Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Alocución

X Premio de la Crítica de Castilla y León convocado por la Fundación “Instituto Castellano y Leonés de la Lengua” 2012

Premio a la obra “El rostro de Cristo”
de Olegario González de Cardedal

28 de abril de 2012


Temas: El rostro de Cristo (Olegario González de Cardedal).

Publicado: BOA 2012, 162.


Saludo a todos con respeto y afecto, en nombre del profesor Olegario González de Cardedal y en el mío propio. Muestro mi consideración a la concejala de cultura del Ayuntamiento, D.ª Mercedes Cantalapiedra; al director de la Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, D. Gonzalo Santonja; y al presidente del Jurado, D. Carlos Aganzo, director de El Norte de Castilla. Manifiesto mi cordial felicitación a quien comparte ex aequo el Premio con Olegario, el poeta D. Antonio Colinas.

Yo había recibido la invitación a este acto solemne y significativo como arzobispo de Valladolid y como amigo de Olegario. Pero el galardonado me ha pedido que reciba el premio en su nombre. Ambos, Olegario y un servidor de ustedes, nacimos en la misma zona de la provincia de Ávila; los dos estudiamos en el mismo Seminario, que entonces era un ámbito con notable altura cultural, bajo la dirección de un rector realmente excelente, D. Baldomero Jiménez Duque; y más tarde coincidimos como profesores en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Aunque nuestra vida haya discurrido posteriormente por caminos distintos, la amistad ha sido —esta es mi convicción— cultivada generosamente por parte de los dos. Yo he experimentado la verdad del adagio “el que halla un amigo verdadero ha encontrado un tesoro”. La conversación a distancia y en presencia supone ya haber compartido tanto que, además de ser un descanso, es una escuela de comunicación cordial y de enriquecimiento.

Recibo el premio en nombre de Olegario, ausente hoy porque tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en Salamanca hace algunos días. Gracias a Dios se va reponiendo muy bien, pero el postoperatorio tiene un ritmo que no se puede acelerar. Ayer hablé con él y se va sintiendo poco a poco más fuerte, o, si quieren, menos débil. Desde aquí le envío un saludo de amistad y de felicitación; permítanme que este saludo sea también en nombre de ustedes.

Bajo el título El rostro de Cristo, que tiene ecos literarios, escultóricos, pictóricos, espirituales y místicos, publicó D. Olegario un bello libro voluminoso, como en él es frecuente, coincidiendo con las últimas exposiciones, tenidas en Medina del Campo y Medina de Rioseco, de Las Edades del Hombre. Desde la primera exposición en Valladolid en 1988, que fue una sorpresa magnífica, hasta las últimas, no han dejado de brillar con luz propia; han sido una realidad cultural de primera magnitud. Han mostrado, de forma original, el patrimonio cultural riquísimo e inagotable de Castilla y León. Debemos reconocimiento y gratitud a quienes tuvieron la feliz iniciativa y a quienes la han sostenido sin decaer durante tantos años. A Las Edades del Hombre ha prestado siempre atención Olegario, ya que se siente hondamente arraigado en su tierra, su pueblo y su historia, y siempre ha ejercido su reflexión y su capacidad iluminadora de los acontecimientos relevantes en la historia de los hombres.

Empezaron en Valladolid, y a Valladolid han vuelto en la última edición. Me conmovió cuando leí su dedicación: «Este libro está dedicado al arzobispo de esa Archidiócesis que, sucediendo a los Apóstoles, la preside en la caridad: a D. Ricardo Blázquez. El origen, la historia, la universidad, la Iglesia nos unieron, y con la alegría de la fiel amistad nos han mantenido unidos hasta hoy. Esta dedicación es memoria y agradecimiento».

Por sus páginas van pasando los rostros de Cristo que contemplaron Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y fray Luis de León. El rostro de Cristo en el Expolio del Greco, el de Velázquez y también el de Luciano Díaz Castilla le sugieren hondas reflexiones. ¿Cómo no sentirse atraído, también en la punta trascendente del espíritu, por el rostro y la mirada de Cristo atado a la columna de Gregorio Fernández, conservado en la iglesia de la Vera Cruz de Valladolid, que al tiempo que nos cautiva y retiene, nos ofrece perdón y pide compasión? Hay lugares de donde se retira uno con dificultad porque atraen como un imán; a mí me ha pasado, por ejemplo, ante esta imagen de Cristo y en la gruta de Lourdes.

Olegario nos muestra en este libro, escrito con belleza y abundancia de informaciones, que Jesucristo no es solo Palabra y Nombre, sino también mirada, imagen, luz y rostro. En nuestros imagineros, la fe cristiana es belleza, llamada, puerta a la trascendencia, anuncio del misterio, y reflejo de los hombres y mujeres de nuestra tierra. Confluyen tantas vías en ellos que los hacen sumamente elocuentes.

A mí ya me toca terminar. Felicito a los dos premiados y también al Jurado y al Instituto de la Lengua por su elección tan acertada. ¡Muchas gracias a todos!