Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Evocación de Juan Pablo II

Febrero de 2011


Temas: Juan Pablo II (persona, pontificado, Jornada Mundial de la Juventud y Año jubilar 2000).

Publicado: BOA 2011, 3.


  • Introducción
  • 1. Dos imágenes de Juan Pablo II
  • 2. Dos claves del pontificado
  • 3. Jornadas mundiales de la juventud
  • 4. Año jubilar
  • Notas

    |<  <  >  >|Notas

    El 1-5-2011 será beatificado el papa Juan Pablo II . Participamos todos en el gozo de la Iglesia. Para recordar la magnitud de su persona y las dimensiones colosales de su ministerio de pastor de la Iglesia católica, recojo aquí la evocación que fue publicada en 2007 en el libro Juan Pablo II. Mi amado predecesor, de Joseph Ratzinger. Benedicto XVI (Ed, san Pablo, Madrid 2007, pp. 5-30), siendo yo presidente de la Conferencia Episcopal Española.

    «En la luz de Cristo resucitado de entre los muertos, el 2 de abril del año del Señor 2005, a las 21:37, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en el día del Señor, Octava de Pascua y domingo de la Misericordia divina, el amado pastor de la Iglesia, Juan Pablo II, pasó de este mundo al Padre. Toda la Iglesia acompañó en oración su tránsito, especialmente los jóvenes». Así empieza el Rogito , la escritura notariada que recuerda fehacientemente la vida y las obras más importantes del Papa fallecido1.

    Cuando la muerte sella definitivamente la vida de una persona, la mirada retrospectiva intenta ordenar los recuerdos buscando las claves y el sentido de la trayectoria vital concluida. Repasamos con agradecimiento su largo, intenso y fecundo pontificado. Juan Pablo II desarrolló en los últimos decenios del siglo XX y en los primeros años del tercer milenio, en una encrucijada histórica de la Iglesia y de la humanidad, un protagonismo reconocido por todos. Las dimensiones de su pontificado son grandes por la multitud de acontecimientos relevantes en los que ha tornado parte, por su aportación decisiva, por las numerosas iniciativas de largo alcance que puso en acción, por la hondura de las reflexiones que acompañaban a sus actuaciones, por las orientaciones morales que ha ofrecido a la humanidad entera.

    Ejerció el ministerio de sucesor de Pedro y pastor de la Iglesia universal durante mucho tiempo (desde el 16-10-1978), en una época de cambios rápidos y profundos, que abren posibilidades realmente nuevas a la humanidad y le plantean desafíos morales inéditos. A pesar del atentado padecido al principio de su pontificado en la plaza de San Pedro, y de las numerosas veces que tuvo que entrar en el quirófano, desplegó una actividad ingente que solo por una extraordinaria vitalidad, que en seguida se rehacía de los cansancios, se puede explicar. La vitalidad no era solo física, sino también espiritual, nacida de la fe vigorosa en Dios y de su intensa oración, que le impulsaban a entregarse en cuerpo y alma a la misión que el Señor le había encomendado.

    1. Dos imágenes de Juan Pablo II

    |<  <  >  >|Notas

    Dos imágenes han quedado grabadas particularmente en mi recuerdo de Juan Pablo II: la primera es del 16-10-1978, cuando Karol Wojtyla, el recién elegido papa, saludó lleno de vigor desde el balcón central de la Basílica de San Pedro a la multitud congregada en la plaza de San Pedro y en tantos rincones del mundo. Dijo, entre otras cosas: «Todavía lloramos la muerte de nuestro querido Juan Pablo I. Y ahora los eminentes cardenales han llamado a un nuevo obispo de Roma. Le han llamado de un país lejano; lejano, sí, pero siempre cercano por la comunión de la fe y en la tradición cristiana... Temía recibir este nombramiento, pero lo he hecho en el espíritu de obediencia a nuestro Señor Jesucristo y con plena confianza en su Madre, la Santísima Virgen. No sé si me expreso con claridad en vuestra... en nuestra lengua italiana. Si cometo algún error, vosotros me corregiréis». Era entonces desconocido en general (lo contrario del papa Joseph Ratzinger). “¿Cómo se pronuncia su nombre?”, preguntó al cardenal Köning el cardenal Felici, que era el encargado de anunciarlo a la Iglesia. “¿Quién es? ¿Es negro? ¿Es asiático?”. Ante el cuchicheo alguien pregunta: “¿Qué pasa? ¿Es que no es bueno?” “¡No! Es buenísimo”, dijo una religiosa que le conocía muy bien. El mensaje del nuevo Papa resonó con voz potente, bella y armoniosa en la inauguración solemne de su ministerio el 22-10-1978: «¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo de par en par». Todo fue una enorme sorpresa; los cardenales habían roto una costumbre, ininterrumpida desde 1523, cuando eligieron papa a Clemente VII.

