Sede Apostólica
Sínodo de los Obispos
Marc Ouellet, Cardenal - Prefecto

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Conferencia

Congreso “La Sagrada Escritura en la Iglesia” con motivo de la presentación de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española

La Sagrada Escritura en la Iglesia

7 de febrero de 2011


Temas: Palabra de Dios (exégesis y Teología) e Iglesia (liturgia, oración - “lectio divina” y evangelización).

Web oficial: http://www.sagradabibliacee.com/images/stories/congreso/MarcOuellet.pdf

Publicado: BOA 2011, 66.


  • Introducción
  • I. Verbum Dei
  • II. Verbum in Ecclesia
  • III. Verbum pro mundo
  • Conclusión
  • Notas

    Introducción

    |<  <  >  >|Notas

    Es altamente providencial y de suma importancia para la Iglesia católica que la Conferencia de los Obispos de España en este momento de su historia, haya decidido actualizar, publicar y difundir una versión oficial de la Biblia. En el debate social actualmente en curso en Europa y particularmente en España, la difusión de este libro sagrado, sin parangón, manifiesta una renovada conciencia de la Iglesia sobre su misión. Felicito a la Conferencia de los Obispos y a toda la Iglesia de España por el éxito editorial, rico en promesas.

    La Biblia ha modelado el alma de Europa, su historia y su vida cotidiana. Pertenece a su cultura y define, por así decir, su código genético. La semilla de la Sagrada Escritura ha penetrado profundamente en el territorio europeo, tanto en las instituciones cristianas que por doquier se encuentran en el viejo continente, como en las obras de arte, literatura y alta sabiduría que ha inspirado.

    Sin embargo, en las últimas décadas, una profunda crisis sacude los cimientos de la cultura europea. Una nueva razón de Estado impone su ley y trata de relegar a un segundo plano las raíces cristianas de Europa. Pareciera que, en nombre de la laicidad, la Biblia debería ser relativizada, para disolverse en un pluralismo religioso y desaparecer como referente cultural normativo. «Cómo es posible - exclamaba el Santo Padre Benedicto XVI en Santiago de Compostela - que se niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades y brújula de nuestro corazón, el derecho a ofrecer esta luz que disipa toda tiniebla?»1.

    La crisis también ha penetrado en el interior de la Iglesia, ya que una cierta exégesis racionalista se ha apoderado de la Biblia para disecar las diversas etapas y formas de su composición humana, eliminando los prodigios y milagros, multiplicando las hipótesis y sembrando, no pocas veces, la confusión entre los fieles. Surgen así inquietantes preguntas: ¿No será la Sagrada Escritura más que una palabra humana? ¿No es cierto que los resultados de las ciencias históricas invalidan el testimonio bíblico y, por tanto, la credibilidad de la Iglesia? ¿En qué modo podemos seguir creyendo y, finalmente, a quién debemos escuchar?

    El Concilio Vaticano II previó, en cierta medida, la crisis que ha sacudido la cultura europea y la vida de la Iglesia. El Concilio allanó el camino para un verdadero diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno, así como entre la Iglesia católica romana, y las otras Iglesias y confesiones cristianas. En relación con la Sagrada Escritura, la Constitución Dogmática Dei Verbum marcó un punto de inflexión en la concepción de la Revelación, presentándola menos en términos noéticos de verdades a creer, y más en términos dinámicos de encuentro personal con Cristo, que es el centro y la plenitud de la Revelación divina (Dei Verbum, 2).

    Cuarenta años después, en octubre de 2008, el Papa Benedicto XVI presidió el Sínodo de los Obispos para actualizar las orientaciones de la Iglesia sobre La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia . La Asamblea sinodal se desarrolló en un clima de unidad y de fraternidad, donde todos los miembros eran conscientes de participar en un discernimiento fundamental. En las intervenciones de los obispos se sentía la urgencia de profundizar en la manera de abordar el texto bíblico. Además del método histórico-crítico, cuyos méritos y limitaciones se reconocen, los padres del Sínodo recomendaron intensamente la lectio divina y reclamaron el desarrollo del sentido espiritual de la Escritura, en la línea de la gran tradición patrística.

    Paralelamente a esta reflexión de la Iglesia universal, la Conferencia Episcopal Española estaba perfeccionando una versión oficial de la Biblia, adaptada a la cultura actual, con todas las garantías de rigor científico y de comunión eclesial. Ojalá toda España se beneficie de esta iniciativa y pueda mostrar a Europa, hoy como en otras épocas, un camino renovado para el anuncio del Evangelio. Me siento muy honrado de haber sido invitado a este evento y de poder hacer resonar aquí algunas orientaciones de la Exhortación Apostólica post-sinodal Verbum Domini .

    Verbum Domini

    Este documento refleja varios años de reflexión y de intercambios, que implicaron sobre todo a los obispos, y secundariamente a expertos: pastores, teólogos y exégetas. Tiene tres partes desiguales. La primera y más larga, sobre la identidad de la Palabra de Dios, Verbum Dei, pone el acento en la identidad divina de la Palabra y en las condiciones de su correcta interpretación en el Espíritu de la Iglesia. La segunda parte, Verbum in Ecclesia, trata de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, poniendo el énfasis en la oración litúrgica y personal. La tercera parte trata del anuncio de la Palabra de Dios, que compromete a todos los bautizados, porque todos son enviados a sus propios ambientes y a todas las culturas para ser testigos del Evangelio con sus obras y sus palabras: Verbum pro mundo.

    Deseo llamar la atención sobre el título de la Exhortación Apostólica, Verbum Domini, Palabra del Señor, un título con sabor bíblico y litúrgico, que resume en dos palabras la identidad cristológica de la Palabra conservada por el Espíritu Santo en las Escrituras. Verbum Domini, es lo que decimos después de la proclamación litúrgica de las lecturas para invitar a la asamblea a un acto de fe en Aquel que nos acaba de hablar por la Sagrada Escritura. “ Porque en los Libros Sagrados, afirma Dei Verbum, el Padre que está en el cielo sale con amor al encuentro de sus hijos y entabla conversación con ellos” (DV 21). ¡El Padre eterno que habita en una luz inaccesible inicia un diálogo con nosotros! El contenido de esta conversación es el Divino Verbo Encarnado, que muestra al hombre el camino de la salvación; la alegría de este coloquio es la efusión del Espíritu Santo, que nos hace capaces de creer en Dios y de seguir su camino.

    Mi presentación de la Verbum Domini quisiera llamar la atención sobre la Sagrada Escritura como testimonio de la conversación que Dios quiere establecer con la humanidad. Me gustaría mostrar, especialmente a la luz de Verbum Domini, las condiciones y la atmósfera necesarias para entrar en esta conversación y hacer que la descubran también nuestros contemporáneos.

    I. Verbum Dei

    |<  <  >  >|Notas

    La primera parte, e incluso toda la Exhortación, se entiende a la luz del prólogo del Evangelio de san Juan, que habla de la identidad divina de la Palabra. «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1,1). Esta Palabra ha entrado en la historia para conversar con nosotros: «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). «La novedad de la revelación bíblica - afirma Verbum Domini - consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros»6.

    «El Verbo, que desde el principio está junto a Dios y es Dios, nos revela al mismo Dios en el diálogo de amor de las Personas divinas y nos invita a participar en él. Así pues, creados a imagen y semejanza de Dios Amor, solo podemos comprendernos a nosotros mismos en la acogida del Verbo y en la docilidad a la obra del Espíritu Santo» (Ib).

    Estas afirmaciones teológicas y antropológicas fundamentales se presentan pacíficamente sin hacer alusión a la cultura positivista y a la mentalidad relativista contemporáneas en materia religiosa y moral. Tales afirmaciones implican el valor ontológico del lenguaje bíblico, inseparable del realismo de la fe. Porque si el lenguaje bíblico solo tuviera un significado simbólico, entonces la fe cristiana no sería más que una actitud humana entre otras, y el mandato de la Iglesia de predicar la Palabra a todas las naciones sería una pretensión desmesurada.

    Estas páginas llevan muy especialmente el sello del papa Benedicto XVI, cuyas obras teológicas e intervenciones pontificias tocan las cuestiones fundamentales de la fe cristiana. Con el mismo realismo de la fe que refleja su libro Jesús de Nazaret, la Exhortación Apostólica reafirma serena y gozosamente lo que dice la Sagrada Escritura, o sea, que la Palabra de Dios es creadora y redentora: «La Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo» (VD 10).

    La Iglesia pone en manos de todos este libro que contiene la verdad sobre Dios que es amor, la verdad sobre el hombre que es pecador y reconciliado, la verdad sobre la relación de Alianza entre Dios y el hombre, que se realiza en Jesucristo y en su Iglesia, hasta la consumación nupcial de todas las cosas al fin de los tiempos: «Dios será todo en todos» (1Co 15,29).

    Esta verdad de la Palabra de Dios se manifiesta de diversas maneras, de tal suerte que la Exhortación habla de la analogía de la Palabra (cf. VD 7). Su identidad trinitaria, su entrada en la historia como Palabra eterna, su expresarse en una vida y unas palabras humanas, y el testimonio escrito que de esto se deriva, todo ello ilustra el carácter analógico de la Palabra de Dios, la multiplicidad de sus significados, la amplitud y la finalidad de su manifestación.

    En el centro de este capítulo encontramos una clave de lectura cuyo alcance es sumamente importante. Me refiero a los párrafos 27 y 28 donde se presenta la figura de la Virgen María como la respuesta de fe perfecta a la Palabra de Dios. El texto invita a mirar a María «como modelo y arquetipo de la fe de la Iglesia para realizar también hoy un cambio concreto de paradigma en la relación entre la Iglesia y la Palabra, tanto en la actitud de escucha orante como en la generosidad del compromiso en la misión y el anuncio» (VD 28).

    ¿Qué queremos decir exactamente con este cambio de paradigma en la relación entre la Iglesia y la Palabra de Dios? Ante la Palabra, nuestros hábitos de pensamiento privilegian el aspecto cognitivo sobre el afectivo, es decir, la aprehensión intelectual de las verdades a creer que propicia, a veces, el menoscabo de un encuentro personal y amoroso con Dios. La actitud mariana de escucha orante y de generosidad en la disponibilidad activa nos coloca en una justa actitud ante la Sagrada Escritura.

    La segunda parte de la Exhortación describe con más detalle este cambio de paradigma, que pone básicamente el acento en el diálogo personal con Dios, más que en el análisis de las ideas contenidas en la Sagrada Escritura.

    Para justificar este cambio de actitud, Verbum Domini apela a un criterio fundamental de la hermenéutica bíblica: el lugar originario de la interpretación de las Escrituras es la vida de la Iglesia (VD 29). «El Libro es verdaderamente la voz del Pueblo de Dios peregrino, y solo en la fe de este Pueblo estamos, por así decirlo, en la tonalidad correcta para la comprensión de la Sagrada Escritura» (VD 30). Así lo afirma la Exhortación citando a San Jerónimo.

    Esta afirmación subraya la relación entre la hermenéutica de la Escritura y la vida espiritual. En efecto, «con el crecimiento de la vida en el Espíritu crece también, en el lector, la comprensión de las realidades de las cuales habla el texto bíblico»2. En este sentido, la sección termina con una evocación entusiasta de la exégesis de los santos. Ellos han vivido y encamado ejemplarmente la Palabra de Dios; y es por esta razón que son sus intérpretes más fiables, ya que comulgaron con las realidades más profundas de que habla la Escritura.

    Santa Teresa del Niño Jesús descubre el Amor como su vocación personal al escrutar las Escrituras, en particular los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta a los Corintios; la misma Santa describe la fascinación que ejercen sobre ella las Escrituras: «Sólo tengo que posar los ojos en el santo Evangelio para respirar al instante la fragancia de la vida de Jesús; ¡entonces sé hacia dónde correr!»3.

    Ahora bien, ¿cuáles son estas realidades de las que nos hablan los textos bíblicos? Son tan numerosas y complejas que el libro sagrado da la impresión de contener toda una biblioteca; pero tal variedad de mensajes está unificada por la Realidad suprema que todo el libro testimonia. Digamos sin rodeos, con Hugo de San Víctor: «Toda la Escritura divina constituye un solo libro, y este libro único es Cristo, habla de Cristo y encuentra su cumplimiento en Cristo»4. La unidad del libro se encuentra, paradójicamente, fuera del libro: en Cristo resucitado, al cual testimonia el mismo libro. De ahí, la relación muy estrecha de las Escrituras con los sacramentos y, especialmente, con la Eucaristía, que es por excelencia el lugar de la presencia del Señor resucitado. Volveremos sobre ello.

    Exégesis y Teología

    A propósito de la relación entre Sagrada Escritura, exégesis y teología, la Exhortación Verbum Domini exige una recepción más profunda de los principios hermenéuticos expuestos en Dei Verbum12: «La Sagrada Escritura debe ser interpretada en el mismo Espíritu de Aquel en el que fue escrita». De ahí los tres criterios básicos «para tener en cuenta la dimensión divina de la Biblia»: 1) interpretar el texto teniendo en cuenta la unidad de toda la Escritura - hoy se habla de exégesis canónica - ; 2) considerar la Tradición viva de toda la Iglesia, y, 3) respetar la analogía de la fe (VD 34).

    En algunos círculos académicos existe la tentación de practicar la exégesis haciendo abstracción de la fe, en aras de una mayor objetividad científica. Esta actitud es falsa y nociva incluso desde el punto de vista científico. Porque no se puede pretender interpretar “ científicamente” la Escritura, independientemente de la fe de la Iglesia, ya que la Escritura es la expresión histórica y normativa de la fe. Puesto que es el libro de la fe, la Biblia debe leerse teniendo en cuenta la analogía de la fe, es decir, distinguiendo entre sus niveles de expresión y su coherencia interna, pues no se puede interpretar la Biblia con rigor y exactitud sino desde la totalidad de la fe de la Iglesia. «En definitiva - constata el Papa -, donde la exégesis no es teología, y viceversa, donde la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología no tiene fundamento» (VD 35).

    El Papa insiste en las nefastas consecuencias de una exégesis secularizada, tributaria de la mentalidad positivista, que excluye la intervención divina en la historia y, por consiguiente, reduce la dimensión divina de la Sagrada Escritura. Benedicto XVI quiere un desarrollo “ teológico” de la exégesis hasta en los más altos “ niveles académicos”, para superar el peligro de dualismo entre exégesis y teología, y para un desarrollo adecuado de los dos niveles de la exégesis: el histórico y el teológico.

    Tal orientación reviste una importancia capital para la renovación de la vida espiritual del pueblo de Dios, ya que permite restaurar la unidad de interpretación y, por tanto, restablecer la confianza de los fieles en la Sagrada Escritura. Del fomento del dualismo se siguen verdaderos estragos para la vida espiritual, porque la verdad de las Escrituras ya no se percibe como el fundamento y el punto de apoyo (cf. VD 35). Así, la formación bíblica de los fieles sufre porque es socavada por mensajes contradictorios que impiden comprender la profunda unidad de la Biblia.

    Verbum Domini confirma, por tanto, la interpretación eclesial de la Escritura que respeta la naturaleza profunda de la Biblia y su verdadero contenido. La interpretación eclesial emana de la verdad misma del texto bíblico, como Benedicto XVI ha demostrado tan bellamente en su libro sobre Jesús de Nazaret. La Sagrada Escritura es una conversación trinitaria de Dios con nosotros, es el testimonio que rinde el Espíritu Santo al Verbo de Dios encamado y a la fe de la Iglesia en la historia.

    II. Verbum in Ecclesia

    |<  <  >  >|Notas

    La primera parte de la Exhortación Apostólica hizo hincapié en la identidad divina de la Palabra, en la unidad de su testimonio escrito y en la finalidad espiritual de la interpretación de la Sagrada Escritura. La segunda parte, titulada Verbum in Ecclesia, se ocupa de la recepción de la Palabra en la Iglesia en términos que retoman el lenguaje nupcial del Concilio Vaticano II: «Dios, que habló en otro tiempo, conversa sin cesar con la Esposa de su amado Hijo, y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena con vigor en la Iglesia, y por ella en el mundo, introduce a los creyentes en la verdad total, y hace que la Palabra de Cristo habite en ellos en abundancia (Cf. Col 3,16)». Esta perspectiva nupcial, fundada en la Escritura, expresa cabalmente la profunda verdad de la alianza que Dios quiere establecer con su criatura. A la vez, ofrece el horizonte eclesiológico más adecuado para ayudar a poner por obra el cambio de paradigma ya mencionado.

    La liturgia

    La relación nupcial que Dios quiere mantener con la Iglesia halla en la liturgia su “ punto de referencia” privilegiado. En ella la Palabra de Dios es celebrada como viva y presente, en una alternancia de escucha y de respuesta. La proclamación de la Palabra, los cantos, las oraciones, la homilía y las moniciones actualizan el diálogo entre el Esposo Divino y su Esposa: «Por lo tanto, en la liturgia, la Iglesia sigue fielmente la manera de leer e interpretar la Escritura con la que Cristo, desde el “ hoy” de su venida, nos exhorta a escrutar atentamente todas las Escrituras»6.

    La scrutatio de las Escrituras en el Espíritu de Cristo supone una fe viva, es decir, mucho más que la adhesión intelectual a unas verdades; conlleva la adhesión de toda la persona al Señor, en el mismo Espíritu que ha inspirado al Señor el don de sí mismo por nosotros en la Cruz. La meditación de los textos en la celebración litúrgica es, pues, en esencia, espiritual y eclesial. Requiere, ciertamente, mucha atención a la letra de la Escritura, pero va más allá de la letra, en virtud del misterio pascual de Cristo que lleva a plenitud toda la verdad de la Escritura. He aquí por qué Verbum Domini afirma con fuerza que «sin el reconocimiento de la presencia real del Señor en la Eucaristía, la comprensión de la Escritura queda incompleta» (VD 55).

    En este contexto, Verbum Domini habla del carácter performativo de la Palabra (cf. VD 53) e incluso de la sacramentalidad de la Palabra (Cf. VD 56). «En la historia de la salvación, de hecho, no hay separación entre lo que Dios ha dicho y lo que ha hecho; su misma Palabra es viva y eficaz (cf Hb 4,12), como bien traduce la expresión hebrea “ dabar”. Así también en la acción litúrgica, nosotros somos puestos en presencia de su Palabra, que realiza lo que dice» (VD 53).

    La sacramentalidad de la Palabra se entiende entonces por analogía a la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y el vino consagrados: «La proclamación de la Palabra de Dios en la celebración implica el reconocimiento de que Cristo mismo está presente y se dirige a nosotros7 para ser escuchado» (VD 56).

