Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011 - Madrid (España)

Eucaristía en el día diocesano de los Días en la Diócesis de Valladolid

14 de agosto de 2011


Temas: Jornada Mundial de la Juventud 2011.

Publicado: BOA 2011, 315.


Es para mí motivo de particular satisfacción saludar en nombre de la Diócesis de Valladolid a todos vosotros, los que habéis venido de lejos: Estados Unidos, Canadá, Brasil, Venezuela, Benin, Tanzania, Tailandia, Francia, Italia, Reino Unido, Ucrania, España, Ecuador, Colombia, Australia, Argentina, México. ¡Bienvenidos todos! Nos habéis alegrado con vuestra visita. La Carta a los Hebreos, haciendo referencia a la aparición de Dios a Abrahán en Mambré, dice: «Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles» (Hb 13,2). Queridos amigos, os hemos acogido como hermanos en la fe; nuestra familia ha crecido con vuestra presencia. El Evangelio ha sido anunciado y ha sido creído por todas partes; por ello nos encontramos aquí ahora cristianos de tantos lugares. En torno a la doble mesa de la Palabra de Dios y de la Eucaristía se ha ampliado nuestra fraternidad.

Hemos sido convocados por el papa Benedicto XVI a Madrid para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Nos preside a todos en la fe, en el amor y en la misión; dando gracias a Dios por su entrega al ministerio confiado por el Señor, hemos seguido su invitación con afecto y alegría. Nos hemos puesto en camino, buscando a Jesucristo, a quien queremos ver (cf. Jn 12,21).

En esta convocatoria y peregrinación se reproduce de alguna manera la peregrinación de los pueblos de la que nos ha hablado la primera lectura de este domingo XX, porque el Señor nos convoca a su monte santo donde nos alegrará (cf. Is 56,7). En Valladolid estáis haciendo la última etapa antes de llegar al término de la peregrinación y lugar de la cita para la Jornada Mundial.

Valladolid, nuestra Diócesis, fue erigida al final del siglo XVI, en 1595, un momento en que era asiento de la Corte y capital de la España unificada, de lo cual han quedado muchas huellas en la ciudad y el entorno (por ejemplo, el Colegio de los Ingleses). Varios rasgos la caracterizan: el día 21-8-2011 celebramos el tercer centenario del nacimiento del beato Bernardo de Hoyos (beatificado el 18-4-2010 ) en un pueblo de nuestra Diócesis, Torrelobatón; pues bien, el Padre Hoyos fue elegido en 1733 por el Señor para difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que es símbolo elocuente del amor de Dios. Aquí conservamos el Santuario de la Gran Promesa, desde donde irradia el mensaje del amor de Dios y la llamada a responderle también con amor. La Semana Santa de Valladolid es un monumento de fe, devoción, arte y manifestaciones religiosas por calles y plazas. En las procesiones circulan imágenes admirables, donde de manera genial convergen la piedad, el rostro esculpido por el imaginero a veces orando, y el eco de los hombres y mujeres de nuestra tierra. Actualmente dos exposiciones extraordinarias sobre la pasión del Señor, en Medina del Campo y en Medina de Rioseco, testimonian aquel momento excelente y la trayectoria posterior hasta nuestros días. El grupo escultórico de la Piedad de Gregorio Fernández estará presente en el viacrucis del viernes próximo en Madrid . Deseamos que nuestros visitantes lleven consigo signos de esta memoria como invitación para el futuro.

Pronto nos encaminaremos, D. m., hacia Madrid. Será sin duda una visión magnífica contemplar a los miles y miles de participantes entrar por diversas puertas en la inmensa explanada de Cuatro Vientos donde, presididos por el Papa, celebraremos la fe en Jesucristo compartida por aquella multitud incontable . Esperamos que sea un eco de la peregrinación de los pueblos que acuden a la casa de Dios.

Santo Padre, estamos contigo; te saludamos como al que viene en el nombre del Señor; agradecemos tu entrega al servicio del Señor, del Evangelio, de la Iglesia, de la humanidad. Cuenta con nosotros, con nuestra oración, nuestra comunión cordial y obediente, con nuestra disponibilidad a ser testigos de Jesús en el mundo.

La presente peregrinación y convocatoria, esta hospitalidad y convivencia, son una expresión elocuente de lo que es la Iglesia una y católica. Formamos una asamblea de hermanos en la fe, y experimentamos el gozo de estar unidos.

