{\sc Arzobispo} \\ Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Conferencia

Semana Santa 2012 en el Club de Opinión “Santiago Alba” de Valladolid

“Itinerario de la virgen Egeria”: \\La Semana Santa en Jerusalén

29 de marzo de 2012


Temas: Semana Santa en Tierra Santa (“Itinerario de la virgen Egeria”).

Publicado: BOA 2012, 190.


  • Introducción
  • 1. Nombre y procedencia de la peregrina
  • 2. Paisaje con profundidad
  • 3. La procesión más antigua del Domingo de Ramos
  • 4. Jueves Santo (Feria quinta de la Semana Mayor)
  • 5. Viernes Santo
  • 6. Sábado Santo y Pascua
  • Notas

    |<  <  >  >|Notas

    Como signo de reconocimiento a la Semana Santa de Valladolid y por la proximidad de su celebración, me ha parecido conveniente en esta oportunidad traer a la memoria otra Semana Santa vivida a finales del siglo IV en Jerusalén, contada por una mujer de nuestra tierra en una descripción que ha hecho época en la historia de la Liturgia. Como los misterios celebrados son los mismos, entonces y ahora, en Jerusalén y en Valladolid, testificamos así la catolicidad de la Iglesia en el espacio y en el tiempo.

    1. Nombre y procedencia de la peregrina

    |<  <  >  >|Notas

    En 1884 Johannes Franciscus Gamurrini descubrió en el Monasterio de Arezzo (Italia) un manuscrito en latín que procedía de la Abadía benedictina de Monte Casino, en cuyo famoso scriptorium había sido copiado. El manuscrito estaba mutilado.

    Una dama de alta alcurnia y piadosa describe en el escrito a sus “hermanas” una peregrinación que ella misma había hecho a los santos lugares. Iba, como es de suponer, adecuadamente acompañada, y fue recibida con las debidas atenciones por parte de los monjes, religiosas y obispos. Visitó, probablemente entre 381 y 384, Constantinopla (aquí empieza la narración mutilada del viaje), Asia Menor, Palestina, Sinaí, Egipto, Arabia y Siria. Como faltan bastantes páginas del pergamino, no se puede seguir enteramente el itinerario. Consignó por escrito los lugares y celebraciones que había visto. Es un documento de notable interés para la Topografía y la Filología, para la Historia y la Liturgia. Nosotros nos detenemos en la descripción detallada que hace de las fiestas de Semana Santa y Pascua. Aporta datos sobre la catequesis, prácticas como el ayuno, la vida monástica y la jerarquía eclesiástica. Falta al principio la narración del viaje desde su lugar de origen, con toda probabilidad España y más en concreto la “Provincia Gallaetia”, hasta Constantinopla.

    San Valerio del Bierzo tuvo en sus manos el manuscrito en el siglo VII (hacia el año 650), y dio a conocer por primera vez su existencia en una carta a un monasterio de la misma región. San Valerio no indica la fecha del viaje; el P. Agustín Arce lo fija en los años 381-382; otros lo retrasan algunos años, hasta 393-396. El testimonio de Valerio nos asegura que Egeria o Etheria (es el nombre más probable, antes se atribuía a una mujer llamada Silvia) era originaria del “extremo litoral del mar Océano”. Análisis de la carta de san Valerio realizados por M. Ferotin con mucho rigor en 1903 avalan la tesis de que España era el lugar de nacimiento de esta monja decidida y arriesgada. San Valerio la pone como ejemplo de las vírgenes prudentes que esperaron la llegada del esposo con el aceite en sus lámparas (cf. Mt 25,1 ss.).

    Como la extensión de la “Provincia Gallaetia” es muy amplia, no disponemos de argumentos para precisar más el lugar de procedencia. Esa provincia romana estaba bañada por el Océano en la parte norte y oeste, pero hacia el sur y hacia el este se extendía hasta comprender varias provincias según la división actual de España.

    Del singular libro de viajes hay traducciones españolas, francesas, inglesas, italianas, una en griego y otra en ruso. Yo tengo presente la edición crítica del texto latino con la traducción castellana realizada por el franciscano Agustín Arce.

    2. Paisaje con profundidad

    |<  <  >  >|Notas

    Hay lugares, rústicos o urbanos, muy bellos según las diversas formas de belleza: más sobria o más exuberante, más llana o más escarpada, más suave o más impetuosa. Tierra de Campos es bella y particularmente en ciertas épocas del año; las rías gallegas o los valles interiores impresionan con otro tipo de belleza; las cataratas del Niágara o el anfiteatro de Gredos contemplado desde la laguna. Aunque no se puede negar la belleza de estos paisajes, se comprende que haya gustos y preferencias personales.

    Existen lugares que podemos decir que tienen profundidad, ya que la experiencia personal revive al visitarlos de nuevo, o porque allí han tenido lugar acontecimientos extraordinarios de la historia. Detrás de cada rincón despiertan en nosotros recuerdos de personas entrañables o hechos relevantes de la vida. Hasta los recuerdos agridulces se vuelven íntimamente queridos. Todo habla, todo llora; «sunt lacrimae rerum», dijo Virgilio al contar la destrucción de Troya.

    Hay sitios que, por la trascendencia histórica universal, y no digamos si uno se identifica por motivos de fe con lo allí acontecido, los visitamos con respeto, con gratitud, con temblor creyente. Así es, por ejemplo, Tierra Santa, la tierra de Jesús, nuestro Señor Jesucristo.

    Egeria, cuando visitaba los lugares santos, leía el pasaje bíblico pertinente, como hacen las peregrinaciones cristianas que visitan hoy Tierra Santa. Allí no solo se contemplan piedras milenarias y venerables, por así decir; no solo se visitan restos arqueológicos y lugares de acontecimientos históricos de hace milenios. En aquel trozo de tierra han tenido lugar los hechos decisivos de la historia de la salvación.

    Es muy distinto visitar los lugares de Tierra Santa cuando allí vive una comunidad cristiana, ya que esa comunidad retoma hondamente la historia precedente y actualiza su memoria. Si no hubiera cristianos, por hipótesis, en Tierra Santa visitaríamos un extraordinario y amplísimo museo, pero sin otra vida que la que los turistas con sus conocimientos y actitudes pudieran trasmitir a aquellas ruinas. Por eso, es muy importante ayudar a que las comunidades cristianas de aquellos lugares puedan continuar viviendo allí, a pesar de las dificultades que padecen con frecuencia por convivir con el pueblo judío y con los árabes. Tienen derecho a vivir en su tierra, que es la de sus padres y antepasados; que no tengan que salir para poder vivir con seguridad y esperanza. Ellos, los cristianos, la mayor parte de procedencia árabe, son tan árabes como los musulmanes. ¡Qué difícil es la paz en la tierra de Jesús, el Príncipe de la paz, el que murió para reconciliar a todos los hombres! El lugar originario de la fraternidad es desgraciadamente un foco de discordia con repercusiones mundiales.

    Tienen una elocuencia singular los pasajes de la Sagrada Escritura cuando se leen en los lugares, más o menos precisos, donde acontecieron los hechos de que nos hablan. La tierra, el paisaje, el cielo, el aire, el viento, el calor, el frío, la luna… ayudan a leer la Sagrada Escritura. Egeria visitaba los lugares con la Biblia, que cita frecuentemente: 80 veces el Antiguo Testamento y 20 el Nuevo Testamento. Todavía no había sido publicada la Vulgata de san Jerónimo, que no aparecería hasta después del año 400. El Itinerario de Egeria aúna lugares santos, textos bíblicos de lo acontecido allí según la tradición, y la memoria litúrgica cristiana de lo vivido por Jesús y celebrado por los fieles que creen en Él. Egeria, que viajaba por el llamado cursus publicus, disponía de medios de transporte oficiales. El volumen y el peso de la Biblia eran muy distintos a los de hoy; actualmente en un móvil podemos llevar una biblioteca.

    No puedo dejar de recordar aquí los lugares que para mí han sido más evocadores, uniendo su especial belleza con la historia y la fe. Contemplar desde el monte de las bienaventuranzas el lago de Galilea, leyendo despacio el sermón del monte con los ojos y el corazón, recordando a Jesús con sus discípulos faenando en el lago, unas veces en calma y otras agitado… es una experiencia inolvidable. Aunque actualmente el nivel de las aguas puede descender algunos metros para poder regar los terrenos de la antigua Filistea, la parte suroeste de Israel, no desaparece el paisaje único del lago de Genesaret, en cuyo entorno transcurrió gran parte de la vida pública de Jesús.

    La ciudad de Jerusalén es impresionante. Ya se sabe que ha tenido muchas etapas históricas: desde Sion, la Ciudad de David, pasando por la Jerusalén destruida y reedificada antes de Jesús, por la Jerusalén en tiempos de Jesús, por la destruida después de Jesús y convertida en Aelia Capitolina. Habiéndose levantado en armas el pueblo judío desde 132 a 135 guiado por Bar Kokebá, el “hijo de la estrella” (cf. Nm 24,17), y domada la sublevación por el emperador Aelius Hadrianus, la reconstruyó y le dio su nombre. No se llamaba Jerusalén, sino Aelia, un nombre que resultaba doblemente humillante para los judíos, por la derrota y por haberle sustraído la denominación histórica. Cuando fue restaurada a partir del siglo IV, la ciudad recuperó el nombre de Jerusalén, o como dicen multitud de testimonios literarios, la Ciudad Santa de Jerusalén. El nombre de la colonia romana había sido el oficial de la ciudad durante 200 años.

    «La ciudad que Egeria encontró en 381 no era la Jerusalén de Herodes ni la del Nuevo Testamento, sino una colonia romana enteramente nueva» (Arce, p. 62). Pero ya Constantino el Grande había edificado varias iglesias que aparecen constantemente en el Itinerario.

    Jerusalén, a pesar de la historia de destrucciones y reconstrucciones, conmueve profundamente. Ni las destrucciones destruyeron todo desde los cimientos ni las reconstrucciones hicieron todo enteramente nuevo. Hay lugares bien identificados en medio de los diversos niveles históricos y arqueológicos. Contemplar Jerusalén desde el monte más allá del torrente Cedrón, desde la actual “maison de Abraham”, es admirable: el torrente, la muralla, la puerta dorada, la explanada del templo, con las bellísimas mezquitas de Omar y El-Aksa, el monte de la ciudad de Sion, y al fondo iglesias, edificios públicos y privados, y la Basílica del Santo Sepulcro, con la pátina que da el tiempo a las antiguas edificaciones y el trasfondo histórico que se extiende a lo largo de los siglos.

    Jerusalén es la Ciudad Santa de David, cuyo corazón era el monte santo en el que estaba edificado el Templo. Dios habitaba en medio de su pueblo. Allí peregrinaba Israel, como centro de culto y de unidad. La Jerusalén histórica fue proyectada como ciudad mesiánica y de esperanza, que culminaría en la Jerusalén del cielo (cf. Is 65,17 ss.; 66,22; Ap 21,1 ss.).

    Visitar el lugar donde según la tradición nació Jesús en Belén es todo un discurso compuesto con acontecimientos, signos, palabras, ámbitos. Para acceder a ese lugar se atraviesa una puerta muy baja que une la basílica con el sitio donde según la tradición natus est Jesus. Contiene una lección espiritual el que solo los niños y quienes se inclinen profundamente haciéndose como niños puedan acceder al lugar donde el Verbo de Dios se “abrevió”, se hizo débil, se hizo pobre, se hizo niño, fue acostado en un pesebre.

    El desierto del Sinaí es una fuente inagotable de experiencias, en la que se nos impone “el desierto inmenso y terrible” (cf. Dt 1,19) del que habla la Escritura. Allí una persona sola experimenta realmente la soledad y la desprotección ante todos los peligros: el hambre, la sed, sin caminos, el ilimitado desierto, la ausencia de vida. Si una persona sale del grupo y se aleja, peligra su vida.

    Contemplar desde la cumbre del Sinaí el amanecer y la salida del sol sobre el desierto es casi una “teofanía”. ¡Qué bien se entienden aquellas palabras bíblicas: “Luz de tu gloria destellaron las arenas”! (cf. Ex 16,10) Son experiencias en las que se unen la historia, la fe, la belleza singular del paisaje, la imponencia de la naturaleza. Yo deseo a todos estas experiencias que se graban para siempre en la persona. Son inolvidables y enriquecen la lectura de la Escritura.

    Cuando Juan Pablo II fue a las fuentes de la fe cristiana con ocasión del Año Jubilar del 2000º Aniversario del nacimiento de Jesús, pudo contemplar Tierra Santa desde el monte Nebo, aunque no pudo ir a la patria de Abraham, Ur de Caldea, como había deseado. ¡Qué horizonte histórico y eterno! Al terminar los días de la visita, antes de llegar a Tel Aviv para coger el avión en el aeropuerto Ben Gurión, le preguntaron si deseaba visitar algo de nuevo especialmente. “Sí”, dijo: “El Calvario, adonde se sube por una escalera empinada y arriba está la cruz del Señor. Pude experimentar personalmente durante una temporada qué fácil es rezar allí”.

    3. La procesión más antigua del Domingo de Ramos

    |<  <  >  >|Notas

    Participé por primera vez en la procesión del Domingo de Ramos en nuestra ciudad el año pasado. Fue realmente espléndida; a este esplendor contribuyeron el sol radiante, la temperatura agradable, y sobre todo la multitud de niños que con ramos y palmas, batiéndolos al paso de la imagen procesional, cubrieron el trayecto desde la Catedral hasta la Iglesia de la Vera Cruz. La luz, el color, la música y los cantos; la participación respetuosa y bien compuesta; la ordenada marcha de los niños; la atención de todos, tanto de los que caminaban por las calles como de los que contemplaban la procesión desde las aceras: todo convergió en una procesión excelente y religiosa. Aseguro que la imagen de la calle Platería desde el balcón de la Iglesia de la Vera Cruz era bellísima e inolvidable.

    Pues bien, Egeria nos cuenta cómo era la procesión del Domingo de Ramos a finales del siglo IV, en Jerusalén y el entorno, ya que empezaba en la Iglesia llamada Eleona del monte Olivete. Es una descripción impagable que nos habla de una historia muchas veces secular que continúa viva, no solo en Jerusalén, sino también entre nosotros. Actualmente la procesión sale de Betfagé y llega hasta la Iglesia de Santa Ana. Somos herederos legítimos de aquellos acontecimientos y actos litúrgicos cristianos. Estas son sus palabras: «Cuando empieza la hora undécima (las cinco de la tarde), se lee el texto del evangelio donde los niños, con ramos y palmas, salieron al encuentro del Señor, diciendo: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Y al punto se levanta el obispo y todo el pueblo; desde lo más alto del monte Olivete se va a pie todo el camino. Todo el pueblo va delante de él cantando himnos y antífonas, respondiendo siempre: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Y todos los niños de aquellos lugares, aun los que no pueden ir a pie, por ser tiernos y llevarlos sus padres al cuello, todos llevan ramos, unos de palmas, otros de olivos; y así es llevado el obispo en la misma forma que entonces fue llevado el Señor. Desde lo alto del monte hasta la ciudad, y desde aquí a la “Anástasis” por toda la ciudad, todos hacen todo el camino a pie; (…) se va poco a poco, para que no se canse el pueblo, y así se llega a la “Anástasis” ya tarde» (Itinerario 31, 2-4; pp. 283-285).

    Hagamos algunas observaciones sobre la narración. El texto subraya particularmente la participación de los niños, incluso de los más pequeños. También cantamos en la liturgia actual unas antífonas con los mismos acentos durante la procesión: «Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor aclamando: ¡Hosanna en el cielo!» «Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor!» Salmo 23: «¡Portones!, alzad los dinteles, va a entrar el Rey de la gloria!» Salmo 46: «Pueblos todos, batid palmas, acamad a Dios con gritos de júbilo». «¡Gritad Hosanna y haceos como los niños hebreos al paso del Redentor! ¡Gloria y honor al que viene en el nombre del Señor!». «Como Jerusalén con su traje festivo, vestida de palmeras, coronada de olivos, viene la cristiandad en son de romería a inaugurar tu Pascua con himnos de alegría» (Liturgia del domingo de Ramos).

    Con los oficios del Domingo de Ramos comenzaba la Semana Mayor, Mεγάλη έβδομάs; es decir, nuestra Semana Santa (p. 129). Egeria señala que se lee el texto del Evangelio donde los niños con ramos y palmas salieron al encuentro del Señor. Este año proclamaremos antes de comenzar la procesión el pasaje correspondiente al Evangelio según san Marcos: Jesús y los discípulos se acercan a Jerusalén por Betfagé y Betania, en el camino desde Galilea por Jericó; primero se cuenta cómo consiguen el borrico en que montaría Jesús para significar que el hijo de David no viene en su entrada con la ostentación del poder, sino con la sencillez y la paz (cf. Za 9,9; Mt 21,5). Cuando les fue permitido tomar el borrico, «echaron encima los mantos, y Jesús se montó» (Mc 11,7). «Los que iban delante y detrás, gritaban: ¡Viva, bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Viva el Altísimo!» (Mc 11,9-11). Jesús ejerce otro tipo de mesianismo, no el que esperaban los judíos; sorprendentemente, se manifestará como un Mesías sufriente, crucificado y resucitado, según veremos a lo largo de la Semana Santa o Semana Mayor.

    Entraron en la ciudad por la puerta llamada de las ovejas, donde se levantó en el siglo V una Basílica llamada Iglesia de las Ovejas o Santa María de la Prabática (cf. Jerusalén, o. c., p. 381).

    Egeria escribió que el obispo era llevado en la misma forma en que fue llevado el Señor, es decir, montado en una cabalgadura humilde, a tono con la sencillez evangélica de la entrada de Jesús en Jerusalén, que es mesiánica pero de diferente forma a como se habían figurado los judíos. La celebración es memoria con algunos aspectos de dramatización que la hacen más elocuente.

    «Esta descripción de Egeria, tan detallada, de la procesión del Domingo de Ramos en Jerusalén, es el primer documento histórico que tenemos de tan interesante ceremonia, que ha sido practicada durante la época bizantina, luego por los cruzados y desde el siglo XIV por los franciscanos de Tierra Santa» (p. 130). Ahora la preside el patriarca latino de Jerusalén (cf. p. 285).

    El escrito de Egeria es muy detallado y abundante en informaciones; es como una guía litúrgica en la que se señala lugares, oraciones, lecturas, catequesis, predicación, cantos, movimientos, participantes, duración, horarios, ayunos, etc. Apenas hace consideraciones de carácter teológico, espiritual o moral. Dada la dificultad para situar los lugares concretos indicados y los cambios acontecidos posteriormente, no es sencillo leer el texto, que por otra parte es escueto y sobrio. No se explican los ritos, aunque se indican las lecturas que se proclaman en los diversos lugares.

    4. Jueves Santo (Feria quinta de la Semana Mayor)

    |<  <  >  >|Notas

    La narración de Egeria recogió un aviso del archidiácono al despedir al pueblo después de haber participado en los oficios de la mañana desde el “primer canto del gallo”: «A la hora primera de la noche reunámonos todos en la Iglesia de Eleona, porque esta noche nos espera muchísimo trabajo» (Itinerario, 35, 1). Antes había recordado una regla vigente entre los monjes que manifiesta mucha sabiduría a propósito del riguroso ayuno, y que se podría extender a las numerosas oraciones y al largo tiempo dedicado a ellas, a saber: «Nadie exige cuánto se debe hacer, sino que cada uno hace lo que puede; ni es alabado el que hace mucho, ni es vituperado el que hace menos» (ibíd., 28, 4). El respeto a la libertad personal que responde a las exigencias interiores de cada cristiano ante Dios tiene mucho que ver con la confianza y la comprensión de los hermanos y de la comunidad.

    Los actos litúrgicos del Jueves Santo se desarrollan en tres lugares: en el complejo del Santo Sepulcro, en el monte Olivete y en Getsemaní, concluyendo todo de nuevo en el Santo Sepulcro. Para comprender este recorrido se debe tener presente cómo había sido reconstruida la ciudad, y sobre todo los lugares donde se reunían los cristianos en el periodo llamado de la Jerusalén bizantina, que empieza con Constantino el Grande y la fundación de Constantinopla en 324 d. C. Es la Jerusalén cristiana, heredera de la Aelia Capitolina, pero que trata de empalmar con la Ciudad Santa del Antiguo Testamento, haciendo sobre todo referencia a la ciudad del tiempo de Jesús de Nazaret (Joaquín González Echegaray, o. c., pp. 363 ss.). La peregrinación de Egeria se sitúa en el marco de la Jerusalén de la época bizantina.

    En la Basílica del Santo Sepulcro, que era entonces el centro religioso por excelencia, y actualmente es un edificio de estilo románico-cruzado del siglo XII, se distinguían tres lugares relevantes: el Martyrium, la Anástasis y la Cruz. Martyrium significa ‘testimonio sellado con la sangre’, y en nuestro caso el sitio en que murió crucificado el Señor (cf. ibíd., 30, 1); Jesús es el “Testigo fiel y veraz” (cf. Ap 1,2.5; 3,14; 19,11.13), que ante Pilato dio hermoso testimonio (cf. 1Tm 6,13; Jn 18,36-37). Anástasis significa ‘resurrección’; hace referencia a este lugar, consiguientemente, a la victoria de Jesús sobre la muerte; el sepulcro donde había sido depositado quedó vacío porque había resucitado. La cruz era una especie de cripta adonde se descendía desde el Martyrion, el espacio más holgado para la asamblea de la comunidad, que era una basílica de cinco naves y un ábside. La Cruz sería el sitio donde santa Elena, la madre del emperador Constantino, habría encontrado la cruz del Señor, que suscita comprensiblemente en los cristianos una veneración especial (cf. Jerusalén o. c., p. 377 ss.).

    Otra basílica muy importante de Jerusalén, construida por orden de Constantino, fue la llamada Eleona (del griego elaion, que significa ‘de los olivos’) situada en el monte Olivete. Se había construido sobre una gruta que se suponía era el lugar donde Jesús se reunía con los suyos, donde estos habían recibido enseñanzas del Maestro (cf. Mt 24,3), y desde donde habría subido al cielo (cf. Hch 1,9-12), por lo cual se conmemoraba en ella especialmente la Ascensión del Señor (cf. Jerusalén, o. c., p. 380).

    Era muy importante también la Iglesia del Cenáculo, llamada en el siglo IV Iglesia Alta de los Apóstoles. En la segunda planta, en el piso alto, se conserva el lugar donde al parecer se reunían los apóstoles, que en la narración de Egeria está relacionado con la aparición de Jesús ya resucitado, y donde habría descendido el Espíritu Santo (cf. Mc 14,15). La Iglesia Superior de los Apóstoles corresponde al actual edificio tenido como el Cenáculo, en el que se reunía la Pequeña Iglesia de Dios, en la Ciudad Alta extramuros, hoy monte Sion. «La peregrina Egeria hacia 381-384 se refiere a ella como iglesia, poniéndola en relación con las apariciones de Jesús tras la resurrección; por eso se acude allí con toda solemnidad el día de Pascua (Itinerario, 39, 45), pero no el Jueves Santo, ya que aún no se la relaciona con el pasaje de la Última Cena» (Jerusalén, pp. 368-369). El día de Pentecostés van también a la Iglesia de Sion, y leen el texto de la efusión del Espíritu Santo sobre la comunidad reunida allí (Itinerario, 43, 3) (cf. Hch 2,1-12).

    ¿Qué actos celebraban el Jueves Santo? En primer lugar algo reseñado como singular. «Hecha la despedida del Martirio, se va detrás de la Cruz, se dice allí un solo himno, se hace oración, ofrece allí el obispo la oblación y comulgan todos. Este es el único día durante el año en que se ofrece detrás de la Cruz» (Itinerario, 35, 2). A la celebración eucarística se la llama “oblación”. En efecto, Jesús se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor (cf. Hb 10,1 ss.). Quedamos santificados en virtud de «la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10,10). En la Eucaristía hacemos memoria de la entrega y oblación de Jesucristo. El Señor congrega a su pueblo sin cesar para ofrecer en su honor «un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso» (Plegaria Eucarística III).

    Dos lugares acogerán a los cristianos esa tarde-noche: Eleona y Getsemaní, siguiendo los pasos del Señor en este día santo. Getsemaní está situado al pie del monte de los Olivos, donde Jesús comenzó su pasión y donde el emperador Teodosio el Grande levantó en el 385 una Basílica, que Egeria califica de “elegante” (elegans). «Inmediatamente después de comer, todos van a Eleona, a la iglesia donde está la gruta en la que este mismo día estuvo el Señor con los discípulos» (Itinerario, 35, 2-5). Allí, hasta aproximadamente la hora quinta de la noche, hasta medianoche, leen los textos correspondientes del Evangelio (cf. Mt 24,3-14 y paralelos), se cantan antífonas e himnos, se recitan oraciones. La palabra de Jesús, pronunciada según la tradición en ese lugar, cobra con la memoria de la muerte y resurrección luz y fuerza particulares para la comunidad reunida. Desde allí se sube al lugar de la Ascensión, donde nuevamente se leen los textos correspondientes al día y al lugar, se canta y se ora (cf. Mc 16,19-20; Lc 24,50-53; Hch 1,4-11).

    «Cuando comienza a ser el canto de los gallos, se baja del “Inbomon” (el lugar de la Ascensión) cantando himnos y se llega al lugar mismo en que oró el Señor, como está escrito en el evangelio: “Y se apartó como un tiro de piedra y oró… Velad para que no entréis en tentación”» (Itinerario, 36, 1; cf. Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,39-46; Jn 18,1-2). Cuenta Egeria que ante los textos del prendimiento de Jesús queda el pueblo profundamente conmovido, prorrumpiendo en lágrimas y sollozos. Desde Getsemaní retornan a la ciudad. «Se va a la ciudad a pie cantando himnos; se llega a la puerta a la hora en que un hombre apenas puede distinguir a otro hombre, y de allí van todos por medio de la ciudad hasta la Cruz» (Itinerario 36, 3). Llegan a la Cruz cuando “ya el día comienza a ser claro”. Allí se lee lo relacionado con el juicio de Jesús ante Pilato (cf. Mt 27,11-23; Mc 15,2-15; Lc 23,3-7; Jn 18,29-40; 19,4-16). «Luego habla el obispo al pueblo, animando a todos por haber sufrido durante toda la noche y por lo que aún sufrirán durante este día; que no se arredren, sino que pongan su confianza en Dios, que les dará mayor recompensa por tanta pena» (Itinerario, 36, 4). Como podemos observar por la narración, ha sido un día muy intenso. ¡Y lo que les queda! Pronto verán “el santo leño de la cruz, que aprovechará para la salvación a todos los creyentes”.

    5. Viernes Santo

    |<  <  >  >|Notas

    El Viernes Santo transcurre fundamentalmente en la actual Basílica del Santo Sepulcro. Hay dos momentos que nos recuerdan claramente la celebración de la pasión del Señor, según la descripción que nos dejó Egeria. En primer lugar, cada cristiano venera solemnemente la cruz, y después, durante tres horas, de sexta a nona, recordando las horas de Cristo en la cruz, se leen lecturas bíblicas.

    He aquí las palabras de Egeria en relación con la primera parte: En el Gólgota, detrás de la Cruz (donde fue hallada por santa Elena), se pone la cátedra para el obispo. «Es colocada ante él una mesa cubierta con un lienzo; alrededor de la mesa están de pie los diáconos; es traído el relicario de plata dorada en el que está el santo leño de la cruz (…) El obispo aprieta con sus manos las extremidades del leño santo para ofrecerlo a la veneración. Todo el pueblo va pasando uno a uno; inclinándose, todos van tocando, primero con la frente y luego con los ojos, la cruz, y besando la cruz van pasando; pero nadie alarga la mano para tocarla» (Itinerario, 37, 1-3). El pueblo entra por una puerta y sale por la otra a la Cruz, donde el día anterior fue hecha la oblación. Conviene subrayar la conexión de Eucaristía y cruz del Señor. Si comparamos el rito actual de la adoración de la cruz con el descrito por Egeria, salta a la vista no solo la idéntica actitud, sino también la cercanía de las formas celebrativas.

    Desde la hora sexta hasta la hora nona, delante de la cruz, es decir, entre la Anástasis, la Cruz y el Martirio, «no se hace otra cosa más que leer lecturas, de esta manera: se lee primero de los Salmos, siempre que traten de la pasión; léese luego del Apóstol o epístolas de los Apóstoles, o de los Hechos, siempre que traten de la pasión del Señor; también de los Evangelios se leen los lugares donde padeció; se lee de los Profetas, donde anunciaron que padecería el Señor» (Itinerario, 37, 3-5). Se va impartiendo catequesis al pueblo entre las lecturas: «Durante aquellas tres horas se enseña a todo el pueblo que nada sucedió que no haya sido dicho antes, y nada se dijo que no se haya cumplido. Siempre se van intercalando oraciones apropiadas al día» (Itinerario, 37, 6). Murió por nuestros pecados según las Escrituras (cf. 1Co 15,3) y en Cristo fueron cumplidas las Escrituras (cf. Hch 13,27-29). Así comenta Egeria la reacción de la gente: «No hay nadie, grande ni chico, que durante las tres horas de aquel día deje de llorar» porque «el Señor haya sufrido por nosotros tales cosas» (Itinerario, 37, 7). La narración de la pasión y muerte los conmueve hondamente por el sufrimiento del Señor y por la gracia salvífica que nos ofrece. Se termina la celebración leyendo el Evangelio según san Juan donde «entregó su espíritu» (Jn 19,30). Y después leen en la Anástasis, donde estaba el sepulcro, el pasaje en que José de Arimatea pide a Pilato el cuerpo de Jesús para depositarlo en un sepulcro nuevo (cf. Jn 19,38-42; Mt 27,57-61; Mc 15,42-47; Lc 23,50-56). Este sepulcro es la gruta actual de la Anástasis (resurrección) constantiniana. Como puede verse actualmente, el mismo espacio pequeño es el sepulcro que quedó vacío por la resurrección. Concluida la lectura «son bendecidos los catecúmenos y se hace la despedida» (Itinerario, 37, 8). El anuncio de la vigilia en la Anástasis y la mención de los catecúmenos abren la perspectiva a su inminente bautismo en la noche pascual del sábado.

    6. Sábado Santo y Pascua

    |<  <Notas

    Desde la hora nona, es decir, desde las tres de la tarde del sábado, se prepara la vigilia pascual en la iglesia mayor, en el Martirio. Escribe brevemente Egeria: En esta vigilia pascual «solo se añade aquí lo siguiente: que los niños, después de bautizados y vestidos, al salir de la fuente son llevados juntamente con el obispo a la Anástasis». En la Anástasis, colocado el obispo dentro de los canceles, hace una oración por ellos (Itinerario, 38, 1-2). Esta singularidad, a saber, la corta procesión desde la piscina a la Anástasis, obviamente solo es posible en Jerusalén; subraya cómo el bautismo, porque une con Jesucristo muerto y resucitado, es fuente de nueva vida.

    Retorna el obispo con los bautizados a la iglesia mayor, el Martirio; se hacen las vigilias; se celebra la oblación, es decir, la Eucaristía; y son despedidos.

    Las fiestas pascuales son celebradas durante ocho días en diversas iglesias. Se debe subrayar lo siguiente: El domingo, después de las vísperas o del lucernario (este nombre viene de las muchas lámparas y cirios, y aquel de la hora avanzada del día: cf. Itinerario, 24, 4), van a Sion, acompañando al obispo y cantando himnos, «donde, llegados, se dicen himnos apropiados al día y al lugar, se hace oración y se lee el lugar del evangelio donde ese mismo día el Señor, en el mismo lugar en que ahora está la misma Iglesia en Sion, entró a los discípulos estando cerradas las puertas, cuando entonces no estaba allí uno de los discípulos, Tomás; y cuando regresó, diciéndole los otros apóstoles que habían visto al Señor, él dijo: “No lo creo, si no lo veo”» (Itinerario, 39, 5).

    Igualmente el domingo, en la octava de Pascua, terminado el lucernario en la Anástasis, «todo el pueblo, sin faltar uno, cantando himnos, llevan al obispo hasta Sion; y llegando allí se dicen himnos apropiados al lugar y al día; léese además el lugar del evangelio donde, en la octava de Pascua, entró el Señor donde estaban los discípulos, y reprendió a Tomás por haber sido incrédulo» (Itinerario, 40, 2). Terminadas las oraciones, bendecidos los bautizados y los fieles, vuelve cada cual a su casa. Así termina la descripción de Egeria de la Semana Mayor con la octava de Pascua.

    Concluimos la exposición subrayando la satisfacción que nos produce la continuidad en la fe y en su celebración. La Iglesia es Tradición ininterrumpida; es como una cadena viviente, uno de cuyos eslabones nos presenta la virgen Egeria en su Itinerario.


    Notas:

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    [1]  El Monasterio de Monte Casino fue destruido durante la II Guerra Mundial, y fue reconstruido gracias al alzado de planos que un monje arquitecto había realizado del anterior edificio. Dicen que la reconstrucción es exacta. Está junto al Monasterio Roccasecca de Aquino, donde nació santo Tomás, que de pequeño estuvo algún tiempo en la Abadía.
    [2]  “Le veritable auteur de la Peregrinatio Sylviae. La vierge espagnole Etherie”, en: Revue des Questions Historiques 77=1903, pp. 367-393.
    [3]  Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid 1980. Cf. Ursicino Domínguez del Val, “Egeria”, en: Diccionario de Historia Eclesiástica de España II, Madrid 1972, col. 778.
    [4]  Cf. Joaquín González Echegaray, Pisando tus umbrales, Jerusalén. Historia antigua de la ciudad, Estella (Navarra) 2005, pp. 263 ss.
    [5]  Cf. Catequesis de San Cirilo de Jerusalén XIII, 4.