Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Conferencia

XLIV Jornadas de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca y el Instituto Teológico de Plasencia 2011

Nueva evangelización:
de Juan Pablo II a Benedicto XVI

13 de septiembre de 2011


Temas: nueva evangelización (expresión, itinerario y aspectos).

Publicado: BOA 2011, 432.


  • Introducción
  • 1. Itinerario de la fórmula “nueva evangelización”
  • 2. Algunos aspectos de la “nueva evangelización”

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    Hay expresiones que hacen fortuna; prenden rápidamente en la comunicación, bien por la formulación acertada de algo que late en el corazón de muchas personas, bien porque movilizan los ánimos hacia el futuro. La palabra “aggiornamento” (‘puesta al día’), en que sintetizó Juan XXIII la significación del Concilio en relación con la Iglesia de su tiempo, es una de esas palabras; la expresión “nueva evangelización” de Juan Pablo II concitó en seguida la atención y ha sido repetida mil veces, hasta el punto de que enuncia la tarea de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en octubre de 2012: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” .

    La palabra “nueva” que califica a “evangelización” supone que hubo otra u otras anteriores, con las que está en relación, y que no quedan prejuzgadas como deficientes que debieran ser corregidas ni como parciales que necesitaran ser completadas.

    Aunque inmediatamente la expresión recaba consentimientos y hasta felicitaciones, una reflexión más detenida nos descubre la necesidad de precisar su contenido. ¿Qué se entiende por “nueva evangelización”? En la conclusión de los Lineamenta para el próximo Sínodo de Obispos (n. 24) se recoge algo así como una definición, que evoca el significado profundo de la expresión citando a Juan Pablo II: «Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de los pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la “llamada” a la “nueva evangelización”. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no puede ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo solo para sí, debe anunciarlo» (Novo millennio ineunte, 40). De hecho, la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI (8-12-1975) y la Encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II (7-12-1990) se mueven en la onda de impulsar un vigoroso compromiso de evangelización en nuestro tiempo.

    La primera evangelización no es solo la que abre cronológicamente una serie; es, además, primordial y fundamental, inspiración y referente insustituible para otras etapas históricas de la misión.

    1. Itinerario de la fórmula “nueva evangelización”

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    a) La primera vez que Juan Pablo II introdujo la expresión “nueva evangelización”, sin atribuirle una relevancia particular ni sospechar que estaba destinada a hacer historia, fue en Polonia en 1979, en el Santuario de la Santa Cruz de Mogila, en las celebraciones del milenario de la evangelización en aquellas latitudes . Dijo textualmente el Papa: «Donde surge la cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la salvación del hombre mediante el amor». Con la nueva cruz de madera levantada no lejos de aquí, «hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio —en esta nueva época, en las nuevas condiciones de vida— vuelve a ser anunciado el Evangelio. Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo» (cit. en Lineamenta, 5). La efeméride de lo acontecido hace un milenio sugiere a Juan Pablo II la evangelización al comienzo del nuevo.

    b) Particularmente, el Papa utilizó la fórmula en la preparación para las celebraciones del comienzo del V Centenario de la Evangelización de América. Así se dirigió a los obispos del CELAM (9-3-1983) : «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelizar, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión». Las últimas palabras han sido repetidas mil veces para señalar algunas características de la nueva evangelización.

    c) En un discurso muy importante dirigido por Juan Pablo II al Simposio del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (11-10-1985) , aparece la fórmula “nueva evangelización” referida a la situación de Europa, de Europa occidental. En la nueva situación de su historia, Europa necesita una nueva evangelización; «Europa, a la que hemos sido enviados, ha experimentado tales y tantas transformaciones culturales, políticas, sociales y económicas, que plantean el problema de la evangelización en términos totalmente nuevos». La nueva evangelización de Europa debe insertarse en las raíces comunes, que están guardadas por la memoria maternal de la Iglesia. «La amnesia del acto del propio nacimiento y del propio desarrollo orgánico es siempre un riesgo y puede conducir incluso a la alienación». En la nueva situación de Europa, la Iglesia «está llamada a proponer una nueva evangelización, una síntesis creativa entre el Evangelio y la vida». Ni el fermento evangélico se ha debilitado ni las entrañas de Europa están muertas. La nueva evangelización en Europa mira hacia delante sin perder la memoria histórica. ¿No se advierte hoy que detrás de las crisis financiera y económica, social, laboral y familiar, se esconde una crisis de sentido de la historia vivida y de las llamadas al futuro? ¿No hay crisis de esperanza, de confianza, de fe en Dios, de verdad y de amor al hombre? Si la verdad se diluyera, todo sería un marasmo, una inmensa confusión y un debilitamiento de la fuerza vital. ¿Qué nos pasa? ¿Cuántas crisis se superponen? ¿No será la situación actual una oportunidad para adquirir una mayor sensatez y sabiduría como personas y como sociedad? ¿No es necesario asentarnos en la realidad de la condición humana y de los valores que la respetan y dignifican?

    d) En la Encíclica antes citada, Redemptoris missio, se sitúa la nueva evangelización como una modalidad en la hora presente de la misión que la Iglesia ha recibido de Jesucristo. La misión de la Iglesia tiene razones intrínsecas: La Iglesia ha nacido, existe para evangelizar; esta es su vocación, su sentido, su gloria y su cruz. Pero en la misión se pueden distinguir tres situaciones.

  • En primer lugar la misión ad gentes, es decir, cuando se dirige a pueblos donde es desconocido Cristo y el Evangelio; o donde las comunidades cristianas no existen o son radicalmente insuficientes.
  • Una segunda situación: comunidades cristianas con sólidas estructuras eclesiales y vida y acción pastoral ordinaria. Aunque padezcamos muchas debilidades, no es comparable nuestra situación con la de los cristianos en Japón o en China, por ejemplo.
  • Y existe una situación intermedia, especialmente en los países de antigua cristiandad, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido de su fe o se han alejado de la Iglesia, de Cristo, del Evangelio. «En este caso es necesaria una “nueva evangelización”» (n. 33).
  • A continuación, la Encíclica precisa: «No es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica» (n. 34). No es pensable levantar barreras o formar recintos separados. Lo podemos ver en nuestra situación, en que nos es difícil distinguir diversos destinatarios y diversas actitudes en relación con la fe en Dios revelado en Jesucristo y con la conciencia de pertenencia eclesial.

    Hay personas que necesitan animación de la fe, confianza en sus vacilaciones, clarificación de sus dudas, consuelo en sus oscuridades y serenidad en sus desconciertos. Muchos se alegran hondamente y se sienten confortados cuando ven manifestaciones de la fe cristiana, como en los días de la reciente Jornada Mundial de la Juventud. Algo los atrae a la televisión, y no es únicamente la curiosidad. La piedad popular es un lazo importante que mantiene unidos a muchos a la fe de la Iglesia, por lo que debe ser tenida en cuenta en la nueva evangelización.

    Hay personas que padecen cansancio. Llama la atención que esta expresión aparezca varias veces en los Lineamenta (nn. 6 y 15). Merece la pena hacer un esfuerzo por entenderla. La secularización ambiental invade la vida cotidiana de las personas y promueve una mentalidad en la que Dios está ausente en gran medida. En la actualidad, probablemente la negación de Dios no se hace con arrogancia, ya que el hombre ha percibido con claridad que es débil y vulnerable. La secularización adopta de ordinario tonos modestos, no agresivos, pero debilita y fatiga; es como una hemorragia de vitalidad y entusiasmo. Esta situación conduce a una atrofia espiritual, a un vacío del corazón, a un cansancio que es también una forma de anemia mezclada con inapetencia. Con palabras del poeta ante la dureza del tiempo y la duración de la contrariedad surge la exclamación comprensible: “Déjame que duerma. ¡Tengo una cansera!”. En esta situación falta frescura para la vida apostólica. Hay desgana para transmitir la fe; hasta para signar a los niños con la cruz y enseñarles a rezar. En los sacerdotes se puede constatar frecuentemente este cansancio, que ya no es crisis de identidad sacerdotal ni tentación de abandonar el ministerio, sino sensación de impotencia ante un mundo que se desentiende de Dios.