    Así pues, el respeto y el uso de la Escritura en la liturgia deben ser actuados con el máximo cuidado. Ya sea la Escritura proclamada, oída, meditada o comentada, se trata siempre de un encuentro personal con Dios que habla hoy a la Iglesia. La Sagrada Escritura no es como cualquier otra literatura religiosa. La asamblea litúrgica no es solamente un grupo religioso que expresa su comprensión del misterio de la existencia a través de narraciones privilegiadas y de símbolos. La liturgia expresa la respuesta nupcial de la Iglesia en el misterio de la Alianza que se cumple en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

    Lectio divina

    En continuidad con esta hermenéutica litúrgica de la Escritura, Verbum Domini lanza una fuerte llamada al contacto asiduo y personal con la Palabra de Dios. «Con los padres sinodales - escribe Benedicto XVI - expreso el vivo deseo de que florezca una “ nueva primavera” de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del pueblo de Dios, de modo que su lectura orante y fiel les permita profundizar a lo largo del tiempo en su relación con la Persona misma de Jesús»8. «Que cada hogar tenga su Biblia y la conserve dignamente, con el fin de leerla y usarla en la oración» (VD 85).

    La Exhortación dedica un largo desarrollo a la lectura orante de la Sagrada Escritura y a la lectio divina9, haciéndose eco de las numerosas intervenciones de los obispos en la Asamblea sinodal. Así se redescubre la verdadera base de la espiritualidad cristiana, cuyos grandes representantes de la época patrística son Orígenes y Agustín: «La oración es la palabra dirigida a Dios. Cuando tú lees, es Dios quien te habla; cuando oras, eres tú quien hablas con Dios»10, escribe San Agustín.

    «Al aplicarte a la lectio divina - escribe Orígenes - buscas con rectitud e inquebrantable confianza en Dios el sentido oculto que se encierra con abundancia en las divinas Escrituras. Pero no has de contentarte con llamar y buscar. Para comprender las cosas divinas es absolutamente necesario orar. El Salvador no solo nos ha dicho “ llamad y se os abrirá” y “ buscad y hallaréis”, sino también “ pedid y recibiréis”»11.

    En la conclusión de esta segunda parte, volvemos a la oración de María, que encarna el modelo de la escucha y de la respuesta en la fe. En comunión con la fe de María, cristalizada en la fe de la Iglesia, el Pueblo de Dios medita la Escritura en los Evangelios, pero también por medio de la devoción popular a los misterios del Rosario, al Angelus, o incluso al himno Akathistos. «Orar con estas palabras dilata el alma y la dispone para la paz que viene de lo alto, de Dios, esa paz que es el mismo Cristo, nacido de María para nuestra salvación» (VD 88)12.

    En fin, la segunda parte de la Exhortación responde a la pregunta más importante sobre el uso y finalidad de la Biblia. ¿Para qué sirve todo este libro sagrado? Si es verdad que la Sagrada Escritura informa a la humanidad sobre la Revelación de Dios y el destino del hombre, si incluye una variedad de libros que merecen un estudio profundo, por encima de todo es el libro de la oración: la Palabra de Dios que invita a la conversación con Él. Su ambiente y su lugar propio es, pues, el templo.

    Por lo tanto las recomendaciones de Verbum Domini sobre el sentido espiritual de las Escrituras, la formación bíblica de los cristianos, la catequesis y la animación escriturística de toda la pastoral, en última instancia tienen por objeto favorecer la “ escucha orante” y el “ generoso compromiso” en la fidelidad a la Alianza.

    Recordemos la visión alentadora de la Constitución conciliar Dei Verbum: «La Palabra de Dios tiene tanta fuerza y pujanza, que se presenta como el apoyo y el vigor de la Iglesia y, para los hijos de la Iglesia, como la solidez de la fe, el alimento del alma, la fuente pura y perenne de vida espiritual»13. «Muy al cabal se aplican a la Sagrada Escritura estos conceptos: “La Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hb 4,12). “Ella tiene poder para construir el edificio y dar a los fieles la herencia con todos los santos” (Hch 20,32; cf 1Ts 2,13)»14.

    III. Verbum pro mundo

    |<  <  >  >|Notas

    La tercera parte de Verbum Domini desarrolla la misión de la Iglesia, que consiste en anunciar la Palabra de Dios a las naciones, a través de las Escrituras. La Iglesia anuncia esta Palabra en el poder del mismo Espíritu que obró la encarnación en el seno de María y la inspiración de las Escrituras en la tradición de la Iglesia. Realmente Él es quien «capacita así nuestra vida para el anuncio eficaz de la Palabra en el mundo entero» (VID 91). «Puesto que la Palabra de Dios llega a nosotros en el Cuerpo de Cristo, en el Cuerpo eucarístico y en el Cuerpo de la Escritura, por la acción del Espíritu Santo, no puede ser acogida y comprendida plenamente sino merced a este mismo Espíritu» (VD 16).

    El Verbo encarnado, que introduce a la Iglesia en una relación nupcial con Dios, la entraña también en su estela y en su misión: «Su Palabra nos hace no solo los destinatarios de la Revelación divina, sino también sus mensajeros» (VD 91). «Los primeros cristianos consideraron el anuncio misionero como una necesidad derivada de la naturaleza misma de la fe; creyeron en un Dios que era el Dios de todos, el único y verdadero Dios que se ha revelado en la historia de Israel y, definitivamente, en su Hijo, dando así la respuesta que todos los hombres esperan en el fondo de su corazón» (VD 92).

    Así, la intervención de Dios en la historia y su testimonio de amor, un testimonio de amor hasta el extremo, reclama el sí o el no de la criatura a este ofrecimiento de alianza. Sin embargo, para hacer una elección se debe conocer lo que se ofrece, se debe haber entendido la predicación del Evangelio. Insistimos con Benedicto XVI: este anuncio misionero no transmite un proyecto, una utopía, una idea genial, «sino un hecho: Dios Se ha revelado»15. El Reino de Dios está abierto, está muy cerca. Jesús es su iniciador, su heraldo y su contenido. Nosotros somos sus siervos, con el poder del Espíritu Santo, que nos capacita para testimoniarlo como bautizados.

    «Todos sabemos cuán necesario es que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el ocio y los otros sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra solo de consuelo, sino una palabra que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva» (VD 93).

    Hoy como ayer, este anuncio encuentra resistencias y rechazos, de tal suerte que el testimonio de los cristianos puede llegar hasta el martirio. «Hay una estrecha relación entre el testimonio de la Escritura, como afirmación que la Palabra de Dios hace de sí mismo, y el testimonio de vida de los creyentes» (VD 97). Este testimonio de los creyentes confirma y amplía el testimonio que el Espíritu de Dios da, en las Sagradas Escrituras, de Jesucristo, crucificado y glorificado. El testimonio de la sangre crece en nuestros días en presencia de fuerzas contrarias que pretenden marginar el cristianismo en la sociedad o cuestionar su reivindicación de la Verdad en nombre de una ética planetaria de diálogo y de tolerancia.

    Estos desafios exigen la formación de un laicado comprometido y creíble. Verbum Domini reconoce con el Sínodo que «los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son, en la Iglesia, una gran fuerza para la evangelización en nuestro tiempo, que empujan a la Iglesia a desarrollar nuevas formas de anuncio del Evangelio» (VD 94). Benedicto XVI sostiene que «la exigencia de una nueva evangelización, tan fuertemente sentida por mi venerado predecesor, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina» (VD 96). Él mismo declaraba solemnemente en Santiago de Compostela: «Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa, que esa Palabra santa no se pronuncie jamás en vano, que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo. Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que habían descubierto las mejores tradiciones: además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de la época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa»16.

    En esta búsqueda siempre renovada por el impulso del Espíritu Santo en la Iglesia, tenemos que favorecer a todos los niveles y en particular «entre los agentes culturales un conocimiento adecuado de la Biblia, incluso en los ambientes secularizados y entre los no creyentes; la Sagrada Escritura contiene valores antropológicos y filosóficos que han influido positivamente en toda la Humanidad. Se ha de recobrar plenamente el sentido de la Biblia como un gran códice para las culturas» (VD 110).

    El evento que celebramos testimonia esta convicción, que supone una gran inversión para la formación de expertos en todos los ámbitos de los conocimientos bíblicos, para la traducción adecuada, la interpretación y la mayor difusión posible de la Biblia.

    Si España ofrece hoy el testimonio del éxito de una Biblia oficial de alta calidad, por lo cual merece nuestra felicitación, no podemos, sin embargo, olvidar que muchos pueblos todavía no tienen acceso a la Sagrada Escritura en su idioma propio. Ojalá que se empleen para remediarlo oportunos recursos misioneros y que surjan numerosas vocaciones para la traducción y la difusión de la Sagrada Escritura en el mundo.

    Conclusión

    |<  <Notas

    La Exhortación Apostólica post sinodal «Verbum Domini» confirma el impulso de la nueva evangelización, invitando a pastores, fieles y expertos en la Biblia a encontrar de nuevo la Palabra divina en las palabras humanas del texto sagrado. Ante el desafio de la secularización del Occidente cristiano y de la crisis de identidad del cristianismo en ambientes pluralistas, la Iglesia responde con un nuevo anuncio de la Palabra viviente de Dios en Jesucristo, que invita a un acto de fe renovado en la Sagrada Escritura (VD 27). Verbum Domini propone un cambio de paradigma en la relación entre Iglesia y Sagrada Escritura: una relación más contemplativa en el sentido de la preponderancia del Espíritu sobre la letra según san Pablo. Este cambio supone una interpretación eclesial de la Escritura en la fe, una escucha orante y asidua de Dios, que habla a través del texto sagrado, un enriquecimiento teológico de la exégesis, todo ello para ayudar al pueblo de Dios a encontrar a Cristo en la Sagrada Escritura.

    Este nuevo paradigma, fundado en la fe de María y en la docilidad al Espíritu Santo, privilegia el amor de las Escrituras y la contemplación del Dios trinitario, que ha venido a hablarnos en el Evangelio. Un buen número de movimientos, grupos y comunidades viven ya este retorno contemplativo, esencial a la nueva evangelización.

    Que este Espíritu de fe y de amor crezca en la Iglesia mientras contempla y anuncia la Palabra de Dios. Como Esposa del Cordero, íntimamente unida y solidaria con la humanidad sufriente, Ella ora sin cesar por el advenimiento del Reino de Dios: «El Espíritu y la Esposa dicen: ‘ Ven!’ Y el que escucha diga: ‘ iVen! ¡Amén! ¡Ven Señor Jesús!’ » (Ap 22,17. 20).


    Notas:

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    [1]  Benedicto XVI, Homilía en Santiago de Compostela, Espafa, sábado 6 de noviembre 2010.
    [2]  Verbum Domini 30, Cf nota 93 de la Pontificia Comisión Bíblica.
    [3]  VD 48, Ms C, folio 35 Vs.
    [4]  Verbum Domini, 39.
    [5]  Constitución Dogmática Dei Verbum, 8.
    [6]  Misal Romano, Introducción General del Leccionario de la Misa, n. 3 ; cf. Lc 4, 16-21; 24,25-35.44-49.
    [7]  Constitución Sacrosanctum Concilium, 7.
    [8]  Verbum Domini, 72, proposición 9.
    [9]  Cf Verbum Domini, 86-87.
    [10]  Verbum Domini, 86. cf. nota 292.
    [11]  Ibid., cf. nota 293.
    [12]  Verbum Domini, 88.
    [13]  Dei Verbum, 21.
    [14]  Ibid.
    [15]  Benoît XVI, Discurso al mundo de la cultura en el Collège des Bernardins de Paris (12 septembre 2008): AAS 100 (2008), p. 730.
    [16]  Benedicto XVI, Homilía en Santiago de Compostela, España, sábado 6 novembre 2010.