    La segunda imagen que conservo vivamente de Juan Pablo II es del día en que, por última vez, se asomó, o mejor, lo acercaron, a la ventana del Palacio apostólico, desde donde habitualmente se dirigía a los congregados en la plaza, con rostro dolorido. Contemplamos su agotamiento y cómo movía la cabeza buscando angustiosamente el aire para poder respirar. El “atleta de Dios”, desde hacía tiempo, no podía caminar; y al final, él, el gran comunicador, no pudo ni siquiera pronunciar palabra. Es fácil suponer la contrariedad que significaría para él el deterioro progresivo de su salud manifestado en el bastón, la plataforma móvil, la silla de ruedas, el pañuelo en el atril para evitar que se le cayera la saliva, la pizarra para escribir... También desde el sufrimiento confirmó la fe a los cristianos y dignificó a los ancianos y enfermos. Su cruz fue “cátedra” para proclamar el Evangelio del dolor salvífico, de la esperanza y del amor de Dios a los hombres.

    Los últimos meses, y singularmente las últimas semanas, han mostrado la dimensión doliente que apareció pronto en su ministerio y fue compañera inseparable del testimonio del Señor con que iba confirmando a sus hermanos en la fe. No ha sentido rubor para manifestarse ante la faz del mundo, hoy posible por los medios de comunicación, en sus limitaciones, en su creciente fragilidad, en su dependencia corno anciano y en el rictus de dolor de su rostro. La fe y obediencia al Señor, en que se asentaba su vida y de donde tomaba origen su actividad, le han guiado a romper los gustos del tiempo, que tienden a ocultar la debilidad, la ancianidad, la enfermedad y la muerte. Forman parte de la existencia real del hombre y del cristiano el vigor y la fragilidad, la salud y la enfermedad, la juventud y la ancianidad; con su ejemplo de normalidad redimida por la fe en el Dios de la vida y de la muerte, Juan Pablo II ha terminado interrogando a nuestra civilización por el puesto que reconocemos a los ancianos y enfermos.

    Dos imágenes: una a los 58 años, pletórico de vitalidad, iniciando el ministerio petrino como obispo de Roma; y otra, agotado, a punto de cumplir los 85. En medio de las dos fechas transcurre uno de los pontificados más largos de la historia, 26 años, ejercitado con dedicación intensa, poniendo en marcha grandes iniciativas y superando récords constantemente. Llama la atención en cuántas ocasiones se ha podido decir “Por primera vez, un papa...” (visitó una iglesia luterana, una sinagoga, una mezquita; es internado en un hospital fuera del Vaticano; dio conferencias de prensa en aviones...).

    En el Rogito, al que he aludido al principio, se enumeran con el estilo sobrio de un acta notarial los rasgos más salientes. Causa asombro y gratitud su magna obra. No sin razones se ha elevado el deseo de que le sea reconocida esta magnitud con el apelativo de “magno”, o de grande, Juan Pablo II el Grande.

    Recojo a continuación algunos párrafos del documento:

    «El 4-7-1958, el papa Pío XII lo nombró obispo auxiliar de Cracovia. Y Pablo VI, en 1964, lo destinó a esa misma sede como arzobispo de Cracovia. Intervino en el Concilio Vaticano II. Pablo VI lo creó cardenal el 26-6-1967».

    «El pontificado de Juan Pablo II ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia. Durante este período, bajo diversos aspectos, se han producido muchos cambios en el mundo, entre ellos, la caída de algunos regímenes, a la que él mismo contribuyó. Con la finalidad de anunciar el Evangelio, realizó innumerables viajes a diferentes países».

    La hondura religiosa en la comprensión del hombre y las experiencias del nazismo y del comunismo hicieron de Juan Pablo II un defensor indomable del hombre con la pasión de los grandes profetas de Dios. Reivindicó la dignidad de todos los hombres en todos los rincones del mundo. El gran enemigo de los totalitarismos es la conciencia en que resuena la voz de Dios.

    «Su amor a los jóvenes lo impulsó a iniciar las jornadas mundiales de la juventud, convocando a millones de jóvenes de todo el mundo».

    «Promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándolos en varias ocasiones a encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís».

    «Convocó quince asambleas del Sínodo de los Obispos, siete generales ordinarias y ocho especiales. Erigió numerosas diócesis y circunscripciones eclesiásticas, especialmente en el Este de Europa. Reformó el Código de Derecho Canónico y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales; y reorganizó la Curia romana».

    «Bajo su guía, la iglesia se acercó al tercer milenio y celebró el gran Jubileo del año 2000 según las líneas indicadas por él en la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente».

    «Entre sus principales documentos, se encuentran 14 cartas encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 45 cartas apostólicas, además de las catequesis impartidas en las audiencias generales y los discursos pronunciados en todas las partes del mundo».

    Juan Pablo II ha acompañado a la humanidad, como pastor de la Iglesia universal, en todos los lugares en que estuviera en juego la dignidad de los hombres y mujeres, sabiendo descubrir sus amenazas con lucidez en todos los pliegues de la humanidad en el pasado, en el presente y de cara al futuro. No es extraño que su liderazgo moral haya sido reconocido por parte de los cristianos, de los creyentes de otras religiones (recordemos cómo en Asís, en la Jomada Mundial de oración por la paz, el 27-10-1986, defendió que la fe en Dios es incompatible con la violencia y la guerra, ya que Dios se define a sí mismo como el Dios de la paz) y de todos los hombres que trabajan por un futuro de respeto, de paz y de esperanza para la humanidad entera.

    Me permito recordar ahora lo que Juan Pablo II nos dijo al obispo auxiliar Mons. Carmelo Echenagusía y a mí en la visita ad limina, después de habernos preguntado sobre nuestra colaboración en los trabajos por la paz en Euskadi y de haberle contado nosotros qué veníamos haciendo : “Muchas gracias; continúen actuando así”.

    Todas las causas auténticamente humanas han encontrado eco y compromiso en Juan Pablo II. Las jornadas mundiales de la paz; la defensa de la familia frente a las asechanzas que padece y la invitación a custodiarla como un tesoro; la protección de la vida humana desde su amanecer en el seno materno hasta su ocaso natural; la defensa de los pobres y la necesidad de que se les abran vías de esperanza; la invitación a cuidar a los ancianos; la proximidad a los jóvenes, a los que nunca regañó y a los que siempre encaminó a exigentes metas de realización humana y de seguimiento de Jesús en la vocación a la que Él llama a cada uno; la presentación del trabajo en su rica dimensión humanizadora, la fuerza sanadora del perdón, etc. Todas las grandes realidades humanas han hallado en él apoyo y estímulo; han sido asumidas, pensadas y compartidas, dejando su sello personal en el enfoque, en la orientación moral coherente con las personas y en el apremio a realizarlas. Ha invitado siempre a no ceder ante la mediocridad, a no evadirse, a tomar en peso la vida humana y la fe en Dios. Dios, ya que es el garante supremo del hombre.

    Ha sido Juan PabIo II hombre de grandes y numerosas iniciativas, de hondura en la fe, de admirable concentración orante, de confianza, de valor, de amor, de esperanza. Desde las raíces de la fe en Dios y desde su radicación impresionante en el Misterio Santo, ha ido ofreciendo en cada situación una respuesta o elementos fundamentales para una respuesta; discutir si fue conservador o progresista es un intento vano de encuadrar a quien fue siempre original y libre, profundo en sus principios y atento a los signos del tiempo. Unió admirablemente la conciencia de los tiempos “increíblemente difíciles y agitados” y la confianza inquebrantable en la gracia de Dios para no “traicionar sus obligaciones en la Santa Sede de Pedro” .

    Juan Pablo II ha sido un regalo de Dios a la Iglesia y a la humanidad. Su ministerio pastoral en la Iglesia ha irradiado diariamente el Evangelio para bien de todos los hombres.

