Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Consagración episcopal de
Mons. Miguel Olaortua Laspra, O. S. A.,
como obispo de Iquitos (Perú)

16 de abril de 2011


Temas: obispo (sucesión apostólica, misión "ad gentes" y san Agustín).

Publicado: BOA 2011, 91.


  • Introducción
  • Obispo incardinado en la sucesión apostólica
  • Obispo en territorio de misiones
  • Obispo de la Orden de San Agustín

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    Agradezco cordialmente la invitación del P. Miguel para presidir la celebración de su ordenación episcopal. Conocí a Mons. Olaortua durante el tiempo de mi ministerio episcopal en esta querida Diócesis de Bilbao, cuyo recuerdo entrañable me acompaña siempre. Saludo con afecto y gratitud al señor Nuncio de su Santidad Benedicto XVI, al obispo dimisionario D. Julián y a D. Mario, obispo de Bilbao y amigo. Saludo al P. General y al vicario de Iquitos, a los sacerdotes y a todos los hermanos y hermanas en el Señor. Aprovecho esta oportunidad para pasar nuevamente por el corazón los años pasados con vosotros.

    Obispo incardinado en la sucesión apostólica

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    «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo» (Jn 15,9). «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo» (Jn 20,21). «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,14). Mi alegría estará con vosotros, y vuestra alegría llegará a plenitud (cf. Jn 15,11). No me habéis elegido vosotros, soy yo quien os ha elegido y os ha destinado para que vayáis y deis fruto (cf. Jn 15,16). El amor del Señor se convierte dentro de nosotros en fuente de gozo y en confianza para ser enviados.

    Permitidme que recuerde algunas frases del papa Benedicto XVI en su reciente libro Jesús de Nazaret. «En la fe en Cristo como enviado del Padre se incluye la estructura de la misión». Jesús ha sido enviado por Dios Padre mostrándonos así su amor a la humanidad. «Todo su ser es “ser enviado”». Vive enteramente del Padre, de quien ha recibido todo, y a quien obedece hasta la muerte. Los discípulos no se anuncian a sí mismos, sino lo que han oído del Señor; no se inventan el Evangelio, sino que lo han recibido. No son espontáneos, sino enviados. Representan a Cristo, como Cristo representa al Padre. «Para expresar esta característica esencial de los discípulos de Cristo de ser enviados, y su vinculación a su palabra y a la fuerza de su Espíritu, la Iglesia antigua ha encontrado la forma de la “sucesión apostólica”. El perdurar de la misión es sacramento, es decir, no una facultad administrada autónomamente ni tampoco una institución hecha por los hombres, sino un estar incluídos en el “Verbo desde el principio” (1Jn 1,1), en la comunión de los testigos creada por el Espíritu» (Jesús de Nazaret, Madrid 2011, 119-120). En Jesucristo, enviado por el Padre, que actúa por el poder del Espíritu Santo, hallamos el origen de nuestro ministerio. El obispo es maestro auténtico y testigo autorizado del Evangelio en medio de la Iglesia para la salvación del mundo. Busquemos diariamente en Él la fuerza para asumir los trabajos por el Señor y por los hermanos.

    Obispo en territorio de misiones

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    El Papa te confía el Vicariato Apostólico de Iquitos (Perú), donde te ha precedido inmediatamente Mons. Julián García Centeno, a quien hoy queremos agradecer públicamente su ministerio episcopal. Vas, por tanto, a un territorio considerado como misionero. Cumples particularmente el encargo del Señor de ir al mundo entero para anunciar el Evangelio. El Vicariato Apostólico de Iquitos fue encomendado hace más de un siglo a los religiosos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas de la Orden de San Agustín. A la misma Provincia perteneció el beato P. Anselmo Polanco, nacido en Buenavista de Valdavia (Palencia), que fue obispo de Teruel y padeció el martirio el 7-2-1939. Había recibido la ordenación episcopal en la iglesia de los Agustinos Filipinos de Valladolid, siendo arzobispo Mons. Remigio Gandásegui, nacido en Galdácano. ¡Que interceda por nosotros el bendito P. Anselmo Polanco, con quien nos unen lazos de familia espiritual, de cercanía en el tiempo y el espacio, de admiración y de gratitud!

