Consejo Presbiteral

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Acta

Asamblea Plenaria 1/2006

Transmisión de la fe en la familia

19 de junio de 2006


Publicado: BOA 2006, 256.


El pasado día 19-6-2006, a las 10:30 h., se reunió la Asamblea Plenaria del Consejo Presbiteral, presidida por D. Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid, asistiendo 32 de los 40 miembros que la componen.

El encuentro se inicia con una oración, en la que, como eco de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, se profundiza en la contemplación del misterio eucarístico: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor» (1Co 11,23-26).

Acto seguido, el Sr. Arzobispo saluda a los presentes e introduce el tema objeto de reflexión de la presente Asamblea Plenaria, precedida por el último Encuentro de Formación Permanente y proyectada hacia la celebración del V Encuentro Mundial de las Familias , que abordan el mismo tema: la transmisión de la fe en la familia. A este respecto, recuerda, citando al papa Benedicto XVI, tres principios irrenunciables para la Iglesia: defensa de la vida en todas sus etapas; promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio; y protección del derecho de los padres a educar a sus hijos. La transmisión de la fe, responsabilidad que recae especialmente en los padres, brotará espontáneamente de la vivencia de la alegría de la fe en las familias. Por ello, toda la comunidad cristiana, animada por los presbíteros, deberá ayudar a las familias a descubrir la belleza y la alegría de la fe, frente al agnosticismo y relativismo presentes en nuestro contexto. De ahí que nuestra reflexión tendrá como horizonte el interrogante: ¿cómo ayudar a los niños, adolescentes y jóvenes a descubrir la belleza y la alegría de la fe?

Finalizada su intervención, es propuesto y elegido como moderador D. Jesús Fernández Lubiano, delegado diocesano de “Familia y Vida”, que da paso a la lectura y breve diálogo en torno a las conclusiones de la anterior Asamblea Plenaria del Consejo Presbiteral, celebrada el día 19-12-2006: “Pastoral vocacional al ministerio presbiteral” . A este respecto, se recuerda que está a disposición de todos el documento “‘Venid y lo veréis’: La invitación al seguimiento de Jesús, Buen Pastor, en la espiritualidad del presbítero diocesano” del XXV Encuentro de Arciprestes (Villagarcía de Campos, 6 a 8-3-2006) .

A continuación, D. Inocente García de Andrés, director de la Delegación Diocesana de Pastoral Familiar de la Diócesis de Getafe, desarrolla una ponencia-reflexión sobre el tema “La transmisión de la fe en la familia”, cuyo contenido se reproduce seguidamente:

1. La familia, sujeto de la pastoral familiar

1.1. La pastoral familiar

Vamos a comenzar haciendo una primera reflexión sobre nuestra tarea de ser pastores de la comunidad cristiana, representando al único Pastor. Nuestra tarea pastoral no es sólo una “función” necesaria en toda comunidad, sino que tiene un carácter sacramental: Cristo se hace presente como Pastor que guía a su comunidad a través de nosotros.

La teología pastoral, cuyo objeto fundamental ha de ser la fidelidad a nuestra misión, no se puede reducir a estudiar una serie de funciones y obligaciones, una serie de situaciones, y cuál ha de ser la respuesta más adecuada a las mismas.

Hay que evitar pues:

  • Hacer una división tajante entre pastores y fieles, entendida como si se tratase de dos partes de la pastoral: la parte activa y la parte pasiva, que se atribuye respectivamente a pastores y fieles.
  • Interpretar la cura pastoral como la aplicación de principios generales y normas a la realidad concreta del momento.
  • En el primer caso, el matrimonio se reduce a un elemento pasivo de la pastoral familiar y su papel es obedecer las indicaciones de los pastores.

    En el segundo caso, el objetivo de esta pastoral sería la aceptación pasiva de las normas morales sobre el matrimonio, y el cumplimiento de los deberes conyugales y familiares por parte de los fieles.

    Así aparece un doble “extrincesismo” en la pastoral. Se identifica, en la práctica, a la Iglesia con los pastores y la norma como algo que se nos impone desde fuera. Y esto lleva, así mismo, a una separación entre la verdad racional y la verdad de la vida en acción, a una separación entre la fe y la vida, que está en el origen de la fragmentación del sujeto eclesial.

    En la época del nacimiento de la ciencia pastoral ya se había producido la separación entre teología y moral, entre moral y espiritualidad; lo cual llevará, finalmente, a la ruptura entre la moral y la pastoral.

    La pastoral nace de la necesidad de una formación práctica para los candidatos al sacerdocio. En esta concepción, la teología se distingue de la pastoral por el hecho de ser una teórica y la otra práctica; lo que va a incidir también en la moral en cuanto que busca principios y normas universales. La moral permanece aún en el ámbito teórico-práctico; la pastoral en el momento sólo práctico, por lo que llega a ser denominada también “teología práctica”.

    Si se entiende la fe como un conjunto de verdades abstractas es necesario un modo de conocimiento para hacerlas prácticas y, por lo tanto, reales. En nombre de esta racionalidad se defiende la autonomía de la pastoral; y llegamos, así, a la cima de la fragmentación teológica a la vez que desembocamos en el voluntarismo moral.

    Esta perspectiva de la pastoral es propia de una concepción de Iglesia como “sociedad perfecta” que, para ser comprendida, basta con tener claros todos los derechos y deberes de cada miembro de la misma. Las carencias eclesiológicas y de horizonte de este método son notables. Todavía son más grandes las lagunas si consideramos sus consecuencias para la pastoral familiar: en esa perspectiva, la familia no puede percibir cuál sea su contribución original y propia a la vida de la Iglesia. Habitualmente, su aportación queda reducida a la sola procreación: aporta hijos a la Iglesia.

    1.2. La pastoral familiar, acción de toda la Iglesia (Concilio Vaticano II): la corresponsabilidad de los laicos

    En los años del Concilio se subraya la idea de que la pastoral es una acción eclesial, es decir, de la Iglesia en cuanto tal; acción en la que cada uno de sus miembros es corresponsable. Todos estamos llamados a la santidad, fin primordial de la pastoral, que supera la mera distribución de obligaciones.

    Así, la familia alcanza su puesto como sujeto activo de la pastoral. Pero, el modelo es ahora el del “agente de pastoral”. Sigue siendo un modelo de corte clerical, de personas elegidas para una misión en la comunidad: preparación al matrimonio u otras. La pastoral matrimonial-familiar se entiende como un sector más de la pastoral.

    En esta perspectiva, una buena pastoral tendrá en cuenta las condiciones peculiares del matrimonio en una época y en una situación, así como las posibilidades de actuación y las consecuencias previsibles de la misma. La sociología y las ciencias humanas ocupan un lugar destacado, debiendo ser tenidas en cuenta por los agentes de pastoral.

    En definitiva, todo estará centrado en la resolución de los problemas actuales del matrimonio y la consecución de los fines previstos por la pastoral en este sector. Su importancia efectiva dependerá de las condiciones particulares de lugar y tiempo.

    El desarrollo en el post-concilio de la pastoral familiar tiene como obstáculo mayor la problemática en torno a la aceptación o rechazo de la norma señalada en la Humanae Vitae. Las primeras reacciones se interesaron por la “autonomía de la conciencia” respecto a la norma general; y en paralelo se fue afirmando la autonomía de la aplicación pastoral de las normas teóricas ante la “imposibilidad moral” de su cumplimiento. Se abría, así, la puerta a la consideración de la existencia de una “verdad pastoral” diversa de las “verdades morales” contenidas en la norma. La determinación de aquella verdad pastoral no correspondería al Magisterio autorizado, sino que habría de dejarse al juicio del pastor o de los agentes pastorales. Se trata de una verdad “en situación” y atenta a las capacidades de las personas concretas.

    La reflexión posterior fue llevando a una pedagogía creativa que hablará de la “ley de la gradualidad”. La norma moral es universal, y la función del pastor será ayudar a que la persona la asuma y la vaya viviendo progresivamente (gradualmente).

    Al centrar los problemas en la aplicación de la ley moral, la pastoral familiar acabará reduciéndose inevitablemente a la pastoral matrimonial, en la que el problema más agudo será la información de esta ley a las parejas que se quieren casar por la Iglesia y el consejo a dar a los matrimonios que lo viven con dificultad. El resto se considera como resolución de los múltiples problemas que surgen en la vida cada vez con más exigencias y presiones. La resolución de estos casos se dejará en manos de los agentes especializados en los “Centros de Orientación Familiar” y a los sacerdotes en su consejo de confesión.

