Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Presentación

Libro “Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI

26 de abril de 2011


Temas: “Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI.

Publicado: BOA 2011, 184.


El cardenal Joseph Ratzinger había soñado, como culminación de su dilatada vida teológica y ministerial, escribir un libro sobre Jesús de Nazaret, que proyectaba teniendo como referente El Señor de Romano Guardini, fallecido en 1968, al cual había escuchado en la Universidad de Múnich. La primera edición de la famosa obra apareció en castellano en 1954. Conocemos esta intención de Ratzinger por una carta dirigida a un amigo suyo español dos meses antes de fallecer Juan Pablo II. Los acontecimientos que tuvieron lugar en abril de 2005, a saber, la muerte del Papa y la elección del cardenal Joseph Ratzinger como Benedicto XVI , alteraron sus proyectos también en relación con el libro sobre Jesús. Pero hemos podido constatar después que la intención, seguramente con otras dimensiones y formas teniendo en cuenta sus mil trabajos e intensísima dedicación, fue mantenida, y ya podemos beneficiarnos de los dos primeros tomos de la obra. Agradecemos al Papa la culminación de este proyecto durante largo tiempo acariciado y que ya casi ha ultimado; solo faltaría un “cuadernillo”, ha dicho él, sobre la infancia y suponemos sobre los orígenes de Jesús. Por aquí empezó Guardini con un capítulo titulado “Los preludios”.

Ya hemos recibido dos partes de la obra: Jesús de Nazaret. Desde el bautismo hasta la transfiguración; y Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. Sabemos que está trabajando en la tercera parte, que esperamos y agradecemos de antemano. Jesús de Nazaret, junto con la Introducción al cristianismo, que inicialmente fue una serie de conferencias abiertas en la Universidad de Tubinga, son escritos en los que de alguna forma condensa y expresa sus convicciones teológicas maduradas con el paso del tiempo bien aprovechado y la reflexión; aquí confluyen innumerables lecturas, multitud de trabajos académicos y pastorales, atención a las publicaciones en otros ámbitos de la cultura y la trayectoria de la Iglesia y de la humanidad. En estas dos obras se manifiesta Ratzinger como cristiano, teólogo, hombre de pensamiento, pastor y apóstol del Evangelio, que se concentra en nuestro Señor Jesucristo. Ejercita siempre en convergencia la mirada a los orígenes cristianos, al discurrir de la historia de la Iglesia, a la vida y a la misión de los cristianos en el presente y de cara al futuro.

Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger no es una Cristología, aunque haya páginas que pueden ser incorporadas a una Cristología; tampoco es una “vida de Jesús”, por el estilo de las que entre nosotros han tenido gran resonancia —la del P. Remigio Vilariño, José Julio Martínez, José Luis Martín Descalzo—, aunque sus capítulos traten sobre los acontecimientos y enseñanzas de Jesús, siguiendo el recorrido de su existencia. Es un género literario en que se aprende Cristología y aspectos de la historia de Jesús, y sobre todo que presenta al Jesús real de los Evangelios y no a uno reconstruido con hipótesis formuladas por la investigación histórico-crítica. Esas imágenes de Jesús se parecen demasiado a sus autores, que proyectan en ellas sus ideales e ideologías. El Jesús que presenta Ratzinger es Aquel en quien ha creído la Iglesia desde el principio, y al que celebra la Iglesia hoy; el Jesús profesado con una fe que recobra orientación, hondura y confianza en medio de numerosos estudios que no siempre facilitan el encuentro actual de los hombres con Él. Se unen en el libro la seriedad teológica, el rigor histórico, la fe honda y segura, la capacidad de iluminación en medio de muchas confusiones de la hora presente. Es un excelente servicio a los cristianos, teólogos o no, a quienes se les ha difuminado la fe y van como a tientas, a quienes desean conocer de alguien muy autorizado, por la Teología y como portador supremo del ministerio pastoral, qué creemos y pensamos los cristianos sobre Jesús.

