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Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Situación y perspectivas

28 de noviembre de 2004


Publicado: BOA 2004, 526.


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He vivido con intensidad el Congreso de Apostolado Seglar, celebrado en Madrid del 12 al 14 de noviembre con el lema: “Testigos de la Esperanza” . Tiempo habrá de desentrañar todo lo allí vivido y su contenido para la Iglesia de Valladolid. Quisiera hoy sólo mostrar la situación y las perspectivas en que se mueve hoy un seglar católico que quiera vivir su fe y actuar en esta sociedad europea en la que estamos. Lo hago con la ayuda de las palabras que dirigió a los congresistas el presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, Monseñor S. Rylko .

Los cambios que están marcando la tendencia espiritual de nuestro continente exigen que la presencia de los cristianos y su testimonio tengan que ser tales que su voz resuene en el inmenso areópago de la Europa de hoy, porque no sólo existe la Europa de las grandes ilusiones y las grandes esperanzas de progreso, de libertad y de democracia, de bienestar, de solidaridad y de paz. Está también la otra Europa de nuevos muros divisorios, de democracias tocadas por una profunda crisis de valores y amenazadas por antiguas y nuevas ideologías, entre las que destacan la ideología de lo “políticamente correcto”.

Es una ideología que genera una cultura hostil al ser humano desde diversos puntos de vista, especialmente en el ámbito del respeto a la dignidad de la persona humana, del derecho a la vida, de la institución familiar, de la libertad educativa. Es la Europa opulenta que está perdiendo su alma; el continente de la “apostasía silenciosa” de una humanidad harta que vive como si Dios no existiese, y en el que la secularización asume forma institucional, convertida en un neopaganismo combatiente con dogmas propios y misioneros aguerridos. Sobre el fondo de la Europa de nuestros días, tratemos de delinear otro retrato, el retrato del cristiano laico que Europa necesita con extrema urgencia.

Hoy más que nunca se necesitan cristianos coherentes, con una fuerte conciencia de su vocación y de su misión, que no se hagan “invisibles”, en cuanto cristianos, porque somos incómodos a la sociedad. Eso sólo lo puede dar el encuentro personal con Jesucristo, un acontecimiento real que ocurre hoy en nuestra vida como ocurrió en la vida de los primeros discípulos: «No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: “¡Yo estoy con vosotros!”».

Hace falta también que el laico posea la audacia de una presencia visible e incisiva en la sociedad; la audacia de ser verdaderamente levadura, sal de la tierra y luz del mundo. Aunque seamos minoritarios, también es mínima la sal en la comida o la levadura en la masa, pero dan sabor y fermentan. ¿Por qué no va a poder participar el cristiano en los debates públicos, la vida cultural, económica y política que le concierne como ciudadano?

El retrato del cristiano laico estaría incompleto si el seglar no tuviera un fuerte sentido de pertenencia a la Iglesia. El peligro real es que quieran hacer de nosotros dos Iglesias: una, la de la jerarquía; otra, la de los laicos o de los cristianos “progresistas”. Eso, además de ser falso, es malintencionado y estúpido, pero se dice y se propaga, porque algo queda. Y es un peligro real en muchos cristianos incautos o imprudentes. Somos la única Iglesia, en la que hay fieles laicos —los más— y una parte de obispos, sacerdotes y consagrados, con vocación especial, pero del mismo Pueblo. Precisamente uno de los desafíos que la sociedad postmoderna lanza a la Iglesia es éste: cómo fomentar en los cristianos el sentido de la pertenencia eclesial, premisa indispensable para todo proceso de educación y formación en la fe.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid