de la parroquia, de un equipo de vida, una experiencia comunitaria en la que, con otros creyentes, poner en relación la fe y la vida.

En un equipo de Acción Católica se experimenta la amistad, se ora, se repasan los grandes principios de nuestra fe contenidos en los catecismos de la Iglesia Católica; también se experimenta la llamada a ser testigos en medio del mundo y formarse para vivir la vocación laical con la referencia a la Doctrina Social de la Iglesia y los desafíos del mundo en el que vivimos. Es muy importante que aquellos que desempeñan ministerios en nuestras parroquias, los catequistas, los que colaboran en la liturgia o en el coro, los que son agentes de la acción social y caritativa en Cáritas, en Pastoral de la Salud o que colaboran con Manos Unidas o Ayuda a la Iglesia Necesitada, vivan juntos aquello que anuncian, celebran y sirven.

Qué bien si, en aquellas parroquias donde esto sea posible, formar una comunidad, un equipo de Acción Católica con catequistas, miembros del coro, del servicio litúrgico, los que prestan cualquier tipo de colaboración en la parroquia, también en la dimensión administrativa o económica, en la acción social o en la cercanía a los enfermos. Juntos, vivir esta experiencia de formación integral con la escucha de la Palabra, la relación entre la fe y la vida, el estudio de los principales fundamentos de nuestra fe, la lectura creyente de la realidad para descubrir a qué nos está llamando el Señor desde los acontecimientos concretos.

Qué bien que pudiéramos ofrecer a jóvenes que están participando en unas u otras iniciativas de la vida de la Iglesia un cauce donde seguir creciendo en la fe, descubriendo su vocación y formarse, si esa es su vocación, en el camino de la militancia cristiana, de la singular vocación laical, con un singular acento en el matrimonio cristiano.

En nuestra Diócesis, como en tantas otras diócesis de España, están creciendo los llamados retiros de impacto —Bartimeo, Effetá, Emaús—, que suponen para muchos de sus participantes un toque en el corazón, un descubrimiento de lo esencial de la fe, una experiencia de la misericordia del Señor, de la amistad con otros creyentes; un encuentro vivo con el Resucitado. Este impacto, para que ahonde en una verdadera conversión, precisa ser acompañado, continuado en una propuesta de reiniciación cristiana, en una propuesta formativa integral. También aquí la Acción Católica puede prestar un gran servicio de continuidad en la vida de la Iglesia, de pertenencia comunitaria concreta para caer en la cuenta de formar parte de una Iglesia más grande que el propio retiro, que el propio grupo, incluso que la propia parroquia. Incluso, la ACG ofrece un retiro de estas características.

En este tiempo la Iglesia está animada a la comunión misionera con el acento de ser Iglesia sinodal. Nos ofrecemos también diversos cauces, como los Consejos de Pastoral Parroquial, Arciprestal y pronto el Consejo de Pastoral Diocesano. Hablamos también de la importancia de la Conversación en el Espíritu. Pero, qué importante es que haya un núcleo básico de experiencia sinodal. Un equipo parroquial, una comunidad concreta, visible, donde se practica la Conversación en el Espíritu, donde nos encontramos personas que realizamos diversas tareas y ministerios; donde también el ministro ordenado participa, comparte su propia fe, revisa su vida y ayuda a los laicos en este camino de acompañamiento formativo para cultivar de una manera especial lo que significa la vocación laical.

La propuesta de la Acción Católica no va en contra de ninguna de las otras realidades comunitarias, asociativas, que enriquecen nuestra Diócesis y por las que nos alegramos tanto. Se trata de ofrecer un cauce a la gran mayoría de los católicos que participan el domingo en la Eucaristía y que no están asociados, que no viven esta experiencia concreta de una comunidad con la que sentir la pertenencia eclesial de manera directa y fraterna. Esta propuesta, además, puede ayudarnos a articular la vida diocesana y la presencia de los laicos en la vida pública.

Desde este cauce común, sencillo, ofrecido a todos los laicos, especialmente a quienes no están en este momento participando de una experiencia comunitaria concreta, puede también vivirse una relación con quienes ya viven su fe en comunidad y, así, poder plantearnos nuestra colaboración en la misión de la Iglesia, incluso en algunas acciones concretas que hagan significativa la presencia de la Iglesia en medio de nuestra sociedad, en el mundo y con los convecinos con los que habitualmente compartimos la senda de la vida.

Desde aquí quiero animar a párrocos, pero especialmente a laicos, a hacer esta experiencia, a poner en marcha esta propuesta de Acción Católica diocesana, que hunde sus raíces, como bien sabemos, en la preparación del Concilio, a la que el Vaticano II da carta de naturaleza para que, luego, en cada diócesis se encarne con características propias. No se trata de un movimiento que tenga sus raíces fuera de la experiencia eclesial cotidiana, ni que tenga un singular fundador. Es una propuesta común, básica, pública, que la Iglesia, a través del obispo diocesano, hace como un banderín de enganche para impulsar la comunión misionera; es un instrumento para edificar el pueblo santo de Dios.