    2. Dos claves del pontificado

    |<  <  >  >|Notas

    El Testamento , en el trozo escrito los días 12 al 18-3-2000, nos ha ratificado un rumor, que había circulado anteriormente, en el sentido de que el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, susurró al recién elegido Juan Pablo II: «La tarea del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio». De hecho, la meta del año 2000 apareció en el horizonte del pontificado de Juan Pablo II desde el comienzo; en su primera Encíclica Redemptor hominis, en el párrafo primero, señala: «Dios me ha confiado por misterioso designio el servicio universal vinculado con la cátedra de san Pedro en Roma, este tiempo que ya está muy cercano al año dos mil. Es difícil decir en estos momentos lo que ese año indicará en el cuadrante de la historia humana... Para la Iglesia... aquel año será el año de un gran Jubileo» (4-3-1979). Recuerden los mayores que algunos especularon con un filón milenarista en Juan Pablo II. En la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, 23, escribe: «El pontificado actual, desde el primer documento, habla explícitamente del Gran Jubileo... De hecho, la preparación del año 2000 es casi una de sus claves hermenéuticas».

    Llama la atención en Juan Pablo II la visión grandiosa de la historia de la humanidad, en que está presente el ministerio de Cristo. El mismo Dios en su providencia ha puesto límites al poder del mal. El reconocimiento de Dios y el respeto a la dignidad del hombre van íntimamente unidos, ya que el hombre es imagen de Dios.

    Otra clave del largo pontificado, hace un par de años concluido, es la recepción, asimilación, aplicación y realización del Concilio Vaticano II, en que participó dos períodos corno obispo auxiliar de Cracovia y los otros dos como arzobispo, interviniendo muy activamente, El Padre H. de Lubac, que lo conoció en un grupo de trabajo sobre la futura constitución Gaudium et spes , impresionado por sus intervenciones, lo soñó como futuro papa. En su primera encíclica hay muchas referencias al Concilio en que el Espíritu Santo habló a iglesia (cf. n. 3). Y él recibió «con viva gratitud» la obra del Concilio Vaticano II (n. 5). En Tertio millennio adveniente une las dos perspectivas, la del Jubileo y la del Concilio: «Se puede afirmar que el Concilio Vaticano II constituye un acontecimiento providencial, gracias al cual la Iglesia ha iniciado la preparación próxima del Jubileo del segundo milenio» (n. 18); e insiste más adelante: «Con el Vaticano II se ha inaugurado, en el sentido más amplio de la palabra, la inmediata preparación del Gran Jubileo del 2000» (n. 20). En la parte del Testamento escrita en el año 2000 consignó: «Al encontrarme en el umbral del tercer milenio in medio Ecclesiae, deseo expresar una vez más mi gratitud al Espíritu Santo por el don del Concilio Vaticano II... Estoy convencido de que las nuevas generaciones podrán servirse todavía durante mucho tiempo de las riquezas proporcionadas por este Concilio del siglo XX... Doy gracias al Pastor eterno, que me ha permitido servir a esta grandísirna causa en el curso de todos los años de mi pontificado». Es decir, realizar el Concilio preparando el paso de la Iglesia al tercer milenio ha constituido para Juan Pablo II el sentido de su ministerio petrino. Por eso, en el transcurso del año 2000 se preguntó, como consta en su Testamento, si no podía decir ya con el anciano Simeón «Nunc dimittis». No se trataba de pensar en anunciar la renuncia al ejercicio del ministerio petrino, sino de agradecer a Dios que le ha concedido cumplir la tarea que había recibido de su designio providencial. Una prueba de cómo estaba pendiente de la voluntad de Dios aparece también en las palabras escritas en 1980 en el mismo Testamento: «El Señor decidirá cuándo y cómo debo terminar mi vida terrena y ministerio pastoral».

    Para profundizar, recibir vitalmente e impulsar el Vaticano II fue decisiva la Asamblea especial del Sínodo de Obispos celebrada al cumplirse los 20 años de la clausura del Concilio, es decir, en 1985. Fue convocada con una triple finalidad: celebrar el Concilio como un acontecimiento de la gracia de Dios, verificar con alegría que el Concilio es expresión de la Tradición cristiana, y promover su conocimiento y aplicación. Cundieron sospechas en algunos ámbitos eclesiales, más por hipersensibilidad que por signos reales, sobre supuestos propósitos de dar marcha atrás; pero tales temores eran infundados, ya que el Sínodo dio un poderoso impulso a la recepción conciliar. Una clarificación importante que se hizo en el diálogo sinodal consistió en distinguir entre problemas surgidos post y propter, es decir, surgidos posteriormente o causados por el Concilio. El relator fue el cardenal de Malinas O. Daneels, y como secretario actuó el entonces profesor W. Kasper; a ambos les mostró la Asamblea su satisfacción por el trabajo realizado. La relación final, a la que precedieron otras dos redacciones, fue aprobada inmediatamente por el Papa. La clausura del Sínodo tuvo lugar el día 8-12-1985, coincidiendo la fecha de la celebración con la de la terminación del Concilio. Fueron invitados a la Asamblea observadores de otras confesiones cristianas, reviviendo así el espíritu ecuménico, y se habló reiteradamente del “nuevo Pentecostés” que soñó Juan XXIII.

