Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Sagrado Corazón de Jesús 2011

1 de julio de 2011


Temas: Bernardo Francisco de Hoyos y Corazón de Jesús (amor de Dios).

Publicado: BOA 2011, 273.


Todavía conservamos viva la memoria de la Beatificación del P. Bernardo de Hoyos, celebrada en el paseo de Recoletos de nuestra ciudad el día 18-4-2010 . Fue un acontecimiento largo tiempo esperado y gozosamente participado. El 21-8-2011 se cumplen 300 años del nacimiento de Bernardo Francisco de Hoyos en Torrelobatón, en nuestra Diócesis. Es una oportunidad para reavivar en nosotros la gratitud por su vida y la acogida de su mensaje. En Valladolid tiene la devoción al Corazón de Jesús raíces profundas y fecundas.

En el Colegio San Ambrosio de la Compañía de Jesús, cerca de la Catedral, estudió Teología como preparación para su ordenación sacerdotal. Los años 1731-1735 fueron decisivos para su vida y también benéficos para la nuestra. De la mano del P. Cardaveraz, con quien había trabado amistad en San Ambrosio y que a la sazón vivía en Bilbao, fue iniciado en el conocimiento de la historia del culto y la devoción al Sagrado Corazón, en la forma revelada a santa Margarita María de Alacoque. Bernardo, que se sintió vitalmente inmerso en esa historia de devoción, durante la eucaristía de la Ascensión, el día 14-5-1733, recibió del Señor la confirmación para difundir el culto al Sagrado Corazón de Jesús en España; es la llamada “Gran Promesa”. Sin perjuicio de sus estudios, se dedicó con celo incontenible y con admirable éxito a la difusión de la devoción al Corazón de Jesús. Por eso, justamente es reconocido como el primer apóstol del Sagrado Corazón de Jesús en España. Habiendo vivido con humildad y sencillez, con ardiente fervor del espíritu, dejando una estela luminosa de santidad, murió, a causa de la epidemia de tifus que invadió la ciudad, el día 29-11-1735, apenas cumplidos los 24 años y unos meses después de recibir la ordenación sacerdotal. Podemos decir, desde nuestra limitada perspectiva humana, que murió prematuramente; pero Dios, a través de él, nos confió un precioso legado, que nosotros hoy una vez más queremos recibir. Él lo difundió con urgencia, como si presintiera la brevedad de su vida, y nosotros queremos acogerlo con hondura creciente.

El Santuario de la Gran Promesa es un alto lugar del espíritu. Yo agradezco la vida orante allí promovida y la multitud de actividades apostólicas desarrolladas en el Centro de Espiritualidad. Cuando una vez concluida la eucaristía nos dirijamos procesionalmente al Santuario, preguntémonos una vez más cuál es la misión particular que el Señor nos confía en nuestra Iglesia y en otros ámbitos, habiendo sido herederos de un mensaje inmarcesible que se centra en el Corazón de Jesús, en el amor de Dios por la humanidad, en la alegría del Evangelio; en la presencia de Jesucristo, el Buen Samaritano de los hombres y mujeres heridos por la vida, en medio de la sociedad.

En el origen está el amor de Dios. Dios es Amor y se ha revelado como Amor. Dios es la fuente inagotable del Amor. Nos ha demostrado su Amor entregándonos a su Hijo Jesucristo. Dios nos ha amado primero. No hemos merecido ser amados, pues éramos pecadores (cf. Rm 5,6-8; Dt 7,6 ss.). Ha venido a nosotros por medio de su Hijo encarnado, el Salvador, la Mano tendida a los pecadores. En virtud de ese amor, del que Dios tiene la iniciativa, podemos ser introducidos también nosotros en esa corriente de amor, ser manos de su generosidad y ser manifestación de la Buena Noticia de Dios Amor. Dios no es distancia, ni rencor, ni indiferencia, ni exigencia rigorista e inmisericorde, sino Amor. Para nuestra sorpresa, nuestro gozo y nuestra esperanza, hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. En el amor, siguiendo el estilo de Jesús, es decir, dándose libremente hasta el extremo, se revela Dios en su intimidad y nosotros somos santificados. Lo invisible de Dios se hace manifiesto en el amor; amándonos como Jesús nos ha amado entramos en su compañía y somos testigos y apóstoles del Evangelio (cf. 1Jn 4,7-16). El amor cristiano identifica a los discípulos de Jesús y es también misionero. Las palabras “amor” y “corazón” son palabras primordiales que muchas veces son degradadas o envilecidas. No son expresión de sentimentalismos ni pueden encubrir instrumentalización puramente instintiva y placentera de los otros.

Los hombres hemos traicionado el amor de Dios de muchas formas. La más radical es evidentemente negar su existencia. También aceptando su existencia lo marginamos, lo aparcamos, le damos la espalda, lo juzgamos irrelevante para resolver los problemas y afrontar las incertidumbres que nos inquietan personal y socialmente, declaramos su “muerte”. A veces, en lugar de considerar el temor de Dios como principio de sabiduría, lo traducimos en distanciamiento, suspicacia, miedo y desconfianza. Por eso, el mensaje del amor de Dios, de Dios como Amor, del Corazón de Jesús, del Señor que nos ha amado y se ha entregado por nosotros, nos manifiesta cómo es Dios. La devoción al Corazón de Jesús ilumina el rostro verdadero de Dios y es arma eficaz contra el ateísmo. El mensaje del P. Bernardo de Hoyos nos abre a la relación de hijos con Dios nuestro Padre, a la comunicación con Jesús como nuestro Amigo; cada uno de nosotros hemos sido creados por amor y somos preciosos para Dios. Dios existe, es bueno, es Padre, nos quiere, nos acompaña en la vida, nos tiende la mano, no se olvida de nosotros, Dios tiene corazón. ¡No temamos abrirnos a Él! El Corazón de Jesús nos dice que nos hemos hecho una imagen equivocada de Dios: La gloria de Dios es la vida del hombre; el gozo de Dios es nuestra felicidad; no tiene celos ni es competitivo con nuestra libertad. Al acoger humildemente a Dios, nuestro corazón se dilata y nuestra libertad se libera; obedeciendo a Dios nuestra dignidad personal es engrandecida. No temamos la comunicación con Dios; temamos, más bien, nuestra soledad orgullosa.