    De este modo, la preciosa indicación de Lumen gentium (n. 11) que habla de la familia como “iglesia doméstica” quedó, si no negada en la práctica, al menos ignorada. La transmisión de la fe en la misma familia se ha hecho cada vez más difícil. En realidad, la familia no era considerada ni reconocida como un núcleo de evangelización. Sólo podía ser objeto de evangelización en cuanto que la Iglesia hace referencia a los nuevos problemas que la cultura y la sociedad actual hace surgir en la familia. Referencias que muchas veces se perciben como reacciones a la defensiva frente al progresismo de moda.

    1.3. Hacia una nueva pastoral familiar

    La posible solución no viene, a mi parecer, de la adecuada solución de los problemas actuales del matrimonio, sino de tomar la misma vida del matrimonio como fundamento de la pastoral; y de que la pastoral familiar sea, más allá de un sector de la pastoral, una dimensión de toda pastoral.

    Jesús dijo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Este es el objetivo de la pastoral: la vida en abundancia. Poner la plenitud de vida como objetivo de la pastoral es clave para determinar la naturaleza de la misma y, en consecuencia, su desarrollo.

    La pastoral entra en el modo específico con el cual el hombre, el matrimonio y la familia buscan la plenitud de vida. Y así, no es algo exclusivo de los pastores, sino el modo en que el fiel escucha la voz del pastor para tener vida. La pastoral familiar no es un conjunto de acciones específicas de algunos agentes especializados sobre las familias, separado de los lugares de la vida, de los hogares. No se trata de realizar “acciones pastorales”, ajenas muchas veces a las intenciones y aspiraciones de los hombres. Es en la misma vida cristiana de las familias donde se revela y se hace realidad la vida de Cristo. La pastoral no son, pues, las acciones instrumentales dirigidas a determinados fines, sino el cuidado y desarrollo de la vida cristiana en la familia.

    Podríamos decir que la pastoral es, por su misma naturaleza, pastoral familiar, pues en la familia encontramos el lugar paradigmático de la vida del ser humano, donde nace y madura. Así se entienden las palabras de Juan Pablo II, cuando dice que “el hombre” o “la familia” es el camino de la Iglesia.

    Notas propias de la pastoral familiar en la Instrucción pastoral “La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad” de la Conferencia Episcopal Española:

  • La pastoral familiar es una “dimensión esencial” de la evangelización.
  • El objetivo de la pastoral familiar es que la familia adquiera conciencia de su propio “ser y misión”, y obre en consecuencia.
  • Las familias, por tanto, “sujetos y protagonistas” de la pastoral familiar.
  • Toda pastoral familiar ha de ser “progresiva”: infancia, educación afectivo-sexual, preparación al matrimonio, celebración del mismo, ayudas eclesiales a la familia ya constituida (ayuda especializada en los momentos y situaciones que lo requiera). La pastoral familiar sigue los diversos momentos del desarrollo del hombre y de la familia, atenta a los pasos decisivos para dar la vida, ayudando con la luz del Evangelio y la fuerza de los sacramentos. Hemos de mostrar la Palabra de Dios y los sacramentos como dones de vida del Buen Pastor que necesitamos para tener vida en abundancia.
  • Una pastoral integral, que está unida al proceso mismo de la familia y de la formación del sujeto cristiano en la búsqueda de su vocación. Debemos superar la idea clerical de vocación como una atracción especial que aparece repentinamente y hace variar los caminos de los hombres. No es así habitualmente, ni en la vocación sacerdotal ni en la vocación matrimonial. La vocación matrimonial no es algo externo a su amor humano, sino que es ese mismo amor el que revela al hombre la grandiosidad de su vocación: en ese mismo amor, Dios le está llamando. Así, el matrimonio (y el sacerdocio) se aprende a vivir como una respuesta a Dios.
  • Además de la parroquia, deberán implicarse otras instancias: movimientos y asociaciones.
  • Las consecuencias son claras y profundas. La pastoral familiar es cuestión, ante todo, de las familias. Ellas son “sujetos activos” de esta pastoral a favor de la vida de las propias familias, no por un mandato, encargo o delegación de obispos y sacerdotes.

    1.4. La ayuda de los sacerdotes y de los agentes de pastoral a la familia

    La ayuda que las familias deben pedir a los pastores es, en primer lugar, de evangelización, es decir, la «comunicación íntegra del designio de Dios sobre el matrimonio y la familia». La misión del pastor es ayudar a que «cada fiel descubra y siga su vocación».

