Sede Apostólica
Santo Padre
Francisco

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Discurso

Encuentro de Año Nuevo
con el Cuerpo Diplomático
acreditado ante la Santa Sede 2014

13 de enero de 2014


Temas: familia (ancianos y jóvenes), mundo actual (Siria, Oriente Medio y África), paz, hambre y ecología.

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/january/documents/papa-francesco_20140113_corpo-diplomatico.html

Publicado: BOA 2014, 33; Ecclesia LXXIV/3.712, febrero (2014), 156-158.


  • Notas

    Eminencia, excelencias, señoras y señores:

    Es ya una larga y consolidada tradición que el papa se encuentre, al comienzo de cada año, con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, para manifestar los mejores deseos e intercambiar algunas reflexiones, que brotan sobre todo de su corazón de pastor, que se interesa por las alegrías y dolores de la humanidad. Por eso, el encuentro de hoy es un motivo de gran alegría, y me permite formularos a vosotros personalmente, a vuestras familias, y a las autoridades y pueblos que representáis, mis sinceros deseos de un año lleno de bendiciones y de paz.

    Doy las gracias, en primer lugar, al decano Jean-Claude Michel, quien ha dado voz en nombre de todos a las manifestaciones de afecto y estima que unen vuestras naciones con la Sede Apostólica. Me alegra veros aquí, en tan gran número, después de haberme encontrado con vosotros por primera vez pocos días después de mi elección . Desde entonces se han acreditado muchos nuevos embajadores, a los que renuevo la bienvenida, a la vez que, como ha hecho vuestro Decano, no puedo dejar de mencionar, entre los que nos han dejado, al difunto embajador Alejandro Valladares Lanza, durante varios años decano del Cuerpo Diplomático, y al que el Señor llamó a su presencia hace algunos meses.

    El año que acaba de terminar ha estado especialmente cargado de acontecimientos, no solo en la vida de la Iglesia, sino también en el ámbito de las relaciones que la Santa Sede mantiene con los Estados y las organizaciones internacionales. Recuerdo, en concreto, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Sudán del Sur; la firma de acuerdos, de base o específicos, con Cabo Verde, Hungría y Chad; y la ratificación del que se suscribió con Guinea Ecuatorial en 2012. También en el ámbito regional ha crecido la presencia de la Santa Sede, tanto en América central, donde se ha convertido en Observador Extrarregional ante el Sistema de la Integración Centroamericana, como en África, con la acreditación del primer observador permanente ante la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental.

    En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, dedicado a la fraternidad como fundamento y camino para la paz , he subrayado que «la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia»1, que, «por vocación, debería contagiar al mundo con su amor»2 y contribuir a que madure ese espíritu de servicio y participación que construye la paz3. Nos lo señala el pesebre, donde no vemos a la Sagrada Familia sola y aislada del mundo, sino rodeada de los pastores y de los magos, es decir, de una comunidad abierta, en la que hay lugar para todos, pobres y ricos, cercanos y lejanos. Se entienden así las palabras de mi amado predecesor Benedicto XVI, quien subrayaba que «el lenguaje familiar es un lenguaje de paz»4.

    Por desgracia, está aumentando el número de familias divididas y desgarradas, no solo por la frágil conciencia de pertenencia que caracteriza al mundo actual, sino también por las difíciles condiciones en las que muchas de ellas se ven obligadas a vivir, hasta el punto de faltarles incluso los medios de subsistencia. Se necesitan, por tanto, políticas adecuadas que sostengan, favorezcan y consoliden la familia.

    Sucede, además, que los ancianos son considerados como un lastre, mientras que los jóvenes no ven perspectivas claras para su vida, y sin embargo, ancianos y jóvenes son la esperanza de la humanida: los primeros nos aportan la sabiduría de la experiencia, y los segundos nos abren al futuro, evitando que nos encerremos en nosotros mismos5. Es sabio no marginar a los ancianos de la vida social para mantener viva la memoria de un pueblo, e igualmente, es bueno invertir en los jóvenes con iniciativas adecuadas que les ayuden a encontrar trabajo y a fundar un hogar. ¡No hay que apagar su entusiasmo! Conservo viva en mi mente la experiencia de la 28ª Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro . ¡Cuántos jóvenes contentos pude encontrar! ¡Cuánta esperanza y expectación en sus ojos y en sus oraciones! ¡Cuánta sed de vida y deseo de abrirse a los demás! Estar encerrado y aislado crea siempre una atmósfera asfixiante y pesada, que tarde o temprano acaba por entristecer y ahogar; se necesita un compromiso común por parte de todos para favorecer una cultura del encuentro, porque solo quien es capaz de ir hacia los demás puede dar fruto, crear vínculos, crear comunión, irradiar alegría y edificar la paz.

    Por si fuera necesario, lo confirman las imágenes de destrucción y de muerte que hemos tenido ante nuestros ojos en el año apenas terminado. Cuánto dolor, cuánta desesperación provoca el aislamiento, que adquiere poco a poco el rostro de la envidia, del egoísmo, de la rivalidad, y de la sed de poder y de dinero; a veces, parece que esas realidades estén destinadas a dominar. En cambio, la Navidad infunde en nosotros, cristianos, la certeza de que la última y definitiva palabra pertenece al Príncipe de la Paz, que cambia «las espadas en arados y las lanzas en podaderas» (Is 2,4) y transforma el egoísmo en entrega de sí y la venganza en perdón.

    Con esta confianza, deseo mirar al año que nos espera. Sigo deseando que se acabe finalmente el conflicto en Siria. La preocupación por ese querido pueblo y el deseo de que no se agravara la violencia me llevaron en el mes de septiembre pasado a convocar una Jornada de ayuno y oración ; por vuestro medio, doy las gracias de corazón a las autoridades públicas y a las personas de buena voluntad que se asociaron a esa iniciativa en vuestros países. Se necesita una renovada voluntad política de todos para poner fin al conflicto, y en esa perspectiva, confío en que la Conferencia Ginebra 2, convocada para el próximo 22-1-2014, marque el comienzo del deseado camino de pacificación. Al mismo tiempo, es imprescindible que se respete plenamente el derecho humanitario. No se puede aceptar que se ataque a la población civil indefensa, sobre todo a los niños; además, animo a todos a facilitar y garantizar, de la mejor manera posible, la necesaria y urgente asistencia a gran parte de la población, sin olvidar el encomiable esfuerzo de los países, sobre todo el Líbano y Jordania, que con generosidad han acogido en sus territorios a numerosos refugiados sirios.

    Permaneciendo en Oriente Medio, advierto con preocupación las tensiones que afectan de diversos modos a esa zona. Me preocupa especialmente que continúen las dificultades políticas en el Líbano, donde es más indispensable que nunca un clima de renovada colaboración entre las diversas partes de la sociedad civil y las fuerzas políticas, para evitar que se intensifiquen los contrastes que pueden minar la estabilidad del país. Pienso también en Egipto, que necesita encontrar de nuevo la concordia social, como también en Irak, al que le cuesta llegar a la deseada paz y estabilidad; al mismo tiempo, veo con satisfacción los significativos progresos realizados en el diálogo entre Irán y el Grupo 5+1 sobre la cuestión nuclear.

    En cualquier lugar, el camino para resolver los problemas abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo. Se trata de la vía maestra ya indicada con lucidez por el papa Benedicto XV, cuando invitaba a los responsables de las naciones europeas a hacer prevalecer «la fuerza moral del derecho» sobre la «material de las armas» para poner fin a aquella «inútil carnicería»6 que fue la Primera Guerra Mundial, de la que en este año se cumple el Centenario. Es necesario animarse «a ir más allá de la superficie conflictiva»7 y considerar a los demás en su dignidad más profunda, para que la unidad prevalezca sobre el conflicto y sea «posible desarrollar una comunión en las diferencias»8. En este sentido, es positivo que se hayan retomado las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, y deseo que las partes asuman con determinación, con la ayuda de la comunidad internacional, decisiones valientes para encontrar una solución justa y duradera a un conflicto que es necesario y urgente finalizar. No deja de ser preocupante el éxodo de los cristianos de Oriente Medio y del Norte de África, que desean seguir siendo parte de la vida social, política y cultural de los países que han ayudado a edificar, y aspiran a contribuir al bien común de las sociedades en las que desean estar plenamente integrados, como artífices de paz y reconciliación.

    También en otras partes de África, los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios; nunca hay que dejar de hacer el bien, aun cuando resulte peligroso y se sufran actos de intolerancia, por no decir de verdadera persecución. En grandes áreas de Nigeria, la violencia continúa y se sigue derramando mucha sangre inocente. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, donde la población sufre a causa de las tensiones que atraviesa el país y que han sembrado repetidamente destrucción y muerte. Aseguro mi oración por las víctimas y por los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de pobreza, y espero que la implicación de la comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del estado de derecho y a garantizar el acceso a la ayuda humanitaria también en las zonas más remotas del país. La Iglesia católica, por su parte, seguirá asegurando su presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para procurar toda la ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un clima de reconciliación y de paz entre todas las partes de la sociedad. Reconciliación y paz también son una prioridad fundamental en otras partes del continente africano; me refiero especialmente a Malí, donde incluso se observa el restablecimiento positivo de las estructuras democráticas del país, así como a Sudán del Sur, donde, por el contrario, la reciente inestabilidad política ha provocado ya muchos muertos y una nueva emergencia humana.

    La Santa Sede también sigue con especial atención los acontecimientos en Asia, donde la Iglesia desea compartir los gozos y esperanzas de todos los pueblos que componen aquel vasto y noble continente. Con ocasión del 50º Aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con la República de Corea, quisiera implorar de Dios el don de la reconciliación en la península, con el deseo de que, por el bien de todo el pueblo coreano, las partes interesadas no se cansen de buscar puntos de encuentro y posibles soluciones. Asia tiene una larga historia de convivencia pacífica entre sus diversos grupos civiles, étnicos y religiosos; hay que alentar ese respeto mutuo, sobre todo frente a algunas señales preocupantes de su debilitamiento, y en particular frente a crecientes actitudes hostiles que, apoyándose en motivos religiosos, tienden a privar a los cristianos de su libertad y a poner en peligro la convivencia civil. Pese a todo, la Santa Sede observa con gran esperanza las señales de apertura que provienen de países de gran tradición religiosa y cultural, con los que desea colaborar en la construcción del bien común.

    La paz también se ve amenazada por cualquier negación de la dignidad humana, y sobre todo por la falta de acceso a una alimentación adecuada. No nos pueden dejar indiferentes los rostros de cuantos sufren hambre, sobre todo los niños, si pensamos en la cantidad de alimentos que se desperdician cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he definido en varias ocasiones como la “cultura del descarte”. Por desgracia, no solo el alimento o los bienes superfluos son objeto de descarte, sino con frecuencia también los mismos seres humanos, que acaban “descartados” como si fueran “cosas no necesarias”. Por ejemplo, suscita horror solo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto, o en los que son utilizados como soldados, sufren abusos o son asesinados en los conflictos armados, o en los que son vendidos y comprados en esa terrible forma moderna de esclavitud que es la trata de seres humanos, que es un delito contra la humanidad.

    No podemos ser insensibles a las tragedias que han obligado a muchos a huir por la hambruna, la violencia o los abusos, especialmente en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos. Muchos de ellos viven como refugiados o prófugos en campos donde no son considerados como personas, sino como cifras anónimas; otros, con la esperanza de una vida mejor, emprenden viajes arriesgados, que a menudo terminan trágicamente. Pienso de modo particular en los numerosos emigrantes de América Latina que se dirigen a los Estados Unidos, pero sobre todo en los de África o el Oriente Medio que buscan refugio en Europa.

    Permanece todavía viva en mi memoria la breve visita que realicé a Lampedusa en julio pasado, para rezar por los numerosos náufragos en el Mediterráneo. Por desgracia hay una indiferencia generalizada frente a semejantes tragedias, lo cual es una señal dramática de la pérdida del «sentido de la responsabilidad fraterna»9, sobre el que se basa cualquier sociedad civil. En aquella circunstancia, sin embargo, pude constatar también la acogida y dedicación de muchas personas. Deseo al pueblo italiano, al que miro con afecto, también por las raíces comunes que nos unen, que renueve su encomiable compromiso de solidaridad hacia los más débiles e indefensos, y, con el esfuerzo sincero y unánime de ciudadanos e instituciones, venza las dificultades actuales, recuperando el clima de constructiva creatividad social que lo ha caracterizado durante tanto tiempo.

    Finalmente, deseo mencionar otra amenaza a la paz, que surge de la explotación ávida de los recursos ambientales. Si bien «la naturaleza está a nuestra disposición»10, con frecuencia «no la respetamos, no la consideramos un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos, también de las generaciones futuras»11. También en este caso hay que apelar a la responsabilidad de cada uno para que, con espíritu fraterno, se consigan políticas respetuosas con nuestro planeta, que es la casa de todos nosotros. Recuerdo un dicho popular: «Dios perdona siempre; nosotros perdonamos algunas veces; la naturaleza —la creación—, cuando es maltratada, no perdona nunca». Por otra parte, hemos visto con nuestros ojos los devastadores efectos de algunas catástrofes naturales recientes; en particular, deseo recordar una vez más a las numerosas víctimas y las grandes devastaciones causadas por el tifón Haiyan en Filipinas y en otros países del sureste asiático.

    Eminencia, excelencias, señoras y señores:

    El papa Pablo VI afirmaba que la paz «no se reduce a una ausencia de guerra fruto de un equilibrio precario entre las fuerzas; la paz se construye día a día, en la instauración del orden querido por Dios, que conlleva una justicia más perfecta entre los hombres»12. Este es el espíritu que anima la actividad de la Iglesia en todas partes, mediante los sacerdotes, los misioneros y los fieles laicos, que, con gran espíritu de dedicación, se prodigan entre otras cosas en múltiples obras de carácter educativo, sanitario y asistencial, al servicio de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos y de quienquiera que esté necesitado de ayuda y consuelo. A partir de esa «atención amante»13, la Iglesia coopera con todas las instituciones que se interesan tanto por el bien de los individuos como por el común.

    Al comienzo de este nuevo año, deseo renovar la disponibilidad de la Santa Sede, y en particular de la Secretaría de Estado, para colaborar con vuestros países en favorecer esos vínculos de fraternidad, que son un reflejo del amor de Dios, y fundamento de la concordia y de la paz. Que la bendición del Señor descienda abundante sobre vosotros, vuestras familias y vuestros pueblos. Gracias.


    Notas:

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    [1]  Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (8-12-2013), 1.
    [2]  ibíd.
    [3]  Cf. ibíd., 10.
    [4]  Benedicto XVI, Mensaje para la XLI Jornada Mundial de la Paz (8-12-2007), 3: AAS 100=2008, 39 .
    [5]  Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 108 .
    [6]  Cf. Benedicto XV, Carta a los Jefes de los pueblos beligerantes (1-8-1917): AAS 9=1917, 421-423.
    [7]  Evangelii gaudium, 228.
    [8]  ibíd.
    [9]  Homilía en la Santa Misa en Lampedusa, 8-7-2013 .
    [10]  Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (8-12-2013), 9.
    [11]  Ibíd.
    [12]  Pablo VI, Encíclica Populorum progressio (26-3-1967), 76: AAS 59=1967, 294-295.
    [13]  Evangelii gaudium, 199.