    Otros viven ya al margen de Dios, como si no existiera, o existiera y no manifestara su ayuda. Hay acontecimientos que los interrogan, pero sofocan en seguida las preguntas y no prosiguen en la reflexión. Fingen estar a gusto, pero no lo están; más bien, miran para otro lado y se distraen. En estos casos hay que reconstruir la existencia cristiana desde los cimientos. La iniciación cristiana es la forma que debe adoptar la nueva evangelización, según los métodos adecuados; no se puede dar por supuesto muchas realidades con su inherente fuerza vital, ya que no bastan los conocimientos sin vivencia ni las informaciones sin toque interior del corazón. Es necesario distinguir entre el conocimiento de la religión y la vida como cristianos.

    e) Juan Pablo II tenía vocación de escritor. Diseñaba dilatados horizontes, donde a modo de grandes ejes de coordenadas situaba los diversos acontecimientos. Su estilo era al mismo tiempo poético, místico y filosófico. El hombre en Cristo como camino de la Iglesia fue su tema por antonomasia. Pues bien, en el libro Cruzando el umbral de la esperanza (Barcelona 1994) dedica un capítulo al desafío de la nueva evangelización (pp. 119-128). Algunas aserciones mayores reflejan un vaivén entre documentos oficiales y su originalidad personal. El comienzo de la evangelización de Europa lo sitúa sugestivamente, recordando Hch 16,9-10. Pablo tuvo una visión de noche en que un macedonio de pie le pedía: “pasa a Macedonia (desde Tróade a Europa) y ayúdanos”. «Entonces tuvo inicio la primera evangelización de Europa» (p. 119).

    A grandes zancadas enumera las etapas mayores de la evangelización: La evangelización apostólica es germen y modelo de evangelización en cualquier etapa; también en la etapa de la nueva evangelización. «La historia de la evangelización se ha desarrollado en el encuentro con la cultura de cada época» (p. 121). En el mundo griego, la fe cristiana se expresó en discernimiento y diálogo con su cultura y filosofía; y también se tradujo prácticamente en la caridad personal y organizada. Recuerda a Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos, en el siglo IX. Después alude a la oleada de evangelización, sobre todo desde España y Portugal, a partir de finales del siglo XV. A continuación recuerda las iniciativas apostólicas hacia Oriente, en que como nombre emblemático aparece Francisco Javier. No se puede olvidar ninguna etapa de la historia de la misión cristiana, ya que «la Iglesia entera se encuentra “in statu missionis”» (p. 123). Hoy también «la Iglesia, a pesar de las pérdidas que sufre, no cesa de mirar con esperanza hacia el futuro» (p. 123). Advierte que la nueva evangelización nada tiene que ver con la restauración o el proselitismo; sí con la peregrinación y con nombres tan sugerentes como Santiago de Compostela. Concluye: «Hoy se da, pues, la clara necesidad de una nueva evangelización. Existe la necesidad de un anuncio evangélico que se haga peregrino junto al hombre, que se ponga en camino con la joven generación. ¿Tal necesidad no es ya en sí misma un síntoma del año 2000, que se está acercando?» (p. 128). Porque hay motivos para hablar de una nueva situación histórica y de una nueva época, podemos hablar también de una nueva evangelización. Tanto aquellas características como esta deben ser siempre escrutadas para ser mejor conocidas y afrontar sus desafíos con mayor lucidez. En esta nueva evangelización, los jóvenes tienen una tarea singular; nos alegra el que en Cuatro Vientos pudiéramos contemplar jóvenes dispuestos a recibir en sus mochilas, manos y corazón el encargo de la nueva evangelización.

    f) Benedicto XVI ha retomado el reto de la nueva evangelización. Es oportuno leer en esta perspectiva las intervenciones numerosas, cortas pero preciosas, de la Jornada Mundial. No se puede resumir, porque todo es importante. Se deben leer reposadamente y volver sobre ellas.

    Detengámonos brevemente en la Exhortación Apostólica Verbum Domini (30-9-2010) del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia . Como se sabe, las tres partes siguen el prólogo del Evangelio de San Juan. La tercera, que mira sobre todo al futuro, a la misión de la Iglesia, arranca con estas palabras: «A Dios nadie le ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). El Verbo encarnado se presenta ante nosotros como “narrador” de Dios (cf. Jn 1,18). Es el revelador del Padre. «Jesús de Nazaret, por así decirlo, es el “exegeta” de Dios al que “nadie ha visto jamás”. “Él es imagen del Dios invisible” (Col 1,15). Jesucristo es esta Palabra definitiva y eficaz (cf. Is 55,10 ss.) que ha salido del Padre y ha vuelto a Él, cumpliendo perfectamente en el mundo su voluntad» (n. 90).

    Después de recordar a Pablo VI y sobre todo a Juan Pablo II a propósito de la evangelización, afirma Benedicto XVI: «Al alba del tercer milenio, no solo hay todavía muchos pueblos que no han conocido la Buena Nueva, sino también muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio. La exigencia de una nueva evangelización, tan fuertemente sentida por mi venerado predecesor, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina» (n. 96).

    La expresión “Buena Nueva” podemos traducirla para nuestra reflexión ahora: Hay noticias de Dios y son buenas; las noticias de Dios no se gastan y por eso la evangelización es siempre nueva. En todos los tramos de nuestra vida personal y en todas las etapas de la historia de la humanidad debe ser anunciado el Evangelio. Éste no envejece; nosotros sí. La evangelización anuncia un logos de esperanza (cf. 1P 3,15), de gozo y de paz. No somos profetas de desventuras, sino mensajeros de alegría y portadores de la Buena Nueva.

    Una nueva connotación apunta la Exhortación Apostólica: «Nuestro tiempo ha de ser cada día más el de una nueva escucha de la Palabra de Dios y una nueva evangelización» (n. 122). «El anuncio de la Palabra crea “comunión” y es fuente de “alegría” (cf. 1Jn 1,4)» (n. 123).

    g) Benedicto XVI instituyó por el Motu Propio Ubicumque et semper (21-9-2010) el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, lo cual es signo elocuente del lugar que desea el Papa que ocupe la evangelización en nuestro tiempo. Entre otras motivaciones, recuerda el Papa unas elocuentes palabras tomadas de la Exhortación Apostólica Christifideles laici (30-12-1988): «Países y naciones enteros en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por la continua difusión del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo —si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria— inspiran y sostienen una existencia vivida “como si Dios no existiera”». «Solo —dice más adelante la Exhortación— una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad (...). Urge que se rehaga la cristiana trabazón de las comunidades cristianas que viven en estos países o naciones (...). ¡El hombre es amado por Dios! Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respecto del hombre» (ibíd., 34). Con frecuencia la fe cristiana es distorsionada desde actitudes de indiferencia, alejamiento y rechazo agresivo. La nueva evangelización es la palabra clave de orientación para la pastoral presente y futura (Lineamenta, 24). El nuevo Dicasterio debe ayudarnos a comprender más profundamente el alcance de la nueva evangelización y a sugerir acciones como respuesta a ese inmenso desafío.

    h) A la vista aparece ya la Asamblea del Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en octubre de 2012, con el siguiente tema: “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Los Lineamenta fueron aprobados el 2-2-2011. Antes del 1-11-2011 deben ser enviadas las respuestas de los cuestionarios a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. Con las respuestas atentamente analizadas e integradas se elaborará el Instrumentum laboris para la Asamblea Sinodal.

    Hasta aquí hemos señalado los hitos del itinerario de la expresión “nueva evangelización”, fórmula muy repetida en que se concentran tareas, necesidades apostólicas y esperanzas de la Iglesia.

    2. Algunos aspectos de la “nueva evangelización”

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    A continuación, de manera sucinta, quiero poner de relieve diversos rasgos que caracterizan a la nueva evangelización; algunos fueron indicados desde el principio y poco a poco se han ido explicitando. Probablemente otras notas características aparecerán a lo largo del trabajo sinodal. Es una gran cuestión planteada a la Iglesia, y abierta en su comprensión y realización, ante la cual debemos estar muy atentos.

    La nueva evangelización tiene su punto de partida y su fundamento en el Concilio Vaticano II, que tuvo claramente una intención evangelizadora, como aparece en la Constitución Apostólica de convocatoria del Concilio Humanae salutis (25-12-1961) : «Lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio» (n. 2). En el Discurso a los participantes en el VI Simposio del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, ya citado, escribió Juan Pablo II: «El punto de referencia seguro para esta obra de evangelización, en continuidad con la tradición viviente de la Iglesia, debe seguir siendo el acontecimiento de gracia del Concilio Vaticano II. El Espíritu ha hablado a las Iglesias de hoy y su voz ha resonado en el Concilio Ecuménico, el cual se puede decir con toda propiedad que representa el fundamento y la puesta en marcha de una gigantesca labor de evangelización en el mundo moderno, llegado a una encrucijada nueva en la historia de la humanidad, en la que tareas de una gravedad y amplitud inmensa esperan a la Iglesia. Según la inspiración original, el Concilio se proponía esencialmente “poner en contacto con las energías vivificantes del Evangelio al mundo moderno”» (cf. mi libro Iniciación cristiana y nueva evangelización, Bilbao 1992, pp. 22-23). «Esa nueva evangelización tuvo en el Vaticano II su comienzo» (Cruzando el umbral de la esperanza, p. 166). El Concilio constituye un acontecimiento providencial, gracias al cual la Iglesia inició su preparación al Jubileo del año 2000. El tema de fondo de los diferentes Sínodos es el de la «evangelización, mejor todavía, el de la nueva evangelización» (Tertio millennio adveniente, 21) (10-11-1994).

    El Concilio Vaticano II ha presentado una concepción de la Iglesia dinámica y misionera, ya que «la Iglesia peregrinante por su naturaleza es misionera» (Ad gentes, 2). El Nuevo Testamento fue escrito en un ambiente de difusión evangélica, en ambiente misionero, que pasó a la imagen de la Iglesia mostrada por el Vaticano II. La Iglesia acompaña a la humanidad en la presente etapa de su historia marcada por cambios rápidos, profundos y universales. A esta imagen de la humanidad en camino corresponde la dimensión misionera de la Iglesia.

    Hay algunas actitudes misioneras de la Iglesia que le señaló el Concilio para nuestro tiempo: evangelización en clave de diálogo con la humanidad; por ello, deben unirse en su talante apostólico la escucha atenta y la verdad pronunciada con amor; la humildad en su presentación; la valentía inspirada en la misma humildad, ya que esta no encoge el espíritu por el miedo, sino que lo dilata por la confianza en el Señor que envía y acompaña; el amor a los hombres y a la humanidad, a quienes Dios envió por amor a su Hijo. Con frase genial afirmó santa Teresa de Jesús que humildad es andar en verdad; pues bien, tomando base en estas certeras palabras, se puede decir también que la verdad se defiende humildemente (cf. Ilia Delio, L’ humilité de Dieu, París 2011). La Encíclica de Pablo VI Ecclesiam suam (6-8-1964) sobre el diálogo ha dejado su impronta en los documentos conciliares, que nos orientan también hoy como una brújula.

    Algunas Declaraciones conciliares —Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa y Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas— forman parte de las actitudes y convicciones misioneras. La fe no se impone coactivamente; sería contradictorio con su naturaleza eminentemente libre tanto ante Dios como por el mismo creyente. En la vida y misión de la Iglesia no caben las inquisiciones por las que pidió perdón Juan Pablo II en el año 2000 . Sí debe haber celo por la verdad limpia e íntegra de la fe y por la claridad en la pertenencia eclesial. Nadie se puede extrañar de que defendamos con valor y humildad lo que hemos recibido del Señor y nos identifica como cristianos. Mientras el hombre es peregrino y la Iglesia recorre el camino de la historia, está siendo guiada por el Espíritu Santo a la verdad plena; por tanto, no la ha alcanzado ya ni por supuesto es dominadora de ella. Debemos proclamar abiertamente, con valor y entusiasmo, el Evangelio de la verdad y de la gracia de Dios. No hay derecho a que el mensaje de la Iglesia sea excluido de la configuración de la opinión pública, cuando no busca dominar sino servir. Si la Iglesia tiene una palabra que decir, los ciudadanos tienen derecho a oírla. Deben excluirse tanto la arrogancia en el hablar como el desdén en la escucha. Nunca dejamos de ser discípulos del Señor. Con la brújula del Concilio la Iglesia puede responder al desafío de la evangelización que se plantea actualmente en términos nuevos en relación con etapas anteriores.

    El contexto en que acontece la evangelización es, a diferencia de situaciones anteriores en que la existencia de Dios se daba por supuesta, de indiferencia religiosa, de enfriamiento, de agnosticismo, de ateísmo, de vivir al parecer sin inquietud trascendente. Este contexto hace más radical la evangelización, ya que Dios está ausente, está como encerrado en su silencio, hasta se habla de muerte de Dios; o al menos de su eclipse, es decir, no lo vemos aunque, como el sol, continúe iluminando al otro lado del cuerpo celeste que nos lo esconde. La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual trató con profundidad sobre el ateísmo, que es uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo; aunque el hombre ha sido creado a imagen de Dios y está invitado al diálogo con Él, muchos se desentienden de esta íntima y vital relación (cf. Gaudium et spes, 19-21) . Por eso insiste tanto Benedicto XVI en que la prioridad misionera consiste en anunciar a Dios y abrir a los hombres a su búsqueda.

    En la homilía de la eucaristía celebrada en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela el día 6-11-2010 , después de señalar como una tragedia el que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se divulgase la opinión de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad, pronunció unas palabras tan atinadas como bellas y verdaderas: «¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de la inteligencia, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente» (cf. mi libro de inminente aparición en Ed. Sígueme de Salamanca, Iglesia y Palabra de Dios).

    En este contexto son comprensibles las siguientes palabras: «En contraste con los países de precristiandad, Europa, en su mayoría, vive en la ausencia —incluso negación— de Dios, tanto teórica como práctica. Lo cual no dejará de tener consecuencias para la evangelización, para su método y para su estructura. Esto puede ser llamado, pues, con toda propiedad “nueva evangelización”» (cardenal Godfried Danneels, ponencia en el VI Simposio de los Obispos de Europa sobre “Secularización y evangelización en Europa”).

    Teniendo en cuenta este fenómeno ha aludido Benedicto XVI en su visita a la república de Chequia, probablemente por primera vez, a quienes se hallan como en el “atrio de los gentiles” (cf. Lineamenta, 5). Hay personas que se han aproximado al templo de Jerusalén, que será casa de oración para todos los pueblos (cf. Mc 1,17; Is 56,7), que no dejan de preguntarse por Dios, y con las que es necesario entrar en diálogo misionero. La Iglesia, porque es misionera, no debe conformarse con los que están dentro del redil; debe salir a buscar a la oveja perdida a los cruces de los caminos. Es ilustrativo que el capítulo 18 de San Mateo, llamado frecuentemente discurso eclesiástico (Biblia de Jerusalén) o mejor discurso comunitario (Biblia de la CEE), tiene un apartado sobre la oveja perdida (cf. vv. 10-14). La Iglesia está atravesada por el impulso evangelizador. Ser Iglesia y evangelizar se implican recíprocamente.

    Hay varias realidades fundamentales que configuran en conjunto la forma de proceder en la evangelización: Verdad y caridad; razón y fe; conocimiento y amor; argumentos sólidos, bien razonados y presentados con respeto y cordialidad, con obras y palabras. Porque Dios tiene que ver con la totalidad del hombre, debe ser buscado, acogido y anunciado con la entera existencia humana. El magisterio de Benedicto XVI es reiterativo y muy importante también en este campo. El hombre debe abrirse por la razón también a realidades no mensurables ni solo funcionales; no deja de estar como rondado por la trascendencia; se debe plantear la cuestión de Dios con seriedad, honradez y con apertura de alma, sin salidas superficiales ya anacrónicas. No debe el hombre sofocar los interrogantes de su corazón y los que plantean los acontecimientos.

    La razón y la fe son hermanas llamadas a vivir y convivir armoniosamente; así levanta el hombre el vuelo hacia la verdad. La presentación de la verdad no se hace con argumentos descarnados y polémicos, sino cuando el discurso está interiormente permeado por el amor. Verdad y amor se constituyen al mismo tiempo. Debemos anunciar a Dios, que es Verdad, Caridad y Hermosura (san Agustín), como discípulos celosos de ella, y como agraciados por haber recibido su luz. Nunca debemos tender a vencer, a “salirnos con la nuestra”, sino a transmitir luz en la vida, gozo y convicción. No basta la instrucción religiosa; se necesita la vivencia, la oración, la puesta en dinamismo de la existencia entera.

    La liturgia de la Iglesia, en la que el misterio de Dios se hace fuente y también resplandor cuando se respeta el ars celebrandi, tiene mucho que ver con la irradiación de la santidad de Dios en la nueva evangelización.

    Desde el principio la Iglesia ha ejercido su misión evangelizadora entrando en comunicación con la verdad y su búsqueda (mundo griego) y al mismo tiempo ejercitando la caridad evangélica y creando instituciones caritativas de ayuda a las numerosas formas de pobres. Estas dos vías complementarias deben ser actuadas al mismo tiempo en la nueva evangelización.

    Jesús dijo e hizo (cf. Hch 1,1). Dios se ha revelado con obras y palabras íntimamente unidas (cf. Dei Verbum, 2) . La evangelización discurre también con obras y palabras; aquellas respaldan las palabras y estas explicitan el sentido de las obras. ¿Por qué no son puestos en relación por muchos los llamados “rostros amables” de la Iglesia, como Cáritas, Manos Unidas, misioneros, etc.? Cáritas y Eucaristía están íntimamente unidas; Manos Unidas nace del examen sobre el amor de Mt 25,31 ss.; los cristianos debemos respetar y promover la dignidad de todo hombre y mujer; los misioneros saben que su predicación es reforzada con las obras del amor y de la dignificación de los demás. ¿Por qué nos hemos hecho tan suspicaces sobre la verdad descalificando como autoritario a quien intente proferirla? ¿Por qué no unimos verdad y amor en la imagen emitida por la Iglesia? El imperio del relativismo hace a la humanidad víctima de un inmenso desconcierto y una terrible desorientación.

    Se comprende lo que es el amor en la evangelización a la luz de los testigos transparentes de Jesucristo. ¡Cómo miraban los esclavos negros a san Pedro Claver y sus compañeros; con qué alegre rostro respondían cuando eran lavados, perfumados y cubiertos en su desnudez! Así les hablaron «no con lenguas, sino con manos y obras» (cf. Carta de san Pedro Claver, en el Oficio de las Horas IV, p. 1899). Las obras del amor poseen una elocuencia más convincente que la más encendida retórica o la más aguda polémica. Las obras del amor, humilde y servicial, son vías de evangelización; y de nueva evangelización particularmente, teniendo en cuenta la disidencia de muchos hacia la Iglesia. El amor abre caminos a la predicación. A las palabras se las lleva fácilmente el viento; el papel no lo aguanta todo; pero el amor dura siempre.

    Evangelizar es transmitir buenas noticias sobre Dios. La Iglesia necesita subrayar esta dimensión de la evangelización. No somos agoreros, sino evangelizadores. Junto a Dios florece la paz, el gozo, la esperanza y la fraternidad. Jesús en persona es el Evangelio de Dios, no la venganza de Dios; es la mano tendida a los pecadores.

    La nueva evangelización tiene mucho que ver con los jóvenes como destinatarios y como sujetos evangelizadores; pues bien, el impacto producido por cientos de miles de jóvenes normales, sacrificados, alegres y orantes en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid ha sido inmenso; ha traspasado los límites de la Iglesia llegando a la misma sociedad para darnos confianza de cara al futuro, ya que quien dice joven dice futuro y dice esperanza. ¿Quién ha dicho que Dios no es relevante para la vida del hombre, que la religión no tiene porvenir, que la causa de la Iglesia está caducada? ¡Claro que es compatible ser joven, moderno y cristiano! Esos jóvenes ya no separan el seguimiento de Jesús y la pertenencia cordial a la Iglesia. «Jesús sí, la Iglesia también». Con jóvenes así se puede contar para la nueva evangelización. Aquellos días inolvidables hemos entrevisto un mundo nuevo.

    Y, por último, aunque como dijo santa Teresa de Jesús, «la digo a la postre, es la principal y las abraza a todas» (Camino de Perfección, 6, 1). La nueva evangelización y la iniciación cristiana deben caminar unidas. ¿No es la iniciación cristiana el método prioritario de la nueva evangelización? «Como es posible intuir, el campo de la iniciación es verdaderamente un ingrediente esencial del mandato evangelizador. La “nueva evangelización” tiene mucho que decir a este respecto: Es necesario, en efecto, que la Iglesia continúe de modo fuerte y determinado esos ejercicios de discernimiento actuales, y al mismo tiempo encuentre energías para entusiasmar nuevamente a aquellos sujetos y aquellas comunidades que muestran signos de cansancio y de resignación» (Lineamenta, 18). Se trata de evangelizar al hombre desde los cimientos, uniendo anuncio de la fe y de la conversión con el encuentro con Jesucristo en la Palabra y los sacramentos; armonizando el crecimiento de la fe personal y la maduración de la comunidad; acompasando conocimiento de la fe, experiencia y misión.