    El Sínodo hizo una lectura del Concilio articulada sobre el misterio de la Iglesia como comunión (que ya en el primer Sínodo Extraordinario de 1969 se había subrayado como idea central del Vaticano II) y la misión de la Iglesia en el mundo. La comunión eclesial no se agota en relaciones jurídicas, ya que hunde sus raíces en el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y así es sacramento de salvación en el mundo. El haber percibido y expresado sintéticamente la estructura interna de los documentos conciliares, numerosos y largos, fue un servicio importantísimo para la comprensión del Vaticano II. El título de la relación conecta elocuentemente las cuatro constituciones del Vaticano II: “La Iglesia, bajo la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo”. Se pidió en el Sínodo que fuera elaborado “un catecismo o compendio de toda la doctrina católica” que sirviera como punto de referencia para los catecismos de los diversos lugares.

    La articulación de la doctrina conciliar en las claves de misterio, comunión y misión ha sido posteriormente seguida como una adquisición pacífica en otras asambleas sinodales, que han sido instrumentos muy eficaces en la recepción del Concilio Vaticano II. Véanse las exhortaciones apostólicas del Sínodo sobre los laicos celebrado en 1987 (Christifideles laici), sobre los sacerdotes en 1990 (Pastores dabo vobis), sobre la vida consagrada en 1994 (Vita consecrata) y sobre los obispos en 2001 (Pastores gregis) . Esta exhortación apostólica fue entregada a la Iglesia justamente el día 16-10-2003, al cumplirse los veinticinco años de la elección de Juan Pablo II. No se puede en absoluto decir que ha habido retroceso; ha existido ahondamiento, clarificación y promoción del Concilio en estos decenios. El Vaticano II continúa siendo una brújula para la Iglesia en este tiempo.

    Las tres perspectivas conciliares —misterio, comunión y misión— reconocidas unánimemente por el Sínodo de 1985, junto con los tres núcleos de la vida y misión eclesiales, a saber, el Evangelio, los Sacramentos y la Caridad, presentados de manera constante y sistemática por el Concilio Vaticano II, son las coordenadas para situar y comprender la doctrina conciliar sobre la Iglesia. Aquellas perspectivas conciliares y estas dimensiones inseparables de la actividad eclesial han ofrecido frecuentemente la articulación a documentos magisteriales y a escritos teológicos y pastorales, como actas sinodales de diócesis y exhortaciones apostólicas. Por ejemplo, la exhortación Ecclesia in Europa de la II Asamblea especial del Sínodo de los Obispos celebrada en 1999 ha distribuido su contenido en la parte central siguiendo el esquema del Concilio, con las expresiones: «Anunciar e Evangelio de la esperanza, celebrar el Evangelio de la esperanza y servir al evangelio de la esperanza».

    3. Jornadas mundiales de la juventud

    |<  <  >  >|Notas

    Yo guardo un recuerdo inolvidable de la IV Jornada Mundial de la Juventud, que tuvo lugar en Santiago de Compostela en 1989. El saludo del domingo 20-8-1989 antes de empezar la Eucaristía solemne, dirigido a los jóvenes que ocupaban el suave anfiteatro del Monte del Gozo, después de haber pasado una noche con muchas molestias y frío, conjugando en el saludo el Sol que es Cristo, la luz del sol que empezaba a calentar las laderas del monte, el gozo por la luz y su saludable reanimación de la vida.., fue acogido con un aplauso con el que se desperezaron todos. Igualmente recuerdo el diálogo excelente en Cuatro Vientos en la noche del día 3-5-2003 , porfiando Juan Pablo II y los jóvenes sobre la juventud del Papa, a punto de cumplir 83 años. Desde la altura de su vida les dijo allí: «Os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre». Estas palabras pronunciadas en aquel ambiente extraordinario de comunicación calaron muy hondo. Es necesario reconocer que hubo momentos en las jornadas mundiales de la juventud en que la mutua empatía, la complicidad y la comunicación fueron un acontecimiento relevante.

