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Mensaje

XLII Jornada Mundial de la Paz 2009

Combatir la pobreza, construir la paz

1 de enero de 2009


Temas: paz, pobreza (demografía, enfermedad, infancia, armamento y alimentación) y solidaridad.

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/peace/documents/hf_ben-xvi_mes_20081208_xlii-world-day-peace_sp.html

Publicado: BOA 2008, 523; Ecclesia LXVIII/3.445, diciembre (2008), 1906-.


  • Introducción
  • Pobreza e implicaciones morales
  • Lucha contra la pobreza y solidaridad global
  • Conclusión
  • Notas

    |<  <  >  >|Notas

    1. También al comienzo de este nuevo año, deseo hacer llegar a todos mis mejores deseos de paz, e invitar con este mensaje a reflexionar sobre el tema: “Combatir la pobreza, construir la paz”. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, subrayó ya las repercusiones negativas que la situación de pobreza de poblaciones enteras acaba teniendo sobre la paz. En efecto, la pobreza se encuentra frecuentemente entre los factores que favorecen o agravan los conflictos, incluyendo los armados. Estos últimos alimentan a su vez situaciones trágicas de pobreza. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo —escribió Juan Pablo II— otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentran un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el progreso auténtico y armónico de la comunidad mundial»1.

    2. En este contexto, combatir la pobreza implica considerar atentamente el complejo fenómeno de la globalización. Esta consideración es importante ya desde el punto de vista metodológico, pues invita a tener en cuenta el fruto de las investigaciones realizadas por los economistas y sociólogos sobre tantos aspectos de la pobreza. Pero la referencia a la globalización debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de ser todos parte de un único proyecto divino, el de la vocación de constituir una sola familia en la que todos —personas, pueblos y naciones— se comporten siguiendo los principios de fraternidad y de responsabilidad.

    En dicha perspectiva se ha de tener una visión amplia y articulada de la pobreza. Si ésta fuese únicamente material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose sobre todo en datos cuantitativos, serían suficientes para reflejar sus principales características. Sin embargo, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales. Por ejemplo, en las sociedades ricas y desarrolladas existen fenómenos de marginación, pobreza relacional, moral y espiritual: se trata de personas desorientadas interiormente que padecen diversas formas de malestar, a pesar de su bienestar económico. Pienso, por una parte, en el llamado «subdesarrollo moral»2 y, por otra, en las consecuencias negativas del «superdesarrollo»3. Tampoco olvido que, en las sociedades consideradas “pobres”, el crecimiento económico se ve frecuentemente dificultado por impedimentos culturales, que no permiten utilizar adecuadamente los recursos. De todos modos, es verdad que cualquier forma de pobreza impuesta tiene su raíz en la falta de respeto por la dignidad trascendente de la persona humana. Cuando no se considera al hombre en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de una verdadera «ecología humana»4, se desencadenan también dinámicas perversas de pobreza, como se pone claramente de manifiesto en algunos aspectos, que consideraré ahora brevemente.

    Pobreza e implicaciones morales

    |<  <  >  >|Notas

    3. La pobreza es relacionada a menudo con el crecimiento demográfico. En consecuencia, se están llevando a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional, incluso con métodos que no respetan la dignidad de la mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir responsablemente el número de hijos5 y, lo que es más grave aún, a menudo ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza supone en realidad la eliminación de los seres humanos más pobres. Frente a esto está el hecho de que, en 1981, aproximadamente el 40% de la población mundial estaba por debajo del umbral de la pobreza absoluta, mientras que hoy este porcentaje se ha reducido prácticamente a la mitad y numerosos pueblos, caracterizados además por un notable incremento demográfico, han salido de la pobreza. Este dato muestra claramente que habría recursos para resolver el problema de la pobreza, incluso existiendo un crecimiento de la población. Tampoco hay que olvidar que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, la población mundial ha crecido en cuatro mil millones y, en buena parte, este fenómeno se produce en países que han aparecido recientemente en el escenario internacional como nuevas potencias económicas, y han experimentado un rápido desarrollo precisamente gracias a su elevado número de habitantes. Además, entre las naciones más avanzadas, las que tienen un mayor índice de natalidad tienen un mayor potencial para el desarrollo. En otras palabras, la población se está confirmando como una riqueza y no como un factor de pobreza.

