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Catequesis

Audiencia General - Año de la fe 2012-2013

Iglesia, una

25 de septiembre de 2013


Temas: Iglesia (unidad).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130925_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2013, 572.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo decimos: «Creo en la Iglesia, una...», o sea, profesamos que la Iglesia es única y que esta Iglesia es en sí misma unidad. Pero si miramos a la Iglesia católica en el mundo, descubrimos que comprende casi 3000 diócesis, diseminadas en todos los continentes: tantas lenguas, tantas culturas. Aquí hay obispos de muchas culturas distintas, de muchos países: está el obispo de Sri Lanka, el obispo de Sudáfrica, un obispo de la India, obispos de América Latina... ¡hay tantos aquí! La Iglesia está difundida por todo el mundo. Pero, con todo, las miles de comunidades católicas forman una unidad. ¿Cómo puede suceder esto?

1. Una respuesta sintética la encontramos en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica , que afirma que la Iglesia católica difundida por el mundo «tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una esperanza común y la misma caridad» (n. 161). Es una definición bella y clara, que nos orienta bien. Unidad en la fe, en la esperanza, en la caridad, en los sacramentos y en el ministerio: son como los pilares que sostienen y mantienen junto el único gran edificio de la Iglesia. Allí donde vamos, hasta en la más pequeña parroquia, en el rincón más perdido de esta tierra, está la única Iglesia: estamos en casa, en familia, entre hermanos y hermanas; y eso es un gran don de Dios. La Iglesia es una sola para todos; no existe una Iglesia para los europeos, una para los africanos, una para los americanos, una para los asiáticos, una para quien vive en Oceanía... no, es la misma en cualquier lugar. Es como una familia: se puede estar lejos, distribuidos por el mundo, pero los vínculos profundos que unen a todos los miembros de la familia permanecen sólidos, cualquiera que sea la distancia. Pienso, por ejemplo, en la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: en aquella inmensa multitud de jóvenes en la playa de Copacabana , se oían hablar muchas lenguas, se veían rasgos de rostros muy distintos entre sí, se encontraban culturas diversas, y, sin embargo, había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, y así se percibía.

Preguntémonos todos: yo, como católico, ¿siento esta unidad? Yo, como católico, ¿vivo esta unidad de la Iglesia? ¿O bien no me interesa, porque estoy cerrado en mi pequeño grupo o en mí mismo? ¿Soy de los que “privatizan” la Iglesia para su propio grupo, su propia nación o sus propios amigos? Es triste encontrar una Iglesia “privatizada” por ese egoísmo y esa falta de fe, ¡es triste! Cuando oigo que muchos cristianos en el mundo sufren, ¿soy indiferente o es como si sufriera alguien de mi familia? Cuando pienso u oigo decir que muchos cristianos son perseguidos y dan hasta la vida por su fe, ¿eso toca mi corazón o no me llega? ¿Estoy abierto a ese hermano o a esa hermana de la familia que está dando la vida por Jesucristo? ¿Oramos los unos por los otros? Os hago una pegunta, pero no respondáis en voz alta, solo en el corazón: ¿cuántos de vosotros rezáis por los cristianos que son perseguidos? ¿Cuántos? Que cada uno responda en su corazón. ¿Rezo por ese hermano o hermana que está en dificultades por confesar y defender su fe? Es importante mirar fuera del recinto propio y sentirse Iglesia, familia única de Dios.

2. Demos otro paso y preguntémonos: ¿hay heridas en esta unidad? ¿Podemos herir esta unidad? Lamentablemente, vemos que en el camino de la historia, incluso ahora, no vivimos siempre la unidad. A veces surgen incomprensiones, conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia no tiene el rostro que desearíamos; no manifiesta la caridad, lo que quiere Dios. Somos nosotros quienes creamos heridas, y, si miramos las divisiones que aún existen entre los cristianos —católicos, ortodoxos, protestantes...—, nos damos cuenta del esfuerzo necesario para hacer plenamente visible esa unidad. Dios nos da la unidad, pero frecuentemente nos cuesta vivirla. Es necesario buscar, construir y educar para la comunión, a fin de superar incomprensiones y divisiones, empezando por la familia y por las realidades eclesiales, también en el diálogo ecuménico. En esta época, nuestro mundo necesita unidad; tenemos necesidad de reconciliación, de comunión, y la Iglesia es Casa de comunión.

San Pablo decía a los cristianos de Éfeso: «Yo, prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad, dulzura y magnanimidad, sobrellevándoos mutuamente con amor, y esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,1-3). Humildad, dulzura, magnanimidad y amor para conservar la unidad. Estos, estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Oigámoslos una vez más: humildad contra la vanidad, contra la soberbia; humildad, dulzura, magnanimidad y amor para conservar la unidad. Y continuaba Pablo: un solo cuerpo, el de Cristo, que recibimos en la Eucaristía; un solo Espíritu, el Espíritu Santo, que anima y recrea continuamente a la Iglesia; una sola esperanza, la vida eterna; una sola fe, un solo Bautismo y un solo Dios, Padre de todos (cf. Ef 4,4-6). Esa es una verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide; esa es la riqueza de la Iglesia. Que cada uno se pregunte hoy: ¿hago crecer la unidad en la familia, en la parroquia, en la comunidad, o soy un hablador o una habladora? ¿Soy motivo de división o de malestar? ¡Cuánto daño hacen las habladurías a la Iglesia, a las parroquias, a las comunidades! ¡Hacen daño! Las habladurías hieren. Un cristiano, antes de chismorrear, debe morderse la lengua; eso nos hará bien, porque así la lengua se inflama y no puede hablar ni chismorrear. ¿Tengo la humildad de remediar con paciencia, con sacrificio, las heridas a la comunión?

3. Finalmente, un último paso más profundo, y es una bonita pregunta: ¿quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Es el Espíritu Santo, que todos hemos recibido en el Bautismo y también en la Confirmación. Nuestra unidad no es fruto principalmente de nuestro consenso, o de la democracia interna en la Iglesia, o de nuestro esfuerzo por estar de acuerdo, sino que viene de Él, que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía y crea siempre la armonía en la Iglesia. Es una unidad armónica en la diversidad de culturas, de lenguas y de pensamiento, y el Espíritu Santo es el motor. Por eso es importante la oración, que es el alma de nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad; y en concreto la oración al Espíritu Santo, para que se haga presente y dé unidad a la Iglesia.

Pidamos al Señor que nos conceda estar cada vez más unidos y no ser nunca instrumentos de división; y que nos haga comprometernos, como dice la Oración de san Francisco, que él inspiró, a llevar amor donde haya odio, a llevar perdón donde haya ofensa, y a llevar unión donde haya discordia. Que así sea.

(Saludo a los peregrinos de lengua española)