Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Provocar el encuentro con Dios

11 de marzo de 2007


Publicado: BOA 2007, 93.


En la primera semana de Cuaresma, los arciprestes de Castilla se reúnen con los vicarios de las nueve diócesis y sus obispos en Villagarcía de Campos, en un clima de oración y diálogo, en torno a un tema de interés para nuestras Iglesias hermanas, y así ayudarnos mutuamente. El de 2007 ha sido el XXVI Encuentro . Mucha gente piensa que la Iglesia católica no reflexiona sobre los nuevos problemas y que está anclada en “sus cosas”. Nada más lejos de la realidad. En esta ocasión hemos tratado del primer anuncio de la transmisión de la fe, y en cómo provocar el primer encuentro con Dios en Cristo. Este es un primer paso al que podrán seguir otros posibles: cómo iniciar cristianamente en la familia; cómo hacerlo en la catequesis parroquial o en los movimientos apostólicos; cómo han de ser hoy los procesos catequéticos, etc.

Los que formamos la Iglesia sabemos que ésta tiene su razón de ser en anunciar a Jesucristo: Él es nuestra vida y queremos que otros vivan como nosotros, sin imponer nada, como ofrecimiento gratuito. Parece que existe una inapetencia de Dios, de modo que no hubiera necesidad de Él, pero la Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación humana, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de su destino más alto. En realidad nuestro mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, como piensan ilustres representantes de un laicismo fundamentalista, incapaz de entender el hecho religioso, infunde luz, vida y libertad para su progreso. «Realmente —afirma el último Concilio— el misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22) .

La Palabra de Dios la ofrecemos al hombre «para que oyendo crea, creyendo espere, y esperando ame» (Dei Verbum, 1) . En la situación actual nos damos cuenta, sin embargo, de las dificultades a la hora del primer anuncio, pues hay que evangelizar a adolescentes, jóvenes y adultos que no siempre sienten necesidad de Dios ni de su Iglesia. Pero, aún así, la aventura de los hombres y mujeres de hoy es apasionante.

¿No hemos trabajado en el pasado en nuestras Iglesias? Al contrario, ha habido una siembra generosa. Del trabajo realizado, con sus luces y sombras, hemos aprendido y mucho, sin duda. Quisiéramos acertar, pues la nueva situación nos tiene sorprendidos e inquietos, preocupados pero esperanzados, en expectación. Nos decíamos que estamos en un tiempo que se parece a un alumbramiento, con dolor y gozo ante la vida que viene.

Nos hemos dicho también que necesitamos más conversión personal, más convencimiento, unas comunidades vivas que ofrezcan testimonio de la belleza de la fe y la vida cristiana; igualmente vemos que sería importante renovar nuestras formas de evangelizar, menos tímidas y sin dar por supuesto que todos entienden nuestro lenguaje y nuestras maneras de llegar a los alejados y no cristianos. No olvidamos, sin embargo, que el Señor conduce constantemente a su Iglesia para anunciar de nuevos modos el Evangelio en esta hora del mundo y de la historia.