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Catequesis

Audiencia General

Dones del Espíritu Santo: Fortaleza

14 de mayo de 2014


Temas: fortaleza (don del Espíritu Santo).

Web oficial: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140514_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2014, 216; Ecclesia LXXIV/3.728, mayo (2014), 778-779.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis precedentes hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: sabiduría , entendimiento y consejo . Pensemos hoy en que el Señor viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad, y eso lo hace con un don especial: el don de fortaleza.

1. Jesús relata una parábola que nos ayuda a captar la importancia de este don. Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que esparció dio fruto. Lo que cayó al borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Solo lo que cayó en tierra buena creció y dio fruto (cf. Mc 4,3-9; Mt 13,3-9; Lc 8,4-8). Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera la tierra de nuestro corazón; la libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor puede ponerse en práctica, de manera auténtica y gozosa. Este don de fortaleza es una gran ayuda, nos da fuerza y nos libera también de muchos obstáculos.

2. Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en los que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario y ejemplar; es el caso de quienes deben afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas que convulsionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no dudaron en entregar su propia vida con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio; tampoco hoy faltan cristianos que, en muchas partes del mundo, siguen celebrando y testimoniando su fe con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que eso puede conllevar un precio muy alto. Y también nosotros, todos nosotros, conocemos a gente que ha vivido situaciones difíciles y numerosos dolores. Pensemos en esos hombres y mujeres que tienen una vida difícil y luchan por sacar adelante a su familia y educar a sus hijos: hacen todo eso porque el espíritu de fortaleza les ayuda. Muchos hombres y mujeres anónimos honran a nuestro pueblo, a nuestra Iglesia, porque son fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo y su fe. Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que llevan dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en ellos: si hacen todo eso, si pueden hacerlo, ¿por qué yo no?; también nos hará bien pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.

3. No hay que pensar que este don es necesario solo en algunas ocasiones o situaciones especiales; la fortaleza debe constituir la esencia de nuestro ser cristianos en el ritmo ordinario de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, todos los días de la vida cotidiana debemos ser fuertes; necesitamos esa fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia y nuestra fe. El apóstol Pablo dijo una frase que nos hará bien escuchar: «Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza» (Flp 4,13). Cuando afrontemos la vida ordinaria, cuando lleguen las dificultades, recordemos esa frase. El Señor da la fuerza, siempre, no permite que nos falte; Él no nos prueba más de lo que nosotros podemos tolerar, y está siempre con nosotros. «Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza».

Queridos amigos, a veces podemos ser tentados a dejarnos llevar por la pereza o, peor aún, por el desaliento, sobre todo ante las fatigas y las pruebas de la vida. En esos casos, no nos desanimemos; invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de fortaleza dirija nuestro corazón y comunique nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús.

(Saludo a los peregrinos de lengua española y llamamiento a rezar por los mineros que murieron ayer y por los que están aún atrapados en las galerías de la mina de Soma, en Turquía, y por las personas que en estos días perdieron la vida en el mar Mediterráneo, para que se pongan en primer lugar los derechos humanos y se unan las fuerzas para prevenir esos desastres vergonzosos)