Arzobispo
Homilía del Arzobispo de Valladolid por la Virgen de San Lorenzo, Patrona y Alcaldesa Perpetua de Valladolid
8 de septiembre de 2025
El Arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello, ha presidido este 8 de septiembre la Solemne Misa de Pontifical celebrada en la Santa Iglesia Metropolitana Catedral con motivo de la fiesta de la Virgen de San Lorenzo, Patrona y Alcaldesa Perpetua de la Ciudad de Valladolid.
Ante fieles, autoridades civiles y religiosas el prelado vallisoletano ha anunciado la concesión de un año jubilar a la Archidiócesis de Valladolid, que se celebrará en 2026, con motivo del 300 aniversario de la canonización de Santo Toribio de Mogrovejo, nacido en el municipio vallisoletano de Mayorga de Campos.
A continuación, reproducimos íntegramente la homilía pronunciada por el Arzobispo:
“Queridos hermanos y amigos devotos de la Virgen de San Lorenzo, Patrona de Valladolid. Flamante Sr. Deán de la Catedral, presbíteros y diáconos, Párroco de San Lorenzo y hermanos de la Real y Venerable Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo, Patrona y Alcaldesa Perpetua de Valladolid. Sr. Alcalde y miembros de la Corporación municipal, autoridades, Policía Municipal. Gracias por venir a la Catedral y expresar así la fraternidad eclesial y la amistad social.
La Iglesia universal celebra el 8 de septiembre el Nacimiento de la Virgen María; nuestra Iglesia local, a la Virgen de San Lorenzo, la misma Inmaculada y Asunta a los cielos, que nos presenta al Niño recién nacido. Ambos nacimientos nos llenan de alegría y esperanza. Alegría al ver que la vida se transmite y continua; el don recibido a través de nuestra genealogía se convierte en un don ofrecido para que la historia continúe. Cada nacimiento abre un nuevo espacio a la esperanza. Este espacio habitado por el recién nacido, sus padres, su familia más extensa, sus vecinos, etc., necesita ser cultivado en el tiempo. El nacimiento nos anima a mirar al porvenir y nos sitúa siempre en un momento que abre una nueva etapa. La transmisión, la acogida y el desarrollo de la nueva vida suponen una alianza social para la esperanza de su desarrollo pleno.
En la Iglesia promovemos una alianza entre familia, comunidad parroquial, escuela, asociaciones y movimientos para que sea posible la iniciación cristiana, es decir, la experiencia de un nuevo nacimiento de alguien como hijo de Dios Padre, miembro del cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. La iniciación supone abrir un coloquio entre la naturaleza humana —razón, afecto y libertad— con la gracia de Dios en el seno de una comunidad que se reúne cada Domingo a celebrar la Eucaristía. Este coloquio tiene la capacidad de generar cultura, formas y estilos de vida; se realiza mientras peregrinamos hacia el Cielo, plenitud de la vida recibida, iniciada y ofrecida.
La fiesta de Nuestra Señora de San Lorenzo, Alcaldesa Perpetua de Valladolid, nos invita cada año a ofrecer a la ciudad en fiestas algún asunto en el que poder reflexionar desde nuestra propia búsqueda y experiencia. El gran desafío de la Iglesia hoy es iniciar en la vida cristiana, evangelizar la razón, el afecto y la libertad, para que el entendimiento se abra a la verdad, el afecto no caiga en las trampas de la posesividad y la libertad encuentre que su pleno ejercicio es amar saliendo del aparente confort del amor propio y del regusto amargo de la soberbia.
¿No es también un reto para nuestra vida social iniciar en la ciudadanía? Educar, desde las referencias de la dignidad humana y el bien común, la libertad y la justicia, para que sea posible una convivencia asentada en la amistad civil que promueva la participación de todos en la edificación de la ciudad. Afortunadamente, existen en nuestra ciudad muchas iniciativas que cultivan el encuentro y la amistad, muchas experiencias en las que decimos “nosotros”, pero hemos de reconocer que cuesta que la amistad tome conciencia de ser civil, abierta a un compromiso compartido de edificar la ciudad en las diversas formas de asociación y acción social y política. El “nosotros” es, a veces, solo un altavoz del yo o un ejercicio de afirmación del propio grupo frente a otros grupos que también hablan en primera persona del plural. Esto ocurre en la ciudad de Dios y en la ciudad de los hombres.
