Consiste en practicar el mandamiento de Jesús, el mandamiento del amor y compensarle así de los pecados de los hombres: poner amor (Lc. 12, 49) en un mundo sin corazón. Es, pues, vivir lo esencial de la vida cristiana, vivir la consagración del bautismo, consagrarse al Amor, al Corazón de Jesús.

Esta espiritualidad es: “...práctica religiosa muy apta para conseguir la perfección cristiana”. (Pio XII, H. Aq.,62); “La más completa profesión de la religión cristiana” (Id.,60); “Contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta” (Pio XI, Miss, Red.,3) y sintoniza más que nunca con las expectativas de nuestro tiempo, pues “el hombre sólo se entiende y se realiza desde el amor” (Juan Pablo II, Red. Hom.,10).