    Hay una vocación de todos al amor. La catequesis y la predicación deben ayudar a descubrir ese amor. La acción pastoral por excelencia es dar la vida por amor: «Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida» (Jn 10,17). Por esa entrega de amor distinguimos al buen pastor del mercenario: «El buen pastor da la vida por sus ovejas» (Jn 10,11).

    Se establece así una “relación de unidad muy estrecha en torno a la vocación bautismal” (vocación a la santidad por el amor) y la “pluralidad de modos de determinar esa vocación al amor en las distintas maneras de ‘dar la vida’”.

    La “vocación al amor” permite superar la separación entre individuo y comunidad, en cuanto que es llamada a formar una comunión de personas.

    La pastoral familiar, como toda la pastoral de la Iglesia, ha de promover una espiritualidad de comunión que, como ha dicho Juan Pablo II en Novo millennio ineunte, es esencial para la evangelización del siglo XXI. En definitiva, se trata de “hacer a los cristianos hombres y mujeres de comunión”, que permanezcan en el amor de Dios, que nos amó primero; “comunión de esposos, comunión entre padres e hijos, comunión con las otras familias”... El fin de esta evangelización de las familias es hacer que “los esposos vuelvan a ser protagonistas de su familia, haciendo de ella una `comunidad de vida y amor´”. Definición del Concilio, que puede ser también definición de la Iglesia. Así, una Iglesia de comunión, “comunidad de vida y amor”, se hace presente y cercana a las familias con toda su vitalidad.

    1.5. La Iglesia, familia grande

    Toda la pastoral, y de modo particular la pastoral familiar, está íntimamente unida a la imagen de la Iglesia y su modo de hacerse presente en medio del mundo. No basta con enseñar a vivir la familia como una “iglesia doméstica”, sino que es necesario mostrar a la Iglesia como una “familia grande”.

    La imagen que los fieles tienen de la Iglesia es más la de Maestra que la de Madre. La maternidad eclesial está fuertemente unida a la realidad familiar de la Iglesia, “la gran familia de los hijos de Dios”.

    La pastoral familiar es cosa de las familias, pero no únicamente. Es necesario que las familias reconozcan el vínculo que les une a una familia más grande: la familia donde Dios Padre y la Iglesia Madre nos transmiten la vida nueva de hijos de Dios.

    La Iglesia recuperará más ampliamente su imagen de Madre sólo cuando la pastoral familiar esté en el núcleo de la pastoral de la Iglesia. Nos hallamos ante un principio de gran repercusión para la nueva evangelización. Ésta ha de ser profundamente familiar. La Iglesia es Maestra porque es Madre. De otro modo, le faltaría a su enseñanza el lugar donde poder ser vivida, así como el sentido de pertenencia necesario para aceptar cualquier autoridad.

    2. La transmisión de la fe en la familia

    2.1. No reducir el concepto de “fe” a los aspectos doctrinales

    Los aspectos doctrinales, ciertamente, son fundamentales, pero hemos de tener en cuenta además el mundo de la fe, de la vida de fe, que no se reduce únicamente a las verdades doctrinales, sino que lleva a la vida y al seguimiento de Cristo, con unas actitudes, una forma de ver el mundo, el hombre y la historia. Con la fe se han de transmitir, así mismo, los valores éticos.

    2.2. Recibir y transmitir la fe

    El concepto de “transmisión” implica algo que ya tenemos, que hemos recibido, que nos ha sido ofrecido de generación en generación. No se trata de un producto “nuevo”, creado por los hombres. Lo que se recibe ha de ser tratado como un tesoro, como un regalo.

    En lo concerniente a los contenidos de la fe, san Pablo hace distinción entre recibir y transmitir: «Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados...» (1Co 15,3).

    Toda la comunidad eclesial se nos presenta como sujeto de esta transmisión. La familia es un lugar privilegiado de transmisión de la fe. «Los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe» (Lumen gentium, 11).

    2.3. La convicción y el gozo de la “transmisión” de la fe (Sal 78,3-5)

    Son los padres de familia los llamados, con su entusiasmo y su testimonio de fe, a transmitir lo que Dios ha hecho por ellos a lo largo del tiempo y de la historia.

