{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta semanal

Constitución europea

23 de noviembre de 2003


Publicado: BOA 2003, 483.


\documentclass[a4paper, 12pt]{article} \usepackage{larva} \usepackage{charter} \usepackage{titlesec} \usepackage{amssymb} % Para \blacksquare \titleformat{\section}{\centering \Large \color{blue} \bf}{}{0mm}{} %\setlength{\parindent}{0mm} \setlength{\parskip}{2mm} %\hyperbaseurl{http://www.archivalladolid.org/} % agenda.php?DI= . date ('Y-m-d') . \&Evento=} % \includegraphics[width=0.15\textwidth]{../arzobispado.jpg} \begin{document}

¿Qué temen los laicistas europeos, que les es de algún modo insoportable que se aluda en el proyecto de Constitución para Europa a Dios y al cristianismo? ¿Qué tipo de pureza laica pretende el señor Giscard d'Estaing que le impida ver la fuerza que la fe cristiana ha tenido para modelar lo que hoy es Europa? Evidentemente, nadie piensa hoy en teocracias y está suficientemente clara la separación entre la Iglesia, católica, protestante u ortodoxa, y el Estado. En la mitad de los países de la Unión Europea apelan a Dios y al cristianismo en sus constituciones y eso no significa falta de libertad religiosa para los que no sean cristianos en esos países, sino que no aceptan el modelo de Constitución del laicismo francés.

El constitucionalista J. H. Weiler desveló el engaño no hace muchos meses: «Soy judío practicante, pero también soy un constitucionalista practicante». Su práctica religiosa puede él conciliarla perfectamente con su alegato a favor del reconocimiento de las raíces cristianas de Europa en el tratado constitucional de la Unión, que actualmente se discute y debate. Según este autor, la lógica constitucionalista basta y sobra para tachar de faccioso el borrador del tratado actual, en el cual, a pesar de la petición de algunos gobiernos, Dios y el cristianismo no tienen sitio.

Esa decisión no respeta el pluralismo constitucional de los Estados miembros. Opta por un planteamiento simbólico de tipo jacobino, que es el de la constitución francesa, y excluye las opciones distintas que hacen otras muchas constituciones de países que forman o van a formar parte pronto de la UE. En las constituciones hay que distinguir entre el articulado, que es la parte que crea el derecho positivo, y que garantiza el derecho a la libertad religiosa, y los Preámbulos, que tienen la función de custodiar y reflejar los valores, ideales y símbolos que comparte una determinada sociedad.

Pues bien, en el articulado de esas constituciones se da una constante: el Estado se declara “agnóstico” por lo que concierne a la religión, y sobre esta base se compromete a garantizar a los creyentes de todas las religiones la libertad de practicar y a los no creyentes la libertad frente a cualquier coerción religiosa. Pero en los Preámbulos no existe esa homogeneidad: hay países con simbología laicista y países con simbología religiosa. Y ¿por qué va a ser preferible la laicista a la religiosa?

La constitución alemana habla de «responsabilidad ante Dios y ante los hombres»; la irlandesa se adoptó «en nombre de la Santísima Trinidad, de la que proviene toda autoridad»; las constituciones de países distintos como Malta, Grecia o Dinamarca reconocen a la Iglesia y cultos religiosos de Estado, que son respectivamente la religión católica, la ortodoxa y la Iglesia evangélica luterana; la constitución escrita danesa y la no escrita británica identifican ambas en el monarca al jefe de la Iglesia nacional. En el Preámbulo de la nueva constitución polaca se dice: «Con el mayor cuidado por la existencia y el futuro de nuestra patria... todos los ciudadanos de la República, tanto aquellos que creen en Dios como fuente de verdad, justicia, bien y belleza, como aquellos que no comparten esta fe pero respetan esos valores universales derivando de otras fuentes...». Adoptar, pues, en el Preámbulo de la constitución europea solamente la simbología laicista francesa sería un acto de imperialismo cultural, esto es, un jacobismo insoportable.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid