Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

Imprimir A4  A4x2  A5  

Carta

En el comienzo del curso pastoral

7 de octubre de 2010


Publicado: BOA 2010, 279.


Queridos hermanos sacerdotes:

Saludo a todos con afecto, con gratitud por vuestro ministerio y con esperanza. Recojo en esta carta parte de lo que comuniqué el día 20-9-2010 en el Seminario, a petición de bastantes sacerdotes.

Al comenzar el curso pastoral, con sus desafíos y trabajos previsibles, levantamos la mirada a Dios para invocar su ayuda: «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en Ti, como en su fuente, y tienda siempre a Ti, como a su fin». Un cristiano vive, piensa, programa, proyecta ante Dios. Esto debemos hacer diariamente, pero hoy advertimos cómo nuestra fragilidad es enorme, cómo los retos que se nos plantean son inmensos, cómo es complicado actualmente ser ministros del Evangelio, cómo es gracia de Dios tocar el corazón para la fe y la conversión. Por eso, debemos poner en juego los resortes últimos de la vida, con laboriosidad, confianza, oración, perseverancia, sentido de Iglesia; lo nuestro es sembrar y tener la seguridad de que la semilla germinará, crecerá y fructificará con la bendición de Dios. Nosotros somos al mismo tiempo segadores y sembradores: Otros sembraron lo que nosotros recogemos, otros cosecharán lo que nosotros sembramos.

Estemos atentos a los signos de Dios, sabiendo que el grano crece en la ocultación, que el Reino de Dios es como la levadura, que se asemeja a una semilla de mostaza casi invisible, que la cosecha de Jesús al morir en la cruz no fue muy halagüeña.

Iniciamos el curso como apóstoles que se dejan enviar por el Señor. No somos espontáneos sino enviados; por ser enviados, el mismo Jesús es acogido o rechazado en los misioneros (cf. Lc 10,16). Nos ponemos a disposición de Dios, con la persuasión de que nos aguardarán trabajos, gozos y sufrimientos por el Evangelio. Subrayo las tres palabras. Supongo que comenzamos el curso con el lastre que a veces experimentamos: “Estoy cansado ya, la inercia del verano, me falta la esperanza, estoy resabiado, todo es igual, no merece la pena, para lo que se consigue, todo el tiempo bregando y nada he pescado...”. Ponte, querido hermano, tal y como te encuentras, ante el Dios que se ha fiado de nosotros y nos ha otorgado el ministerio (cf. 1Tm 1,11-12), que tiene paciencia con nosotros. Sin la luz de la fe y el aliento de la esperanza todo es imposible, todo carece de sentido. La oración es como el oxígeno de la fe y el soplo de la esperanza. ¡No midas las sorpresas del futuro por tus posibilidades, sino por el poder de Dios! «Duc in altum», ‘rema mar adentro’ (Lc 5,14).

Al comienzo de la Segunda Carta a los Corintios, en el saludo a los destinatarios, escribió Pablo y nos dice hoy a nosotros: «¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios» (2Co 1,3-4). Dios es la fuente del ánimo personal y apostólico; podemos con este aliento superar nuestras desesperanzas; entre nosotros podremos compartir el consuelo en medio de las tribulaciones y para los fieles encomendados podremos ser animadores en medio de sus dificultades y aligerar su peso. Necesita la Iglesia, la Diócesis, las comunidades cristianas, cada uno de nosotros, el servicio precioso de la esperanza. La comodidad, la evasión y el pesimismo nos dejan insatisfechos y tristes. Seamos “sembradores de estrellas” y ejemplo de laboriosidad; no contagiemos decaimiento. El milagro de una esperanza viva tiene su fuente en Dios. A todos convoco. ¡Dejémonos animar por el toque del Espíritu que nos manda: “Ponte en camino, levántate”! «Reaviva el carisma que recibiste por la imposición de las manos»... «No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor». «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio según las fuerzas que Dios te dé» (2Tm 1,6-8).

1. La programación pastoral de este curso tiene como referente fundamental la Palabra de Dios, cuyo recorrido en la vida personal y en la comunidad es largo: escucharla con fe, conocerla, acogerla, meditarla, compartirla, celebrarla, encarnarla en la vida, proclamarla, etc. Confiamos en que pronto aparecerá la Exhortación Apostólica del Sínodo de los Obispos sobre “La Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia” . Acerquémonos a Ella por la lectio divina, con el estudio de Evangelio, por la preparación de la homilía, en grupos bíblicos, con lectura personal reposada de la Sagrada Escritura... La Palabra de Dios debe iluminar y fortalecer la vida y misión de los sacerdotes, religiosos y seglares. ¡Que se convierta en alimento de la fe y de la misión! Conocer, celebrar y vivir la Palabra de Dios es nuestro objetivo básico.