    Dice el salmo 78,3-5: «Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, no lo esconderemos a nuestros hijos, para que ellos puedan contarlo a los que vendrán: son las gestas gloriosas del Señor, su poder y sus prodigios. Él hizo Alianza con su pueblo, dio una Ley a los hijos de Israel». Y sigue el largo contenido de todo lo recibido y aprendido, y la forma como van a transmitirlo para que también los hijos hagan lo mismo.

    Somos herederos y partícipes de la fe de un pueblo, la Iglesia, que tiene plena conciencia de que Dios le ha elegido, se le ha revelado, le ha santificado y le ha dado una misión: llevar su Palabra a todo el mundo.

    2.4. La transmisión de la fe en la familia (Directorio de Pastoral Familiar)

    Tal como recoge el “Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España” de la Conferencia Episcopal Española :

    «El matrimonio encuentra su plenitud en la familia». Los hijos son expresión de la fecundidad del amor de los esposos: que transmiten la vida, que enseñan a vivir, que acompañan el crecimiento. La familia es transmisora del amor y de la vida. Y no sólo de la vida material, sino también de la «vida de hijos de Dios».

    En el sacramento del matrimonio, los esposos reciben el don del Espíritu Santo con una misión específica dentro de la Iglesia. «La familia cristiana constituye a su manera, una imagen y una representación del misterio de la Iglesia. Por eso está llamada a realizar, a su escala, la misión misma de la Iglesia». La familia es una comunidad cristiana, «una iglesia en miniatura», una «pequeña iglesia». O como dijo el Concilio: «puede y debe llamarse ‘iglesia doméstica’».

    La pastoral familiar tiene como función fundamental ayudar a la familia a vivir su comunidad de amor con verdad y plenitud, y a realizar su misión: «anunciando el Evangelio, asistiendo en la vida de oración y en los sacramentos, ayudando en las dificultades de convivencia, educación y problemas familiares».

    «La Iglesia necesita de las familias para llevar a cabo su misión». Hay cosas que sólo se pueden hacer en familia, dimensiones de la evangelización que sólo se pueden llevar a cabo adecuadamente en el seno de la familia por el testimonio y la vivencia familiar.

    Así, la familia es el ámbito propio del despertar religioso. Es el lugar privilegiado para la transmisión de la fe, especialmente en el despertar del niño. En la familia, el niño ha de encontrar «las respuestas primeras y más verdaderas sobre quién es el hombre y cuál es su destino». «El despertar a la vida humana se realiza en la familia, donde se introduce al niño progresivamente en toda una serie de experiencias fundamentales en las que va a encontrar las claves para interpretar el mundo que le rodea, las relaciones con los demás, el sentido y el fin de la vida».

    Las relaciones familiares (relación de padres e hijos, relación de hermanos con los que compartimos un mismo amor y una vida recibida de los mismos padres...) son relaciones que conforman una comunidad de vida y amor. «Todo ello abre de modo natural y profundo a las verdades fundamentales de la fe». El amor de nuestros padres es el mejor camino para descubrir el amor de Dios. La confianza mutua de la relación familiar es el mejor modo de abrirnos también a la relación fraterna en la gran familia de la Iglesia y de la sociedad.

    Vivir la fe en la vida diaria. El amor humano y el amor de Dios, la oración y el trabajo, la intimidad y el servicio de unos a otros, la gratuidad en la donación de si, el agradecimiento por todo lo que recibimos de los demás, el perdón que pedimos y nos damos, la unión de todos en los momentos dolorosos de la familia... son el modo de aprender a «vivir la fe en la cotidianeidad», uniendo fe y vida.

    «La oración en familia es expresión de fe y ayuda a la integración de la fe y la vida. La familia que reza unida, permanece unida; recupera la capacidad de mirarse a los ojos, de comunicarse, solidarizarse, perdonarse mutuamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios».

    «La familia, cauce donde se manifiesta y vive el amor que configura la identidad personal. Esa unidad específica entre gracia sobrenatural y experiencia humana se realiza en la familia en la medida en que ésta es una auténtica “comunidad de vida y amor”. El amor es así la fuerza y el hilo conductor de la vida de la familia como educadora de la persona. La vocación al amor es la que nos ha señalado el camino por el que Dios revela al hombre su plan de salvación. Es en la conjunción original de los distintos amores en la familia —amor conyugal, paterno-filial, fraternal, de abuelos y nietos, etc.— como la vocación al amor encuentra el cauce humano para manifestarse y desarrollarse conformando la auténtica identidad del hombre, hijo o hija, esposo o esposa, padre o madre, hermano o hermana».