En la Iglesia nos preguntamos: ¿Por qué nos cuesta tanto ser un pueblo unido y ser misioneros en el testimonio público de nuestra fe? Como ciudadanos, también nos interrogamos sobre nuestra pasividad o indiferencia ante lo público o sobre movilizaciones que vayan más allá de la defensa de intereses individuales, ideológicos o corporativos. Algunos se excusan en la polarización excluyente, que vuelve incómodo y desagradable el espacio público.
Permitidme que, mirando a Nuestra Señora de San Lorenzo, virgen y esposa, madre de Jesucristo, Dios y hombre, haga un elogio de la polaridad, clave importante en la iniciación cristiana y en la educación cívica. En la Iglesia vivimos el coloquio entre libertad-gracia (razón y fe); local-universal, laicos-clero, historia-vida eterna. Compartimos con todos ser cuerpo-espíritu; varón-mujer; persona-pueblo; derecho (libertad)-deber (amor), y en la andadura en el tiempo —pasado, presente y futuro—, la realidad de los hechos y el ideal del deseo. La polaridad supone reciprocidad entre los polos en un diálogo tenso, creativo y fecundo. La polarización surge porque se excluye la polaridad y su significado, bien por fusión que quiere suprimir la diferencia o por separación. Siempre queriendo explicar la realidad de la persona, de la Iglesia, de la ciudad o de la historia desde un solo polo, negando al otro, excluyendo el diálogo y agitando, desde el populismo la polarización, que enfrenta y excluye. A veces, este ejercicio es violento y trágico, como en las guerras que asolan nuestro mundo. En este día de fiesta, aquí, pedimos una vez más por la paz en el mundo y decimos “no” a una estrategia de violencia, terrorismo y guerra.
En María el coloquio entre la libertad —“aquí estoy”— y la gracia —“hágase en mí”— ha dado un fruto sorprendente: el regalarnos al Santo de Dios. Ella misma ha sido santificada, “llena eres de gracia” en ese diálogo. Nosotros queremos edificar un pueblo santo de hombres y mujeres que, obedientes a su vocación, colaboren como ciudadanos en el cuidado de la dignidad de todos y de cada uno y en el bien común; en una polaridad recíproca entre dignidad de la persona y bien común, pues si ambas se separan dan lugar al individualista “derecho a tener derechos”, ciego de autonomía o una reducción del bien común a la defensa de intereses, aunque muchos queden al margen.
Somos pecadores, podemos ser santos. La canonización, ayer, de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis nos recuerda que es posible la santidad. Sí, queridos jóvenes vallisoletanos, cultivad en vuestro corazón el deseo de una plenitud de libertad, amor y alegría, desead ser santos. Pedidle hoy a la Virgen que os descubra vuestro camino vocacional a la santidad. Ofreced la entrega de una vida santa a esta ciudad para renovar sus familias, relaciones e instituciones. Jóvenes vallisoletanos, en este día en el que celebramos el nacimiento de María, sed los protagonistas de una “alianza social para la esperanza” en la acogida y transmisión del don de la vida, en el cuidado del tesoro de la vida desde el seno materno hasta su último aliento. Luchad por unas condiciones laborales y de vivienda que faciliten este objetivo. Cultivad vuestra identidad cristiana para poder mantener un diálogo que dé razón de vuestra esperanza con tantos jóvenes que no conocen a Jesús, para acoger, promover e integrar a los que llegan de fuera. El diálogo y la acogida no supone esconder en el armario a la persona que es la razón de nuestra alegría y esperanza. No se asegura la convivencia por el cumplimiento de unos mínimos legales, sino por compartir un ideal cívico común de amistad y fraternidad.
El tercer centenario de la canonización del mayorgano Santo Toribio de Mogrovejo nos va a permitir, gracias a la concesión de La Santa Sede, celebrar en 2026 un Año Jubilar de la Santidad. Que la Santísima Virgen de San Lorenzo nos ayude a crecer en fe, esperanza y caridad. Que nos enseñe a descubrir la presencia de Dios en lo cotidiano, a valorar la vida como don y a servir con alegría. Que su mirada materna nos ayude a descubrir a los santos de la puerta de al lado y nos acompañe siempre. Que, imitándola a ella, sepamos responder con generosidad y entrega a la llamada del Evangelio.”