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Catequesis

Audiencia General

Sacramentos: Eucaristía (2)

12 de febrero de 2014


Temas: Eucaristía (vida).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140212_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 57; Ecclesia LXXIV/3.715, febreo (2014), 284-285.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la última catequesis destaqué cómo la Eucaristía nos introduce en la comunión real con Jesús y con su misterio. Ahora podemos plantearnos algunas preguntas respecto a la relación entre la Eucaristía que celebramos y nuestra vida como Iglesia y como cristianos. ¿Cómo vivimos la Eucaristía? Cuando vamos a misa el domingo, ¿cómo la vivimos? ¿Es solo un momento de fiesta, es una tradición arraigada, es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o es algo más?

Hay indicadores muy concretos para comprender cómo vivimos la Eucaristía; indicadores que nos dicen si la vivimos bien o no tan bien. El primer indicio es nuestro modo de mirar y considerar a los demás. En la Eucaristía, Cristo vive de nuevo la entrega de sí realizada en la Cruz. Toda su vida es un acto de entrega total de sí por amor; por eso le gustaba estar con sus discípulos y con las personas que tenía ocasión de conocer, lo que significaba para Él compartir sus deseos, sus problemas, lo que agitaba su alma y su vida. Nosotros, ahora, cuando participamos en la santa misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos y niños; pobres y acomodados; originarios del lugar y extranjeros; acompañados por familiares y solos... La Eucaristía que celebro, ¿me lleva a sentirles a todos, verdaderamente, como hermanos y hermanas? ¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con quien se alegra y de llorar con quien llora? ¿Me impulsa a ir hacia los pobres, los enfermos y los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús? Todos nosotros vamos a misa porque amamos a Jesús y queremos compartir, en la Eucaristía, su pasión y su resurrección. ¿Pero amamos, como quiere Jesús, a los hermanos y hermanas más necesitados?

Por ejemplo, estos días hemos visto en Roma mucho malestar social por la lluvia, que ha causado numerosos daños en barrios enteros, o por la falta de trabajo, consecuencia de la crisis económica en todo el mundo. Me pregunto, y que cada uno de nosotros se pregunte: Yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo por ayudar, acercarme o rezar por quienes tienen estos problemas? ¿O bien soy un poco indiferente? ¿O tal vez me preocupo de murmurar sobre cómo está vestida aquella, o cómo está vestido aquel? A veces se hace eso después de la misa, y no se debe hacer; debemos preocuparnos de nuestros hermanos y de nuestras hermanas que pasan necesidad por una enfermedad o por un problema. Hoy nos hará bien pensar en esos hermanos y hermanas nuestros que tienen esos problemas aquí en Roma: problemas por la tragedia provocada por la lluvia, y problemas sociales y laborales. Pidamos a Jesús, a quien recibimos en la Eucaristía, que nos ayude a ayudarles.

Un segundo indicio, muy importante, es la gracia de sentirse perdonados y dispuestos a perdonar. A veces, alguien pregunta: “¿Por qué se debe ir a la iglesia, si quien participa habitualmente en la santa misa es pecador como los demás?”. ¡Cuántas veces lo hemos escuchado! En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considere o quiera aparentar ser mejor que los demás, sino precisamente porque siempre se reconoce necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. Si no nos sentimos necesitados de la misericordia de Dios, no nos sentimos pecadores, es mejor que no vayamos a misa; nosotros vamos a misa porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Dios, participar en la redención de Jesús, en su perdón. El “yo confieso” que decimos al inicio no es una formalidad, es un auténtico acto de penitencia; yo soy pecador y lo confieso, así empieza la misa. No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar «en la noche en que iba a ser entregado» (1Co 11,23); en ese pan y en ese vino que ofrecemos y en torno a los cuales nos reunimos se renueva cada vez el don del cuerpo y de la sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a misa humildemente, como pecadores; el Señor nos perdona.

Un último indicio precioso nos lo ofrece la relación entre la celebración eucarística y la vida de nuestras comunidades cristianas. Es necesario tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hagamos nosotros, no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No, es precisamente una acción de Cristo; es Cristo quien actúa allí, quien está en el altar. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a sí para nutrirnos con su Palabra y su vida; esto significa que la misión y la identidad mismas de la Iglesia brotan de ahí, de la Eucaristía, y ahí toman forma siempre. Una celebración puede resultar incluso impecable, bellísima, desde el punto de vista exterior, pero si no nos conduce al encuentro con Jesucristo, corre el riesgo de no dar ningún sustento a nuestro corazón ni a nuestra vida. A través de la Eucaristía, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla con su gracia, de tal modo que en toda comunidad cristiana exista coherencia entre liturgia y vida.

El corazón se llena de confianza y de esperanza pensando en las palabras de Jesús citadas en el Evangelio: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe, de oración, de perdón, de penitencia, de alegría comunitaria y de atención hacia los necesitados y hacia las necesidades de tantos hermanos y hermanas, con la certeza de que el Señor cumplirá lo que nos ha prometido: darnos la vida eterna. Que así sea.

(Saludo a los peregrinos de lengua española y pensamiento especialmente dirigido a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)