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Catequesis

Audiencia General

Iglesia (Pertenencia)

25 de junio de 2014


Temas: Iglesia (pertenencia).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140625_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 227; Ecclesia LXXIV/3.734, julio (2014), 1016-1017.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hay otro grupo de peregrinos conectados con nosotros en el Aula Pablo VI, los peregrinos enfermos, porque con este tiempo que está haciendo, entre el calor y la posibilidad de lluvia, era más prudente que permaneciesen allí. Pero están en conexión con nosotros a través de la pantalla gigante, y así estamos unidos en la misma audiencia. Hoy, todos nosotros rezaremos especialmente por ellos, por sus enfermedades. Gracias.

En la primera catequesis sobre la Iglesia, el miércoles pasado , hemos partido de la iniciativa de Dios, que quiere formar un pueblo que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra; comienza con Abrahán, y luego, con mucha paciencia —y Dios tiene muchísima—, prepara a ese pueblo de la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre ellos (cf. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium, 1) . Hoy queremos detenernos en la importancia, para el cristiano, de pertenecer a este pueblo; hablaremos sobre la pertenencia a la Iglesia.

1. No estamos aislados y no somos cristianos a título individual, cada uno por su cuenta; no, nuestra identidad cristiana es la pertenencia. Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia; es como un apellido: si el nombre es “soy cristiano”, el apellido es “pertenezco a la Iglesia”. Es muy hermoso notar cómo esta pertenencia se expresa también en el nombre que Dios se atribuye a sí mismo; en efecto, en el importante episodio de la “zarza ardiente” (cf. Ex 3,15), al responder a Moisés, se define como el Dios de los padres. No dice: “Yo soy el Omnipotente...”, sino «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob»; de este modo, se manifiesta como el Dios que estableció una alianza con nuestros padres y que permanece siempre fiel a su pacto, y nos llama a entrar en esa relación que nos precede. La relación de Dios con su pueblo nos precede a todos; viene de esa época.

2. En este sentido, nuestro pensamiento se dirige en primer lugar, con gratitud, a quienes nos han precedido y nos han acogido en la Iglesia. Nadie llega a ser cristiano por sí mismo... ¿está claro esto? No se hacen cristianos en el laboratorio. El cristiano es parte de un pueblo que viene de lejos; pertenece a un pueblo que se llama Iglesia, y esta Iglesia lo hace cristiano en el día del Bautismo, y luego durante la catequesis, y así sucesivamente. Pero nadie, nadie se convierte en cristiano por sí mismo; si creemos, si sabemos rezar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si lo sentimos cercano y lo reconocemos en nuestros hermanos, es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y luego nos la han transmitido. La fe la hemos recibido de nuestros padres, de nuestros antepasados, que nos la enseñaron; si lo pensamos bien, quién sabe cuántos rostros queridos pasarán ante nuestros ojos en este momento: puede ser el rostro de nuestros padres, que pidieron para nosotros el Bautismo, y el de nuestros abuelos o algún otro familiar que nos enseñó a hacer la señal de la cruz y a recitar las primeras oraciones. Yo recuerdo siempre el rostro de la religiosa que me enseñó el catecismo —seguro que está en el cielo, porque era una santa—, me viene siempre a la mente, y doy gracias a Dios por esa religiosa. O bien el rostro del párroco, de otro sacerdote, de una religiosa o de un catequista que nos transmitió el contenido de la fe y nos hizo crecer como cristianos... Sí, esta es la Iglesia: una gran familia que nos acoge y donde aprendemos a vivir como creyentes y como discípulos del Señor Jesús.

3. Este camino lo podemos vivir no solo gracias a otras personas, sino también junto a otras personas. En la Iglesia no existe el “hazlo tú mismo”, no se puede “ir por libre”. ¡Cuántas veces el papa Benedicto describía a la Iglesia como un “nosotros” eclesial! En ocasiones escuchamos a alguien decir: “Yo creo en Dios, creo en Jesús, pero la Iglesia no me interesa...”. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado? Y eso no está bien. Hay quien considera que puede tener una relación personal, directa, inmediata con Jesucristo fuera de la comunión y de la mediación de la Iglesia; son tentaciones peligrosas y perjudiciales, o como decía el gran Pablo VI, dicotomías absurdas. Es verdad que caminar juntos es comprometedor, y a veces puede resultar cansado; puede suceder que algún hermano o hermana nos cause problemas, o nos provoque escándalo... Pero el Señor ha confiado su mensaje de salvación a seres humanos, a todos nosotros, a sus testigos; y es en nuestros hermanos y hermanas, con sus dones y sus limitaciones, donde viene a nuestro encuentro y se hace reconocer. Y eso significa pertenecer a la Iglesia. Recordadlo bien: ser cristiano significa pertenecer a la Iglesia. El nombre es “cristiano” y el apellido es “pertenece a la Iglesia”.

Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, la gracia de no caer nunca en la tentación de pensar que podemos prescindir de los demás y de la Iglesia, que podemos salvarnos por nosotros mismos, ser cristianos de laboratorio. No es así; no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos, no se puede amar a Dios fuera de la Iglesia, no se puede estar en comunión con Dios sin estarlo en la Iglesia, y no podemos ser buenos cristianos sin estar junto a todos aquellos que buscan seguir al Señor Jesús, como un único pueblo, un único cuerpo: la Iglesia. Gracias.

(Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los peregrinos de la Archidiócesis de Madrid y de la Escuela Franciscana de San Pedro Sula (Honduras), así como a los peregrinos procedentes de Oriente Medio, a los peregrinos polacos, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)