Archidiócesis de Valladolid
Valladolid clausura el Año Santo con esperanza renovada para el 2026, que también será jubilar
29 de diciembre de 2025
El pasado 28 de diciembre, coincidiendo con la Jornada de la Sagrada Familia, culminó en la Archidiócesis de Valladolid, como en el resto de diócesis del mundo —salvo en el Vaticano, donde la última de las cuatro Puertas Santas se cerrará el 6 de enero, coincidiendo con la Epifanía del Señor—, el Año Santo ‘Peregrinos de Esperanza’. Culminó el Jubileo Ordinario correspondiente a 2025, pero no la invitación de la Iglesia a los fieles vallisoletanos a seguir peregrinando y mostrando los signos concretos de esta esperanza, que se han renovado con ocasión de este Año Santo: la alegría, la acogida, la transmisión de la vida y el cuidado, especialmente, de los más vulnerables.
En su homilía durante la Eucaristía de la clausura diocesana de este Jubileo, que se celebró en la Santa Iglesia Metropolitana Catedral —templo jubilar—, el Arzobispo de Valladolid, don Luis Argüello, aseveró que “la vida cristiana se expresa en las relaciones”, relaciones que animó a cultivar siendo cristianos “en comunidad, en familia”, e insistió en hacer “nuestras” las palabras que dirigió el ángel en sueños a José, nacido ya el Niño Jesús, parafraseando a Mateo y su Evangelio: “Levántate, acoge a los que están a tu lado y camina hacia el Cielo, cantando por los caminos la gloria de Dios y sembrando en la historia los brotes de su Reinado”.
Familia abierta a la vida
El prelado vallisoletano hizo un elogio de la vocación al matrimonio abierto a la vida y de la familia. Trajo a colación, precisamente, la Bula de Convocación de este Año Santo, que firmó el Papa Francisco, fallecido el pasado mes de abril, y para quien “el mayor signo de falta de esperanza de nuestro mundo”, recordó monseñor Argüello, “es el cierre a la transmisión de la vida; la comprensión de la existencia, excluyendo traer hijos al mundo”. Por este motivo, y haciendo suya esta “alianza social” para “promover la natalidad”, exhortó a “colaborar” con Dios siendo “procreadores” y anunciando al mundo la “belleza” de esta vocación matrimonial. No desde una concepción idílica de la familia. “No es que pensemos que somos fruto de un cartel en el que se ve a unos padres muy guapos y a unos niños muy rubios y de ojos muy azules”, puntualizó el Arzobispo, al tiempo que reconoció que en la familia “hay días y alegres y tristes, y hay dolor de amor”, sino desde una concepción de la familia como testimonio de “amor de dar la vida el uno por el otro, de tolerancia, de paciencia, de alianza para toda la vida” y que, cuando está “sellada” por la “cruz gloriosa de Jesucristo”, al traer hijos al mundo da también un “testimonio de esperanza”.
En este punto, precisó el prelado vallisoletano que “uno de los errores de la vida moderna, de la comprensión de la familia hoy, es la pretensión de que los padres y los hijos sean amigos”. “No es eso lo que constituye la relación paternofilial”, advirtió, precisando que padres e hijos “han de amarse y quererse” en una relación “asimétrica”, como lo es también la del varón y la mujer “porque existe la diferencia sexual”.
Esperanza y santidad
Culminado un nuevo Jubileo Ordinario y reconociendo que la peregrinación de la Iglesia por la historia “tantas veces es ardua, pero también santa”, el Arzobispo de Valladolid exhortó a los fieles vallisoletanos a recorrer el camino que ayuda a edificar “un pueblo santo”, remarcando así el lema de este curso pastoral y lanzando el inminente comienzo de un nuevo año jubilar diocesano con la vocación común a la santidad como epicentro y Santo Toribio de Mogrovejo, nacido en Mayorga, como signo concreto de esta santidad, de espíritu misionero y de la confianza en que la esperanza cristiana —ya lo dijo el Papa Francisco— “no defrauda”.