La Jornada Mundial de la Juventud es un acontecimiento de gran alcance, una fiesta de la fe que nos llena de alegría, en la que convergemos de los cuatro puntos cardinales, porque en todos ha resonado el Evangelio y a todos somos enviados. Nuestra concordia y gozo proceden del Señor; estamos unidos entre nosotros, porque a todos nos une el mismo Jesucristo. Nos mueve a todos, desde nuestros numerosos lugares de procedencia, el deseo de encontrar en la fe a Jesús. Él es el secreto de nuestra vida. Como la mujer cananea del Evangelio, nos postramos ante Él y le decimos “Señor, socórrenos”. Y Él, a través de los días próximos, de celebraciones, de catequesis para profundizar la fe, de oración y el sacramento de la reconciliación, de la convivencia con los demás, de la fiesta en que terminará entrando como por ósmosis la ciudad de Madrid, nos dirá: “Que se cumpla lo que deseas”.

Estamos convencidos por experiencias pasadas y por la esperanza en el futuro de que el encuentro con Jesucristo cambia la vida, alegra el corazón, alienta la esperanza, ensancha el espíritu a la fraternidad y el servicio. El encuentro con Jesucristo «proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia» (Mensaje del Papa, 2) . Venimos cansados de oír palabras huecas, engañosas y a veces envenenadas. Necesitamos escuchar a Jesús, que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). No está sobrado nuestro mundo de orientaciones alentadoras y de caminos de futuro (podemos echar una mirada al entorno más cercano y al más distante) como para desoír, hacer interferencias o incluso hasta intentar silenciar a quien nos ofrecerá indicaciones para arraigar en tierra fértil y entrever el rumbo para salir de situaciones inquietantes. A veces sufrimos porque no sabemos lo que nos pasa; no hay únicamente problemas económicos, sino también sociales, educativos y familiares. Nos falta arraigar en la verdad y el amor para superar la crisis de humanidad y de ética. Estamos sumergidos en un marasmo que nos paraliza para avanzar hacia metas con ideales y proyectos que ilusionen el corazón y estimulen las fuerzas vitales.

El Señor, en la convocatoria de Madrid, nos enseñará sus sendas, y haremos de nuestros desconciertos y resentimientos instrumentos de esperanza y de amor. Los que suban al monte santo de Dios «de las espadas forjarán arados, y de las lanzas, podaderas» (cf. Is 2,4). Estamos llamados a ser en medio del mundo, en el ambiente en que se desarrolla nuestra vida cotidiana, hombres y mujeres de Dios, amigos de Jesucristo, hermanos en la Iglesia, personas pacificadoras y antorchas de esperanza. Donde está Dios hay esperanza; donde habita el Señor germina la paz. Sin la apertura al mundo renovador de la fe no saldremos de la mediocridad, del dinero como suprema aspiración, de la comodidad que no se mueve por nada ni por nadie. La vida cerrada a la trascendencia no sacia la hondura y la anchura del corazón del hombre.

La Jornada Mundial de la juventud manifiesta que la fe en Jesús, el único Salvador de todos los hombres, y que la actuación del Espíritu Santo, como en Pentecostés, eliminan las barreras que separan a las personas, pueblos y lenguas, para invitarnos a formar parte de la misma Iglesia, en la que somos todos partícipes de la misma dignidad de hijos de Dios. La Iglesia puede ser así fermento de amor y de paz en medio de la humanidad.

Quiero agradecer a todos cuantos han hecho posible estos días estupendos en la Diócesis. Muestro mi gratitud a las autoridades que han colaborado poniendo a disposición lo que entraba dentro de su competencia. Reconocen que, como todos los ciudadanos, los cristianos tenemos derecho a mostrarnos individual y asociadamente, en privado y en público. Agradezco a las familias que han abierto sus casas acogiendo a los jóvenes con confianza y generosidad; mi agradecimiento se extiende a quienes han puesto sus instalaciones como lugares de acogida. Estamos todos particularmente agradecidos a los voluntarios, sin los cuales la Iglesia, en estos días y siempre, no podría cumplir su misión. A los organizadores que con destreza, asiduidad y sacrificio han realizado su tarea, no siempre fácil, expresamos nuestro reconocimiento. Han sido unos días en que se ha dilatado el horizonte de nuestra vida.

Pidamos a la Virgen: “¡Santa María de la esperanza, sostén el ritmo de nuestra espera!”. “¡Ven con nosotros al caminar, Santa María, ven!”. María es como un puente por el cual vino el Hijo de Dios hasta nosotros; su sí creyente y libre fue la puerta de entrada. Por María, este puente que une las dos orillas, la de Dios y la de la humanidad, podemos también nosotros ir a Dios; ella sostiene nuestros síes frágiles y deficientes. Que al terminar nuestra peregrinación nos muestre María a Jesús, el fruto bendito de su vientre. ¡Que nos enseñe a caminar, a tratar bien a Jesús, a seguirlo hasta la cruz y la luz!