Sigue el autor una metodología responsable ante la investigación histórico-crítica practicada desde hace más de doscientos años —«ya ha dado lo que podía dar de esencial» (p. 6)—, en las líneas fundamentales, sin descender a pormenores que remite a otros autores y trabajos; y lógicamente responde, se hace cargo y testifica lo que la fe de la Iglesia, desde los Apóstoles, el Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia, ha profesado, anunciado y enseñado sobre Jesús, el Mesías prometido por Dios en las Escrituras santas, el Hijo de Dios encarnado, el Siervo de Dios que cargó con los pecados del mundo, el Redentor de la humanidad, el Señor resucitado que está presente en su Iglesia y que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. En todos los capítulos del libro se unen la fe y la razón, que son como las dos alas para llegar a la Verdad; la investigación histórica con lo que puede alcanzar, que no es poco, pero que nunca puede eliminar la profesión de la fe de la Iglesia. El respeto de la Iglesia a la investigación histórica, sin ceder a pretensiones excesivas que a veces reivindica en orden a conocer la verdad, se comprende fácilmente. Como la fe cristiana se condensa en la fe en Jesucristo crucificado en tiempos de Poncio Pilato, que es un personaje de la historia, si lo esencial no tuviera fundamento sólido en la historia, la misma fe cristiana sería cuestionada y confinada a lo mítico. Pero no es suficiente para la confesión de la Iglesia decantar por la investigación histórica lo que Jesús dijo e hizo, lo que Jesús pretendió y reivindicó, cómo Jesús afrontó su muerte, cómo a los pocos días de morir crucificado fue anunciada su resurrección. La fe de la Iglesia confiesa a Jesús, que presentó los rasgos que en lo fundamental podemos reconstruir fehacientemente, pero que habiendo sido crucificado está vivo para siempre, con quien podemos encontrarnos hoy, a quien invocamos en la liturgia, a quien amamos y servimos, al que esperamos para consumar la comunión con Él en su gloria. El Jesús verdadero aparece en los Evangelios, que fueron escritos por discípulos suyos, que convivieron con Él y fueron testigos de la resurrección. La historia y la fe se unen íntimamente en ellos; el conocimiento de la historia y el encuentro con Jesús resucitado hacen de ellos testigos veraces y autorizados.

Como enseñó Benedicto XVI en la intervención importante pronunciada en el aula sinodal , en la Asamblea sobre “La Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia” , que en unos u otros términos recoge la Exhortación Apostólica Verbum Domini , deben ser integradas la hermenéutica de la fe y la hermenéutica de la historia (p. 7). Ratzinger confía en haber dado un paso importante con su libro en la integración de ambas hermenéuticas. Por esa línea discurre uno de los elementos de ejemplaridad que hallamos en Jesús de Nazaret. Cita en el prólogo, como ha citado reiteradas veces en los últimos años, el capítulo 12 de la Constitución conciliar Dei Verbum sobre la divina revelación , en cuya preparación había participado siendo joven teólogo. En su opinión, los principios hermenéuticos recogidos en ese número han sido poco reflexionados en el periodo posconciliar. El texto del Concilio dice así: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe». Benedicto XVI muestra cómo se realiza en concreto esa lectura e interpretación.

Constantemente busca la continuidad y también la novedad de cada realidad del Nuevo Testamento en el Antiguo; Jesucristo es la clave de lectura del Antiguo Testamento y el cumplimiento de sus promesas. En cada capítulo del libro es inestimable la luz que la relación entre los dos Testamentos arroja para comprender la persona, la obra y las palabras de Jesús. Es muy bello lo que dice a propósito de los Salmos que podemos recitar los cristianos en comunión con Jesús, que como piadoso judío los había rezado (cf. pp. 173 ss.). Por eso se puede comprender que a los cristianos nos interese también la lectura que los judíos hacen de la Sagrada Escritura, que para ellos está formada solamente por nuestro Antiguo Testamento. Sin la lectura en el marco amplio del Antiguo Testamento sería incomprensible todo el acontecimiento de Jesús. Nos faltarían las categorías y la primera parte de la misma historia.

La Sagrada Escritura ha nacido dentro del pueblo de Israel y de la Iglesia; antes de ser escrito el texto, ha existido una Tradición viviente de fe, de oración, de conducta cristiana, de celebración litúrgica, de misión. Nunca un texto agota la vida del pueblo en que fue escrito. Por eso, la Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada en la corriente vital de la Iglesia como comunidad presidida por los apóstoles que convivieron con Jesús y fueron los testigos autorizados de su resurrección, y actualmente por los obispos, sucesores de los apóstoles. La Iglesia recibió en su seno el Antiguo Testamento, y lo escucha e interpreta a la luz de Jesús, descendiente de David y Mesías vencedor del pecado y de la muerte por su cruz y resurrección. Por supuesto, no hay contradicción entre unas partes y otras de la Escritura, unos libros u otros, unas perspectivas u otras. Joseph Ratzinger se centra en el texto canónico de la Sagrada Escritura, recibido por la Iglesia y reconocido como Palabra de Dios; asume las posibles “teologías” en su diferencia y unidad, y los diferentes estadios de una tradición que hallan su meta en el texto definitivo. Acogemos la totalidad del Nuevo Testamento, que la Iglesia recibió sin seleccionar ni excluir entre escritos o autores. Las reglas de interpretación de la Escritura señaladas por el Concilio Vaticano II en Dei Verbum, 12 son una guía segura para la lectura eclesial de la misma.