2. En el presente curso nos va a ocupar mucho tiempo, D. m., todo lo relacionado con la Pastoral Juvenil. Es una necesidad vital, un desafío evidente, una oportunidad preciosa con el estímulo de la Jornada Mundial de la Juventud en el horizonte. Ya tenemos el Mensaje del Papa para la Jornada , que invito a leer y meditar. Pronto recibiremos la Cruz de las Jornadas de la Juventud y el Icono de la Virgen. Vivamos al unísono con estos acontecimientos y en colaboración diocesana con la Delegación de Pastoral Juvenil. Parroquias, profesores de religión, colegios católicos, movimientos y grupos, familias, estamos concernidos. Yo quiero agradecer la participación en la Peregrinación y Encuentro de Jóvenes en Santiago de Compostela a comienzos del mes de agosto. Agradezco su presencia a los jóvenes y acompañantes como educadores en la fe. Sin acercamiento a los jóvenes no hay comunicación; y en la distancia se acrecientan los miedos. Sin acompañamiento y el sacrificio de catequistas y animadores no es posible la Pastoral Juvenil. ¡Hay muchos jóvenes que están esperando! Les deseamos encontrarse con Jesucristo, el Amigo que nunca falla; y por ello nos ponemos a su servicio.

3. Empezaremos pronto, D. m., la renovación del Consejo del Presbiterio Diocesano (y el consiguiente Colegio de Consultores). Es una oportunidad preciosa para vivir y ejercitar la comunión eclesial y la colegialidad en el ministerio. Somos sacerdotes de Jesucristo en la Iglesia católica y concretamente en la Iglesia local de Valladolid. No se resuelve, obviamente, el ministerio en tareas organizativas, ni cada uno podemos vivir el ministerio recibido a nuestro aire o en presunta soledad con Dios, descuidando el trabajo pastoral. Somos ministros de Cristo y de la Iglesia, aquí y ahora. La comunión, la unidad de espíritu y de acción pastoral, debe ser como el ámbito de nuestra vida. El Vaticano II ha sido clarísimo al respecto. Os pido que en las elecciones otorguéis la representación a quienes juzguéis más aptos y que no intentemos evadirnos del servicio que soliciten los compañeros. Es verdad que la participación en el Consejo Presbiteral requiere dedicación y sacrificio, pero repercutirá positivamente en la pastoral de la Diócesis. Atendamos a quienes puedan estar en situaciones de mayor dificultad, por crisis, oscurecimientos coyunturales, fracasos, enfermedades, ancianidad... Comunión en el ministerio sacerdotal y en la vida, en el ejercicio pastoral y en las necesidades. Son diversas vertientes de la fraternidad en el Señor. A nadie se le pedirá desde la dirección diocesana más de lo que se pueda en conciencia esperar, pero es requerida y apreciada la colaboración de todos. Vivir al margen es entrar en la senda del individualismo, de la esterilidad y también de la insatisfacción personal. Podemos tener heridas abiertas, pero no demos por cerrada la vida en esas heridas, incluso aunque hubieran sido inferidas injustamente. Dios, en su misericordia, nos ofrece la oportunidad de un nuevo comienzo.

4. Desde hace tiempo nuestra diócesis y otras muchas venimos trabajando para ofrecer el más adecuado servicio pastoral en la situación presente, teniendo en cuenta el número de presbíteros, diáconos, laicos y religiosos colaboradores, y también teniendo en cuenta las dimensiones de nuestras comunidades parroquiales y pueblos, actuales y previsibles en un futuro inmediato; además, las formas de comunicación han cambiado mucho y favorecen el ejercicio sacerdotal. En la expresión “unidades pastorales” confluyen muchos de estos problemas. También nosotros como diócesis estamos inmersos en esta tarea desde hace tiempo. ¿Qué nos pide hoy el Señor, que habla también por los signos del tiempo, en la configuración parroquial y zonal del servicio pastoral? Quizá este proceso deba ser evaluado de vez en cuando para analizar las experiencias realizadas con sus aciertos e insuficiencias, ritmo, apoyos y resistencias, correcciones eventuales. Es muy importante la implicación de los laicos con las posibilidades abiertas por la reforma promovida por el Vaticano II y puesta en práctica por la Santa Sede, y en proceso también en la Región del Duero. Podemos quedarnos con una respuesta inadecuada o por carta de más o por carta de menos. Yo deseo que este trabajo sea particularmente estudiado en el seno del Consejo Presbiteral, con la ayuda del Consejo Diocesano de Pastoral y con la participación de la vida consagrada.

5. Debemos continuar con la colaboración solidaria y quizá, si es posible, acrecentarla en la situación de crisis económica, laboral, social y ética que atravesamos. La Iglesia debe insistir en las actitudes morales durante la crisis; y también en las perspectivas morales requeridas para la siguiente etapa de la sociedad. Como ciudadanos no podemos vivir con la irresponsabilidad de los años pasados. La encíclica Cáritas in Veritate ofrece orientaciones preciosas al respecto.

Queridos presbíteros diocesanos y religiosos, recibid la expresión de mi amistad.

Valladolid, 7 de octubre de 2010, Fiesta de Nuestra Señora la Virgen del Rosario.

† Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid