Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Homilía

Solemnidad de san Pedro Regalado 2014

13 de mayo de 2014


Temas: san Pedro Regalado y crisis actual.

Publicado: BOA 2014, 179.


A pocos metros de la casa natal de san Pedro Regalado; en el lugar donde fue bautizado y se conserva su pila bautismal; a una semana de la inauguración de la Exposición de Las Edades del Hombre en Aranda de Duero, distante pocos kilómetros de La Aguilera, donde murió en 1456 y se conserva su sepulcro, nos reunimos hoy, queridos hermanos, para celebrar la Fiesta de nuestro patrono. Exaltamos hoy al humilde franciscano, siguiendo aquellas palabras evangélicas: «El que se humilla será enaltecido» (Lc 18,14).

Hoy celebramos también la Memoria litúrgica de Nuestra Señora la Bienaventurada Virgen María de Fátima. La visita de la Virgen a los pastorcillos subraya también la inclinación de Dios hacia los pobres y los que no cuentan a los ojos del mundo; la Virgen se apareció a tres niños de familias pobres del pueblo de Aljustrel cuando cuidaban el puñado de ovejas de sus padres. La Madre del Señor transmitió a la humanidad un mensaje de oración por la conversión de los pecadores, es decir, de todos nosotros. Fátima se sitúa en la misma lógica evangélica que guio a san Pedro Regalado: Dios elige lo más débil del mundo y confunde a los poderosos (1Co 1,27); los misterios del Reino de Dios no son revelados a los sabios y entendidos, sino a los pequeños y sencillos (cf. Mt 11,25; Flp 3,7-12).

San Pedro Regalado predicó el Evangelio a lo largo de la cuenca media del Duero: Aranda, Fuentecén, las Quintanillas, Tudela, Portillo, Matapozuelos, Laguna, El Abrojo... dejando por todas partes la estela luminosa de su bondad y su palabra; este apóstol incansable, que alimentaba su espíritu con oración prolongada, es reconocido como “el santo del Duero”. A él recurrimos esta mañana, cuando nos empeñamos en una intensa evangelización para transmitir la fe cristiana a nuestro pueblo, y cuando sufrimos los reveses de una larga crisis, ciertamente económica y laboral, pero también de humanidad y de orientación ética. Necesitamos ser nuevamente evangelizados y al mismo tiempo vivir la solidaridad en las pruebas y en la esperanza; evangelización y atención a los pobres, según la enseñanza de Jesús, van unidas.

Podemos distinguir tres grupos de personas a las que deseamos anunciar con palabras y obras el Evangelio:

  • En primer lugar, todos nosotros necesitamos reavivar la fe en el Señor, ya que puede haber sufrido perturbaciones, enfriamientos y cansancios.
  • Además, debemos iniciar cristianamente a las generaciones que van llegando; este objetivo es el que pretendemos con el Directorio Diocesano de los Sacramentos de la Iniciación Cristiana , que fue aprobado hace algunos meses y queremos poner en práctica desde el próximo curso pastoral.
  • Y, por fin, deseamos que el Evangelio, como Buena Noticia de parte de Dios, llegue a quienes han marcado distancias en relación con la Iglesia y quizá en relación con la fe cristiana; solo Dios, que ve el corazón, sabe hasta dónde llega el alejamiento del hombre. Estamos convencidos de que reconocer a Dios en la vida es importantísimo para el hombre; a todos nos viene muy bien creer en Él. La fe en Dios otorga sentido, serenidad y esperanza a la vida.
  • En esta oportunidad, en la Fiesta de san Pedro Regalado, recojo algunas frases del papa Francisco: «El kerigma (el anuncio evangélico) tiene un contenido ineludiblemente social: la vida comunitaria y el compromiso con los demás están en el corazón mismo del Evangelio» (Evangelii gaudium, 177) . «De nuestra fe en Cristo hecho pobre, siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad» (ibíd., 186). «El corazón de Dios tiene un sitio preferente para los pobres; tanto, que hasta Él mismo “se hizo pobre” (2Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está protagonizado por los pobres» (ibíd., 197).

    Aunque la repetición de las mismas palabras y la referencia a los mismos problemas pueden fatigar, como la realidad persiste tozudamente, no podemos silenciarla. Sin la esperanza, aunque sea tenue y vaya iluminando el futuro lentamente, el presente es aún duro, y para muchas personas y familias, muy duro.

    La crisis actual, prolongada y honda, genera desempleo, precariedad y marginación; nos sentimos especialmente unidos a los parados de larga duración, y a los jóvenes que ven pasar los años de su vida sin poder acceder a un empleo que dignifique su persona y despeje su futuro. Es fácil observar cómo los más débiles son los primeros que sucumben en la crisis y son los últimos que se levantan de ella; no nos desentendamos de los demás al pensar en nosotros mismos.

    No podemos desconocer la complejidad de los problemas y de las respuestas adecuadas, pero en este contexto sociocultural y precisamente en la Fiesta de san Pedro Regalado, necesitamos reavivar algunas actitudes y comportamientos. Trabajemos todos unidos por el futuro que deseamos preparar, sin acusaciones que desgastan, desaniman y no construyen; ejercitemos la solidaridad, particularmente con los más heridos de la vida, para sostener la esperanza en la superación de la crisis, que tanto se anuncia y tanto tarda en llegar.