    4. Otro aspecto preocupante son las enfermedades pandémicas como, por ejemplo, la malaria, la tuberculosis y el sida que, en la medida en que afectan a los sectores productivos de la población, tienen una gran influencia en el deterioro de las condiciones generales del país. Los intentos de frenar las consecuencias de estas enfermedades en la población no siempre logran resultados significativos. Además, los países que padecen dichas pandemias, a la hora de contrarrestarlas, sufren los chantajes de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de políticas contrarias a la vida. Es difícil combatir sobre todo el sida, gran causa de pobreza, si no se afrontan los problemas morales con los que está relacionada la difusión del virus. Es preciso, ante todo, emprender campañas que eduquen especialmente a los jóvenes en una sexualidad plenamente acorde con la dignidad de la persona; hay iniciativas en este sentido que ya han dado resultados significativos, haciendo disminuir la propagación del virus. También se requiere poner a disposición de las naciones pobres las medicinas y tratamientos necesarios; esto exige fomentar decididamente la investigación médica y las innovaciones terapéuticas, y aplicar con flexibilidad, cuando sea necesario, las normas internacionales sobre la propiedad intelectual, a fin de garantizar a todos la necesaria atención sanitaria básica.

    5. Un tercer aspecto objeto de atención en los programas de lucha contra la pobreza, y que demuestra su dimensión moral intrínseca, es la pobreza infantil. Cuando la pobreza afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables: casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Considerar la pobreza poniéndose en el lugar de los niños induce a dar prioridad a los objetivos que les conciernen más directamente como, por ejemplo, el cuidado de las madres, la tarea educativa, el acceso a las vacunas, a las curas médicas y al agua potable, la protección del medio ambiente y, sobre todo, el compromiso por la defensa de la familia y de la estabilidad de sus relaciones internas. Cuando la familia se debilita, los perjudicados son inevitablemente los niños. Donde no se protege la dignidad de la mujer y de la madre, los más afectados son principalmente los hijos.

    6. Un cuarto aspecto que merece particular atención desde el punto de vista moral es la relación entre el desarme y el desarrollo. Es preocupante la magnitud global del gasto militar en la actualidad. Como ya he tenido ocasión de subrayar, «los ingentes recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y armamento se sustraen de los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las Naciones Unidas, que compromete a la comunidad internacional, y a los Estados en particular, a “promover el establecimiento y mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales con la menor desviación posible de los recursos humanos y económicos del mundo hacia los armamentos” (art. 26)»6.

    Este estado de cosas, en vez de facilitar, entorpece seriamente la consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad internacional. Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera armamentística, que provoca focos de subdesarrollo y desesperación, transformándose así, paradójicamente, en causa de inestabilidad, tensión y conflictos. Como afirmó sabiamente mi venerado predecesor Pablo VI, «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz»7. Por tanto, los Estados están llamados a una seria reflexión sobre los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia, y a afrontarlos con una valiente autocrítica. Si se mejoraran las relaciones, sería posible reducir los gastos en armamento. Los recursos ahorrados se podrían destinar a proyectos de desarrollo de las personas y de los pueblos más pobres y necesitados: los esfuerzos prodigados en este sentido son un compromiso por la paz dentro de la familia humana.

    7. Un quinto aspecto de la lucha contra la pobreza material se refiere a la crisis alimentaria actual, que pone en peligro la satisfacción de las necesidades básicas. Esta crisis se caracteriza no tanto por la escasez de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, en consecuencia, por la falta de una red de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y emergencias. La malnutrición puede provocar también graves daños psicofísicos a la población, privando a las personas de la energía necesaria para salir, sin una ayuda especial, de su situación de pobreza. Esto contribuye a ampliar la magnitud de las desigualdades, provocando reacciones que pueden llegar a ser violentas. Todos los datos sobre el crecimiento de la pobreza relativa en los últimos decenios indican un aumento de la diferencia entre ricos y pobres. Sin duda, las causas principales de este fenómeno son, por una parte, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se concentran en el nivel más alto de distribución de la renta, y por otra, la evolución de los precios de los productos industriales, que aumentan mucho más rápidamente que los de los productos agrícolas y materias primas que poseen los países más pobres. Resulta así que la mayor parte de la población de los países más pobres sufre una doble marginación, con beneficios más bajos y precios más altos.

    Lucha contra la pobreza y solidaridad global

    |<  <  >  >|Notas

    8. Una de las vías principales para construir la paz es una globalización guiada por los intereses de la gran familia humana8. Sin embargo, para dirigir la globalización se necesita una fuerte solidaridad global9, tanto entre países ricos y pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un «código ético común»10 cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm 2,14-15). ¿Acaso no siente cada uno de nosotros en lo profundo de su conciencia la llamada a hacer su propia contribución al bien común y a la paz social? La globalización elimina ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas; acerca a los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea por sí misma las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La globalización sólo puede aportar instrumentos válidos para combatir la marginación de los pobres del planeta si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas. La Iglesia, que es «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»11, continuará ofreciendo su aportación para que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacífico y solidario.