    «Lugar privilegiado para la educación afectivo-sexual. La familia realiza así la primera educación al amor como un proceso que tiene sus propios momentos, y que acompaña al hombre y a la mujer en su maduración personal. Esta educación permite comprender la importancia de la confianza en un maestro de vida para alcanzar la plenitud de esa sabiduría que consiste en saber vivir con plenitud. Se vence así la tentación de un subjetivismo individualista que se encierre, ante las cuestiones fundamentales de la existencia, en una serie de razones que no están integradas en una visión integral de “lo humano”. Un punto específico de esta educación es el ámbito afectivo-sexual, cuyo lugar de educación privilegiado es la familia. La revelación de la vocación al amor de cada hombre o mujer depende en gran medida de esta inicial educación al amor que se ha de realizar en la familia. Su falta es, en cambio, un grave obstáculo para que el plan de Dios llegue a echar raíces en el corazón del hombre y éste pueda vivir la comunión con Dios».

    «Un camino integrado en los procesos vitales de la familia. Podemos constatar, así, cómo la verdad del matrimonio y de la familia en el plan de Dios conforma las claves de una pastoral familiar. Cómo ésta es, en verdad, una manifestación del ser de la Iglesia como “la gran familia” de los hijos de Dios y es una dimensión esencial de su propia misión. Por ello, la pastoral familiar debe ser un camino integrado en los procesos vitales de la familia, y no una serie de estructuras o acciones puntuales que no manifiestan suficientemente la vocación al amor que es el núcleo vital de esta pastoral».

    2.5. Condiciones básicas para la transmisión de la fe

  • Apreciar el don de la fe que se ha de transmitir. No se transmiten cosas, sino la “vida de fe”.
  • Desarrollar la capacidad de admiración y una mirada contemplativa.
  • «Crear un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres...» (Gravissimum educationis, 3).
  • 3. Contenidos de la transmisión y dinámica evangelizadora

    El contenido de la evangelización es Jesucristo, el Señor: «La evangelización también debe contener siempre (...) una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios» (Evangelii nuntiandi, 27).

    La Iglesia, y la pequeña iglesia que es la familia:

  • Profesa y proclama, vive y transmite la fe.
  • Cree y da testimonio.
  • Anuncia la Buena Nueva, mediante la palabra y la vida.
  • Engendra la fe: conversión del corazón y donación de Jesucristo.
  • Incorpora a la persona a la comunidad de los fieles.
  • Comunidad que ora en común (esposos unidos, padres e hijos juntos) (Catecismo de la Iglesia Católica, 2.685) . La familia es el primer ámbito para educar en la oración.
  • Ofrece la propia vida: sacrificio agradable a Dios, “culto razonable”, pues todo lo hemos recibido de Él.
  • Celebra los sacramentos en la Iglesia: sacramentos de la Iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), sacramentos de la madurez (Matrimonio y Orden Sacerdotal) y sacramentos de la Penitencia y de la Unción, para la sanación del espíritu y del cuerpo. Los Sacramentos acompañan toda la vida del cristiano, el desarrollo de la familia.
  • 4. ¿Cómo se hace realidad la transmisión de la fe en la familia?

  • Por el hecho de ser padres cristianos y haber recibido el sacramento del matrimonio, los padres tienen “un carisma y un ministerio” especial para la construcción de la Iglesia. La mejor contribución a la construcción de la Iglesia por parte de los padres cristianos es construir su “pequeña iglesia”, su “iglesia doméstica”.
  • “Acogida y propuesta”, que exigen por sí mismas una acción continuada, un acompañamiento. Los padres acompañan a sus hijos y se dejan acompañar a su vez por la comunidad cristiana.
  • En cuanto “comunidad”, el matrimonio trasmite la fe y la vida. El matrimonio transmite y educa en la fe en cuanto comunidad, es decir, en cuanto nosotros; quien educa es el “nosotros”. En la familia, todos evangelizados y evangelizadores. Familiaris consortio, 52, habla de intercambio educativo: los padres educan a los hijos, los hijos educan a los padres.
  • Se educa fundamentalmente a través del “amor conyugal y familiar”. El método de la familia es el del amor. La familia ofrece la experiencia del amor incondicional, cada uno de sus miembros es amado por lo que es, y no tanto por lo que tiene o por lo que vale.
  • En la “sencillez, concreción y testimonio cotidiano”, tal como dice Familiaris consortio. En la sencillez: no hace grandes discursos, la familia educa diciendo las cosas de la forma más sencilla y directa. En la concreción: trasmitiendo la palabra de Dios y los valores evangélicos incardinados en la vida, lo más posible. Y en el día a día, en el testimonio cotidiano.
  • Adecuándose al “crecimiento de las personas”. La familia (padres, hermanos, etc.) acompaña el crecimiento de la persona y es consciente de que cada etapa necesita un acompañamiento especial y distinto.
  • En el “contexto de la única misión de la Iglesia”. Enraizada en la única misión de la Iglesia. La familia es Iglesia de Cristo con tal que esté conectada con la Iglesia única de Cristo; la familia debe vivir su pertenencia a la Iglesia, integrándose en la comunidad parroquial, que es comunidad compuesta por pequeñas iglesias familiares que viven en comunión. Es necesaria una “estrecha colaboración” entre la familia y la Iglesia, para la formación de las personas y la transmisión de la fe: en el despertar religioso, en la iniciación cristiana, en la adolescencia y la juventud.
  • Conclusión

    Para ser transmisores de fe es necesario, primero, haberla recibido, haberla acogido. La “preparación al matrimonio” ha de ayudar a descubrir la identidad y misión del matrimonio y la familia. Deberá ser diversificada, según la necesidad y circunstancias de cada pareja. Es fundamental que la familia ayude a sus miembros a descubrir y vivir la “vocación al amor”, que es vocación universal.

    La familia ya constituida, necesita ser acompañada para realizar su misión; para ser lo que es, para poder transmitir la fe a los hijos, para formar una verdadera comunidad de vida y amor. El acompañamiento se hace realidad en momentos clave, como son: la “preparación al bautismo” de los hijos; el “despertar religioso”, que es especialmente tarea de la familia a la que ayuda la comunidad cristiana; la “iniciación cristiana”, tarea de la parroquia, con la cooperación de los padres; la “educación afectivo-sexual”, tarea en que los padres también necesitan ayuda de la comunidad cristiana y otros educadores.

    Concluida la precedente ponencia-reflexión, se lleva a cabo un diálogo y reflexión en la Asamblea, en la que se profundiza en diversos aspectos, vinculados a la transmisión de la fe en la familia: preparación al matrimonio de los novios, bautismo de los hijos, despertar religioso de los niños, iniciación cristiana, educación afectivo-sexual de los adolescentes...

    La asamblea del Consejo se prosigue por la tarde con la presentación de las aportaciones de las unidades pastorales del Consejo al documento “Transmisión de la fe en la familia”, que resumimos brevemente a continuación:

    1. Nuevas posibilidades de evangelización

  • Propuestas claras de fe y vida cristiana, anunciando abiertamente a Jesucristo e iniciando en la espiritualidad cristiana.
  • Acompañamiento personal de novios, padres, niños, enfermos..., tanto en encuentros ocasionales como en otros programados (bautismos, primeras comuniones, entierros...).
  • Testimonio propio, cuidando la acogida, la cercanía y la actitud de servicio, y de padres y familias cristianas.
  • Catequesis familiar, que tenga como sujeto y destinatario de la evangelización a toda la familia.
  • 2. Ayuda de los sacerdotes y parroquias a las familias para reafirmar su identidad cristiana y cumplir su misión de transmitir la fe y la vida cristiana

  • Cercanía y atención personalizada a las familias, sobre todo en circunstancias especiales (celebraciones, duelos...).
  • Valoración y aliento a los padres que se esfuerzan por transmitir la fe a sus hijos, presentando la fe como fuente y plenitud de vida.
  • Apuesta por la pastoral familiar, trabajando con ilusión con novios, padres e hijos que se encuentran integrados en procesos evangelizadores.
  • Dichas aportaciones son objeto de debate y contraste con la ponencia recogida anteriormente con el objeto de aportar algunas conclusiones del encuentro.