    Referido a todo misionero, pero de forma especial a un obispo, podemos leer en el Decreto conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia unas palabras muy cálidas y exigentes: «El enviado entra en la vida y misión de Aquel que se anonadó tomando forma de siervo (Flp 2,7); por eso, debe estar dispuesto a perseverar toda la vida en su vocación, a renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y hacerse todo para todos (cf. 1Co 9,22). El que anuncia el Evangelio a las gentes debe dar a conocer con confianza el misterio de Cristo, cuyo legado es, de modo que se atreve a hablar de Él como conviene (cf. Ef 6,19 ss.; Hch 4,31), sin avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde corazón, debe manifestar que su yugo es suave y su carga ligera (cf. Mt 11,29 ss.). En una vida realmente evangélica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera (cf. 2Co 6,4 ss.), debe dar testimonio de su Señor, si es necesario, hasta el derramamiento de la sangre. Pedirá a Dios fortaleza y valor para conocer la abundancia de gozo que se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la suprema pobreza (cf. 2Co 8,2)». (Ad gentes, 24). Aunque parezca paradójico, son compatibles en la misma persona la cruz y la alegría, la persecución y la bienaventuranza, ya que su Maestro fue crucificado y está vivo para siempre.

    «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados» (cf. Lc 4,18 ss.). «Toma parte en los duros trabajos del Evangelio». «No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor Jesucristo». Nuestro Salvador destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal por medio del Evangelio (cf. 2Tm 1,8-10). En la comunión con Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por nosotros (cf. 2Co 8,9), y siendo Señor se hizo servidor de todos, pregustamos junto con los padecimientos apostólicos el gozo de la vida nueva de la resurrección. La cruz del ministerio episcopal está abierta a la esperanza que no defrauda y es generadora de una paz que nadie puede arrebatarnos. Querido hermano Miguel, es compatible cargar con la cruz cada día y experimentar anticipadamente la victoria de la resurrección en nuestra vida ministerial (cf. 2Co 4,7-12).

    Obispo de la Orden de San Agustín

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    Tú, querido amigo, te has formado en la escuela de san Agustín, padre y maestro excepcional; su estela te ha guiado hasta ahora y te iluminará también como obispo y pastor en el futuro.

    San Agustín, obispo de Hipona, utilizando fórmulas variadas, expresó bellamente la coexistencia en el pastor de la fraternidad cristiana y de la responsabilidad ministerial. Recuerdo algunas aserciones de este gran maestro, a quien impresionaron vivamente tanto la humildad del Verbo de Dios al hacerse hombre como el servicio de su vida entregada sin reservas. «Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquél es el nombre del cargo, éste, el de la gracia; aquél, el de peligro, éste, el de la salvación» (Sermón 340, 1). «En lo que a vosotros respecta, hay que considerar dos cosas: primero, somos cristianos; luego, tenemos autoridad; por tener autoridad, somos contados entre los pastores si somos buenos pastores; por ser cristianos, somos también ovejas lo mismo que vosotros» (Sermón 47, 2). «Él custodia cuando vigiláis. Él guarda cuando dormís, pues Él durmió una vez en la cruz, y ya no duerme. Sed Israel, porque no duerme ni dormita el que guarda a Israel. Ea, hermanos, si queremos ser guardados bajo la sombra o la protección de las alas de Dios, seamos Israel. Yo os custodio por el oficio de gobierno, pero quiero ser custodiado con vosotros. Yo soy pastor para vosotros, pero soy oveja con vosotros bajo aquel Pastor. Desde este lugar soy como maestro para vosotros, pero soy condiscípulo vuestro en esta escuela bajo aquel único Maestro» (Enarrationes in Psalmos, 126, 3).

    Con vosotros cristiano, para vosotros obispo; para vosotros vigilante, con vosotros custodiado por quien vela sobre Israel; para vosotros maestro, con vosotros condiscípulo; para vosotros pastor, con vosotros apacentado por el único Pastor. Los obispos no debemos nunca ni olvidar la fraternidad cristiana, ni abdicar de la autoridad ministerial, que es un auténtico servicio. Ambas dimensiones coexisten y se refuerzan mutuamente. Querido amigo Miguel, pido para ti algo elemental: que seas un buen cristiano, un buen obispo, un buen agustino. Toda nuestra existencia se va recapitulando progresivamente a medida que asumimos el pasado y nos abrimos al futuro que sólo el Señor de la historia puede garantizar. Sin dejar de ser el Señor y el Maestro, Jesús estuvo en medio de los suyos como el que sirve (cf. Lc 22,27). Esta es nuestra tarea, esta es nuestra esperanza, esta es nuestra gloria.

    Querido hermano, sé bienvenido al colegio episcopal, participa del consuelo de la fraternidad en el ministerio, comparte la sucesión apostólica para transmitir la Tradición recibida del Señor a través de los Apóstoles, recibe el carisma de la verdad del Evangelio en la ordenación sacramental.

    ¡Que Santa María la Virgen, por quien nos vino el Hijo de Dios, te acompañe siempre para que nazca y se afiance por la fe el Señor Jesucristo en quienes se beneficiarán directamente de tu servicio apostólico!