    9. En el campo del comercio internacional y de las transacciones financieras, hay procesos en marcha que permiten integrar positivamente las economías, contribuyendo a la mejora de las condiciones generales; pero existen también procesos en sentido opuesto, que dividen y marginan a los pueblos, creando peligrosas premisas para conflictos y guerras. En las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional de bienes y servicios ha crecido con extraordinaria rapidez, con un dinamismo sin precedentes en la historia. Gran parte del comercio mundial se ha centrado en los países de industrialización antigua, a los que se han añadido de modo significativo muchos países emergentes, que han adquirido relevancia. Sin embargo, hay otros países de renta baja que siguen estando gravemente marginados con respecto a los flujos comerciales. Su crecimiento se ha resentido por la rápida disminución registrada en las últimas décadas de los precios de las materias primas, que constituyen la casi totalidad de sus exportaciones. En estos países, la mayoría africanos, la dependencia de las exportaciones de las materias primas sigue siendo un factor de riesgo importante. Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones.

    10. Se puede hacer una reflexión parecida sobre las finanzas, que son uno de los aspectos principales del fenómeno de la globalización, gracias al desarrollo de la tecnología y a las políticas de liberalización de los flujos de capital entre los países. La función objetivamente más importante de las finanzas, el sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy cuando menos frágil: se resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros —a nivel nacional y global— basado en una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las actividades financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas formas de riesgo. La reciente crisis demuestra también que la actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente autorreferenciales, sin considerar el bien común a largo plazo. La concentración de los objetivos de los operadores financieros globales en el muy corto plazo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente y el futuro, sosteniendo la creación de nuevas oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo. Unas finanzas restringidas al corto o muy corto plazo llegan a ser peligrosas para todos, también para quienes logran beneficios durante las fases de euforia financiera12.

    11. De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres, idear y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos problemas, estableciendo un marco jurídico eficaz para la economía. Exige también incentivos para crear instituciones eficientes y participativas, así como ayudas para luchar contra la criminalidad y promover una cultura de la legalidad. Por otro lado, es innegable que las políticas marcadamente asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países pobres. El verdadero proyecto a medio y largo plazo parece ser invertir en la formación de las personas y desarrollar de manera integrada una cultura específica de la iniciativa. Si bien las actividades económicas necesitan un contexto favorable para su desarrollo, esto no significa que se deba distraer la atención de la obtención de beneficios. Aunque se haya subrayado oportunamente que el aumento de la renta per cápita no puede ser el fin absoluto de la acción político-económica, no se ha de olvidar, sin embargo, que ésta representa un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha contra el hambre y la pobreza absoluta. Desde este punto de vista, no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva. Lo cierto es que el valor de la riqueza en una economía moderna depende de manera determinante de la capacidad de crear rédito presente y futuro. Por eso, la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material.

    12. Finalmente, situar a los pobres en el primer puesto implica que se les dé un espacio adecuado para una lógica económica correcta por parte de los agentes del mercado internacional, una lógica política correcta por parte de los responsables institucionales y una lógica participativa correcta capaz de dar valor a la sociedad civil local e internacional. Los propios organismos internacionales reconocen hoy la valía y las ventajas de las iniciativas económicas de la sociedad civil o de las administraciones locales para promover la emancipación y la inclusión en la sociedad de las capas de población que a menudo se encuentran por debajo del umbral de la pobreza extrema y a las que, al mismo tiempo, difícilmente llegan las ayudas oficiales. La historia del desarrollo económico del siglo XX enseña cómo políticas de desarrollo buenas se han confiado a la responsabilidad de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y estados. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el proceso de desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno cultural y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil13.

    13. Como ya afirmó mi venerado predecesor Juan Pablo II, la globalización «se presenta con una marcada nota de ambivalencia»14 y, por tanto, ha de ser dirigida con prudente sabiduría. De esta sabiduría forma parte el tener en cuenta en primer lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción existente entre los problemas de pobreza y las medidas que los hombres adoptan para afrontarlos. La desproporción es tanto de orden cultural y político como espiritual y moral. En efecto, a menudo se consideran las causas superficiales e instrumentales de la pobreza, ignorando las que están en el corazón humano, como la avaricia y la estrechez de miras. Los problemas del desarrollo, de las ayudas y de la cooperación internacional se afrontan a veces como meras cuestiones técnicas, que se reducen a establecer estructuras, poner a punto acuerdos sobre precios y cuotas, asignar subvenciones anónimas, sin que verdaderamente las personas se involucren. En cambio, la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino hacia un auténtico desarrollo humano.