    Como es sabido, las jornadas mundiales de la juventud tienen su impulso exterior en la iniciativa de la ONU de celebrar 1985 como el Año Internacional de la Juventud. En esa ocasión hizo pública Juan Pablo II la Carta a los jóvenes y a los sacerdotes en el Año Internacional de la Juventud (31-3-1985, domingo de Ramos). En ella comentó el Papa el pasaje evangélico de Mc 10,17-22. Años alternos se celebrarían posteriormente en Roma y en otras Iglesias. Yo he participado en Santiago de Compostela, París, Roma, Toronto y Colonia, y espero ir a Sídney el año 2008.

    La estructura de las jornadas se consolidó prácticamente en Santiago, después de la segunda, celebrada en buenos Aires. Tres días de catequesis impartidas por obispos y otros encuentros religioso-culturales culminan en una vigilia celebrada el sábado y en la eucaristía del domingo, ambas presididas por el papa. Las cifras finales de participantes siempre han desbordado los cálculos, incluso generosos, mostrando así la capacidad de convocatoria de Juan Pablo II. La de Santiago alcanzaría la cifra de medio millón, en París participaron, según la policía, un millón cincuenta mil; en Roma, dos millones. Se ha formado una cierta tradición entre los jóvenes de diócesis y movimientos que habitualmente acuden a las jornadas. Sólo quienes han participado saben por qué han ido, cómo han transcurrido y qué han encontrado en ellas. Las jornadas también han ejercido un fuerte impulso vocacional. De unas cuatrocientas jóvenes que han llamado a las puertas del convento de clarisas de Lerma en los últimos años (unas cien cada año), la mayor parte han sentido su pregunta por la vocación en algún encuentro con Juan Pablo II, según ha comunicado una religiosa de ese convento. Innumerables jóvenes del Camino Neocatecumenal han sentido el primer impulso o han fortalecido la decisión al sacerdocio ministerial o a la vida consagrada en estas jornadas de la Juventud.

    Cuando estaba en el lecho de muerte, comunicaron a Juan Pablo II que se habían reunido muchos jóvenes en la plaza de San Pedro, lo que escuchó con gran satisfacción. Y él comentó para que se lo transmitieran a los jóvenes: «Os he buscado, habéis acudido a la invitación, os lo agradezco profundamente».

    ¿Qué han buscado y qué han encontrado los jóvenes en Juan Pablo II? Llaman la atención, rememorando las diferentes jornadas y otros encuentros, tanto su tono festivo y gozoso como el tenor de su discurso. No los halagó ni tampoco los regañó. Les anunció a Jesucristo, el Hijo de Dios, muerto y resucitado, el Salvador de todos. El encuentro con Él ilumina internamente, cambia el corazón y reorienta la vida. Siempre les recordó la grandeza de la vocación cristiana con su atractivo, belleza y exigencias. No rebajó su excelencia ni su cruz. En los encuentros con los jóvenes, el Papa les ofreció cercanía, confianza, comprensión, gratitud, ánimo, verdad sin ambigüedades, amor sin doblez, invitación a la generosidad y al sacrificio, superación de la mediocridad, llamada a la santidad. Los jóvenes hallaron en él un padre, un amigo, un guía espiritual y un admirable ejemplo moral. Cuando faltan referentes en nuestro mundo, él fue uno luminoso para los jóvenes. Merece la pena releer sus intervenciones. Entre los cientos de miles de personas que aguardaron horas y horas en la cola para llegar a la capilla ardiente del Papa instalada en la basílica de San Pedro, estaban justamente los coetáneos de los que faltan más habitualmente en nuestras celebraciones, a saber, los comprendidos entre 1 y 40 años. Merece la pena recoger en un volumen las numerosas intervenciones de Juan Pablo II dirigidas a los jóvenes. Son interesantes por el contenido y por la manera de hablarles. La convocatoria que suscitó su muerte fue una sorpresa inmensa, un acontecimiento sin precedentes.

    4. Año jubilar

    |<  <Notas

    Ya dijimos arriba que la meta del tercer milenio apareció inmediatamente en el horizonte del ministerio petrino de Juan Pablo II. Se puede afirmar, utilizando una imagen, que fue como la dovela clave en la que convergieron muchos nervios de la bóveda espléndida de su pontificado. Aludo a algunos momentos, en los que el lenguaje de los símbolos fue particularmente acertado, bello y sugerente.

    ¿Cómo vamos a poder olvidar el viaje a Tierra Santa para hacer memoria del Señor en su propia tierra a los dos mil años de su nacimiento? Él hubiera deseado hacer la peregrinación desde Ur de los caldeos, actualmente Irak, pero no fue posible; ese tramo de la historia salvífica fue evocado en el aula Pablo VI, el día 23-2-2000 , la víspera de salir hacia Egipto. El Papa visitó el Monte Sinaí, hospedándose en el monasterio ortodoxo de Santa Catalina.

    En las alturas del monte Nebo, contemplando la tierra de la promesa desde donde la miró a lo lejos Moisés, comenzó la última etapa de su peregrinación jubilar, el día 21-3-2000. Fue una peregrinación de alabanza a Dios, de memoria agradecida de Jesucristo, de renovación cristiana en fidelidad y de esperanza. «Belén —dijo— está en el centro de mi peregrinación jubilar, ya que celebramos el año 2000 del nacimiento de Jesús». Fue para él particularmente sentida la Eucaristía en el Cenáculo; todos sabemos la fuerza evocadora que tenía Juan Pablo II, por su amplia visión histórico-saivífica y por su vena poético-filosófica. Nazaret, el monte de las bienaventuranzas y el lago, Jerusalén, el Santo Sepulcro. «Durante casi dos mil años la tumba vacía ha testificado la victoria de la Vida sobre la muerte», dijo el día 26, al final de la peregrinación. Toda la peregrinación fue como una intensa actuación de la exhortación de san Pablo: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según el Evangelio» (2Tm 2,8).

    Pero la peregrinación a Tierra Santa fue también la ocasión para saludar, no solo a los hermanos cristianos aún no plenamente unidos con nosotros, católicos, sino también para decir delicada, sincera y atinadamente unas palabras a judíos y palestinos, que desde hace tanto tiempo vienen manchando con su odio y su sangre aquella tierra sagrada y venerabilísima. Al llegar a Belén, situado en los territorios autónomos palestinos, en el discurso a Arafat y a otros les recordó cómo el pueblo palestino tiene derecho natural a una patria y derecho a poder vivir en paz y tranquilidad con los demás pueblos de la región. ¡Que Dios ilumine, sostenga y guíe al pueblo palestino en el camino de la paz! En todos se requiere disponibilidad y valor para el respeto mutuo y el acuerdo que abra la puerta a una paz justa y duradera.

    Las relaciones anteriores desde la escuela de Wadowice y la solidaridad con las víctimas del holocausto abrieron las puertas del pueblo judío. Una imagen sintetiza esta relación: Juan Pablo II de pie orando junto al Muro de las Lamentaciones, en la parte occidental del templo; en un hueco de aquellas piedras milenarias dejó este mensaje: «Dios de nuestros padres, tú elegiste a Abrahán y su descendencia para que tu Nombre fuera llevado a las gentes; estamos profundamente apenados por el comportamiento de cuantos en el curso de la historia han hecho sufrir a estos tus hijos, y pidiéndote perdón queremos empeñarnos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la alianza». Este gesto fue el sello del reconocimiento por parte de la Iglesia de los “hermanos mayores” y la inflexión en una historia de sufrimientos y rechazos. Los judíos han agradecido de corazón este gesto de verdad y concordia.

    ¿Cómo no rememorar la imagen impresionante del Papa abrazado al crucifijo y contemplando su rostro en la extraordinaria celebración del domingo primero de Cuaresma (el día 12-3-2000) , en que pidió perdón por los pecados de los cristianos, ya que muchas veces a lo largo de la historia hemos hecho lo que el Evangelio reprueba? Petición de perdón por los pecados en el servicio de la verdad y por los que han comprometido la unidad; por los pecados en relación con Israel; por los pecados contra el amor, la paz, los derechos de los pueblos, de las culturas y de las religiones; por los pecados que han herido la dignidad de la mujer y la unidad del género humano; por los pecados en el campo de los derechos fundamentales de la persona. Para pedir perdón se requiere humildad y valor; o mejor, la valentía que otorga la humildad.

