Es bueno escribir a la Iglesia a la que voy a servir como obispo en adelante, y saludarla en el Señor, que por su muerte y resurrección nos ha hecho miembros de su Pueblo, dándonos así la vida y un sentido en ella, si vivimos según el Espíritu que Cristo ha dado a cuantos creen en Él.
Os saludo, pues, a cuantos formáis la Iglesia de Valladolid, seáis fieles laicos, sacerdotes, religiosos o consagrados. Tenéis delante la tarea de aceptar a un nuevo arzobispo, de acostumbraros a él. Yo también debo hacer lo mismo. Y estoy dispuesto a hacerlo, a pesar del dolor que supone abandonar la Iglesia de Salamanca, en la que he vivido intensamente como obispo los últimos siete años.
Vosotros y yo debemos mucho a don José Delicado Baeza, nuestro arzobispo, y hemos de agradecer a Dios su tarea episcopal en Valladolid durante tantos años, una tarea sin descanso, al modo como un padre trabaja para sus hijos. Naturalmente que para mí es un ejemplo a seguir y un estímulo en el servicio episcopal a esta Iglesia.
En la lógica del Evangelio, donde no hay ascensos ni descensos, sino deseo de trabajar en la Viña del Señor, no me preguntéis ahora por programas. Hay que ir a la Viña y conocer y trabajar primero. Además «el programa existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste» (Novo millennio ineunte, 29) ▶.
Quiero así conocer primero, abrir los ojos y el corazón a lo que es la Iglesia de Valladolid, sobre todo a sus gentes. Lo que conozco de ella es algo a tener en cuenta, pero es necesario otro conocimiento, que debe nacer del amor y no solo de la curiosidad o de la vecindad.
En cualquier caso, al haber leído tal vez con más profundidad estos días, intensos para mí, a esos obispos especiales que fueron los Santos Padres, me permito citaros unas hermosas palabras de san Ignacio de Antioquía:
«Poned todo vuestro empeño en afianzaros en la doctrina del Señor y de los apóstoles, a fin de que todo cuanto emprendáis tenga buen fin, así en la carne como en el espíritu, en la fe y en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo, en el principio y en el fin, unidos a vuestro obispo, a la espiritual corona tan dignamente formada por vuestro colegio de presbíteros y a vuestros diáconos, tan gratos a Dios. Someteos a vuestro obispo, y también mutuamente unos a otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a su Padre y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, para que entre vosotros haya unidad tanto corporal como espiritual» (Ad Magnesios, c. 10, 1-15) ▶.
† Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo electo de Valladolid