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Mensaje

22ª Jornada Mundial del Enfermo 2014

Fe y caridad:
«También nosotros debemos dar
la vida por los hermanos» (1Jn 3,16)

11 de febrero de 2014


Temas: sufrimiento (Jesucristo y María).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/sick/documents/papa-francesco_20131206_giornata-malato.html

Publicado: BOA 2013, 834.


Queridos hermanos y hermanas:

1. Con ocasión de la XXII Jornada Mundial del Enfermo, que este año tiene como tema “Fe y caridad: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1Jn 3,16)”, me dirijo particularmente a las personas enfermas y a todos los que les prestan asistencia y cuidado. Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en vosotros una presencia especial de Cristo sufriente; en efecto, junto, o mejor aún, dentro de nuestro sufrimiento está el de Jesús, que lleva la carga a nuestro lado y revela su sentido. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó la soledad del sufrimiento e iluminó su oscuridad; así pues, estamos ante el misterio del amor de Dios por nosotros, que nos infunde esperanza y valor: esperanza porque, en el plan de amor de Dios, la noche del dolor también se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a cualquier adversidad en su compañía, unidos a Él.

2. El Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la enfermedad ni el sufrimiento, sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado y delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra, pues ahora la tiene la vida nueva en plenitud; transformado, porque, en unión con Cristo, las experiencias negativas pueden llegar a ser positivas. Jesús es el camino, y con su Espíritu podemos seguirle; como el Padre entregó al Hijo por amor, y el Hijo se entregó por el mismo amor, también nosotros podemos amar a los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros hermanos. La fe en el Dios bueno se convierte en bondad, y la fe en Cristo Crucificado se convierte en fuerza para amar hasta el final y hasta a los enemigos. La prueba de la fe auténtica en Cristo es el don de sí y la transmisión del amor al prójimo, especialmente al que no lo merece, al que sufre o al que está marginado.

3. En virtud del Bautismo y de la Confirmación, estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1Jn 3,16). Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las contradicciones del mundo; cuando la entrega generosa hacia los demás se convierte en el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del reino de Dios.

4. Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, tenemos un modelo cristiano a quien dirigir con seguridad nuestra mirada; es la Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, que en ella se hace carne, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta; a lo largo de su vida, lleva en su corazón las palabras del anciano Simeón anunciando que una espada atravesará su alma; y permanece con fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. Ella sabe muy bien cómo se sigue ese camino, y por eso es la Madre de todos los enfermos y de todos los que sufren; podemos recurrir a ella confiados y con devoción filial, seguros de que nos asistirá, nos sostendrá y no nos abandonará. Es la Madre del crucificado resucitado: permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el camino hacia la resurrección y la vida plena.

5. San Juan, el discípulo que estaba a los pies de la cruz con María, hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de Dios, que «es amor» (1Jn 4,8.16), y nos recuerda que no podemos amar a Dios si no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María aprende a amar como Jesús. La cruz es «la certeza del amor fiel de Dios por nosotros, un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, y entra también en la muerte para vencerla y salvarnos… La Cruz de Cristo también nos invita a dejarnos contagiar por este amor, y nos enseña así a mirar siempre con misericordia y amor al otro, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda» (Via Crucis con los jóvenes, Río de Janeiro, 26-7-2013) .

Confío esta XXII Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de María, para que ayude a las personas enfermas a vivir su sufrimiento en comunión con Jesucristo, y sostenga a los que los cuidan. A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, 6 de diciembre de 2013.