    No olvidemos a los que emigran, saliendo dolorosamente del ámbito de su familia y de su país, pero les cuesta lo indecible inmigrar, es decir, insertarse adecuadamente como ciudadanos en otro pueblo. Poder emigrar es un derecho, pero tener que emigrar es una imposición. ¡Recordemos que los españoles también somos un pueblo de emigrantes!

    En la crisis actual, probablemente hemos descubierto o redescubierto algunas realidades y actitudes que quizá habíamos pasado por alto anteriormente. La familia, fundada en el matrimonio y constituida por padres e hijos, ha sido y es un baluarte muy eficaz en la crisis, que ha dejado sin recursos a personas que nunca pensaron tener que retornar al hogar y llamar a puertas que sabían solo de oídas que estaban abiertas. La crisis es una situación penosa y desesperante, pero probablemente hemos aprendido de ella que la sobriedad es humanizadora y que el despilfarro ha dañado seriamente a muchos; invitar a la avaricia es como azuzar a una fiera.

    Quiero pensar que la invocación de Dios ha surgido también desde el corazón en medio de la oscuridad. Santa Teresa de Jesús, de cuyo nacimiento pronto celebraremos el quinto Centenario, escribió una frase lapidaria y genial: «Solo Dios basta» (cf. también Jn 14,8). El Hermano Rafael, monje de la Trapa de Dueñas (Palencia), donde murió y se custodian sus restos, repetía: «Solo Dios, solo Él» (Obras completas, 929) . La avaricia, el afán desmedido de dinero, es una especie de idolatría (cf. Col 3,5; Ef 5,5) que esclaviza a quien cede a su dinamismo y obstaculiza la comunicación fraterna con los necesitados.

    Los bienes de la tierra están destinados por su Creador a todos los hombres; la persona creada con amor por Dios hallará su descanso pleno y definitivo solo en Dios; las cosas no pueden saciar la hondura de su corazón. La dignidad del hombre encuentra su sentido en la comunión con Dios y en la convivencia respetuosa con los demás.

    Quiero pensar que la crisis económica, que es la más palpable en las personas y en la sociedad, nos puede estar abriendo a la estima de realidades básicas, quizá recubiertas por los afanes diarios, centrados tantas veces en el dinero, el cual no es el Señor sino un instrumento, o con palabras del Papa «debe servir y no gobernar» (Evangelii gaudium, 58), y en las comodidades que nos reporta. Así, podemos valorar: la familia; el reconocimiento de Dios; la convivencia solidaria y fraterna; la defensa de los más débiles; el respeto al hablar, sin insultar a otros; la fidelidad al compromiso asumido, que se fortalece en las pruebas; el diálogo, en lugar del enfrentamiento; y la honradez, que resiste la tentación del fraude y de la corrupción. El malestar de nuestra cultura y de nuestra sociedad, que se manifiesta a diario, no procede solo de la inseguridad económica, sino también de otras causas que necesitamos descubrir y analizar. No tengamos miedo a apoyar la vida en fundamentos sólidos; defender esos fundamentos con razones no es fundamentalismo, sino coherencia profunda.

    La pobreza evangélica de san Pedro Regalado, aprendida en la escuela de san Francisco de Asís, liberó su corazón del egoísmo y del orgullo, y le convirtió en hermano de todos, particularmente de los pobres y hambrientos; la misma creación, el cielo y la tierra, el día y la noche, los animales y las cosas, fueron para él como hogar, madre, hermanos y hermanas. Bendijo a Dios por el hermano sol, por la hermana luna, por la hermana madre tierra y hasta por la hermana muerte. Eso no es solo poesía; cuando el corazón del hombre está iluminado, ve con ojos claros las cosas, las personas y el mundo; en cambio, cuando el corazón está oscurecido, todo aparece negro ante la mirada del hombre. Dios, Creador de todo y Padre de los hombres, ensanchó el corazón de san Pedro Regalado hasta las dimensiones de la humanidad y del amor universal. Vivió la vida presente a la luz de la eterna; su tesoro inagotable estaba en los cielos, y consiguientemente allí estaba también su corazón (cf. Lc 12,32-34). El vigor de la experiencia evangélica lo hizo despertador de conciencias y reformador franciscano.

    Nuestro patrono anunció por la ribera del Duero el perdón, la misericordia y el amor de Dios, e imitó el proceder de Jesús, que hizo brillar el Evangelio, la Buena Noticia de Dios, en la proximidad a los pobres, los pecadores, los enfermos, los indefensos, los desvalidos, los agobiados por el peso de la vida, los abandonados y los excluidos. Su corazón, habitado por el Dios de la bondad, se derramó bondadosamente; habló amablemente de Dios, que es Amor; e hizo de los distantes hermanos, porque Dios quiere ser el Padre de todos. Como discípulo de Jesús crucificado, llevó en su cuerpo las marcas del Señor (cf. Ga 6,17). Haciendo nuestra la dicha de nuestros antepasados, digamos hoy también nosotros: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.