    La petición de perdón es condición requerida para la “purificación de la memoria” de la Iglesia, y quiere ser una invitación a que otros hombres hagan algo semejante que constituya la base saneada para limpiar la imagen manchada por nosotros de Dios y para construir un mundo de paz, libertad y justicia, donde la humanidad entera sea una sola familia de hermanos y hermanas.

    La Comisión Teológica Internacional, en su documento Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas del pasado, ofrece la comprensión cristiana de la auténtica petición de perdón, fundada en la responsabilidad objetiva que une a todos los cristianos, como miembros del Cuerpo místico de Cristo. Este reconocimiento —aunque de muchos actos no fueramos subjetivamente responsables— de los pecados ante Dios y los hombres nos abre a la conversión y a la reconciliación; “Nunca más” fue la palabra pronunciada con fuerza por Juan Pablo II en nombre de toda la Iglesia. La búsqueda y el reconocimiento de la verdad preparan a la reconciliación.

    A cuantos participamos en ella, nos resulta imposible olvidar la Jornada Mundial de la Juventud en el campus de la tercera Universidad de Roma, en Tor Vergata, donde nos reunimos dos millones de jóvenes, obispos, presbíteros, religiosos/as y educadores en la fe, en una vigilia y en una celebración eucarística realmente memorables. Ver al Papa, en la vigilia del sábado 19-8-2000, acompañado por cinco jóvenes de los cinco continentes, atravesar un arco que representaba el paso al tercer milenio, era todo un símbolo de cómo se cruza ese umbral de la esperanza. Los llamó el Papa “centinelas de la mañana” en el alba del tercer milenio. “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68), fue la confesión actualizada por la multitud que Pedro hizo a Jesús ante la desbandada de discípulos en Cafarnaún.

    He querido evocar a través de imágenes, gestos, símbolos, palabras... a Juan Pablo II, un papa grande a quien la Iglesia y la humanidad deben muchísimo. Ha sido un regalo de Dios por su ministerio, vida y persona.

    La personalidad de Juan Pablo II es muy rica y poliédrica. Nosotros hemos preferido prescindir en esta presentación de análisis teóricos de encíclicas y otros documentos, así como de sus ideas filosófico-teológicas que expuso en sus libros y de opciones históricas y pastorales que asumió en su ministerio. Esta evocación ha querido traer a la memoria con afecto y gratitud la persona extraordinaria de Juan Pablo II en una evocación caben subrayados subjetivos y el lenguaje de las imágenes, que es una vía muy apta para sugerir la trayectoria de Juan Pablo II, tan proclive a la comunicación por gestos claros y elocuentes palabras pronunciadas en relevantes contextos celebrativos.


    Notas:

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    [1]  Juan Pablo II, Testamento espiritual, Belacqua, Barcelona 2005, 20.
    [2]  Testamento espiritual: Notas de los Ejercicios Espirituales del año 2000 y otras sin fecha (cf. ibíd., 25, 26 y 29).
    [3]  Testamento espiritual, 20.
    [4]  Cf. Henri de Lubac, Diálogo sobre el Vaticano II. BAC, Madrid 1985, 54.
    [5]  Testamento espiritual, 30.
    [6]  ibíd., 20.
    [7]  ibíd., 26.
    [8]  Entre los síntomas que apuntaban a una marcha atrás, según algunos, situaría el Informe sobre la fe (Madrid 1985), que contiene una entrevista hecha al cardenal Joseph Ratzinger, que era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por Vittorio Messori, donde expresa su opinión de excelente teólogo. Sobre esta cuestión dijo Henri de Lubac en otra entrevista: «Acabo de leer el Informe al que usted se refiere. Me cuesta trabajo encontrar en él ese espíritu tan “negativo” que le reprochan algunos. Las reflexiones tachadas de “negativas” están hechas como una llamada, totalmente “positiva”, para devolvernos, donde y cuando es necesario, al camino abierto por el Vaticano II» (H. de Lubac, o. c., 124). Diagnosticar enfermedades y constatar curaciones es propio de médicos competentes y responsables.
    [9]  Cf. Ricardo Blázquez, Iniciación cristiana y nueva evangelización, Desclée de Brouwer, Bilbao 1992, 177 ss.