Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Homilía

VII Jornada por la Vida 2008

Vigilia por la Vida

5 de abril de 2008


Publicado: BOA 2008, 119.


Queridos hermanos:

La humanidad debe cuidar y favorecer la vida humana, que no puede considerarse como una mercancía «con la que se comercia y se manipula al propio gusto», en palabras de Juan Pablo II. Ante el eclipse del valor de la vida, este papa escribía: «Esto hace pensar espontáneamente en las tendencias actuales de ausencia de responsabilidad del hombre hacia sus semejantes, cuyos síntomas son, entre otros, la falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad —es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños— y la indiferencia que con frecuencia se observa en la relación entre los pueblos, incluso cuando están en juego valores fundamentales tales como la supervivencia, la paz y la libertad» (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 8) .

La temática de la vida no se circunscribe al problema del aborto, aunque las cifras del pasado año 2007 en España son aterradoras y nos dejan un tanto estupefactos. Pero es necesario ser lúcidos. No basta con rechazar enfadados que la vida humana concebida sea una simple agrupación de células. Siempre me ha parecido que en los problemas de la humanidad hay una responsabilidad de los católicos, porque no vivimos ni actuamos de forma correcta, de forma que demos respuesta a los que actúan de forma no correcta en los problemas humanos. Es el pecado de los que nos creemos buenos.

Ante el tema de la vida o, si se quiere, el problema del aborto, los católicos tenemos que formarnos más y mejor y saber argumentar y argumentarnos. Ya sé que el rechazo de las prácticas abortistas es lo mejor que podemos hacer en este campo. Pero hay otras cosas que descuidamos, en concreto no tener las ideas claras. Pensamos con frecuencia, por ejemplo, que los partidarios del aborto pueden tener un «derecho a decidir». «¿A decidir sobre qué? —decía un conocido columnista católico recientemente— Un niño gestante no es una verruga o un padrastro que podemos extirpar discrecionalmente; un niño gestante tiene un derecho inalienable a la vida que nadie puede arrogarse, ni siquiera la madre en cuyo seno se aloja. No es este un derecho que se derive de tales o cuales creencias religiosas; es un derecho primario que nace de la solidaridad natural de la especie humana. Cuando ese derecho deja de ser reconocido, podemos afirmar sin hipérbole que nuestra especie ha dejado de ser humana» (Juan Manuel de Prada, ABC, 31-3-2008).

El aborto no es, sin duda, un problema sólo para los católicos. Muchos que no comparten nuestra fe lo rechazan. Lo cual indica que la ley despenalizadora del aborto de 1985, en sus tres supuestos, es injusta y debería desaparecer. Hay que tener estas ideas claras y transmitirlas a las nuevas generaciones, porque éstos han sido ya durante muchos años bien aleccionados en lo contrario. Preguntad, preguntad a unos cuantos adolescentes y jóvenes qué piensan sobre la práctica del aborto, y os daréis cuenta de qué piensan al respecto: por qué no van a tener derecho a elegir el aborto aquellos que no desean seguir adelante con un embarazo.

Es preciso informarse e informar de las razones por las que la Iglesia sostiene —y con ella otros muchos ciudadanos no pertenecientes a ella—, siempre con argumentos teológicos, filosóficos y científicos sólidos, el valor y la dignidad de la vida personal desde la fecundación hasta la muerte natural. Y esto frente a redes de muerte, como son el aborto procurado y toda forma de eutanasia directa, que no debe confundirse con la aplicación de los llamados «cuidados paliativos», destinados a hacer más soportables el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuado.

Por eso, hemos de tejer y extender las redes de vida apoyando eficazmente a la mujer, especialmente con motivo de su maternidad, favoreciendo el proceso de adopción, asegurando siempre a cada persona los cuidados necesarios y debidos, además del apoyo social a las familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre todo si es grave o se prolonga, y creando una nueva cultura donde las familias acojan y promuevan la vida. Ante la vida no podemos ceder a la tentación del egoísmo o a la pasividad de la desesperanza.

Los cristianos somos un pueblo de la vida y para la vida, pero tenemos que demostrarlo. No podemos descuidar la educación sexual de nuestros niños, adolescentes y jóvenes: enseñar a aprender a amar. Hay muchos padres y otros educadores interesados en el tema, y no hay que dejarlo en manos de los que defienden concepciones reduccionistas de la sexualidad humana. Esta tarea constituye un objetivo de nuestra programación pastoral diocesana , como también la creación de un Centro de Orientación Familiar diocesano. Pero vemos mucha pasividad, mucho quejarse y poco hacer, por comodidad o pereza, cuando es asunto tan vital. Todavía seguimos pensando ingenuamente que se acepta en nuestra sociedad una cultura de la vida basada en la ley natural compartida por todos o casi todos. Gentes de la derecha o de la izquierda sociológicas comparten más de lo que parece esas redes de muerte o concepciones sobre la vida inaceptables para un cristiano.

La vida es una realidad maravillosa que no deja de sorprendernos. Cuantos más datos nos proporciona la ciencia, mejor podemos comprender que la vida del hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, es un misterio que desborda el ámbito de lo puramente bioquímico. En su constante progreso, la ciencia afirma cada vez con más fuerza que desde la fecundación tenemos una nueva vida humana, original e irrepetible, con una historia y un destino únicos. Como vosotras hacéis, madres gestantes que nos acompañáis, la vida tiene que ser acogida, respetada y amada: «es compromiso de todos acoger la vida humana como don que se debe respetar, tutelar y promover, mucho más cuando es frágil y necesita atención y cuidados, sea antes del nacimiento, sea en su fase terminal» (Benedicto XVI, Ángelus del 3-2-2008).

Gracias por lo que hacéis por la vida tantas y tantas personas: madres y padres, educadores, sacerdotes, religiosos y catequistas. Pedimos al Señor que en esta Jornada, contemplando el misterio de la Encarnación, sepamos acoger como la Virgen María el don de la vida, y aprendamos de la Madre del amor hermoso a defender y promover la vida en todos sus momentos, proclamando que «frente a la muerte está la vida» (Sir 33,14). Que así sea.