Conferencia Episcopal Española
Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida

Imprimir A4  A4x2  A5  

Mensaje

Jornada por la Vida 2014

¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis!

25 de marzo de 2014


Temas: vida y natalidad.

Web oficial: http://www.conferenciaepiscopal.es/images/stories/Jornadas/2014/VidaMensajeObispos.pdf

Publicado: BOA 2014, 69; Ecclesia LXXIV/3.719, marzo (2014), 426-427.


  • Notas

    Por los niños, por los padres, por los abuelos: sí a la vida.

    Para España, para Europa y para el mundo, «la apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Naciones importantes han podido salir de la miseria en buena parte gracias al gran número y a la capacidad de sus habitantes. Por el contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar. La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del índice de reemplazo generacional, pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva de ahorro y consiguientemente los recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de “cerebros” a los que recurrir para las necesidades de la nación. Además, las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Son situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la belleza de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona»1.

    Se podría pensar que la caída de la natalidad solo tiene que ver con los problemas económicos de las familias, y que para aumentarla solo se requiere propiciar un incremento de los ingresos familiares y, en su caso, implementar las ayudas económicas y sociales pertinentes. Desde luego, todo ello sería una gran ayuda, pero no nos equivoquemos: lo verdaderamente grave ha sido la instalación en los corazones de una mentalidad egoísta y antivida que ha arraigado en profundidad en las almas, «con el concurso de los poderosos y de su dinero». El beato Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium vitae , habló de «mentalidad anticonceptiva», «mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad», «mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad», «mentalidad eugenésica», «mentalidad eficientista» y «mentalidad de este mundo» (cf. Rm 12,2). Es necesario, por tanto, «un cambio de mentalidad y de vida» que permita ganar la propia libertad para entregarse al otro: a la esposa o al esposo, a los hijos, a los ancianos, al que sufre. Eso es lo que el papa Francisco explicó cuando afirmó: «una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro».

    Recordando este tema, al que le ha dado gran importancia desde el inicio de su pontificado, también en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro , el papa Francisco dijo que los abuelos «son el tesoro de nuestra sociedad», y un pueblo que no los toma en cuenta «no tiene futuro porque no tiene memoria». Así lo indicó el santo Padre en la homilía de una de las misas que ha presidido en la Capilla de la Casa Santa Marta : «Vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan; es triste decirlo, pero se les descarta, porque fastidian. Los ancianos son los que nos traen la historia, la doctrina y la fe, y nos las dan en herencia; son los que, como el buen vino, envejecen, tienen esa fuerza interior, y nos dan una herencia noble».

    Dicho esto, conviene recordar que nadie puede entregarse si no se posee a sí mismo; y eso no es posible sin la primacía de la gracia, es decir, sin el concurso del Espíritu Santo actuando en los corazones.

    A la luz de todo esto, los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida deseamos llamar de nuevo la atención sobre el valor y la dignidad de la vida humana desde su concepción y hasta su fin natural. Además, queremos instar a reflexionar sobre la experiencia vital en la que todos percibimos la vida como signo de esperanza, sabiendo que en los momentos difíciles dicha esperanza se oscurece y que necesitamos de la ayuda de otros para recuperarla y fortalecerla. La encarnación del Hijo de Dios enaltece la dignidad de la vida humana; es Jesucristo quien revela al hombre el misterio del hombre2. La Iglesia es la madre que acoge a todos con entrañas de misericordia y nos anuncia a Jesucristo, el Evangelio de la Vida.

    Ayuda a esta reflexión una formación adecuada de las conciencias, a la que contribuyen, entre otros medios, los programas de educación afectivosexual, hoy especialmente necesarios. Estos programas, dirigidos a los adolescentes y jóvenes y también a los padres, ayudan a tomar conciencia de la verdad del amor y de la vida, y del sentido y la maravilla de la maternidad y de la paternidad; y abren la puerta a la esperanza en este mundo lleno de oscuridad.

    Tenemos que recuperar la grandeza del don y del sentido de la maternidad, que es el gran don de Dios a la mujer, que la dignifica, haciendo posible que en su seno se produzca el gran milagro de la vida, por la formación, gestación y desarrollo del comienzo de la vida humana. En la sociedad actual, la maternidad ha sido ensombrecida por el feminismo radical y por la ideología de género. El feminismo radicalizado trata absurdamente de igualar lo distinto —Dios los creó «hombre y mujer» (Gn 1,27)—, y esa ideología pretende tachar de servilismo la maternidad potencial de la mujer, afirmando, por otra parte, un poder despótico sobre el fruto de sus entrañas.

    En esa maravillosa diferencia entre el hombre y la mujer radica la complementariedad y la capacidad de comunión en el amor esponsal, imagen del amor de Jesucristo por la Iglesia. Es por esa diferencia sexuada entre el hombre y la mujer que puede darse de forma natural la procreación, la acogida del don de la vida que da Dios; solo Él crea, y convierte a los esposos en colaboradores suyos, que procrean, en el acto libre de la unión conyugal abierto a la vida. Así, Dios concedió a la mujer el privilegio de acoger en su seno el proceso de formación y desarrollo, en sus primeras etapas, del ser humano que alumbrará meses después de su concepción, como fue el caso sublime del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.

    La corriente ideológica “pseudoigualitaria”, inspirada en el feminismo radical y en la ideología de género, conlleva, por otro lado, la errónea concepción de que el hijo es solo responsabilidad de la madre. Al varón, que con frecuencia se constituye en la figura ausente en la educación y formación de sus hijos —el llamado “padre ausente”—, ahora se le relega a la figura de “padre olvidado”. Con ello no solo no se ayuda a lograr la indispensable colaboración del padre en el crecimiento físico, psíquico y espiritual de sus hijos, sino que también se da un paso atrás, facilitando la deconstrucción de la personalidad de los hijos en su masculinidad y de las hijas en su femineidad. Es esencial recuperar la figura del padre, implementando los programas que sean adecuados al respecto.

    El erróneo proceder humano con la reducción del índice de natalidad está dando lugar a un envejecimiento alarmante de la población, que de seguir por ese camino aboca a la ruina demográfica, económica y sobre todo moral de la sociedad. La “política” en el ámbito demográfico, que en la práctica se aproxima a la denominada “del hijo único”, está provocando en no pocas ocasiones graves dificultades en la socialización del individuo: tras dos generaciones de hijos únicos, no solo han desaparecido los hermanos, sino también los tíos y los primos; la soledad puede volverse atronadora, la posibilidad de solidaridad familiar casi se desvanece, y, para los laicistas, solo queda el Estado, quebrado e impotente ante las necesidades materiales y espirituales de las personas.

    El derecho a la vida viene relativizado también por otros mal llamados “derechos”, impuestos despóticamente en nombre del progreso. Resuenan las valientes palabras del papa Francisco: «No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana»3, como un aldabonazo a nuestros corazones, urgiéndonos a una decidida y valiente defensa de la vida. Defender y valorar la vida supone un avance en esta sociedad que se diluye en falsas ideologías que subyugan la libertad y crean estructuras opresoras y esclavizadoras de las conciencias y del pensamiento, bajo la apariencia de novedad y progreso.

    El Papa no solo nos invita a la defensa del «concebido y no nacido», sino también a buscar y facilitar soluciones que eviten llegar al extremo terrible del aborto como una solución rápida a las profundas angustias en las que se ven envueltas las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras.

    Por tanto, repetimos de nuevo el «¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis!», y pedimos a la Santísima Virgen María, Madre de la esperanza, que descorra el velo que cubre nuestros ojos ante la maravillosa realidad de la vida, y nos ayude a construir la civilización del amor con el anuncio del evangelio de la familia y de la vida.

    Mons. Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares - Presidente
    Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, obispo de Bilbao
    Mons. Gerardo Melgar Viciosa, obispo de Osma Soria
    Mons. Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos
    Mons. José Mazuelos Pérez, obispo de Jerez de la Frontera
    Mons. Carlos Manuel Escribano Subías, obispo de Teruel y Albarracín
    Mons. Juan Antonio Aznárez Cobo, obispo auxiliar de Pamplona y Tudela


    Notas:

    |<  <


    [1]  Benedicto XVI, Caritas in veritate, 44 .
    [2]  Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22 .
    [3]  Francisco, Evangelii gaudium, 214 .