    Conclusión

    |<  <Notas

    14. En la Encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de «abandonar una mentalidad que considera a los pobres —personas y pueblos— como una carga o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido». «Los pobres —escribe— exigen el derecho a participar y gozar de los bienes materiales y hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos»15. En el mundo global actual es más evidente aún que solamente se construye la paz si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable; las alteraciones de los sistemas injustos antes o después pasan factura a todos. Por tanto, únicamente la necedad puede inducir a construir una casa de oro rodeada del desierto o la degradación. Por sí sola, la globalización es incapaz de construir la paz; más aún, genera en muchos casos divisiones y conflictos. La globalización más bien pone de manifiesto una necesidad: la de orientarse hacia un objetivo de solidaridad profunda, que busque el bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una ocasión propicia para conseguir logros importantes en la lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora impensables.

    15. La Doctrina Social de la Iglesia se ha interesado siempre por los pobres. En tiempos de la Encíclica Rerum novarum, éstos eran sobre todo los obreros de la nueva sociedad industrial; en el magisterio social de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II se han señalado nuevas formas de pobreza a medida que el horizonte de la cuestión social se ampliaba, hasta adquirir dimensiones mundiales16. Esta ampliación de la cuestión social hacia la globalidad hay que considerarla no sólo en el sentido de una extensión cuantitativa, sino también como una profundización cualitativa en el hombre y en las necesidades de la familia humana. Por eso la Iglesia, a la vez que sigue con atención los fenómenos actuales de globalización y su incidencia en las pobrezas humanas, señala nuevos aspectos de la cuestión social, no sólo en extensión, sino también en profundidad, en cuanto conciernen a la identidad del hombre y su relación con Dios. Son principios de la doctrina social que tienden a clarificar las relaciones entre pobreza y globalización, y a orientar la acción hacia la construcción de la paz. Entre estos principios conviene recordar aquí, de modo particular, el «amor preferencial por los pobres»17, a la luz del primado de la caridad, atestiguado por toda la tradición cristiana, comenzando por la Iglesia primitiva (cf. Hch 4,32-36; 1Co 16,1; 2 Co 8-9; Ga 2,10).

    «Que se ciña cada cual a la parte que le corresponde», escribía León XIII en 1891, añadiendo: «Por lo que respecta a la Iglesia, nunca ni bajo ningún concepto regateará su esfuerzo»18. Esta convicción acompaña también hoy el quehacer de la Iglesia para con los pobres, en los cuales contempla a Cristo19, sintiendo cómo resuena en su corazón el mandato del Príncipe de la paz a los Apóstoles: «Vos date illis manducare», ‘dadles vosotros de comer’ (Lc 9,13). Así pues, fiel a esta exhortación de su Señor, la comunidad cristiana no dejará de asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas de una solidaridad creativa, no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando «sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»20. Por consiguiente, dirijo al comienzo de un nuevo año una calurosa invitación a cada discípulo de Cristo, así como a toda persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea posible en la práctica para ir en su ayuda. Sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según el cual «combatir la pobreza es construir la paz».

    Vaticano, 8 de diciembre de 2008.


    Notas:

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    [1]  Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, 1.
    [2]  Pablo VI, Encíclica Populorum progressio, 19.
    [3]  Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, 28.
    [4]  Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, 38.
    [5]  Cf. Populorum progressio, 37; Sollicitudo rei socialis, 25.
    [6]  Carta al Seminario Internacional organizado por el Consejo Pontificio Justicia y Paz sobre el tema “Desarme, desarrollo y paz. Perspectivas para un desarme integral” (10-4-2008): L'Osservatore Romano, ed. en español, 18-4-2008, 3 .
    [7]  Populorum progressio, 87.
    [8]  Centesimus annus, 58.
    [9]  Juan Pablo II, Discurso a las asociaciones cristianas de trabajadores italianos (27-4-2002), 4: L'Osservatore Romano, ed. en español (10-5-2002), 10.
    [10]  Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales (27-4-2001), 4: L'Osservatore Romano, ed. en español (11-5-2001), 4.
    [11]  Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1 .
    [12]  Cf. Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 368 .
    [13]  Cf. ibíd., 356.
    [14]  Discurso a empresarios y sindicatos de trabajadores (2-5-2000), 3: L'Osservatore Romano, ed. en español (5-5-2000), 7.
    [15]  Centesimus annus, 28.
    [16]  Cf. Populorum progressio, 3.
    [17]  Sollicitudo rei socialis, 42; Cf. Centesimus annus, 57.
    [18]  León XIII, Encíclica Rerum novarum, 41.
    [19]  Cf. Centesimus annus, 58.
    [20]  Ibíd.