Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Conferencia

Encuentro con presbíteros de la Diócesis de Segovia

Exhortación Apostólica Evangelii gaudium

27 de diciembre de 2013


Temas: Evangelii gaudium (presentación).

Publicado: BOA 2013, 658.


  • Presentación
  • 1. Introducción (1-18)
  • 2. Transformación misionera de la Iglesia (19-49)
  • 3. En la crisis del compromiso comunitario (50-109)
  • 4. Anuncio del Evangelio (110-175)
  • 5. Dimensión social de la evangelización (176-258)
  • 6. Evangelizadores con espíritu (259-288)
  • Notas

    Presentación

    |<  <  >  >|Notas

    Esta Exhortación Apostólica fue dada en Roma el 24-11-2013, día de la clausura del Año de la Fe . Antes había aparecido la Encíclica Lumen fidei , cuya autoría corresponde en gran parte al Papa emérito, aunque la autoridad es del papa Francisco, que la hizo suya; ahora estamos ante un documento plenamente original del papa Francisco.

    Cubre dos funciones: por una parte, es la Exhortación Apostólica solicitada por el Sínodo celebrado en octubre de 2012 sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” (aunque no aparece la palabra habitual, “postsinodal”); y, por otra, podemos decir que es un documento programático, ya que contiene aspiraciones, líneas generales, perspectivas y orientaciones para la Iglesia en el momento actual. Es como una encíclica de comienzo del pontificado; lo dice al empezar: «En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años» (n. 1). Y al final de lo que funge como Introducción, aunque no lo diga expresamente, alude al Sínodo, cuya petición de elaborar una Exhortación acepta, aunque subraya de nuevo el carácter más bien programático del escrito (cf. nn. 16-17). Si cita frecuentemente las proposiciones del Sínodo, la urdimbre es original del papa Francisco.

    El título es muy ilustrativo: Evangelli gaudium, que recuerda la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI, muy presente, junto con el Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe , celebrada en mayo de 2007 en el Santuario de Aparecida (Brasil), donde el cardenal Bergoglio presidió la comisión de redacción del Documento que fue aprobado al final, aunque faltaban por incorporar muchas sugerencias de mejora. De entrada, subraya la alegría del encuentro con Jesús y la alegría de evangelizar1; gozo por creer y gozo por testificar la fe. Es una insistencia que se manifiesta constantemente: que no seamos cristianos de Cuaresma sin Pascua (cf. n. 6), ni llevemos cara de duelo permanente. El mensaje de Jesús es Evangelio, Buena Noticia e invitación al gozo (cf. Lc 2,10); los pobres son evangelizados (cf. Mt 11,5). Efectivamente, la Buena Noticia brilla en un mundo oscuro y frío, en un mundo de enfermos, pecadores y necesitados. El Evangelio no es ante todo reflexión sapiencial ni instrucción moral, sino encuentro personal con Jesucristo muerto y resucitado, que irradia paz y sentido para la vida. ¿Es razonable, en el contexto actual de sufrimientos, desearnos, también este año, en Navidad, felices fiestas? Sí lo es, y debemos hacerlo. El Evangelio se inauguró en estos días (Pedro Farnés); nos felicitamos con alegría por la esperanza, la cercanía y la presencia de Dios. Junto al Niño de Belén, es posible la felicidad en la debilidad: «María estaba en pasmo, / porque tal trueque veía; / el llanto del hombre en Dios / y, en el hombre, la alegría» (san Juan de la Cruz); «un santo triste es un triste santo» (santa Teresa de Jesús). ¿Cómo vamos a irradiar la alegría del Evangelio con un corazón triste? «No puede haber lugar para la tristeza cuando nace la Vida» (san León Magno). Podemos decir que la Exhortación es un examen sobre la alegría evangélica y una invitación a evangelizar con alegría. ¿Es una utopía? ¿Un sueño? ¿Una osadía? ¿Es compatible con el desgaste de la vida cotidiana?

    Para exponer ordenadamente el contenido de la Exhortación, prefiero analizar capítulo a capítulo en lugar de hacer algunas reflexiones sobre puntos concretos de carácter más transversal, lo que se presta a mayores dosis de subjetivismo. Hay varias constantes que caracterizan la Exhortación: a) Reforma de la Iglesia por la misión; b) Alegría del encuentro con Jesucristo y gozo de evangelizar; y c) Dimensión social del Evangelio y de la fe cristiana.

    El P. Jorge Mario Bergoglio fue predicador de ejercicios espirituales y partió el pan de la Palabra en muchas ocasiones. Rápidamente suelta los papeles preparados para establecer una comunicación más cercana e interpelante con el auditorio. Es buen comunicador; tiene un estilo propio, chispeante, distendido, imaginativo, que se lee sin necesidad de esfuerzos concentrados. En relación con la Teología de la liberación, tuvo que aclararse en aquella situación de América Latina y de la Compañía de Jesús, de la que fue Provincial muy joven. El acompañamiento espiritual y el discernimiento de los “espíritus”, sintomáticamente presentes en la Exhortación, son marca del jesuita.

    Toda la Exhortación está impregnada por el dinamismo apostólico; supone la Teología, pero es menos reflexión sobre la verdad cristiana que invitación a la acción. La oración mueve a la evangelización confiada y audaz; no escribe tanto un teólogo como un pastor que impulsa a la misión. La verdad se realiza en el amor (cf. n. 15), que se despliega en la acción transformadora, en la conversión personal y en la actividad evangelizadora y social. El papa Francisco va manifestando una intención renovadora y reformadora, pidiendo sencillez, pobreza y generosidad en el servicio al Evangelio sine glossa, es decir, sin comentarios; sabe que el contacto vital con los pobres renueva a los cristianos y a la Iglesia para librarlos de la tentación del poder y de la esclavitud del dinero. La urgencia evangelizadora le lleva a proceder sin demora y con celeridad; en palabras de san Ambrosio: «La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu». No pierde ocasión para anunciar el Evangelio, que es alegría para pobres y necesitados, y escándalo para los que quieren dictar el guion a Dios.

    1. Introducción (1-18)

    |<  <  >  >|Notas

    Llamemos “introducción” a estas páginas, aunque no estén tituladas así. Hay frases que recuerdan intervenciones habidas a lo largo de los meses de ministerio petrino. La introducción es una invitación a la alegría que brota del encuentro con Jesús, alegría ya anunciada en el Antiguo Testamento y alegría comunicada por Jesús en su actividad mesiánica. Así como la fe se fortalece dándola, lo mismo ocurre con la vida y con la evangelización. La alegría tiene mucho de expansiva y de contagiosa, y la alegría cristiana es compatible con la cruz, que tiene su gloria y su resplandor por la resurrección del Señor. Es un documento que se lee muy bien, ya que no es denso y emite intermitentemente ráfagas de formulaciones gráficas y bellas; cada página ofrece titulares a los medios. Está bien escrita; fue profesor de literatura. Su español argentino posee un atractivo especial y sorpresas frecuentes para nosotros. «La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida» (n. 13). Estas páginas ofrecen muchos incentivos para la reflexión y el ahondamiento espiritual y pastoral.

    2. Transformación misionera de la Iglesia (19-49)

    |<  <  >  >|Notas

    En este capítulo se expone una de las claves y de las insistencias del papa Francisco desde el principio de su misión como obispo de Roma. Hay que “salir”: un salir misionero y no un salir a curiosear o a distraernos; no quedarnos lejos ni ver los toros desde la barrera, sino descender a la arena. En Brasil habló a los jóvenes de callejear, hacer “lío”; no tomarnos a nosotros como referentes, sino centrarnos hacia Cristo y la misión confiada. Aunque al salir se reciban heridas, es mejor que quedarnos al resguardo, ya que de esa manera perdemos vigor en la salud y nos invade el miedo a evangelizar. La misión consiste siempre en ser enviados y salir hacia las periferias.

    Este capítulo tiene un alcance no solo exhortativo, sino también trascendente: la Iglesia se transforma por la misión, se vigoriza y es fiel al mandato del Señor. La Iglesia ha sido convocada para ser enviada, su dicha es evangelizar; su identidad más honda consiste en la misión, y existe en estado de misión. Debemos entrar en la lógica del éxodo, de la salida de nosotros, de la obediencia misionera: «La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión “se configura esencialmente como comunión misionera”» (n. 23).

    En este contexto, retoma una expresión de Aparecida, “conversión pastoral”, que fue recogida en las Proposiciones del Sínodo de los Obispos por insistencia reiterada de los obispos de América Latina: «Lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”» (n. 25). La Iglesia peregrinante vive en “estado de misión” en todas partes, y esta conversión misionera exige una renovación y una reforma permanentes. «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo» (n. 27). La conversión pastoral exige, además de cambio personal, reforma de estructuras, estilos, lenguaje y costumbres; en este contexto, hace referencia a la parroquia, comunidades pequeñas e Iglesias particulares, que «son los sujetos primarios de la evangelización» (n. 30). Es bella la descripción de la misión del obispo, junto al pueblo confiado, que unas veces abre camino, otras va en medio, y otras anima desde atrás para que nadie quede rezagado (cf. n. 31).

    La pastoral en clave misionera concentra el anuncio en lo esencial; simplifica sin perder profundidad ni verdad. «Cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, o más del papa que de la Palabra de Dios» (n. 38), se produce una desproporción en la que lo más importante queda ensombrecido. ¡Que los acentos doctrinales y morales no pongan en riesgo la frescura del Evangelio! (cf. n. 39). Con frecuencia habla como un predicador, y escribe frases que pueden impactarnos; son llamadas a subrayar lo primordial, quedando lo demás en otro plano, obviamente sin negarlo. Habla directamente, sin pelos en la lengua, como ha demostrado ya mil veces.

    Hay momentos en que resuenan palabras de Juan XXIII, sobre todo al recordar el espíritu que quiso infundir al Concilio Vaticano II (cf. n. 41); por ejemplo, al distinguir entre el contenido de la doctrina cristiana y la forma de exponerla, al desoír a los profetas de desventuras, o al subrayar la tarea primordial hoy: infundir en las venas de la humanidad el Evangelio vivificante. ¡Dios, rico en misericordia, ha enviado a su Hijo para salvar, no para condenar, también a nuestro mundo! «La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las puertas abiertas» (n. 46). Un corazón misionero «nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva» (n. 45). «A menudo nos comportamos como controladores y no como facilitadores de la gracia» (n. 47). Se puede hacer una antología con bellos textos de la Exhortación, ya que el papa Francisco deja huellas de su cultivo de la literatura: «Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio» (n. 48); «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades» (n. 49). Este capítulo primero es, en mi opinión, el más original y programático. Se lee con facilidad; dice muchas cosas de orden teológico, bíblico, espiritual y pastoral; y es un aldabonazo que abre a un horizonte más abierto, confiado, decidido, gozoso y obediente a la misión.

    El papa Francisco es un predicador que supone la doctrina teológica y social, pero pasa enseguida a la exhortación, al impulso del dinamismo misionero, a la llamada a la conversión. Como la exposición es abierta y atractiva, se lee con agrado.

    3. En la crisis del compromiso comunitario (50-109)

    |<  <  >  >|Notas

    Este capítulo trata de algunos aspectos del contexto histórico en el que vivimos y cumplimos la misión evangelizadora. Son desafíos a la misión que debemos discernir y, como signos de los tiempos, escrutar. Signos de nuestro tiempo, digámoslo nosotros ahora, son la globalización y la aceptación social del aborto. Hay signos que son oportunidad misionera y otros que son provocación; aquí, como jesuita, ejercita el discernimiento. Estamos en una época nueva, en un giro histórico: «Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se vienen dando en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida» (n. 52).

    Varios desafíos de distinto orden convergen para configurar la situación presente. Se dice “no” a una economía de exclusión, y a la cultura del “descarte”. «Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”» (n. 53). En relación con la economía, el mercado, el dinero, la desigualdad, la violencia… tiene formulaciones que percuten al lector, pero el acento no recae en las teorías como tales, sino en las repercusiones humanas y en el deseo de cambiar actitudes (cf. nn. 53-60). Más adelante, en el capítulo cuarto, vuelve sobre esta cuestión, tratada aquí como reto y allí como respuesta cristiana y misionera.

    Además de los desafíos de carácter económico y social, el Papa se refiere también a los desafíos culturales. Recuerda los problemas que se plantean en relación con la libertad religiosa: los ataques y persecuciones, y la secularización, que tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito privado. La familia atraviesa una profunda crisis cultural que, por ser célula básica de la sociedad, tiene repercusiones enormes.

    También presenta algunos desafíos a la inculturación de la fe. Nos advierte de que «no conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites, tiene muchos más recursos frente a los embates del secularismo actual que una mera suma de creyentes» (n. 68). La evangelización de las culturas es muy importante para inculturar el Evangelio. Valora la piedad popular, que ayuda decisivamente en este campo, en medio de factores que están influyendo en la ruptura con la tradición católica (cf. n. 70).

    Llama la atención el apartado que dedica a los “Desafíos de las culturas urbanas” (nn. 71-75), en el que seguramente habla su experiencia personal. La “ciudad”, que aparece en varios momentos de la Exhortación, merece una atención especial.

    La segunda parte del capítulo trata sobre “tentaciones de los agentes pastorales”, en las que reparte síes y noes. Llama la atención sobre tres males que pueden afectar a los evangelizadores: «acentuación del individualismo, crisis de identidad y caída del fervor» (n. 78). En esta parte, toca realidades y fallos que nos exigen una reflexión sincera y serena; son manifestaciones de la debilidad espiritual y eclesial de los evangelizadores (cf. nn. 81-86). La mundanidad espiritual muestra muchos rostros (cf. nn. 93-97). Sobre estas cuestiones ya ha llamado la atención en los meses de su ministerio papal.

    Entre los fallos y desafíos personales y eclesiales enumera el excesivo clericalismo; la necesidad de que se amplíen «los espacios para una presencia femenina en la Iglesia más incisiva» (n. 103), también en los lugares donde se toman decisiones importantes, sin desconocer que el sacerdocio ministerial está reservado a los varones (cf. n. 104); la pastoral juvenil; las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, etc. Es un capítulo heterogéneo, en el que se señalan muchos aspectos. Concluye señalando que no ha intentado «ofrecer un diagnóstico completo», pero invita «a las comunidades a completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la conciencia de sus desafíos propios y cercanos» (n. 108). Debe subrayarse que, al final de cada uno de los diversos aspectos, nos alerta con una interpelación sobre la esperanza y el gozo evangelizador (cf. nn. 80, 86, 92, 97, 101, 109).

    4. Anuncio del Evangelio (110-175)

    |<  <  >  >|Notas

    Después de tratar, en el capítulo anterior, los desafíos sociales, culturales y también personales y eclesiales a la evangelización, ahora el Papa recuerda la tarea que nos apremia hoy como siempre: Proclamar a Jesús como el Señor con una predicación alegre. Esta es la prioridad compartida por todos los cristianos, con sus diversos carismas. «La misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo» (n. 121).

    La evangelización es tarea de toda la Iglesia; todo discípulo de Jesús es misionero, hasta el punto de que hace de las dos palabras una sola, “discípulos-misioneros”: «No decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”» (n. 120). La Iglesia, como pueblo peregrinante, es evangelizadora por naturaleza; no somos espontáneos, sino enviados, ya que la gracia tiene la primacía, y no nuestro protagonismo.

    El Papa tiene interés en ver a la Iglesia como Pueblo de Dios encarnado en los pueblos de la tierra, con su cultura; la dimensión teológica echa raíces en cada lugar social y cultural. La Iglesia, consiguientemente, tendrá el rostro de las culturas y de los pueblos que han recibido el Evangelio; y aunque la Iglesia acoja a pueblos con diversas culturas, no amenazan la unidad, ya que la Iglesia es una en la diversidad.

    En este ámbito de pueblo y cultura, el Papa habla de la fuerza evangelizadora de la piedad popular. Si hubo un tiempo en que fue mirada con desconfianza, hoy se ha revalorizado hasta el punto de ser reconocida como un «precioso tesoro de la Iglesia católica» (Benedicto XVI, citado en el n. 123). La piedad popular, con la fe inherente, está presente de forma particular en los pobres. Este apartado del capítulo (nn. 111-134), por su originalidad y matices, merece una atención detenida; el papa Francisco ha pedido a la Comisión Teológica Internacional que estudie el sensus fidei de los cristianos (cf. n. 119).

    El Papa dedica un apartado a la homilía (nn. 135-145), que bien puede recoger unas charlas a sacerdotes, a los que se invita a tenerle una estima grande, por el sentido y la irradiación eclesial que alcanza. «La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo» (n. 135). Debe poseer un tono cálido e incluso maternal: «La predicación puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en la homilía» (n. 142). Se debe dedicar a la homilía «un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral» (n. 145). ¿Qué quiere decir el Papa cuando afirma que la predicación debe “evangelizar la síntesis”? ¿Se trata de aunar los corazones, el de Dios y los de su pueblo? (cf. n. 149). Buscar imágenes expresivas ayuda a evitar la monotonía y el aburrimiento. «Quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta» (n. 150). «El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar» (n. 154), no lo que quieren oír superficialmente para halagar sus oídos. «La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado» (n. 158); debe ser claro, sencillo, directo y adaptado. Y debe ser una predicación positiva; no estancada en lamentos ni críticas, sino orientada hacia el futuro y alentadora de esperanza (cf. n. 159). Estos números sobre la homilía contienen interesantes sugerencias de un pastor experimentado; aquí habla el experto en predicación y el pedagogo evangelizador.

    En el apartado sobre el kerigma, recuerda aspectos del Sínodo sobre la nueva evangelización. Siempre hay un toque personal en el Papa que lo hace particularmente interesante y atractivo; además, se le entiende fácilmente. Esta Exhortación es también un “manual de evangelización” con interesantes perspectivas, en el que se unen orientaciones pastorales y experiencia. He aquí algunas aserciones al respecto.

    En la catequesis tiene un rol especial el kerigma o primer anuncio. «Es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de distintas maneras, y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos» (n. 164); expresa «el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral o religiosa, que no imponga la verdad y apele a la libertad, y que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas, a veces más filosóficas que evangélicas» (n. 165). En el “arte del acompañamiento”, con sugerencias interesantes y bellas, aparece claramente el jesuita experimentado en la guía de espíritus.

    5. Dimensión social de la evangelización (176-258)

    |<  <  >  >|Notas

    Aquí se responde a desafíos de orden social para la evangelización, expuestos en el capítulo segundo, y también a una veta radicalmente evangélica; se manifiesta una persona que, en su ministerio, ha tenido que reflexionar mucho sobre estas cuestiones, aclararse evangélicamente y adoptar medidas coherentes con las realidades implicadas: ni quedarse en la abstracción o el subjetivismo, ni ceder a ideologías que perviertan la identidad del Evangelio. Para el Papa está claro lo siguiente: «El kerigma tiene un contenido ineludiblemente social; la vida comunitaria y el compromiso con los demás están en el corazón mismo del Evangelio» (n. 177); de manera privilegiada, con los pobres. La Iglesia es misionera por naturaleza, y de su esencia brota la caridad efectiva hacia el prójimo (cf. n. 179). «En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz y de dignidad para todos» (n. 180); «La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia» (n. 181). En este contexto, recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia , reconociendo que ni la Iglesia ni el Papa tienen el monopolio sobre la interpretación de la realidad social ni sobre la propuesta de soluciones. La doctrina social tiene que ver con la evangelización, como repetidamente han enseñado documentos del Magisterio auténtico de la Iglesia.

    A continuación, el Papa desarrolla dos cuestiones: la inclusión social de los pobres, y la paz y el diálogo social. El Evangelio del amor al hombre escucha el clamor por la justicia; en palabras de los obispos de Brasil (la cita frecuente de conferencias episcopales es original en un texto programático del papa, y demuestra el aprecio por las conferencias episcopales y la sinodalidad): «Deseamos asumir (...) las angustias (...) de las poblaciones de las periferias urbanas y de las zonas rurales —sin tierra, sin techo, sin pan, sin salud— lesionadas en sus derechos» (n. 191). Si la familia humana es una y hay alimentos suficientes para todos, es un escándalo la muerte de personas por inanición; clama al cielo que mil millones de personas pasen hambre y no reciban lo necesario para su sustento.

    «El corazón de Dios tiene un sitio preferente para los pobres; tanto, que hasta Él mismo “se hizo pobre” (2Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está protagonizado por los pobres» (n. 197). Cita en este contexto el Discurso de Benedicto XVI en la apertura de la Conferencia de Aparecida . Antes, había denunciado la tendencia a escamotear textos bíblicos y patrísticos con complicadas reflexiones: «No nos preocupemos solo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría» (n. 194). A veces, a los defensores de la ortodoxia se les puede reprochar pasividad, indulgencia o complicidad con situaciones de injusticia (cf. n. 194); es necesario reconocer y admirar la inmensa dosis de verdad y de sinceridad ante Dios y ante los hombres que se necesita para expresar valientemente los diversos aspectos de la condición del discípulo misionero. El mismo Papa presiente en algún momento que sus palabras pueden desagradar a muchos, pero él se debe al Evangelio y al bien de la humanidad, no a “intereses creados” (cf. n. 208). «Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica» (n. 198). Fundado en la clave cristológica de que el Hijo de Dios se hizo pobre, proclama: «Por eso, quiero una Iglesia pobre para los pobres» (n. 198); y un poco más adelante, haciéndose cargo de la realidad en su complejidad, y con admirable libertad, denuncia: «Quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (n. 200).

    En este contexto, avanza hacia las causas estructurales de la pobreza. Entre otras, se fija en el mercado, y habla de su sentido no tanto en la economía y en la distribución de los bienes cuanto en la defensa de los pobres y en la denuncia de los engaños y autojustificaciones. Son páginas que han causado escozor en algunos; cito un par de aserciones. «Mientras no se resuelvan de raíz los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la desigualidad, no se resolverán los problemas del mundo ni, en definitiva, ningún problema. La desigualdad es la raíz de los males sociales» (n. 202). «Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en igualdad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone; requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución de los ingresos, a la creación de puestos de trabajo y a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo» (n. 204).

    El cristiano debe tener una mirada particularmente atenta a los débiles y a los más vulnerables: sin techo, tóxicodependientes, refugiados, ancianos; trata de personas, mujeres y niños por nacer: «Un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cualquier etapa de su desarrollo» (n. 213). Sin esta convicción, caen los fundamentos más sólidos para defender los derechos humanos: «No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana» (n. 214).

    El Papa dedica bastantes números (nn. 217-258) al bien común y a la paz social; aquí introduce algunas reflexiones sobre bipolaridades y tensiones que se encuentran en el camino de la paz y de la reconciliación. Este apartado ya había sido desarrollado en un Congreso en Buenos Aires, el 16-10-2010, y es de carácter más teórico. ¿Tiene que ver con el estudio que realizó sobre Romano Guardini, al comenzar la tesis doctoral?

    El apartado IV de este capítulo trata sobre el diálogo, implicado en la evangelización, como contribución a la paz. ¡No hay que separar evangelización y diálogo! Hay diálogo con el Estado y con la sociedad, diálogo entre la fe, la razón y las ciencias, diálogo ecuménico, relaciones con el judaísmo, diálogo interreligioso y diálogo social, en un contexto de libertad religiosa. El Papa ofrece perspectivas en estos campos, que probablemente indican tareas de futuro.

    6. Evangelizadores con espíritu (259-288)

    |<  <Notas

    Desde el principio de la Exhortación, el Papa expresa su decisión de convocar a una nueva etapa de evangelización con alegría. Pues bien, en este último capítulo, quiere animar, exhortar, llamar al corazón, para acometer esta nueva etapa de «evangelización con espíritu», «por la acción del Espíritu (Santo)». «¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!» (n. 261).

    Frente al cansancio y la tentación de desistir de evangelizar y de rendirnos ante las dificultades, el Papa da motivaciones para un renovado impulso misionero. Ofrece diferentes razones:

  • El encuentro con Jesús, orando ante su cruz iluminada por la resurrección o en silencio ante el Santísimo Sacramento, es insustituible; estar con Jesús sirve para no olvidar que el misionero nunca deja de ser discípulo (cf. n. 266).
  • Amor al pueblo que el Señor nos confía; no como príncipes, sino como servidores entrañados en el pueblo (cf. n. 271). De nuevo, emerge la fibra de la relación con la Iglesia pueblo.
  • Si Jesús ha resucitado y el Espíritu actúa, no tenemos derecho a pensar que nada puede cambiar, que todo está perdido y que como mucho podemos aspirar a ir tirando. Ante la experiencia del fracaso, el Resucitado suscita que germine un mundo nuevo (cf. n. 278). El ardor misionero requiere la confianza decidida en el poder del Espíritu.
  • Igual que las Cartas de san Pablo estaban pobladas de hombres y mujeres, recordándolos ante Dios, en nuestra oración intercedemos por los demás, pidiendo y buscando su bien (cf. n. 281).
  • María, particularmente, está en medio del pueblo. En este capítulo encontramos una meditación preciosa, con bellas expresiones y poderosos resortes animadores de la condición misionera, para reavivar en medio de las dificultades interiores y exteriores el encargo apostólico confiado y la condición de discípulos misioneros.

    María, con palabras de las proposiciones del último Sínodo, es invocada como “Estrella de la nueva evangelización”; debe haber un «estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia», del que formen parte «la ternura y el cariño», que es lo contrario de la adustez y el desapego (n. 288). Siempre descubrimos, con gratificante sorpresa, formulaciones atractivas y profundas. Como ya es habitual en este tipo de documentos, la Exhortación termina con una oración a la Virgen María, que concluye con estas palabras: «Madre del Evangelio viviente, / manantial de alegría para los pequeños, / ruega por nosotros. / Amén. Aleluya» (n. 288).


    Notas:

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    [1]  Oración colecta en la Memoria de san Francisco Javier: «Que tu Iglesia encuentre su gozo en evangelizar a todos los pueblos».