    De ahí que, fruto de la reflexión de esta asamblea del Consejo, los presbíteros, urgidos por el reto de la evangelización, ofrezcamos algunos principios y propuestas que permitan potenciar la pastoral familiar en nuestra Archidiócesis, conscientes de que toda pastoral ha de ser familiar, dado que, en última instancia, tiene como destinatarios a los miembros que forman parte de la familia:

    1. Convicción de que la familia, como unidad, ha de ser “sujeto activo”, y no mero “objeto pasivo”, de la pastoral familiar, en la que los presbíteros y otros agentes pastorales serán colaboradores que ayuden a descubrir la belleza del plan de Dios sobre la misma:

  • 1.1. Cuidar la acogida y cercanía a las familias, siendo sensibles a sus diferentes situaciones personales y familiares, que desemboque en una propuesta y acompañamiento personalizados, aplicando para ello la “ley de gradualidad”.
  • 1.2. Suscitar agentes pastorales entre las familias que asuman la atención pastoral de las mismas, formando equipos de pastoral familiar en las parroquias, integrando las ricas experiencias aportadas por diversas comunidades, asociaciones y movimientos.
  • 1.3. Mostrar el testimonio vivo de familias cristianas que viven su experiencia de fe en la vida familiar como revulsivo para aquéllas que se acercan.
  • 2. Necesidad de descubrir la verdad, la bondad y la belleza de la familia que el evangelio y la tradición eclesial atesoran, como don de la Iglesia para el mundo:

  • 2.1. Presentar con claridad y valentía la propuesta cristiana sobre la familia, haciendo un anuncio más kerigmático y misionero del evangelio que provoque la experiencia de fe.
  • 2.2. Formar a los presbíteros y a los agentes de pastoral familiar para responder a este reto evangelizador (escuelas de pastoral familiar...).
  • 2.3. Conocer y aplicar el “Directorio de Pastoral Familiar” en España y los directorios diocesanos que abordan aspectos relacionados con ella.
  • 3. Cuidado de la acogida gozosa y transmisión entusiasta de la fe en la familia, como iglesia doméstica, que favorezca la conversión a Jesucristo y la integración en la Iglesia de sus miembros:

  • 3.1. Ayudar a descubrir que ser padres es al mismo tiempo carismadon y ministerio-misión para la construcción de la Iglesia en el servicio al Reino, valorando y alentando a todos aquéllos que se esfuerzan por transmitir la fe a sus hijos.
  • 3.2. Ofrecer un contexto comunitario cálido a las familias que se acercan, que haga posible la acogida y acompañamiento que necesitan.
  • 3.3. Cuidar algunos momentos especialmente significativos para la pastoral familiar: noviazgo, matrimonio, matrimonios jóvenes, bautismo de hijos, despertar religioso, catequesis familiar, primeras comuniones, educación afectivo-sexual, confirmaciones, experiencia familia-parroquia-escuela, familias de inmigrantes, enfermos, fallecimientos... A este respecto, se considera conveniente revisar y renovar los cursos prematrimoniales.
  • El reto de una nueva evangelización sólo podrá abordarse si se apuesta por una audaz pastoral familiar, acción que afecta a toda la Iglesia. Se hace necesario depositar en el seno de las familias la semilla del evangelio, para que la alegría de la fe, prenda en el corazón de las nuevas generaciones y, de esta forma, renueve la Iglesia y transforme el mundo en esta hora de la historia. El Señor cuenta con cada uno de nosotros para hacer realidad su plan de salvación: la gran familia de los hijos de Dios.

    Finalmente, se da paso al turno de informaciones y comunicaciones, en el que se exponen y abordan las siguientes cuestiones:

  • Misa funeral por el eterno descanso de la madre del presbítero D. Víctor Corona Rodríguez (Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Laguna de Duero, 20-6-2006).
  • Revisión de los estatutos y del funcionamiento de la Junta de Pastoral y del Consejo Pastoral Diocesanos, que favorezca la coordinación de las distintas actividades pastorales.
  • Ejercicios espirituales para sacerdotes (Centro de Espiritualidad, 3/8-7-2006).
  • Peregrinación a Javier de la Zona Pastoral “Duero” (3/4-7-2006).
  • Sin más asuntos que tratar, después de unas palabras de agradecimiento por parte del Sr. Arzobispo y de una breve oración de acción de gracias, se levantó la sesión a las 18 h., de todo lo cual doy fe como Secretario.

    Francisco Javier Mínguez Núñez, Secretario