«El amor saca amor», decía santa Teresa de Jesús. Donde no haya amor pon amor y sacarás amor; la oferta de confianza suscita la confianza. Lo que no consiguen mil amenazas lo alcanza la cercanía bondadosa; lo que no puede la prepotencia, lo puede el amor humilde y servicial. A esta respuesta nos invita el costado de Jesús abierto por nuestros pecados. Ofrezcamos al Corazón de Jesús palpitante por nosotros un corazón generoso, regenerado diariamente por el amor que mana de Dios. Nuestro homenaje es un corazón contrito y humilde, que quiere sintonizar con los sentimientos de su Corazón para irradiar su amor en el mundo. Pongámonos a disposición de Dios para que nos convierta en mensajeros de su misericordia.

Del costado de Cristo, abierto por la lanza del soldado, brotó sangre y agua. Como enseñaron los Padres de la Iglesia, brotaron los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. La Iglesia, como nueva Eva, nació del costado del Señor, nuevo Adán. Como discípulos de Jesús, como hijos de María, como miembros de la Iglesia, hemos nacido del costado abierto del Señor, convertido en fuente; consiguientemente, en el Corazón de Jesús hallaremos todos los días las aguas que nos refrescan, que nos regeneran, que nos otorgan vitalidad incesante para el camino de una vida cristiana. Acudamos al Señor y dejémonos renovar por Él.

Jesús echa la mirada hacia su vida apostólica, y ante el Padre, reconociendo y alabando sus designios, exclama: “Te doy gracias porque has revelado los misterios del Reino de los cielos a la gente sencilla, a los pequeños, y, en cambio, los has escondido a los sabios y entendidos” (cf. Mt 11,25 ss.). Los autosuficientes no comprenden que solo Dios basta. Quien está pagado de sí mismo no se abre a Dios. El que se encierra en su orgullo se aísla de Dios y de los demás, y de esta forma es estéril.

El Señor hace una invitación a cada uno de nosotros: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28-30). Es mejor no interpretar estas sencillas palabras, tan entrañables y tan bellas como verdaderas. Las acogemos con gozo, en su vigor y sencillez. Nos ofrecen confianza. A veces estamos cansados y desalentados: El Corazón de Jesús es refrigerio y vitalidad siempre nueva. Estamos agobiados: Él se hace nuestro Cireneo. No huyamos de Jesús, que lejos de Él el yugo es insoportable.

El día 29-6-2011, en la Fiesta de San Pedro y San Pablo, se cumplieron 60 años de la ordenación sacerdotal del papa Benedicto XVI en la catedral de Freising, su diócesis de origen . Es muy elocuente la oración que ha compuesto para dar gracias a Dios por su ordenación y por el don del sacerdocio; Jesús nos ha hecho sus amigos. El amor, la amistad, el corazón, el recordar con gratitud los dones de Dios pasándolos por el corazón... todo esto está estrechamente unido. «Corazón y memoria son casi idénticos, porque en el amor todo es recuerdo y en la memoria fiel se acrecienta el amor» (Olegario González de Cardedal, Juventud y verdad, carta abierta a mi amigo Carlos, Diario de Ávila, 22-3-2011) . Esta es la oración que rezo con todos vosotros en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. «Señor, te damos gracias porque has abierto tu corazón para nosotros, porque en tu muerte y tu resurrección te has convertido en fuente de vida. Haz que seamos personas vivientes, vivas por tu fuente; y concédenos ser también nosotros fuentes que den a su tiempo agua de la vida. Te damos gracias por el don del ministerio sacerdotal. Señor, bendícenos y bendice a todos los hombres de este tiempo que están sedientos y que buscan. Amén».

En los últimos meses he tenido la oportunidad de rezar en comunidad con otras personas unas letanías al Corazón de Jesús, que me han parecido muy elocuentes. Transcribo aquí algunas invocaciones: «Humildad del Corazón de Jesucristo, modela mi corazón. Alegría del Corazón de Jesucristo, dilata mi corazón. Amor del Corazón de Jesucristo, inflama mi corazón. Luz del Corazón de Jesucristo, ilumina mi corazón. Ciencia del Corazón de Jesucristo, instruye mi corazón. Silencio del Corazón de Jesucristo, habla a mi corazón. Voluntad del Corazón de Jesucristo, gobierna mi corazón. Paciencia del corazón de Jesucristo, soporta mi corazón. Celo del Corazón de Jesucristo, abrasa mi corazón. Obediencia del Corazón de Jesucristo, somete mi corazón. Constancia del Corazón de Jesucristo, haz fiel mi corazón». El Corazón del Señor tiene el poder de asemejarnos a Él y de configurar por su Espíritu nuestro pobre corazón.

¡Que el corazón de María traspasado por la espada (cf. Lc 2,35) (Joseph A. Fitzmyer) haga nuestro corazón acogedor por la fe reflexiva de la Palabra de Dios! (cf. Lc 2,51). ¡Que el beato Bernardo de Hoyos interceda por nosotros para que participemos de su celo por difundir las insondables riquezas del Corazón de Jesús, traspasado por nosotros! (cf. Jn 19,37; Ef 3,14.16-19).