Jesús de Nazaret es un libro de Teología, lo que en algunos momentos se hace notar claramente. Discute, por ejemplo, acerca de la fecha de la Última Cena y muestra lo que implica la opción tomada por él (pp. 129 ss.); clarifica, a propósito de la oración de Jesús en Getsemaní, la relación entre la voluntad de Jesús el Hijo y la de su Padre Dios, recordando controversias cristológicas de los primeros siglos (cf. pp. 186 ss.); cita a autores, unas veces para distanciarse de ellos dando las razones de esa postura, y otras para adherirse a sus conclusiones después de haberlas considerado teológicamente. Por ser un libro de altura teológica, requiere una lectura atenta y a veces conocimientos teológicos previos. Es conveniente que, si un grupo convierte el libro en contenido de sus reuniones, haya alguien que pueda hacer las debidas introducciones y la clarificación de algunos presupuestos o del contenido de ciertos párrafos. Es un libro escrito por un teólogo de oficio, que no ha rebajado las exigencias de su discurso para hacerlo accesible a toda persona de cualquier nivel cultural.

Es un libro que ayuda a clarificar posturas teológicas aquejadas de cierta confusión ambiente, a profundizar en la confesión de la fe cristiana recobrando serenidad y confianza, a vivir espiritualmente con vigor teológico y no simplemente piadoso; nos ofrece meditaciones teológico-espirituales sobre el amor, la verdad, la oración, la vigilancia, la cruz, la serenidad, el gozo en el Señor, el sacrificio litúrgico cristiano, la solidaridad en el sufrimiento y en la muerte, etc. La lectura nos ayuda a situarnos en el contexto actual de la fe y de la misión de la Iglesia; nos invita a anunciar el Evangelio con adultez, seriedad, capacidad de interpelación y atención a las exigencias razonables del hombre que piensa, busca, vacila y reconoce la verdad. Las opiniones elogiosas de teólogos no solo católicos, y de personas del mundo de la cultura y con responsabilidades sociales y éticas, muestran lo acertado del escrito y del estilo del autor. ¿Cómo no recordar ahora las reflexiones que hace al tratar el proceso de Jesús ante el procurador de Roma Poncio Pilato sobre la verdad en relación con la doctrina y la praxis de los Estados? (cf. pp. 223 ss.): son páginas de antología. De vez en cuando sugiere perspectivas muy interesantes de orden personal, social o universal al considerar acontecimientos o textos contenidos en los Evangelios. Son muy bellas, por ejemplo, las páginas dedicadas a la ascensión del Señor, que son las últimas del libro (cf. pp. 337-338). Hay una “venida intermedia” de Jesús en la Palabra, los Sacramentos, los acontecimientos, las personas. Existen irrupciones del Espíritu en forma de movimientos, fundaciones religiosas, reformas, etc. Escribe con la mirada puesta en Jesucristo, creído, amado, invocado y seguido por la Iglesia, y mirando también al tiempo presente de la humanidad, con sus temores y esperanzas, con sus debilidades y oscurecimientos.

El libro está escrito con tono teológico, con sobriedad, sin descender a pormenores, y no se prodiga abundosamente en páginas y páginas; como es habitual en Ratzinger, que es un maestro de la palabra escrita, es claro, explica lo más complejo haciéndolo comprensible, formula con belleza, no escatima las frases necesarias para la comprensión ni abunda más que lo conveniente. Trata los aspectos más importantes de cada cuestión, enumerándolos y desarrollándolos pedagógicamente. Aunque prescinde de muchas cuestiones de menor trascendencia, deja transparentar su conocimiento sobre ellas y se intuye su postura ante ellas. Prescinde de discusiones que harían al libro muy pesado, muy largo y menos útil a los lectores que buscan en él algo distinto a lo que pueden encontrar en otros libros. Es un libro con mucho poso y con mucha riqueza; irradia luz y da razones; anuncia la fe y la explica; ofrece sus convicciones con claridad y respeto; establece un diálogo con el lector ofreciendo claridad, razones y lealtad. El Papa no aspira a lucirse, sino a prestar un servicio a sus hermanos en la fe y también a quienes, habiéndose acercado al “atrio de los gentiles”, quieren saber qué piensa un Papa teólogo sobre lo central de la fe cristiana, es decir, sobre Jesucristo, y cómo lo enseña en medio de nuestro mundo, que él conoce y al que quiere ayudar como persona y como Papa.

Con las dos partes de Jesús de Nazaret nos ha prestado ya Benedicto XVI un servicio excelente, que él puede llevar a cabo y otros no. Es un Papa teólogo, que une el ministerio de pastor de la Iglesia católica y el servicio teológico. Evidentemente, al ser su autor el Papa, el libro recibe una atención y una autoridad particulares; pero él quiere que sea leído como un libro dotado de la autoridad no del magisterio, sino de la lógica teológica. Al unir Benedicto XVI en su persona ser Papa y ser teólogo, le confiere una especial relevancia, que para nosotros se traduce en un servicio particularmente valioso. Nos alegramos de que pueda cumplir su ministerio eclesial también con el don de la Teología.